sábado, 28 de abril de 2012

I break horses - Winter beats

Barbarella

No es la peor y más ridícula película de ciencia ficción que jamás se haya rodado, sino una obra maestra. Lo digo en serio. ¡Muerte a la ironía!

Y para ilustrar el post, he aquí el número de noviembre de 1967 de la revista Newsweek, en cuya portada aparece el lema epistemológico del científico y filósofo de la ciencia Paul Feyerabend, Anything Goes



viernes, 27 de abril de 2012

Poets


Signaturis

¿No es verdad, acaso, que todas las hierbas, plantas, árboles y demás que provienen de las entrañas de la tierra son otros tantos libros y signos mágicos?
Crollius, Tractatus de signaturis, citado por Michel Foucault en Las palabras y las cosas
Ineluctable modalidad de lo visible: por lo menos eso, si no más, pensado a través de mis ojos. Las signaturas de todas las cosas estoy aquí para leer; huevas y fucos marinos, la marea que se acerca, esa bota herrumbrosa.
James Joyce, Ulises

jueves, 26 de abril de 2012

True power

Es sabido que Dios ama a sus hijos, pero especialmente a aquellos que devuelven sus libros a tiempo. Yo, sin embargo, no solo no acostumbro a devolver mis libros a tiempo sino que suplanto personalidades y he usado hasta tres carnés de biblioteca según un sistema rotatorio que me permite sacar libros a pesar de los retrasos. Para esta práctica se precisa contar con dos hermanos. Espero que Dios y el Estado sepan disculparme.


Acontecimiento

Fuera, al otro lado de las espesas cortinas forradas de hule, como un sólido rectángulo negro de perfiles iluminados por el ligero resplandor de una luz diurna fracasada, acechaba la tormenta, el Acontecimiento. (...) La visión de las nubes negras encrespadas le cortó el aliento... jamás había visto un cielo así, ni siquiera con LSD.
Thomas Pynchon, Vineland 


Al llegar el crepúsculo todo el cielo hacia el norte se había oscurecido y el mísero terreno que pisaban se había vuelto de un gris neutro hasta donde alcanzaba la vista. Se agruparon en la cima de una elevación y miraron atrás. El frente de la tormenta estaba sobre ellos y el viento era frío en sus rostros sudorosos. Se repantingaron en las sillas con ojos nublados y se miraron entre sí. Amortajado por los nubarrones negros el rayo distante fulguró en silencio como una soldadura vista a través del humo de una fundición. Como si se estuvieran haciendo reparaciones en un lugar defectuoso de la oscuridad férrea del mundo.
Cormac McCarthy, Unos caballos muy lindos

La inmensa masa oscura avanzaba como el buque fantasma de una leyenda nórdica, escoltada a través de la noche por criaturas acorazadas y dotadas de alas en espiral. No sabíamos con seguridad cómo reaccionar. Era terrible contemplarla tan cercana, a tan poca altura, cargada de cloruros, bencenos, fenoles, hidrocarburo o cualquiera que fuese su exacto contenido tóxico. Sin embargo, también resultaba espectacular: formaba parte de la grandiosidad de un acontecimiento arrollador.
Don DeLillo, Ruido de fondo.

miércoles, 25 de abril de 2012

La condición humana

Al dirigir la vista hacia el cielo sin nubes un espasmo suave de vértigo y libertad recorrió su cuerpo como una promesa y el susurro de la brisa vespertina le envolvió como la caricia de un mundo ilimitado que se fugaba de sí mismo con la intención de revelar su ser en perpetuo devenir y desvelar su rostro sin contornos y proyectar sensaciones nunca sentidas y todo su cuerpo estremecido e inquieto aguardaba y recibía la vibración de la luz que penetraba por todos sus poros como un derramamiento divino que le absorbía y le deshacía y sabía que aquel instante pasaría porque no podía durar mucho y la tristeza anticipada provocada por esa fugacidad irremediable e implacable le devolvió abruptamente al mundo cotidiano de la resignación y de los límites que su demonio interior no aceptaba y no aceptaría nunca del todo porque el ser humano alberga un demonio interior cuya insaciable sed de infinito le impulsa siempre a traspasar los límites interiores y a fijar la mirada en el corazón inhabitable del infinito. El ser humano, básicamente, es una criatura que está chiflada.

Abandonad toda esperanza

Esto era la libertad. La libertad consistía en perder toda esperanza.(...)
-El desastre es una parte natural de mi evolución hacia la tragedia y la disolución -susurraba Tayler.(...)
-Estoy rompiendo las ataduras a la fuerza física y las posesiones terrenas -susurraba Tyler-, ya que solo mediante la autodestrucción llegaré a descubrir el poder superior del espíritu.
Chuck Palahniuk, El club de la lucha.

domingo, 22 de abril de 2012

Imagina que

Un delgado rasguño de luz en la opacidad celeste. Imagina que a través de esa hendidura un pequeño y curioso dios nos observa. Imagina que no sabe nada. Se siente solo y perdido. No tiene ninguna respuesta que ofrecernos. No sabe para qué se creó el mundo, no sabe quién eres, ni siquiera sabe quién es él. Se limita a observar. Parpadea y entonces estamos ya todos muertos. Ahora está más solo aún, en una oscuridad sin fin, la coreografía de los astros le adormece y finalmente se sume en un profundo sueño del que jamás despertará. Ahora el mundo prosigue su marcha a ciegas, sin dioses ni hombres. Sin rumbo. Sin porqué.

La carretera

En esta carretera no hay interlocutores de Dios. Se han ido y me han dejado aquí solo y se han llevado consigo el mundo. Duda: ¿En qué difiere el nunca será de lo que nunca fue?
La carretera, Cormac McCarthy

miércoles, 18 de abril de 2012

Nacho Vegas - Concierto Donosti Kubla



Concierto completo. Ya se habrán dado cuenta.

Las turbias aguas de la identidad

Me he investigado a mí mismo... ¿Montaigne? No, Heráclito. Estoy casi cien por cien seguro de que el oscuro griego lo dijo antes.

El oscuro griego añadía algo así como que nunca encontrarás el fondo del alma buceando en ella, tan insondable es su logos. Lo de bucear quizá me lo he inventado. Estoy un cincuenta por ciento seguro de que no me lo he inventado, y por tanto también un cincuenta por ciento seguro de que sí me lo he inventado. Podría consultarlo, pero me voy a quedar con la duda, porque así me enriquezco al contar con dos posibilidades en lugar de con una certeza.

La cuestión es que el sí mismo no es un dato positivo. No se ven sí mismos paseado por la calle, de tal manera que puedas señalarles con el dedo y exclamar: ¡he ahí un sí mismo! De ahí su insondabilidad. Y de ahí la perplejidad de Alicia cuando le preguntan: ¿Quién eres tú? ¿Es la misma que esta mañana? Después de tantos cambios, ¿qué pensar?

martes, 17 de abril de 2012

Siglo XX

El siglo XX empieza con el Ulises, de James Joyce, y se termina con La broma infinita, de David Foster Wallace. Un siglo de la hostia, por tanto.

El Ulises sigo sin haberlo acabado, porque tuve un pequeño atasco en el capítulo doce, pero después del atasco pam, un estallido cegador, el trece es tremendo, magistral, arrebatador, paródico y un pelín sucio. Gloria a Joyce.

Miedos

La palabra para describir el miedo al número 666 es hexakosioihexekontahexafobia. Para describir el miedo a las mujeres hermosas, caliginefobia. Para describir el miedo al infinito, apeirofobia. Para describir el miedo a las opiniones, allodoxafobia. Para describir el miedo al hombre del saco, bogifobia. Para describir el miedo a mirar hacia arriba, anablefobia. Para describir el miedo al desmayo, astenofobia.

Hipopotomonstrosesquipedaliofobia

Miedo a las palabras largas o complicadas

lunes, 16 de abril de 2012

29

Feliz cumpleaños. Tu vigésimo noveno cumpleaños es importante. Significa que estás lindando peligrosamente con la treintena, que estás muy cerca de convertirte en un puto treintañero, que ya nada puede remediar la caída libre y catastrófica en la que te hallas inmerso y que no falta nada para que las chicas te traten de usted. Ahora estás siendo mayor de lo que eras y menor de lo que vas a ser. Eso siempre pasa en cualquier ahora. Y esa es la ineluctable modalidad del tiempo. Atrapado entre el ya no y el todavía no. Recuerdas la época en que el futuro estaba lejos y no asustaba, la época en que todo fluía mágicamente, sin espesor, sin enquistarse, la época de la ligereza. Te ha brotado una nueva pesadez. Ahora no podrías correr detrás de un balón como lo hacías antes. Ya no eres lo que eras. Y eso también pasa siempre en cualquier ahora: no ser ya lo que eras. Ineluctable. Tu vigésimo noveno cumpleaños significa que muchas cosas pasadas se alejan cada vez más, que se diluyen con un ruido apenas audible, como de pájaros sumergidos en las profundidades del océano y que a tu mente llegan ecos difractados de una luz triste, de una luz que se apaga. Atraviesa, no obstante, el tiempo, y cae rendida a tus pies. Labios fríos te susurran al oído palabras de lo que aún está por venir. Palabras dichas en un idioma que no comprendes. Toda la vida así: sin comprender. Veintinueve años sin comprender. El valor de la sabiduría humana es bien escaso, eso es lo que supo Sócrates. Y de otras sabidurías nada sabemos. Pero yo tengo una cazadora de cuero nueva y las cazadoras de cuero molan.

Libros en papel

Hoy que me hago más viejo de lo que era -aunque uno siempre se está haciendo más viejo de lo que era y menos de lo que va a ser- creo que tengo derecho a exhibir mis ideas reaccionarias respecto a la lectura y a los libros. Dice Agustín Fernández Mallo que la obsesión con las bondades del libro en papel es de carácter netamente erótico y nada tiene que ver con la lectura. Quizá tenga razón, pero yo no estoy de acuerdo. Me autoengañé hace algún tiempo y me dije que el Kindle probablemente era un gran invento y entonces empecé a desear ser el orgullosos propietario del aparatito y como fruto de mi autoengaño y de mi deseo mi hermana me regaló el codiciado y supuestamente maravilloso instrumento para que mis ojos pudieran deleitarse con las bien publicitadas bondades de la tinta electrónica. Lo primero que hice fue descargarme clásicos gratuitos. Libros de Platón, alfa y omega de la filosofía. En lugar de números de página, descubrí con indisimulado terror que el aparato me indicaba un porcentaje. Digo indisimulado terror porque me puse a gritar como un loco que dónde demonios estaban los números de las páginas. Más descubrimientos que me sumían en profundas depresiones existenciales y en un incipiente acceso de culpabilidad por el hecho de que mi hermana se hubiese gastado dinero en el caro aparato que comenzaba a ser objeto de mi odio y aversión se sumaron a esa atrocidad que consiste en no saber en qué página te encuentras: guiones absurdos en medio de las palabras, letras que se juntaban dificultando la lectura, faltas de ortografía, concordancias gramaticales marcianas, demenciales. Supongo que estos errores tienen algún tipo de solución, pero el caso es que las ediciones gratuitas para el Kindle de las obras de Platón son un desastre, si se las compara con las ediciones de Gredos. Cierto, estas últimas son muy caras, pero cualquiera mínimamente interesado en Platón preferirá acudir a estas últimas. Si no puedes o no quieres comprarlas, ahí están las bibliotecas públicas. Otro aspecto que me disgusta profundamente del Kindle es que se puede subrayar, sí, pero hacerlo da muchísima pereza, y que, evidentemente, no se puede hojear un libro electrónico. Con un libro de papel yo paso las páginas a toda hostia y encuentro pasajes subrayados sin que la tarea me haga pensar en Sísifo levantando rocas todo el rato. Los subrayados el Kindle te los almacena en una carpeta aparte titulada Mis recortes. Bueno, eso no está mal

Lo que peor llevo del dichoso artefacto -que apenas uso, por otra parte, dada la paupérrima oferta de libros electrónicos, que consiste novedades que no me interesan, y poco más, o al menos eso es lo que yo he encontrado, yo, iluso de mí, que me imaginaba un maravilloso e inagotable mundo de libros baratos que por razones económicas estuviesen descatalogados y fuera inviable su edición tradicional en papel, pero que, de alguna manera, compensara su circulación electrónica por la red, que es vasta e infinita- es que me impide recordar ideas, escenas, diálogos o imágenes tal como lo hacía -el verbo en pasado no está realmente justificado: sigo haciendo las cosas al viejo estilo, porque soy de la vieja escuela, amigos- con los libros de papel, que era -ídem- de la siguiente manera: más o menos hacia la mitad del libro abajo en la página de la izquierda, o hacia el final, arriba a la derecha, hay algo interesante. Por ejemplo, yo tenía la vaga intuición de que más o menos hacia la mitad de Ruido de fondo, de Don DeLillo, se encontraba un diálogo brillante, así que, pasando las páginas a toda hostia, efectué mi búsqueda, hasta dar con lo que buscaba, momento en el que lo subrayé, método efectivo para recuperar esa información en cualquier momento posterior. La primera vez que lo leí no lo había subrayado, tal vez porque en esa primera lectura no me llamó suficientemente la atención. Si hubiese sido un libro electrónico, creo que esa información no habría podido recuperarla nunca. Esto puede ser una idiosincrasia mía, no pretendo que sea un argumento universalizable ni nada por el estilo, solo aportar mis razones para preferir los libros en papel a los libros electrónicos.

Otra cuestión, colindante con la anterior, en cierto modo, ya que también tiene que ver con disposiciones espaciales y mnemotecnia, es que los libros electrónicos, evidentemente, no se sitúan en estanterías. Esto es una ventaja, pero también una desventaja. Hay gente que se queja de que los libros ocupan mucho espacio. Como si los libros no tuvieran derecho a ocupar espacio, por cierto. Bueno, hay que admitir que cuando el número de libros sobrepasa el espacio existente que con más o menos cordura se destina a ellos puede suponer un problema, pero, en cualquier caso, uno siempre puede deshacerse de muchos libros prescindibles que por razones misteriosas se han ido acumulando por ahí, o tirar muebles antiguos de esos que pesan una barbaridad y no sirven para nada más que para ocupar espacio y en su lugar poner estanterías. Volviendo a lo de la distribución espacial y la mnemotecnia. Se pueden ordenar los libros en el Kindle, seguramente, pero no es lo mismo. Por ejemplo, ordenar según criterio demenciales libros de filosofía para recordar mejor ciertas ideas es algo que se hace de forma mucho más sencilla con los libros de papel. O, también, ordenarlos de forma que su distribución espacial externa refleje las luchas de ideas que se llevan a cabo en su interior: poner la Biblia al lado de Así habló Zaratustra, o también de forma que reflejen afinidades: Spinoza, Nietzsche y Deleuze, bien juntos, tridente supremo, máquina de guerra. Los libros que ocupan espacio y se apilan en las estanterías te permiten tener una visión de conjunto. El Kindle no.

La cuestión es que tener un montón de libros a la vista no se basa simplemente un prejuicio burgués de vana ostentación para impresionar a las visitas, entre otras cosas porque eso es una soberana ridiculez. Están a la vista, pero destinados a la vista del lector, no de las visitas. En  mi casa debe haber mil y pico libros, pero muy pocos están en el salón. La cuestión es -para mí, repito que esto bien puede ser una idiosincrasia- que tanto el hecho de ir pasando páginas -físicamente, no apretando un botoncito- como el hecho de que los libros esté ordenados -o desordenados- en el espacio, son cuestiones que sí tienen que ver con la lectura, mucho más que con el erotismo. Con la lectura, con la relectura, con la consulta y con la memoria. No me gusta cómo huelen los libros viejos. Los nuevos sí, o al menos no me disgusta su olor, pero tampoco es una cosa que tenga mayor relevancia.

A veces se dice que la preferencia por la lectura en papel denota un cierto idealismo o romanticismo. Puede ser, no lo niego. Quiero decir: me es indiferente. Mucho más idealista, en todo caso, es la postura de aquellos que niegan la importancia de los soportes materiales en aras del contenido abstraído del soporte. Como los científicos visionarios estos que nos cuentan que pueden hacer robots con mentes exactamente iguales a las humanas con materiales distintos de los que constituyen la mente humana. No tengo ni idea de si pueden hacerlo o no, pero esa postura no es, precisamente, materialista. Lo del romanticismo no lo comento porque la inmensa mayoría de las veces no entiendo en qué sentido se usa ese término -de nuevo, puede que estemos ante una idiosincrasia mía-. A veces se refieren a lo de oler libros viejos, y entonces diríase que romántico es un individuo que gusta de los vapores químicos de la celulosa en avanzado proceso de descomposición, individuo con el que no me identifico en absoluto. Otras veces el romanticismo consiste en regalar rosas, y entonces diríase que el romántico es un tipo con dinero suficiente para andar comprando rosas cada dos por tres.

Resumiendo, o aclarando, o mejor, aclarándome. Lo que me jode del libro electrónico es que -para mí, posible nuevo caso de idiosincrasia, y ya va terminando el post, así que no se irriten en exceso, que ya no vuelvo a repetir lo de la idiosincrasia, aunque he de aclarar que si bien no es plenamente universalizable, en sentido fuerte, no sería extraño que mi experiencia fuera un poco universalizable, en sentido más débil, es decir, en el sentido de que mis ideas y sensaciones pudieran ser compartidas por más de un sujeto, por algunos, digamos, no por todos, obviamente, que sería el sentido, no ya fuerte, sino fortísimo, de experiencia universalizable- le falta el contexto que tenían los libros en papel, el contexto de compartir espacio con otro textos e incluso el contexto de su desgaste temporal -no por el maldito olor de las narices, que me importa una mierda-, de las marcas del tiempo, cuestión que de nuevo tiendo a ver ligada con la memoria y con el recuerdo de la lectura y de toda la situación que envuelve a la lectura.

Me gusta ver los libros, qué quieren que les diga. Me gusta mirar libros, quiero ver los libros, ocupando espacio, encuadernados, antes de comprarlos o de sacarlos de la biblioteca o de ponerme a leerlos.

Ahora estoy pensando que, aunque todo se reduzca a una cuestión de erotismo, no de lectura ni de mayor eficiencia tecnológica, ¿cuál es el problema?, ¿por qué despreciar como irrelevante este factor erótico de la lectura? No sé muy bien qué quiere decir esto, por cierto, no sé si alguien llega al extremo de lamer los libros, por ejemplo, o acaricia las páginas de forma extraña, o qué. Yo no lo hago. Lamer papel no es algo que entre dentro de mis objetivos vitales. Pero, en fin, consista en lo que consista la conducta erótica de un lector para con el objeto libro, ¿acaso podemos desligarla de la lectura?, ¿no forma parte de la lectura en sí?, ¿no es esta separación abstracta?

PD: Tengo que investigar qué es esto de el erotismo de la lectura, porque me tiene bastante perplejo.

PD2: También me fastidia que el Kindle no se doble como sí lo hacen los libros de papel. Posible explicación: la belleza reside en las curvas, como dice Joyce en Ulises, libro que tengo a) en papel y b) con la portada de color azul. Que la portada sea azul me parece importante porque evoca el azul del mar y del cielo y a los griegos y Thalatta! Thalatta! La mar es nuestra gran dulce madre. Así que la cuestión de la materialidad del libro con la portada azul se une a la significación simbólica del azul que está inserta en el contenido del libro, demostrando mi tesis de la indisolubilidad de materia y significado, por no volver a insistir en que he podido extraer esa cita del Ulises gracias a la organización espacial de la memoria, recordando que se hallaba al principio del libro, abajo a la derecha. Thalatta significa mar, en griego. Lo digo porque yo no tenía ni de antes de leer el Ulises. Bueno, aún no lo he terminado. Lleva su tiempo.

sábado, 14 de abril de 2012

Alicia crece (y decrece)



Cuando digo Alicia crece quiero decir que se vuelve mayor de lo que era. Pero por ello también, se vuelve más pequeña de lo que es ahora. Por supuesto no es a la vez más grande y más pequeña, pero es a la vez que ella lo deviene. Ella es mayor ahora, era más pequeña antes. Pero es a la vez, al mismo tiempo, que se vuelve mayor de lo que era, y que se hace más pequeña de lo que se vuelve. Tal es la simultaneidad de un devenir cuya propiedad es esquivar el presente. En la medida en que esquiva el presente, el devenir no soporta la separación ni la distinción entre el antes y el después, entre el pasado y el futuro.
Gilles Deleuze, Lógica del sentido


Cuerpo sin órganos: el gesto filosófico de Gilles Deleuze, por José Luis Pardo

viernes, 13 de abril de 2012

Aquí y allí

Aquí y allí: a propósito de David Foster Wallace. Página en construcción.

Éste

Experiencias neuroquímicomísticas de desdoblamiento y extrañamiento al acostarse en la cama, mientras un conejo radioactivo pasa a toda velocidad por tu habitación o quizá solo por tu mente y se sumerge en lo que parece ser la madriguera que da acceso a otro mundo que es éste. Que es éste.

Jefferson Airplane - White Rabbit

jueves, 5 de abril de 2012

Migala - Aquel incendio

Sin título (iba a poner diario de un lector, o algo semejante, pero me pareció un título lamentable, en múltiples sentidos, no sé en cuales, pero en muchos)

Hay rachas en las que solo me apetece leer ficción y otras en que creo que si no me pongo a leer a algún filósofo analítico mi vida corre un serio peligro, aunque suele suceder que el filósofo analítico me aburra hasta el llanto, o me demuestre mi nulidad intelectual, o ambas cosas a la vez. Los filósofos analíticos usan estrategias retóricas muy retorcidas: empiezan diciendo cosas extremadamente simples para que te sientas bien y te digas a ti mismo que joder, estás entendiendo a un filósofo analítico, pero no tardan mucho en ponerse a formalizarlo todo o en decir cosas como que es bien conocido cómo es posible definir contextualmente la notación (x,y) de los pares ordenados con la ayuda de épsilon y las partículas lógicas. Esta última frase está sacada, precisamente, de su contexto, pero yo en su contexto tampoco entendí una mierda. Total, que dejo el libro de Quine a medio leer y abandono mi fugaz fantasía de convertirme en un orgulloso miembro de la secta analítica. Mi fantasía, más que un sincero interés por la lógica, obedecía a cierta fascinación con la figura de los lógicos y de los matemáticos como seres extremadamente inteligentes. Esto pasa mucho, a la mayoría de los escritores les interesa más la vida y la figura de Wittgenstein que el Tractatus. También pasa con Gödel: todo el mundo sabe que fue un genio, pero muy pocas personas saben por qué. Además, dado que sin saber lógica, es absolutamente imposible entender nada de Gödel, la gente le deja en paz, nadie osa llamarle charlatán. Con Heidegger no pasa eso, porque como todo el mundo sabe leer, hay gente que considera un insulto por parte de Heidegger que ellos no hayan sido capaces de entender a Heidegger, así que, sin más, suponen que es una estafa, que sus frases no tiene sentido, porque para ellos no lo tienen. Una vez que he sido derrotado por un filósofo analítico, sin embargo, no puedo volver sin más a la ficción, aún necesito ciertas dosis de abstracción inhumana, así que elijo un camino intermedio, leer sobre pensadores medievales. Casi todos me parecen interesantes. La idea de aplicar métodos lógicos y análisis gramaticales realmente concienzudos y rigurosos a un ente de ficción me parece una genialidad suprema y me entusiasma. Considero, igual que Deleuze, que el concepto de Dios durante la Edad Media permitió a la filosofía liberarse y desató creaciones conceptuales que hubieran sido imposibles si los conceptos hubiesen estado sometidos a tener que realizar tareas menores, como representar. Los conceptos no son meras representaciones. El problema o la cuestión de creer o no creer, de si Dios existe o no, me es por completo indiferente. La cuestión es qué se quiere decir al usar el concepto de Dios. Es evidente que el Dios de los filósofos no tiene nada que ver con el Dios de la fe. Digamos que no se hablan, ni se conocen, jamás se han cruzado por la calle. Pero si se parte de la suposición si Dios existiera, surgen preguntas interesantes a mansalva, como setas. ¿Es extenso?, ¿sería intuible?, ¿qué tipo de intuición, en caso afirmativo?, ¿qué razonamiento deduce su existencia, en caso negativo? O también: si está más allá de las categorías, porque las trasciende, ¿está más allá también de la categorías de existencia?, ¿entonces no existe? En fin, que los medievales molan y eran muy listos. Dun Scoto era muy listo. Tanto como Wittgenstein, o más. Aunque mi interés por los medievales también suele decaer y no me pongo como un loco a estudiarles. Básicamente, solo tengo dos fuentes de información, El pensamiento en la edad media, de Paul Vignaux, y el primer volumen de la historia de la Filosofía de Reale y Antiseri, que es mucho mejor, por cierto, que la historia de la Filosofía de Rusell. No niego que Rusell fuese un gran filósofo, pero como historiador de la filosofía... en fin, estoy convencido, sinceramente, que es de lejos la peor historia de la Filosofía jamás escrita, solo por las estupideces que dice sobre Nietzsche ese libro habría que, bueno, que quemarlo no, porque eso suena muy nazi, pero, al menos, habría que tirarlo a la piscina. No tengo nada en contra de Rusell, en cuanto aprenda algo de lógica me pongo a llorar de emoción con lo de las descripciones definidas y tal, pero eso, que si quieren leer una buena historia de la Filosofía, la de Reale y Antiseri. Y no se salten a lo medievales.