miércoles, 5 de septiembre de 2012

Work in progress (novena parte)

SIEMPRE ES DE NOCHE; SI NO, NO NECESITARÍAMOS LUZ

Una vez en la calle, el Redactor Jefe y Santiago caminan juntos en dirección a la plaza de la fuente. Se encienden las luces de las farolas. El Redactor jefe le ofrece un cigarro a Santiago, que éste acepta. La plaza es como una cabeza de pulpo de la que salen calles como brazos. La gente va y viene.
-¿Tú a quién prefieres, a Marilyn Monroe o a Audrey Hepburn? -pregunta de repente Santiago.
-No sé, yo diría que Audrey Hepburn es más guapa...
-Por supuesto que lo es, joder, es la mujer más guapa de la puta historia, pero la vida de Marilyn es una tragedia digna de ser narrada por Eurípides -dice Santiago, que se choca sin querer con un señor enorme que fuma un puro también enorme.
-A ti todas las historias que acaban mal te interesan. Si Marilyn no se hubiese suicidado, ¿te fascinaría tanto? -pregunta el Redactor Jefe.
-Claro que no, capullo. ¿Sabías que Von Kleist y su mujer se suicidaron juntos? Von Kleist le disparó a ella y luego se disparó a sí mismo. De mutuo acuerdo, al parecer. No es que la matara...
-Lo sabía porque ya me lo habías contado -interrumpe el Redactor Jefe.
-Burroughs sí que mató a su mujer. Sin querer. Estaban jugando a Guillermo Tell. Fue un accidente. Creo que Burroughs no fue a la cárcel ni nada. Eso le marcó para toda la vida, lógicamente. ¿Te imaginas cómo tiene que ser vivir así? Quiero decir, el peso de la culpa, se tiene que notar incluso físicamente, constriñendo tu cuerpo...
-Prefiero no pensarlo.
-Pero no se trata solo de que Marilyn se suicidara. Su madre estaba loca. Sufrió abusos. Era amiga de Truman Capote, por cierto. -Santiago choca de nuevo, esta vez con una chica-. Joder, no hay quien ande por aquí.
-¿Quieres ir a tomar algo o te vas ya para casa? -pregunta el Redactor Jefe-. Venga, una cerveza.
-Lo que sea con tal de salir de este infierno caótico de mierda en el que no se puede ni dar un paso sin chocarse con algún transeúnte y es imposible dejar de oír los ruidos de los coches -dijo Santiago, que tenía lo que él llamaba cierta tendencia a sufrir ataques de ira y nerviosismo incontrolables en situaciones desestructuradas y agobiantes.
-Vale, vamos, pero no te nervies, chico -dice el Redactor Jefe, dándole una colleja amistosa.
-Yo siempre estoy nervioso, jefe. Siempre. -dice Santiago-. Formo parte de esa raza. La raza de los creadores de religiones, de los constructores de grandes obras arquitectónicas, de los pintores y poetas más visionarios, de los novelistas que han sabido revelar la esencia de la condición humana, de los músicos que han arrancado lágrimas a los hombres a fuerza de belleza y melancolía, de esa maldita raza, de esa raza maldita, formo parte, por si no lo sabías.
-Y tú sabes, igual que todo el mundo sabe o debería saber, que en el fondo todo el mundo se considera un ser singular, único, que cada uno es especial... -el Redactor Jefe hace una pausa antes de añadir enfáticamente-. Creerse especial es lo más común del mundo.
Entran en un bar. Ambos apoyan los brazos en la barra y esperan a que les atiendan. Gracias a Dios, en el bar casi no hay gente, el silencio es acogedor, suena música, pero de fondo, a un volumen muy bajo.
-Evidentemente. Pero ser especial no es muy distinto de sentirse solo -dice Santiago.
-¿Eso es una cita? -pregunta el Redactor Jefe-. Has puesto tu tono de estoy citando a alguien a quien venero con fanática devoción y todo lo que dice va a misa y ni se me pasa por la cabeza cuestionarlo.
-No he puesto ningún tono, capullo -dice Santiago, riéndose, lo que da a entender claramente que el Redactor Jefe tiene razón-. Piensa en Gödel, por ejemplo, piensa en cualquiera a quien pudiéramos calificar sin asomo de duda como un tipo especial. Temores obsesivos a ser envenenado, en el caso de Gödel. Piensa en Gödel. Se debió de sentir muy solo y muy atemorizado. Su mujer debía probar la comida antes que él. De acuerdo, estaba su mujer, quizá no se sintiera tan solo, pero, aún así, él estaba solo con su miedo, nadie podía librarle de su temor obsesivo, nadie. Entonces su mujer es hospitalizada y Gödel no puede comer, se deja morir, muere de inanición. Pesaba poco más de treinta kilos en el momento de su muerte. ¿No te parece paradójico que Gödel, precisamente él, muera de hambre por miedo a ser envenenado?
-Seguro que lo es, pero yo no comprendo muy bien la movida esa del teorema de incompletud -dice el Redactor Jefe, que está alzando las cejas en dirección al camarero-. ¿Nos pones dos cervezas?
-Yo tampoco muy bien, es un problema de autorreferencialidad, eso está claro, y tiene que ver con proposiciones verdaderas, pero indemostrables. La mejor anécdota de Gödel es esa de cuando va a pedir la ciudadanía de Estados Unidos. Gödel va con Einstein y con Morgersten y les dice que ha descubierto una inconsistencia lógica en la Constitución, según la cual un ciudadano norteamericano puede acabar siendo dictador. Morgersten le dice que no le mencione al juez su descubrimiento. Gödel, de todas formas, le empieza a explicar al juez la inconsistencia, pero el juez le interrumpe y hace como que no ha escuchado nada, o el juez le dice algo así como que él, Gödel, viene de un país con una dictadura, algo que en Estados Unidos no puede ocurrir, y claro, Gödel no se puede callar, le dice al juez que está equivocado, que sí puede ocurrir. El psiquiatra de Gödel se supone que dijo que su pensamiento era paranoico y con ideas fijas sobre su enfermedad, ¿pero qué hostias sabrá un psiquiatra lo que significa pensar? No tuvo descendencia.
-Pero, al fin y al cabo, murió paranoico perdido, ni siquiera se fiaba de los médicos, pensaba que también le iban a envenenar -dice el Redactor Jefe mientras deja el dinero justo sobre la barra y coge las dos cervezas y ambos se dirigen a una mesa-. Así que algo de pensamiento paranoico sí que había, ¿no?
-De acuerdo, él acabó paranoico, eso está claro, pero su pensamiento... Eso es otra cosa. Quizá fue realmente libre en su pensamiento. De hecho en el pensamiento es en el único lugar en el que alguien puede ser realmente libre y ser él mismo -dice Santiago.
-Eso suena muy platónico -dice el Redactor Jefe, que se relame la espuma de la cerveza y saluda extendiendo la mano y agitándola levemente a alguien que está en la barra y a quien Santiago no conoce.
-Es posible -admite Santiago-. De todas formas, es muy difícil saber en qué consiste ser platónico, ¿no te habrás tragado la estupidez esa del mundo de las ideas? No están en otro mundo, no están en ninguna parte, no son cosas, ni cosas inteligibles ni hostias, sencillamente no son cosas, no tienen carácter de cosa, les falta coseidad, la coseidad misma puede ser una idea, pero no un cosa, ¿está claro?
-Ni por asomo -el Redactor Jefe se parte de risa-. Está mucho más oscuro que antes.
-Siempre es de noche; si no, no necesitaríamos luz -dice Santiago con su inequívoco tono de cita y con cierta tristeza.


EN CASA

El problema es que Santiago quiere, a la vez, leer y fumar un cigarro con la ventana abierta y las cortinas descorridas. Si no enciende la luz, no puede leer. Si enciende la luz, puede leer, pero tendría que correr la cortina para que el interior no se vea desde el exterior. Se encuentra ante una disyunción exclusiva. Nuestro héroe catatónico finalmente se decide, con cierto fastidio, por encender la luz y correr las cortinas.


LA PEQUEÑA ISLA DE LAS CANCIONES TRISTES Y LOS OJOS CERRADOS
(Pequeño interludio algo cursi)

Un lugar solitario. Toda la belleza desolada y el paso de los años se concentran formando un islote. El mar lame la orilla con un ritmo que es la esencia de todas las canciones tristes y que solo puede escucharse con los ojos cerrados. Santiago puede mirar el mar durante horas sin aburrirse. Cuando cierra los ojos, viaja a la pequeña isla.

4 comentarios:

  1. Anónimo10:21 p. m.

    Y Santiago observa una nota que dice: "Siempre miento" firmada por Gödel. Santiago no se puede creer que esto esté pasando, que esté despierto, que no esté, ni soñando, ni leyendo, ni siquiera está escribiendo: está observando una calle solitaria, plagada de fantasmas. Y se pregunta: ¿cuándo me vais a dejar en paz? Y ellos contestan: nunca. Y a partir de ahí los fantasmas empiezan a insultar, que es el auténtico recurso de los débiles, y empiezan a manipular, como han hecho siempre. Es curioso, si no fuesen fantasmas, si no atacaran, se podría arreglar todo, pero los fantasmas, los auténticos fantasmas, nunca dan la cara...

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  2. Anónimo10:48 p. m.

    Jajaja, Santiago es tan distinto de mí: yo lo cuestiono todo, hasta que me tiemblan los nervios, y mi maldita raza es la de la risa, la cama, las caricias, las cosquillas, así estoy, inventando juegos todo el día. Santiago se pasa la vida de mal humor y está muy obsesionado con la muerte y el suicidio: debería dejar de mirar las olas y darse un baño, siempre y cuando el agua no esté muy fría... no sea que se nos constipe el tipo xDD

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  3. No hombre, no está todo el tiempo de mal humor, ya verás su predilección por el cine más descerebrado y el humor más absurdo XD

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  4. Anónimo12:50 a. m.

    hahaha, I can't wait!

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