sábado, 31 de diciembre de 2011

Ah

Y Feliz Año a mis dos o tres lectores. Sed buenos y felices.

Lecturas para el 2012

Libros por leer.

-Libertad, Jonathan Franzen.
-Agape se paga, William Gaddis.
-El plantador de tabaco, John Barth
-Tristram Shandy, Laurence Sterne.
-Gargantua y Pantagruel, François Rabelais.
-El arco iris de la gravedad, Thomas Pynchon.
-Punto Omega, Don DeLillo.
-Larva, Julian Rios.
-El mapa y el territorio, Michel Houellebecq.
-Ejercito enemigo, Alberto Olmos.
-Intente usar otras palabras, German Sierra.
-Knockemstiff, Donald Ray Pollock.
-Cuerpo sin órganos: presentación de Gilles Deleuze, Jose Luis Pardo.

El rey pálido

David Foster Wallace: elogio de lo inacabado. Por Juan Francisco Ferre (mi teclado no me deja poner la tilde en la ultima "e"; ni en la "u" de "ultima")

viernes, 30 de diciembre de 2011

Audrey Hepburn en Paris

Encuentro en París es una película muy mala, pero sale Audrey Hepburn, lo que equivale a decir que su visionado es obligatorio. El gran problema de la película es que no la dirige Billy Wilder. Pero Audrey, por suerte, siempre es genial.


Texto radicalmente experimental escrito por mi sobrina de año y medio

```````gtgbglll................            fxxxxzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz           ffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffff,..l,,,,,,,,,; h´´´´gggggggggggggggggggggggg   b b              bjjjjjjjjjwsaaww2212.100             nhhnnnnbhn  nnnnnnnnnnm.ç+´ç+´ñç+´´ñllllllllll

PD: El texto, claramente, sacrifica la significación de las palabras en busca de una disposición tipográfica audaz y arriesgada. Más que ante una deconstrucción de la lengua, que implicaría una suerte de apropiación creadora del pasado, o bien una labor indagadora acerca de sus fundamentos, estamos ante la simple y pura destrucción de las palabras. Puros significantes, huérfanos, aleatorios, sin relación entre sí. Como si la bisagra que articula significante/significado hubiera desaparecido, dejando solo signos vacíos. El método de composición no es, sin embargo, del todo azaroso. La idea de un azar dirigido se llevó a cabo de la siguiente manera: yo le señalaba una parte del teclado y ella, o bien lo aporreaba con la palma de su mano, o bien presionaba una tecla con su diminuto dedo índice, hasta que le decía que ya valía. Ante mi orden, o bien me hacía caso, o bien no. Esta obra se inscribe en el paradigma de la literatura conceptual con una osadía y una radicalidad solo al alcance de una niña que aún no sabe hablar. Solo usa con significado dos palabras: no y agua. Por tanto, la obra es un reflejo fiel de sus procesos mentales, aún en fase de experimentación con sonidos y a la espera de que estos contengan significados susceptibles de ser comunicados.

La obra podría titularse esto aún no es un texto, pero lo será con el tiempo. También, explicitando la idea subyacente en su método de composición, podría titularse significantes esparcidos sobre el espacio en blanco mediante un azar dirigido. También, de algún modo, es una parodia de algunas ideas de Gilles Deleuze, llevadas al extremo y reducidas al absurdo. Este "texto" es una máquina asignificante. Y se hace eco de la consigna deleuziana: no interpretéis jamás, experimentad. El "texto" en sí, digo, no esta posdata.

Creemos, sinceramente, que no se puede ir más lejos en la senda de la literatura conceptual. Con esta expresión nos referimos a un tipo de literatura que prima la exposición de conceptos sobre la expresión de emociones. El "texto" es absolutamente inexpresivo. No expresa emoción alguna, sino que se postula como la plasmación gráfica de una idea, heredera de Beckett: la destrucción del significado. El "texto" parece interrogarse: ¿Significar yo? Este carácter reflexivo entronca con una tradición que va de Cervantes al posmodernismo norteamericano. El significado político podría ser una denuncia del nihilismo pasivo contemporáneo, casi un grito (silencioso) en su contra.

Hemos hablado, al parecer contradictoriamente, de ausencia total de significado y de una serie de significados, epistemológicos (ausencia de significado) y políticos (denuncia de la situación contemporánea, del nihilismo pasivo). La contradicción es aparente. El "texto" en sí carece de significado. Sin embargo, precisamente por esto, reclama una segunda lengua, hemeneútica, que pueda especular con un gran número de significados posibles. No estamos, en cualquier caso, asignando significados a los significantes huérfanos del "texto" objeto de nuestra interpretación (tarea imposible), sino -lo que es muy diferente- asignando significados a la falta de significado del "texto". Tampoco sería impertinente decir que, paradójicamente, la clamorosa falta de expresividad del "texto" implica una nostalgia de la expresión, a la cual remitiría, porque su ausencia es demasiado evidente. Así, se mostrarían los límites de lo que hemos venido llamando literatura conceptual. 

viernes, 23 de diciembre de 2011

Lecturas 2011


Estas listas no valen para mucho, seguramente, pero veo que la gente las hace, así que yo también. Algunos libros que leí este año (creo). No hay criterio alguno en la elaboración de esta lista. Ni cronológico ni alfabético ni de relevancia ni de materias.


David Foster Wallace, El rey pálido; La niña del pelo raro; Entrevistas breves con hombres repulsivos.


Don DeLillo, Ruido de fondo; Libra.


Gilles Deleuze, Lógica del sentido.


Alberto Olmos, A bordo del naufragio; Trenes hacia Tokio; El talento de los demás.


Elvira Navarro, La ciudad en invierno.


Mercedes Cebrián, El malestar al alcance de todos.


Samuel Beckett, El innombrable; Cómo es.


Enrique Vila-Matas, Dublinesca.


Joyce Carol Oates, Mamá; Un jardín de placeres terrenales.


Herman Hesse, Peter Camenzind.


Diego Sánchez Meca, Nietzsche, la experiencia dionisiaca del mundo.


Alain de Botton, Las consolaciones de la Filosofía.


Vicente Aleixandre, La destrucción o el amor.


Guadalupe Granada, El libro de Lilit.


Jenaro Talens, Puntos cardinales.


Lou Andreas-Salomé, Nietzsche en sus obras.


Stephen King, Carrie.


Jesús Ferrero, Bélver Yin.


Gustavo Martín Garzo, Las historias de Marta y Fernando.


Miguel de Unamuno, Niebla; San Manuel Bueno, mártir.


Roberto Bolaño, El tercer Reich.


Soren Kierkegaard, La repetición.


Stanislaw Lem, La investigación.    


Thomas Pynchon, Vineland.


José Ángel Valente, Punto cero; Material memoria; Fragmentos de un libro futuro.


Thomas Bernhard, En las alturas.


Zadie Smith (ed.), El libro de los otros.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Me sabe mal que te desangres, pero limpialo todo antes de salir

Intento de agotar una fotografía de Marilyn Monroe

Marilyn tiene la pierna derecha cruzada sobre su pierna izquierda. El vestido le llega hasta la rodilla derecha y proyecta una sombra minúscula. Le cubre la rodilla, pero no del todo. Hay una especie de zona difusa, indefinida, en la que el vestido se detiene. La piel blanca y desnuda de su pierna se interrumpe mucho antes de llegar a los tobillos, que quedan fuera del alcance de la fotografía. En esa zona ahora para siempre imposible. Su muñeca izquierda reposa sobre su rodilla derecha y su mano pende con indiferencia y elegancia, distendida, aunque el dedo índice, contraído, desaparece en las sombras, y el pulgar, seguramente apretado contra la palma, también permanece ajeno a la luz, invisible. Dos pliegues de su vestido, causados por la posición de sus piernas, parecen dos cordilleras diminutas de cimas increíblemente lisas y regulares proyectadas desde su rodilla y que forman un valle o una pista que desembocara en el abismo (seguramente esta imagen no ha quedado muy clara). Un conjunto de pliegues más caótico se forma en la zona de su cadera. Los pliegues parten de un punto y se abren hacia el exterior en forma de abanico. El codo derecho se apoya sobre su pierna derecha. Marilyn posa ligeramente inclinada hacia adelante. La fotografía es en blanco y negro. Tiene la barbilla apoyada sobre su mano derecha. La uña del dedo índice roza sus dientes. Su boca esta entreabierta. Los dientes apretados, pero no del todo. Parece que ejerce una presión muy débil, pero no se sabe bien el grado de intensidad con que aprieta los dientes. La expresión de su rostro, tomada en conjunto, es compleja y equidistante respecto a un montón de expresiones posibles que no definen bien la singularidad de la expresión de Marilyn. No sonríe, pero tampoco está seria. No está tensa, pero tampoco francamente relajada. No está alegre, pero tampoco triste. Su mirada se dirige hacia su derecha, hacia algo que está fuera de la fotografía y que nosotros no podemos ver. No te mira directamente. Te esquiva. Huye. Nadie podrá atraparla nunca. Tampoco está exactamente melancólica. Hay un brillo en sus ojos cuyo significado es indescifrable. Como si se hiciera evidente, solo durante un momento, un fulgor trágico. La madre loca, su destino inminente, todo confluye alrededor de su figura, flota circularmente sobre su rostro. El tiempo por detrás, el tiempo por delante. Y, en medio, ella. Ahí, en ese momento preciso. Entre los dedos índice y corazón de su mano derecha sostiene un bolígrafo. Marilyn mira hacia algo con curiosidad e indiferencia y tristeza y alegría. Todo a la vez. El fondo de la fotografía es completamente negro y Marilyn resalta con su quietud trémula, perfectamente consciente de su poder de fascinar y atrapar la mirada. Lleva un vestido en forma de pico y sin mangas. El tiempo no transcurre en las fotografías. Es algo evidente, pero misterioso. En esta fotografía, Marilyn no puede morir. Es un momento arrancado al tiempo, desgajado de su corriente demoledora. Un instante irreal. Un presente imposible. Aquí solo hay un juego de luces y sombras, no carne mortal. Sin embargo, la expresividad emerge de su rostro con una intensidad vibrante. Una vibración inmóvil. Un fulgor. El tiempo está detenido, porque no hay movimiento. Su brazo derecho forma una uve que trasciende la dura geometría rectilínea ideal para alcanzar curvaturas sinuosas llenas de matices sugerentes. Es su antebrazo el que proyecta la sombra que queda en el interior de esta uve. El pelo corto y ondulado recibe la luz como un girasol frente al crepúsculo. No parece haber nadie junto a ella. Ni siquiera el fotógrafo. Solo ella, con las piernas cruzadas, con un bolígrafo en la mano, con la mirada ausente. Solo las luces y las sombras y un lugar inexistente.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Cosmic Scale

The man thinks in cosmic scale. We know this.
Don DeLillo


El arbol de la vida, Terrence Malick

martes, 20 de diciembre de 2011

Al final

Los sueños son frágiles y se rompen y al final, siempre, irremediablemente, uno esta solo y es mortal y caminar a la intemperie no es algo al alcance de los cobardes.

sábado, 17 de diciembre de 2011

El árbol de la vida




Me ha parecido absolutamente fascinante, pese a que me habían dicho que era absolutamente aburrida.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Por cierto

Miedo a la muerte estilo imperio, de Astrud, es una especie de parodia de la Lógica del sentido, de Deleuze. A mi me gusta tanto la canción como el libro... quizá no he entendido el libro, o la canción. En cualquier caso, en calidad de deleuziano trasnochado, soluciono el problema diciendo que la aparente disyunción exclusiva es, en realidad, inclusiva. Digo solucionar por decir algo, claro.

Astrud - Lo popular

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Ego solus ipse

Esa multitud delirante, mírala ahí agazapada... grrr... no la soporto más, ahora mismo -óyeme bien, ahora mismo, digo- me voy de aquí y ahí se quedan ellos, panda de mamelucos, cuadrilla infecta de... bueno, no se me ocurre ahora nada más que decir. ¿Por dónde iba? Sí, eso es, sí, te decía que me voy a ir a la de ya de aquí por culpa de esa multitud delirante... el público, sí, claro, cierto, mierda, no están... esa multitud ya no solo delira, ahora se ausenta, esto ya sí que no, no me lo esperaba, o sí, bueno, no había pensado, yo suponía... bien, bien, hay esperanza, pero no para nosotros. Esto lo dijo Kafka, ¿sabe? Es como un chiste, como un chiste amargo quizá. Un humor extraño. Un tipo extraño. Este es un mundo extraño. Eso lo decían en Blue Velvet, creo.. sí, creo que sí, en fin, lo del mundo extraño que es este digo... sí, a ver, veamos -óyeme bien otra vez, esta vez voy a hablar seriamente, tal como debe ser- ese público barra multitud delirante ausente es una cosa curiosa, ¿no cree usted? Por cierto, podía darme un nombre, no sé, Jaime, Juan, Javier, Jairo, uno que empiece por jota, por ejemplo. Eso ayudaría, quizá. Un paisaje también, aunque fuera un páramo desolado, un terreno yerto, un desierto. Un camino estaría bien. Así haría algo, no sé: caminar. Evidentemente. Una compañera, ay, una compañera. Se comporta usted de un modo cruel. Estamos solos los dos y usted no habla. Es como si estuviera yo solo. Ego solus ipse, en latín. Evidentemente, si solo estoy yo, el mundo no existe. ¿Quién ha pensado eso? Lo único que puedo hacer yo solo aquí en este sitio que ni siquiera es un sitio, ni siquiera un desolador páramo, es aburrirme. Note el énfasis reflexivo. Yo mi me conmigo igual a nada. Pero bah, da igual. Indiferencia, eso es lo que consigue usted: nada, indiferencia. Así que ni como ni camino ni nada, solo reflexiono. Es culpa tuya, te lo digo. Para que lo sepas. Y ya. Sobre las ruinas de todo solo queda la pureza gélida de esta autodesignación desoladora. Echo de menos al la multitud delirante. Me gustaría insultarles. Pandilla de incordiosos. Echo de menos que me incordien. Si lo hicieran, yo sería menos abstracto. Así ni siquiera alcanzo el estatus de simulacro. Me faltan circunstancias ¿me oyes, capullo engreído?, ¿sabes lo que son las circunstancias? También me falta un escenario, ¿entiendes? Un escenario en que se desarrolle la acción. Si me escucharas. Si atendieras a razones. Ni siquiera tengo características físicas. ¿Soy alto o bajo, gordo o flaco? Por ejemplo. ¿Tengo alguna meta, algún objetivo, algún propósito? No parece. ¿Es de día, es de noche? Y si el público se ha ido, ¿me tendré que quedar aquí para siempre? Al principio me iba a ir por culpa del incordio que la multitud delirante suponía. Pero ellos se adelantaron y se ausentaron primero, y ahora tengo que estar presente por culpa de su ausencia. Evidentemente. Esta es la conclusión. Y me aburro. ¿Y qué sentido tiene que haga algo si no hay ya público barra multitud delirante ausente? Así que no hago nada. Necesariamente. Esa es la conclusión. Y como no hago nada me aburro. Eso cierra el círculo.

martes, 13 de diciembre de 2011

La palidez no es deseable

Caballeros, bienvenidos al mundo de la realidad: aquí no hay público. No hay nadie para aplaudirlos ni para admirarlos. No hay nadie para verlos. ¿Entienden? Esta es la verdad: el heroísmo verdadero no recibe ninguna ovación y no entretiene a nadie. Nadie hace cola para verlo. A nadie le interesa.
David Foster Wallace, El rey pálido

La Constante

En un mundo asediado por las fuerzas invisibles del caos y amenazado por la inminente destrucción de todo cuanto hasta ahora hemos considerado digno de ser conservado, un valeroso y abnegado caballero medio calvo, pero con con una larga coleta de pelo completamente blanco, que siempre ocupa el mismo asiento del autobús nocturno todos los viernes y los sábados desde hace años sin que su aspecto haya variado lo más mínimo, es el encargado de mantener el orden cósmico y ontológico de nuestra frágil y amenazada realidad. Nadie sabe en qué consiste exactamente su heroica misión, ni cómo logra llevarla a cabo, ni si es un viajero interdimensional enviado por organismos de esferas tan altas que resultan literalmente inimaginables, tal como solo unos pocos elegidos sospechan. Él es el Silencioso Guardián del Universo, él es el Impertérrito Vigilante Supremo, él es el Observador Que Determina lo Observado, él es... ¡La Constante!

Continuará...

lunes, 12 de diciembre de 2011

domingo, 11 de diciembre de 2011

Un poema (o algo así)

El aire es gélido frente al crepúsculo. Nubarrones inciertos en un horizonte huidizo. Tus labios de metal ardiendo en la oscuridad. Rosas muertas en el tejado. Y yo me abrazo a la caída y me despido, carreteras perdidas me llevan hacia el mar.

Y allí, cuando te vi, en el mar, silueta inasible, te perdí, sí,
por última vez.

Aún lo recuerdo.

Aromas de sirenas muertas inundaban la escena
como suspiros desmayados
y si reí o lloré no lo sé.

martes, 6 de diciembre de 2011

The Big Crunch Theory

Amy Farrah Fowler y Bernadette llegaron y arruinaron la que podría haber sido la mejor telecomedia de la historia. Fue un momento fatídico. Un punto de inflexión que provocó un bandazo irremediable en el transcurrir de la serie, que pasó a una velocidad inusitada de ser genial a ser irritante. Ni siquiera Penny puede salvar esos atroces e insufribles momentos en que aparecen Bernadette y Amy, esos momentos agónicos e insoportables en que uno preferiría estar clavándose agujas en los ojos que estar viendo The Big Bang Theory y grita estremecido de horror y clama al dios de los guionistas con los brazos extendidos hacia el cielo en actitud suplicante para que Bernadette y Amy mueran de forma violenta en un accidente y se certifique por escrito ante un notario que los personajes no volverán a parecer nunca jamás en la serie, bajo ningún concepto.

Pero el dios de los guionistas no te escucha así que, con gran pesar, tienes que dejar de ver la serie.

lunes, 5 de diciembre de 2011

sábado, 3 de diciembre de 2011

Entrevistas breves con hombres que al final siempre terminan hablando de metafísica

-¿Acaso es mucho pedir que cuando alguien entre en mi habitación para decirme cualquier cosa o para lo que sea al salir deje la puerta exactamente en la misma posición en la que estaba, ni más cerrada ni más abierta? ¿Eh? ¿Sí? ¿No? Lo más normal es que la dejen más abierta, obligándome a tener que levantarme para cerrarla un poco más y dejarla como estaba. Es agotador y repetitivo. Aunque terriblemente insignificante. Eso está claro y yo soy consciente de ello. No me quejo, solo pregunto si acaso sería mucho pedir. Quiero decir, no me parece una exigencia inviable ni creo que tenga nada que ver con ese tipo de exigencias pueriles y caprichosas de los niños mimados cuya ansia de satisfacer inmediatamente sus deseos les dota de cierto carácter dictatorial o tiránico. Más bien tiene que ver con la regularidad y el orden y con no aumentar innecesariamente el buen número de fenómenos aleatorios y caóticos que ya de por sí contiene el universo, como los sistemas estocásticos, por ejemplo. Tiene que ver con el deseo moderado de cierta invarianza ambiental que contribuya al equilibrio y a la estabilidad. Quiero decir, no se trata de un anhelo feroz, no me va la vida en ello, claro que no, pero, en fin, ¿sería o no deseable? Entran en tu habitación, luego se van, la puerta queda significativamente más abierta, y entonces te tienes que levantar de tu asiento para volver a ponerla como estaba. Los detalles nimio no son verdaderamente importantes tomados de forma aislada, pero vistos en conjunto conforman una vida. Hay que prestarles atención. No se trata de que la metafísica sea general y abstracta y se ocupe de las grandes categorías del pensamiento desatendiendo los aspectos concretos de la realidad. Esto solo lo piensan los idiotas. Es la distinción misma entre categorías generales y cosas particulares la que es metafísica. Quiero decir, preste atención: la distinción en sí. No veo de qué modo podríamos librarnos de ella. Piénselo bien. Imagine, por ejemplo, que yo niego que existan cosas generales como el mundo, dios, etc., que digo que eso son categorías abstractas que no existen en la realidad, y que solo hay cosas particulares y que, por tanto, la metafísica es una patraña. Bien, en ese caso, usted, forzosamente, tendrá que señalarme que he usado ya esa metafísica que había creído abolir, he usado la categoría de existencia, que es bien general, por ejemplo. He usado la metafísica para negarla. Obviamente, esta paradoja es difícilmente salvable, así que yo tendría que reflexionar un poco más, y acabaría diciendo que quizá lo que pasa es que existen muchas metafísicas distintas. Igual que existen muchas lógicas distintas. Lógica de predicados y lógica difusa, por ejemplo. Cualquier afirmación que se refiera a la realidad como un todo es inevitablemente metafísica, si voy y digo que la realidad es materia, o que consiste en materia, o que no hay nada más que materia, antes de saber si es falso o no lo que digo, ya me estoy moviendo dentro de un determinado paradigma metafísico. Así, digamos que la metafísica parece no tener que ver tanto con afirmaciones verdaderas o falsas, sino con marcos previos o con algo parecido a marcos previos, por ejemplo, categorías del pensamiento. Todo esto se puede volver muy complejo. No sé por qué hemos empezado a hablar sobre metafísica. Quizá también se use el término metafísica significando otras cosas. Por ejemplo, un significado excesivo y nebuloso que uno no puede o no quiere concretar. Cuando alguien dice: no es solo una cuestión política, es una cuestión metafísica, lo que pretende es ampliar el campo de significación de esa cosa, y ese campo es tan amplio que sus límites no están claros y entonces dice que es una cuestión metafísica. Es una cuestión que alberga en sí una tensión entre lo que sabemos y lo que no. Lo que no podemos saber. O quizá no se trata de saber. Es una especie de límite, de línea divisoria. Esta línea articula el más allá y el más acá. Más allá y más acá de la línea, pero, preste atención a esto, porque es jodidamente importante, sin darle un contenido positivo a lo que trasciende el límite. ¿Por qué no? Porque entonces ya no estaríamos en la metafísica sino, directamente, en la religión. Si le damos un contenido positivo a lo trascendente no estamos siendo intelectualmente honestos. Estamos haciendo trampa. Estamos tomando un atajo. Estamos optando por lo fácil. Lo que quiero decir, es que sí, por supuesto, prestemos atención a los detalles, pero no caigamos  en el error de pensar que así nos libramos de las ilusiones metafísicas. Usted, por ejemplo, cree salir de una ilusión metafísica, digamos del alma. Ya no cree en el alma. Ha leído un montón de libros de divulgación más bien simplistas que le hacen creer que entiende la hostia de neurociencia y se ríe por lo bajo de las discusiones filosóficas que para usted carecen totalmente de sentido tras haber sido iluminado por charlatanes que perpetran libritos comerciales tontorrones que agasajan su inteligencia y dicen supuestamente las cosas claras y eluden los problemas metafísicos e incluso los problemas semánticos, así que usted ha recibido como una epifanía una cosmovisión cientifista aproblemática y dice que la palabra alma carece de sentido porque se trata en realidad de una vieja ilusión metafísica. Creáme o no, usted lo que ha hecho es entrar en otra ilusión, también de carácter metafísico. Eso por no hablar del anacronismo que supone interpretar la palabra alma de un texto de hace más de dos mil años como si significara lo mismo que ahora. Ha creído sin saber que lo estaba creyendo que los significados no varían. Esa es su creencia metafísica implícita. Pues bien, si alma significaba en uno de esos textos antiguos, pero esto es solo un ejemplo, llevar en sí el principio del movimiento, está claro que decir que las plantas tienen alma no es una frase absurda, puesto que significa que las plantas crecen, que no son piedras. Si en ese texto del ejemplo alma no significaba ninguna clase de sustancia extraña fantasmagórica que reside en la interioridad de las personas y que ha sido puesta ahí por otra sustancia aún, si cabe, más extraña, que usted niegue que el alma sea ese ente fantasmagórico es lo que carece de sentido. Piénselo, estaría negando algo que el texto no dice. Aquí el problema es simplemente que usted está leyendo mal. Pero sigamos con la metafísica. No existe el alma, de acuerdo, lo que hay son reacciones químicas en su cerebro. Queda por explicar, aún admitiendo que el alma no exista y sea una mera ilusión, por qué se produce esa ilusión. Supongamos que yo estoy de acuerdo en que el alma no existe. La cuestión es: ¿qué quiero decir yo cuando uso la palabra alma? Quizá sé perfectamente que no puede ser un punto extenso, que es imposible que sea una cosa entre las cosas, que para nada forma parte de la res extensa. ¿A qué necesidad, sin embargo, respondía el surgimiento de la palabra? Quizá respondía a una necesidad bien real de referirse a las vivencias de las personas, por ejemplo. ¿Es lo mismo el hecho de experimentar emociones que la explicación neuroquímica de las emociones? Me refiero, no a que haya dos planos de realidad, el normal, digamos, y otro super secreto e inaccesible que fuera el lugar propio del alma, sino a dos niveles de significación que convivan en el mismo plano de realidad. Yo soy un monista convencido, aunque pudiera estar equivocado, pero, de nuevo, insisto en que el error o el acierto respecto a nuestros juicios sobre la realidad están enmarcados en una visión metafísica previa sobre la realidad que normalmente permanece implícita y de la cual no somos conscientes y quizá la tarea necesaria e imposible de la metafísica no sea otra que la del ojo que intenta verse a sí mismo cuando nada en el campo de visión permite inferir la presencia de un ojo. El sujeto no pertenece al mundo, es el límite del mundo. El límite somos nosotros. Piense en eso. Lo del ojo tiene que ver con Wittgenstein y con Kant, lo digo para que no parezca que me apropio de ideas y las hago pasar por mías. Usted no puede decirme que mi experiencia emocional es una ilusión y que en realidad las emociones son reacciones químicas en mi cerebro. No estoy seguro, sin embargo, de cuál es el error de este reduccionismo tan grato a cierta mentalidades científicas. No a todas, ojo. Yo puedo afirmar, a la vez, que mis emociones son reacciones químicas en mi cerebro y que no son una ilusión. O que en tanto que ilusiones son reales. Piense en el dolor, en lo absurdo que resultaría decir que el dolor no existe, que es una ilusión, lo que existe son impulsos nerviosos y cosas mensurables. Podríamos hablar de ilusiones reales, en este caso. No sé si me estoy explicando o no. Quiero decir que fenómenos como el dolor o la conciencia tienen una ontología de primera persona. Por supuesto, sin la base material que la hace posible, la conciencia no existiría, pero, por definición, la conciencia se experimenta en primera persona y no es lo mismo responder a cómo es posible la conciencia que el hecho mismo de ser consciente. No estoy diciendo, repito, que haya dos realidades, no estoy diciendo que haya dos cosas, la materia y la conciencia, sino una única cosa vista desde dos puntos de vista y, atención porque esto sí que es jodidamente importante, el punto de vista cambia el significado de la cosa sin ser simplemente un subjetivismo que habría que deshechar o superar sino que, de algún modo, pertenece a la cosa misma. Sé que esto resulta vago y confuso, yo también estoy confuso. Quiero decir, no existe la verdadera realidad de una cosa independientemente de sus apreciaciones, percepciones, intuiciones, intelecciones, etc. La cosa en sí. ¿Acaso no es metafísica de la mala, de la que ni sabe que lo es, esa idea según la cual la ciencia nos ofrece el único camino de acceso a la realidad tal cual es, sin velos ni disfraces? En mi opinión, la realidad tal cual es todo el complejo de las distintas formas de acceder a ella sin que sea posible establecer una jerarquía que privilegie una de ellas por encima del resto. Pero hay que ser muy consciente de que conviven porque se mueven en distintos planos de significación. Aunque no estoy muy seguro. Estoy cansado de hablar con usted. Por cierto, nuestros estados de ánimo condicionan nuestro pensamiento y, ahí va una tesis que tampoco es mía, no podemos eliminar sin más la supuesta distorsión de la verdad que supuestamente acarrea el hecho de que tiñamos nuestro acceso a la realidad con determinados estados de ánimo, porque siempre estamos en algún estado de ánimo y en algún grado de intensidad dentro de ese mismo estado de ánimo. Así que no hay lugar neutral. Al menos para nosotros los mortales.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Nacho Vegas - Stanislavsky

Algo supuestamente aburrido que sí volveré a hacer

Dos japoneses se sientan detrás de mí en el autobús y hablan a gritos y uno de ellos es el ser humano que más ruido produce mascando chicle en todo el mundo. No lo he comprobado empíricamente, pero creo que es cierto. Comprobarlo empíricamente sería imposible. También sería la cosa más desagradable y estúpida que podría hacerse. Aunque fuera posible, no sería deseable. Que algo sea deseable es una condición de realizabilidad de ese algo, creo yo. Hojeo el periódico. No logro concentrarme. Primas de riesgo, futuro incierto para el euro. ¿Sería mejor que el euro estuviera más débil? La utopía neoliberal exige una fe ciega en la política de recortes. Deuda pública, deuda privada, Banco Central, Merkel, Sarkozy. Algo pasa en Egipto, creo. Tengo demasiado sueño como para concentrarme y los dos japoneses continúan hablando altísimo, aunque no parece que estén discutiendo, y uno de ellos sigue mascando chicle de forma increíblemente desagradable. Me dan ganas de darme la vuelta y preguntarles si es que acaso consideran que alguien que ha dormido menos de cinco horas y trata de entender algo sobre posibles recesiones futuras y mercados de deuda sin haber estudiado economía se merece tener que soportar esos gritos incomprensibles que resultan del todo inapropiados considerando que son las nueve de la mañana y que recapaciten unos segundos, que se tomen unos segundos para meditar sobre reglas éticas mínimas de convivencia armoniosa en lugares públicos y sobre su conducta y que a continuación, después de recapacitar, por favor, se callen de una puta vez. Que Europa, además, se va a hundir en la miseria y que vamos a tener todos que nadar buscando la maldita balsa de la Medusa como tabla de salvación. A la desesperada. Obviamente, no digo nada. Además, siendo sinceros, todo esto se me acaba de ocurrir ahora mismo, mientras escribo, y no en el momento en que los dos japoneses me estaban molestando (el hecho de que fueran japoneses no tiene nada que ver, desde luego, pero es que lo eran). En ese momento solo pensé esto: joder, ¿no se van a callar nunca? Así que decido dejar el periódico a medio leer en esa especie de red que tienen los asientos de autobús en la parte posterior y me pongo los cascos para escuchar música y así evito oír el increíblemente desagradable ruido que produce uno de los japoneses al mascar chicle. Masca con una fuerza exagerada, en mi opinión. Creo que hace muchos años que no mastico un chicle. Nunca me gustaron. Los chicles, digo. Que no se permita fumar en el autobús y se permita mascar chicle de esa forma es algo que clama al cielo. En mi opinión, claro. Los médicos tendrán la suya, que quizá no coincida con la mía. También opino que las cabezas de los individuos que hablan por teléfono en las bibliotecas deben ser puestas en una pica, en la plaza pública, para que todo el mundo lo vea, como castigo ejemplarizante. No hay virtud sin terror, decía Robespierre, creo. Seguro que, además, estaba mascando el chicle abriendo mucho la boca, algo que, por suerte, no pude comprobar, a no ser que me hubiese levantado de mi asiento y me hubiese girado para mirar hacia atrás, algo que no quise hacer, pero se deduce claramente del volumen desorbitado que producía el incesante e irritante mascado de uno de mis compañeros de autobús (prácticamente estábamos solos en el autobus los dos escandalosos japoneses y yo; creo que había dos o tres personas más en asientos situados en la parte delantera; nosotros estábamos hacia el medio; yo en el asiento numero 25, ventanilla) que estaba abriendo mucho la boca. Mascar chicle en lugares públicos no es muestra de buenos modales, señala una tal Lucinda Holdforth (lo acabo de saber gracias a Google). Aunque también dicen, en la misma página, de aspecto muy poco fiable, por cierto, que mascar chicle reduce el estrés y previene las caries. Sí, ya. Hay que ser escépticos respecto a según qué tipo de información suministran las páginas de Internet. Esto es una jaula de grillos, según la expresión de un filósofo que es bastante reaccionario. Pero a mí la expresión me gusta. Me quedan diez horas de viaje (ahora ya no, ahora estoy en mi casa escribiendo esto; pensé en tomar algunas notas durante el viaje, pero no encontré ningún bolígrafo ni lápiz en mi mochila, aunque en teoría debería de haber al menos dos bolígrafos bic y un lápiz Staedtler Noris 120 2 HB, pero en teoría funciona incluso el comunismo, así que no escribí nada durante el viaje), de Barcelona a León, pasando por Zaragoza, Logroño (lugar originario de la bruja Antonia de True Blood, serie muy sobrevalorada, por cierto) y Burgos. En Logroño tomé un café cortado y fumé un cigarro. En Burgos una coca-cola y dos cigarros. En Burgos hacía cinco grados centígrados de temperatura. Un tipo me pidió un cigarro y dije que lo sentía, pero que no me quedaban, lo que era mentira. Me lo pidió con una falsa amabilidad que me predispuso a negárselo. Oye, por favor, y perdona, de verdad perdona que te moleste, ¿me podrías contestar a una pregunta?, ¿me puedes dar un cigarro? A lo que contesté con sequedad y brusquedad: No, lo siento, no me quedan. Mi tono de voz quería transmitir que, en realidad, sí tenía, pero que toda esa retórica falsa y afectada me había parecido una tomadura de pelo y que, por eso, ahora te quedas sin cigarro, idiota. Estoy realmente harto de que me aborden desconocidos pidiéndome un cigarro. He desarrollado una intuición infalible para saber cuándo un tipo viene a pedirme un cigarro. Lo sé antes de que me lo pidan. No fallo nunca. Mi determinación de practicar una política de tolerancia cero con los gorrones tiene, sin embargo, excepciones. No existen reglas sin excepciones a dichas reglas. Además, las reglas tiene metareglas implícitas, pero ese es otro tema. Cuando detecto amabilidad no impostada y una sincera necesidad de un cigarro suelo ceder. Los dos japoneses se bajaron en Zaragoza. Cinco minutos de parada. En la estación de autobuses de Zaragoza no se puede fumar. En el autobús quedamos solamente dos personas. Luego, transcurridos, en realidad, más de cinco minutos, se suben otras dos personas. Al menos desde Lleida, durante todo el recorrido, una niebla espesa inunda el paisaje. A mí me encanta la niebla. Adoro la niebla. Llevo horas escuchando a Nacho Vegas y mirando el paisaje inundado por la niebla. Ignoro las películas que ponen en el autobús. Siempre son malísimas. Siempre. Es una regla que tienen los autobuses: poner siempre películas que no verías bajo ninguna otra circunstancia. Esta es, curiosamente, una regla sin excepciones. Es la excepción a la regla según la cual todas las reglas tienen excepciones. La niebla es movida por el viento a una velocidad vertiginosa. Se puede mirar el sol porque gracias a la niebla no te ciega  los ojos. Un disco perfectamente redondo. Una lámpara. Tardé un rato en descubrir que era el sol. Había pensado que se trataba de la Luna. Estaba medio dormido. Se ven hileras de árboles cercanos; más allá, solo la niebla. No me gusta leer en los autobuses, solo mirar y escuchar música. Si me pongo a leer un libro, creo que me marearía un poco. El periódico solo puedo hojearlo por encima, y eso durante los primeros minutos del viaje. Luego, nada de lectura. Sonidos e imágenes. La verdad es que no me quería ir. Antes de llegar a Burgos, se me acaban la pila del mp3 y, por alguna razón, las pilas recargables que, en un alarde de previsión, había recargado (creía yo), en realidad no se habían recargado, así que me quedo sin música. Entre Burgos y León escucho en la radio que viene incorporada en la parte posterior de los asientos del autobús un programa de la Ser en el que entrevistan a Josep Borrel y hay dos catedráticos de economía que también participan. Borrell (no sé si se escribe así) hace una analogía muy gráfica sobre lo que supondría la salida del euro: sería tan difícil como volver a meter la pasta de dientes en su envase. Se comenta la estupidez estratosférica que ha supuesto la inversión a todas luces descabellada en aeropuertos como el de Castellón. Asiento enérgicamente. O como el de León, por supuesto, aunque no lo mencionan. Se me pasa por la cabeza la idea de declararle la guerra a Alemania como no dejen de ser unos capullos. O se va Merkel o aquí se va a armar la de dios es Cristo. Esa sería mi declaración formal de guerra. No desarrollo mucho esta idea, estoy cansado y no parece una idea ni muy cuerda ni muy viable. He ido alternando estados de duermevela y estados de intensa concentración en el paisaje a lo largo de las diez horas de viaje. En al menos dos canciones Nacho Vegas aparece la figura de un rey. En una, un rey que no reinaba, pero seguía siendo un rey. Llevo El rey pálido, de David Foster Wallace, en la mochila. Me gustan los molinos de viento modernos que salpìcan el paisaje. Emergían de entre la niebla como reyes melancólicos, sus aspas giraban con lentitud, majestuosas. Aerogeneradores silenciosos, impertérritos, fantasmales.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Parece, pero no: es

Espacio: en el metro de Barcelona. Tiempo: hoy.

-Mira, ese se parece muchísimo al cantante de Astrud.
-Joder, es verdad, sí que se parece.
-Mira, y lleva las mismas botas que el cantante de Astrud en el concierto.
-Joder, no es que se que se parezca, es que es.

Moraleja filosófica: la apariencias engañan de un modo retorcidamente paradójico: engañan por ser realmente lo que aparentan, o mejor dicho (quizá), por ser realmente lo que son, o mejor aún, su ser no reside en ningún trasfondo misteriosamente extraño e inaccesible sino en sí mismas, o mucho mejor aún, actúa como un estúpido y habla como un estúpido, pero no se dejen engañar por las apariencias, él es realmente un estúpido, chiste de Groucho Marx que nos sirve para explicar brevemente todo un lío filosófico que, francamente, no me encuentro con fuerzas de abordar con el mínimo de rigor exigible en estos casos, chiste que en el caso del cantante de Astrud precisaría cambiar el adjetivo en el sentido inverso, él escribe como si fuera inteligente y canta como si fuera inteligente, pero no se dejen engañar por las apariencias, él es realmente inteligente. Nada depende de ninguna decisión.



PD: Estábamos como a medio metro de Manolo pero, en parte debido a que somos gente educada (bien, se sobreentiende) y en parte a nuestra naturaleza singular no excesivamente proclive a abordar a tipos que nosotros conocemos pero ellos a nosotros no nos conocen de nada (lo que equivale a la primera parte, en realidad) no le dijimos nada (para no interrumpirle la lectura, lo que de nuevo es atribuible a nuestra educación) y luego nos fuimos a tomar cervezas.

jueves, 17 de noviembre de 2011

The King

Mañana es, sin lugar a dudas, el día más importante del mes de noviembre: se pone a la venta El Rey pálido, la novela póstuma de David Foster Wallace.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Bloqueo

Llevo una cantidad de tiempo indecente pensando en qué escribir y no se me ocurre nada. Incluso este post me ha llevado muchísimo tiempo, varios cigarros y he tenido que corregirlo cinco veces*. Y lo he leído como veinte veces, por si necesitara aún más correcciones**. Total, para esto***.

*Versiones eliminadas de la primera frase:

No se me ocurre qué escribir, la verdad, y llevo una cantidad indecente de tiempo pensándolo.

No se me ocurre qué escribir, la verdad. Llevo una cantidad de tiempo indecente pensando en qué escribir.

No se me ocurre sobre qué escribir. Llevo muchísimo tiempo aquí parado pensando en ello.

Qué escribir. No se me ocurre nada. Llevo una cantidad de tiempo indecente corrigiendo estupideces.

**Versión eliminada de la segunda frase:

Incluso este post me ha llevado muchísimo tiempo y he tenido que corregirlo cinco veces.

***Versión eliminada de la última frase:

Total, para nada.

martes, 8 de noviembre de 2011

Astrud





Clases magistrales de Filosofía del lenguaje. El letrista más inteligente del pop español. De lejos.

lunes, 31 de octubre de 2011

Animalitos paradójicos

Sufría lo que el mismo calificaba como un estado de hiperactividad pasiva o pasividad hiperactiva que le abocaba a no hacer nada a la vez que no paraba de hacer algo. En un momento de delirio exclamó: en mí coinciden los opuestos, exactamente lo mismo que le pasa a Dios. Un tipo imperturbable y perturbado*.

* Esta entrada no funciona, debería haber más paradojas y deberían estar mejor desarrolladas. Es una microficción estéticamente abortada que, sencillamente, no funciona. Como esto es un blog, no tiene mucha importancia, desde luego. Dejo constancia de que esta entrada no me gusta, no como truco retórico y manipulador que evidenciaría una supuesta honestidad para captar la benevolencia del lector. Es mucho más sencillo: no me gusta. Debería borrarla, de hecho, pero como ya lleva ahí colgada desde ayer, pues como que me da no sé qué eliminarla, así que añado esta aclaración quizá innecesaria que tampoco está quedando demasiado bien y de alguna manera es deudora de DFW. Fin del comunicado.

Citas sin ton ni son

Existir es insistir y resistir, dijo Schlegel. Lo que más me gusta de esta frase es que está llena de verbos. Es rotunda. Implacable. Los verbos son muy orgullosos, dijo Humpty Dumpty, el Señor de las Palabras, según Deleuze. La clave del enunciado no es el sujeto ni el predicado, sino el verbo, dijo Foucault. Los verbos en infinitivo expresan el acontecimiento, dijo Deleuze. Existir, insistir, resistir; todo verbos en infinitivo en la frase de Schlegel.

Una voluntad que no se determina no es real, dijo Hegel. Schopenhauer dijo que Hegel era un charlatán. Hegel fue el gran enemigo intelectual de Deleuze, sin duda. Pero Hegel tiene razón, una voluntad que no se determina no es real. Tuvo que venir Nietzsche, sin embargo, a descargar el peso de la negatividad hegeliana. Zaratustra, el alegre mensajero, pregunta si la voluntad se ha convertido en una fuente de gozo para sí misma, si ha abandonado el resentimiento y todo rechinar de dientes. Hegel, no obstante ser el el enemigo, dijo algunas cosas poéticas bastante tremendas y que molan mucho. Sobre la subjetividad, dijo que era la noche del mundo. Pura poesía. Sobre el espíritu, dolor infinito. Sobre el espíritu también dijo que era un hueso. Ni idea de qué significa esto último. Según Zizek significa, probablemente, que Hegel era un materialista ateo. Cuando los filósofos se ponen a hacer poesía la hacen mejor que nadie, porque la hacen sin darse cuenta, se encuentran con ella de chiripa. Descartes tenía también alguna frase muy poética, que ahora no recuerdo. El espíritu se define en la Enciclopedia de Hegel como la negación y verdad de la naturaleza. Las leyes, por ejemplo, pertenecerían al dominio del espíritu objetivo. La enciclopedia de Hegel no es nada poética.

Lacan, sobre el que ignoro prácticamente todo, dijo que el yo era el lugar de lo imaginario. Yo es otro, según la archiconocida frase de Rimbaud. El yo no pertenece al mundo, es el límite del mundo, dijo Wittgenstein. También dijo: el ojo no puede verse a sí mismo. Sobre esto escribió David Foster Wallace de forma un poco macabra, un tipo que se arranca un ojo, creo recordar (nota mental: buscar qué cuento era). David Foster Wallace dijo que David Markson era un genio. David Markson escribió La amante de Wittgenstein. De David Markson solo he leído unos cuantos fragmentos que he encontrado por internet, nada más. Este post le imita, aunque no estoy seguro. ¿Thomas Berhard no escribió un libro titulado el sobrino de Wittgenstein? No he leído ni el libro de Markson ni el de Bernhard (nota mental: buscarlos en la biblioteca, aunque lo más seguro es que no tengan ninguno, o tengan solo el de Bernhard; pedir a la biblioteca pública que compren libros de Markson). Wittgenstein era kantiano. En lugar del sujeto trascendental puso el lenguaje. A esto se le llama el giro lingüístico. Los límites del lenguaje son los límites de mi mundo, dijo. David Foster Wallace dijo que Wittgenstein, en las Investigaciones Filosóficas, eliminaba el solipsismo, pero no el horror. Elimina el solipsismo porque demuetra la imposibilidad de que existan lenguajes privados. El significado es el uso. El uso es social. Este no es exactamente el argumento en contra de la existencia de lenguajes privados, pero, de todas formas, es obvio que Wittgenstein tiene razón y que no pueden existir lenguajes privados, así que no hace falta entrar en más detalles (además, un compañero de facultad se quedó con mi libro de Filosofía del lenguaje y no puedo consultarlo ahora, un libro donde venían todos los argumentos de Wittgenstein, Quine, Frege, etc, un libro súper caro y que echo de menos, por cierto). David Foster Wallace se ahorcó en 2008. En mi ejemplar de Extinción pone: en la actualidad compagina su trabajo de escritor con la clase de escritura creativa en la Universidad Estatal de Illinois. Triste. Esa actualidad era de 2004. Philip Kerr escribió un libro sobre un asesino en serie inspirado en la figura de Wittgenstein. No recuerdo su título. Lo tengo en algún sitio. No era muy bueno, que yo recuerde.

Escribir es participar de la afirmación de la soledad donde amenaza la fascinación, dijo Blanchot.

domingo, 30 de octubre de 2011

Escribir

Escribir es la única profesión en la que nadie te considera ridículo si no ganas dinero
Jules Renard

miércoles, 26 de octubre de 2011

La prodigiosa velocidad de los procesos mentales

El propio Nietzsche emplea algunas veces la sustancia [hachís], y queda convencido de que permite acercarse a "la prodigiosa velocidad de los procesos mentales". Pero ningún texto tendrá la solidez de los siete volúmenes de la Indian Hemp Drugs Commission, publicados por el gobierno inglés en 1894. Su informe termina así: 
Considerando el tema de forma general, cabe añadir que en la India el uso moderado de hachís y marihuana es la regla, y que el uso excesivo resulta excepcional. El uso moderado no produce prácticamente ningún efecto nocivo, y el trastorno que produce un uso excesivo se limita casi exclusivamente al mismo consumidor; el efecto sobre la sociedad es raras veces apreciable.
Antonio Escohotado, Historia elemental de las drogas. 

Madame Psicosis y la comedia, Deleuze y Beckett

Madame Psicosis continuó leyendo libro deprimente tras libro deprimente, hasta llegar a un punto de inflexión en el que la tragedia se transformó, repentinamente, en comedia. Morir como un perro, sin saber de qué ha sido uno acusado, eso solo puede ser una broma, cósmica u ontológica, pero broma al fin y al cabo, infinita. Igual que el Castillo al que no puede llegarse. Todo Kafka, humor judío, sentenció. Woody Allen no hubiera podido parodiar a Kafka si éste no incluyera ya, bien que fuera de forma subrepticia, el germen de su propia parodia. ¿Qué puede ser la fábula del guardián de la ley sino un chiste? Y Beckett, humor teológico: lo todoimpotente, lo todoignorante. Desde luego, Beckett hace aflorar lo absurdo, pero no como tragedia, la falta de sentido excluye el mundo emocional de la tragedia. Supongamos un Edipo visto por Beckett. Después de arrancarse los ojos, perdería su propia identidad y sus recuerdos serían confusos, estaría igualmente desterrado, pero, en el fondo, diría, no importa, ¿qué hago, sino vivir un poco, con la única vida posible? Se encogería de hombros, al fin y al cabo, hice lo que pude, si los dioses son crueles, pues qué se le va a hacer. De hecho, Edipo es víctima de una broma. Una broma muy pesada, cierto. Una típica broma irónica del destino, en la que un oráculo vaticina una cosa y tú, al intentar evitarla, pones en marcha el mecanismo causal que te llevará a que suceda, precisamente, esa cosa. Nada más divertido que las desgracias humanas, comentaría el coro. ¿Y Hamlet visto por Beckett? Los personajes de Beckett no paran de preguntarse: ¿ser o no ser? Pero, de nuevo, no hay tragedia. Si hay un conflicto, no se sabe cuál es, ni cuándo ocurrió, ni cómo, ni quién lo narra. La duda no es ni metódica ni dramática, es una duda corrosiva, que vuelve la acción imposible, deja a la narración sin fundamento y se divierte con los despojos de lo que queda. Personajes sin deseos, sin esperanzas, sin ilusiones, ¿qué conflictos podrían tener? Ellos mismos son el único conflicto.

Al innombrable, esos otros no cesan de abrumarle desde que se les metió en la cabeza que haría mejor existiendo. Falta incluso el sujeto, que no tiene nombre, y esos otros, indeterminados. El innombrable existe y no existe. Se trata solo de palabras, advierte Beckett. Nada empieza ni termina. En la singularidad de las paradojas, nada empieza ni termina, todo va en el sentido del futuro y del pasado a la vez (Deleuze, 1969). El ahora desde el que habla el innombrable no deja de subdividirse. Mis aventuras están concluidas ya, mis dichos están dichos, dice, al principio. Lo que digo, lo que tal vez diré, está dicho ya. El tiempo está fuera de sus goznes, como se quejaba Hamlet. Sin embargo, los personajes de Beckett no han venido a restituir al tiempo, a encajarlo de nuevo en un orden se sucesión, que le dote de un sentido. El tiempo como determinación del movimiento, según la definición clásica de Aristóteles, está ausente en las obras de Beckett, en consonancia con sus personajes inmóviles. El innombrable está en una vasija llena de serrín y tiene el cuello sujeto por una argolla. Acostumbrarse al serrín dice, es una ocupación como cualquier otra, no soporto la inactividad. Pero, incluso con el cuello fijo, eso no quiere decir que se encuentre fijo siempre en el mismo sentido, pues puede agitar su tronco y darle el grado de revolución que quiera. Abolir completamente la actividad es imposible, excepto si uno está muerto. Los personajes de Beckett, a pesar de todo, conservan cierta voluntad de vivir. Aunque, en plan Schopenhauer, a veces parece que el propósito de esta voluntad sea aniquilarse a sí misma. Hablo, con el objeto de callar, dice el innombrable, pues si aquí el silencio es casi total, no lo es del todo. El aquí no sería otro que la narración misma. La ausencia de narración es casi total, pero no lo es del todo. Escribir, necesariamente, es un acto afirmativo, aunque no afirme casi nada. El silencio no puede ser total.

Si, según Deleuze, no hay que confundir el Acontecimiento con sus efectuaciones espacio-temporales, porque el Acontecimiento no pertenece al tiempo de Cronos, el tiempo de los cuerpos y de las mezclas, sino a Aión, y esquiva siempre el presente, es, de algún modo, de este Acontecimiento, del que habla Beckett, que es el sentido mismo, nunca presente, desplazado en un pasado inaprensible o situado en un futuro diferido, como el Castillo kafkiano.

Bah, estoy tranquilo, no ha podido ocurrir más que una cosa, la misma siempre.

Un único Acontecimiento, para la infinita diversidad de lo dado. Un único clamor del ser, para todos los entes.

PD: Este texto ha quedado un poco raro porque a la mitad, más o menos, cambió repentinamente de propósito. Es bastante confuso, mezcla muchas cosas, algunas que requerirían una explicación más detallada, quizás, como la idea de Acontecimiento en Deleuze, pero yo tampoco acabo de tener muy clara la filosofía de Deleuze, ni soy un experto en Beckett, a pesar de lo cual, escribo sobre ambos porque, como dijera el mismísimo Deleuze, si esperáramos a colmar nuestra ignorancia para empezar a escribir, no escribiríamos nunca.

Caspar David Friedrich


El naufragio del Esperanza, o El océano glacial, o Escena imaginada en el mar ártico (nunca me aclaro)

martes, 25 de octubre de 2011

Hablar por hablar (Beckett Style)

Seguir adelante, al final el círculo se cerrará, o no, no es verdad, seguir por los lados, círculo desplegado, centro descentrado, aquí, a la intemperie, buscar cobijo, sí, ahora, yo fisurado, he ahí nuestra morada, se está bien aquí, hablo por hablar, seguir, avanzar, única divisa, en qué sentido, en qué sentidos, hacia dónde, hacia ningún lugar, probablemente, es de suponer, al final nada, ningún gran significado que esperar, haraganes, vagabundos del mundo, unamos nuestras fuerzas, para nada, porque sí, da lo mismo, aquí y ahora decir yo, decir nadie, no hablo de mí, de mi ventana sí, quizás, quién sabe, el observador tranquilo, una danza de luces lejanas, se está bien aquí, vemos las luces, necesariamente lejanas, así es mejor, el frío llega, de fuera, ningún espectador sin su mundo, ningún yo sin sus circunstancias, así ha de ser, un lápiz, un reloj, tabaco, mechero, cenicero, he ahí lo esencial, reducido todo a su mínima expresión, así ha de ser, bien, sigamos hablando por hablar, hay que hacerlo, es la tarea inútil impuesta por no se sabe qué, quién, aún no hay niebla, no llueve ahora, llovió antes, sin embargo, cuando, en la cama, medio dormido, escuchaba la lluvia, pensaba en la lluvia, invisible, acariciando mis oídos, eso debe de ser el mundo, me dije, aún sigue ahí, después de todo, a pesar de todo, sigue ahí, hermoso, feo, sigue ahí con su rostro múltiple, sus múltiples máscaras, adoptando formas y colores diversos, cambiante, qué queda tras tantos cambios aparentemente sin sentido, él es el cambio mismo, esto es difícil de pensar, quizá, no importa, subrayo con el lápiz, enciendo un cigarro con el mechero, deposito la ceniza en el cenicero, interactuamos con los objetos, los usamos, son lo que son gracias a nosotros, sin nosotros, no tendrían sentido, esto es así, creo, sin embargo, a fin de cuentas, después de todo, qué, nos entretenemos con preguntas sin respuesta, hasta que nos aburrimos, y entonces qué, otra vez qué, preguntas, en la oscuridad, nos haría falta una linterna si vamos a explorar, una luz, siempre la misma historia de la luz y las tinieblas, decir hágase la luz y ver que la luz es buena, no comparece Dios, sin embargo, estamos solos, desde aquí, desde esta atalaya azotada por los vientos, mi cueva sin afuera, contemplamos el curso de lo que pasa delante de nosotros, pasan cosas, inmóviles, algunas son graciosas, otras son tristes, otras hermosas, otras sublimes, según la ocasión y el ánimo, parece que jugamos un juego sin reglas, eso parece, a lo mejor es, no solo parece, quién sabe, decir sin tener nada que decir, he aquí que acometemos esta tarea absurda impuesta por no se sabe qué, quién, recomenzamos todo el rato, nos fatigamos, seguir adelante, o por los lados, decidir si fumar otro cigarro o no, cuestión peliaguda, ningún yo aislado es posible si el mundo o las circunstancias son constitutivas de ese yo, he ahí una gran proposición filosófica muy del siglo veinte, insistir y resistir, nada más, todo reducido a su mínima expresión, comer, hablar, mirar, pulsión escópica, dicen, qué más, nubes y tejados, como siempre, claro, qué más, me desperté a las cuatro y media de la mañana, pensando que ya sería hora de levantarse, me desperté con hambre, no me levanté de la cama, eran las cuatro y media de la mañana, qué más, al final solo desayuné café con leche, con muy poca leche, detesto la leche, la leche es para lactantes, qué más, poco más, nada más, ah sí, más cosas, pero no las recuerdo, no las voy a contar, no es asunto vuestro, ni mío, probablemente, qué cosas son esas, da igual, cosas sin importancia, ahora se ve el azul del cielo, un gran momento, la calefacción está encendida y la ventana abierta, me voy a cargar el planeta, me da igual, a tomar por culo el planeta, pero no, no es verdad, yo amo a mi planeta, me importa mucho mi planeta, vivo en él, sin embargo qué, es mejor que el humo salga por la ventana, y para eso tiene que estar abierta, y como hace frío, para que la ventana pueda estar abierta es preciso que la calefacción esté encendida, me parece todo muy lógico y coherente, la verdad, todo encadenado según la causalidad, como debe ser, por lo demás nada, no sé qué iba a decir ahora, a continuación, en breves instantes, podría hacer más preguntas sin respuesta, cuándo hay un montón, dónde acaba el mar, preguntas así, para entretenerme, mientras tanto, mientras qué, no sé, nada, en fin, esto se acaba, finaliza al fin, por fin el fin, ya, a punto de llegar, cuando me canse de hablar por hablar, de no decir absolutamente nada de nada, dentro de poco, probablemente, se acerca el fin, lo presiento, lo preveo, aún no, sin embargo, falta poco, vendrá, llegará, no habrá un gran significado, ya lo dije, lo advertí claramente, seguir adelante, o por los lados, se cerrará el círculo, o no, quién sabe.

domingo, 23 de octubre de 2011

Las cosas aún no tenían forma...

Las cosas aún no tenían forma, ni nombre, y flotaban, ingrávidas, dejando estelas enmarañadas y fugaces impresas en el cielo gris ceniciento, un ballet frenético, un caos convulso y anhelante en el que se adivinaba una decidida voluntad de armonía y belleza, pero la armonía, la belleza, parecían huir, esconderse, insinuarse apenas por un momento, para desvanecerse a continuación, como si solo existieran estando ausentes, mostrándose el mínimo de tiempo imprescindible, con el objetivo de suscitar un violento anhelo.

Mientras tanto, las cosas se movían tan velozmente que no hallaban un lugar de reposo, y era inútil asignarles nombres, pues al momento siguiente ya no eran las mismas, tan frenético era el caos. El cielo, cubierto completamente por una sola nube gris, o por muchas nubes grises que se habían amontonado hasta componer una unidad, una unidad que, no obstante, albergaba en sí una pluralidad, pasaba despacio, impertérrito, espectador silencioso de todo lo que acontecía bajo su mirada soberana e indiferente, poderosa y enigmática.

Es cuestión de tiempo que las cosas alcancen una forma y duren en esa forma lo suficiente como para que puedan ser nombradas, el caos será así conjurado, y tendremos una identidad, incluso una historia, cada uno la suya, y podremos decir que este de aquí, soy yo, esto es lo que me ha pasado, es cuestión de tiempo, o quizá ya están ahí, delante de nosotros, la armonía y la belleza, pero no hemos sabido verlas, debemos prestar más atención, quizá solo puedan existir de forma bastarda e impura, mezcladas con el desorden, nadando y asomando la cabeza en el lodo, en esta ciénaga, desde aquí mismo, deben poder verse las estrellas.

Las cosas se sucedían velozmente y se olvidaban y era como si nada hubiera pasado aún, como si todo estuviera aún a punto de pasar, siempre un mañana que esquivaba el hoy, una temporalidad melancólica, gris y cenicienta, como el transcurrir del cielo envolvente y oscuro.

Pero sí, había belleza, informe, inasible, era apenas destellos entrevistos confusamente, un ser huidizo, eso era, relámpagos de armonía en medio de la tormenta, eso era, eso sería, eso será, un espasmo, un eco...

jueves, 20 de octubre de 2011

Un frío...

Un frío agradable, nítido y agudo, mezclado con el despliegue de la luz vibrante que se posa sobre el mundo, entra por la ventana, silencioso, caminando de puntillas, como la caricia eterna de una sonrisa destruida, deshecha en mil pedazos insistentes, reverberaciones del pasado y destellos del porvenir: instante inaprensible, inagotable, incesante.

La voz y el sujeto (against Descartes)

El yo del poeta lírico eleva la voz desde el fondo del abismo del ser; su subjetividad es pura imaginación.
Nietzsche, El nacimiento de la tragedia 


No hablo con mi voz sino con mis voces
Alejandra Pizarnik (cito de memoria y no sé en qué libro lo dice)

Voces desde la nada a ti confluyen. 
¿Trakl? (Ahora no sé ni el autor)

martes, 18 de octubre de 2011

Houellebecq y Pynchon se encuentran en León

El recientemente desaparecido escritor Michel Houellebecq fue visto, por un testigo sin identificar, paseando por las calles de León, junto a Thomas Pynchon. Ambos paseaban en silencio. Houellebecq caminaba cabizbajo. Pynchon sonreía. Llegaron a la plaza de San Marcos, se sentaron en un banco, frente al río, y el francés, rompiendo su silencio, exclamó: joder, empieza a hacer frío en esta ciudad de las narices, seguramente todos sus habitantes están ya acatarrados; por lo demás, todos apestamos a egoísmo y a muerte, es la condición humana. Pynchon no escuchó lo que dijo, pero le contó, a modo de contestación, una historia extraña y enrevesada, durante dos horas y media, a la que Houellebecq no prestó la más mínima atención. Se fueron de tapas, porque les había entrado una hambre voraz. Primero fueron a comer morcilla. Houellebecq comentó que el tío de la Bicha sí que era borde, y no él; dijo que, comparado con el tío de la Bicha, él era todo dulzura y amor y simpatía. Pynchon empezó a hablar sobre mecánica cuántica y entropía y Houellebecq dijo: qué se le va a hacer, la vida es así. Entraron en otro bar y, como hacía frío, pidieron sopas de ajo. A Houellebecq le gustaron tanto que dijo que, si bien él no tenía ningún mensaje de esperanza, aquellas sopas de ajo estaban de puta madre y venían de puta madre para combatir el puto frío que hacía. A Pynchon no le gustaron tanto y solo dijo que le iba a costar más de mil páginas explicarse su presencia en León junto a Houellebecq, algo que no tenía ni pies ni cabeza. Houellebecq, entusiasmado con las sopas de ajo, pidió otra ración y, mientras se las servían, salió fuera del bar a fumar un cigarro. Regresó sonriente y le preguntó a Pynchon si no era encantador llegar y encontrarse con la comida lista. Pynchon asintió, es uno de los pequeños placeres de la vida, dijo, y le contó un sueño en el que palomas mensajeras de algún lugar remoto aterrizaban y despegaban, todas con un mensaje para él y una vibración de luz en las alas, pero que no podía alcanzar ninguna a tiempo. Lo cuento en la primera página de Vineland, dijo. No lo he leído, contestó Houellebecq. Yo tampoco, dijo Pynchon. Pero lo escribiste, dijo Houellebecq. Eso sí, dijo Pynchon. Se quedaron en silencio un rato. La gente entraba y salía sin parar del bar, que era diminuto y estaba abarrotado. Esta gente no para de moverse, se quejó Houellebecq. Observa con atención, le señaló Pynchon, este entorno es sumamente entrópico, se desordena con el paso del tiempo de forma fascinante, servilletas y palillos tirados por el suelo, vasos vacíos por todas partes, ir y venir, caos creciente. La humanidad es una pandilla de degenerados patéticos, dijo amargamente Houellebecq, a quien ganar el premio Goncourt no parecía haberle hecho mucha ilusión. Eres un moralista, un moralista francés cabreado, un cascarrabias, le dijo Pynchon. Houllebecq sonrió y dijo que gracias, gracias maximalista posmoderno de los cojones. Se rieron. Pidieron más cortos de cerveza. Aquí hace un frío de cojones, cierto, pero lo de las tapas gratis es la hostia. Pynchon, visiblemente borracho, dijo que estaba viejo y que el frío le estaba jodiendo los huesos, pero que, como mejor escritor norteamericano vivo, declaraba solemnemente que pensaba alcanzar, en ese mismo momento, la condición ética samurai de estar siempre perfectamente en forma, preparado para morir. Houllebecq brindó por eso, como habría hecho por cualquier otra cosa, dado su también avanzado estado de ebriedad.

No se sabe qué fue de Houellebecq después de aquella inmensa borrachera que agarró junto a Pynchon por las frías calles de León.

domingo, 16 de octubre de 2011

Un dos tres ya

Por entre las rendijas de la persiana se filtraba la luz matinal, dulce y cansada, inundando de placidez la habitación de Sergio, que, aún en un estado de duermevela, extendió su brazo derecho para alcanzar el reloj y mirar la hora, las once y media, en la esfera, iluminada sin necesidad, del reloj digital, que descansaba en el alféizar de la ventana, siempre al alcance de la mano, pues lo primero que hace al despertarse es comprobar la hora, tomar conciencia del mundo, de nuevo, tras el lapso del sueño, y luego se queda un poco más, unos minutos, dormitando en la cama, dando vueltas, a veces concluyendo la trama de algún sueño disparatado que flota todavía, como extraviado de su mundo, por su mente a medio despertar, en esa frontera dudosa, donde se mezclan y confunden hechos e imágenes y donde, en ocasiones, a la memoria le cuesta distinguir si determinados acontecimientos pasaron en la realidad o en el sueño, acontecimientos triviales, conversaciones nocturnas quizá, por ejemplo, entre otras cosas, confusión que suele durar muy poco tiempo, porque poco tiempo se puede habitar esa frontera, esa puerta que conecta dos mundos, y se hunde uno plenamente en el sueño otra vez, o ya no queda más remedio que despertarse del todo, con todas las consecuencias, subir del todo la persiana y que la luz entre a raudales, haciéndote daño en los ojos unos segundos, abandonar la cama, vestirse, preparar el café, encender la televisión, decir buenos días, aquí estamos otra vez, comienza otro día, todo vuelve a comenzar, está bien que sea así, eternamente rueda la rueda del ser, venga, estamos listos, un dos tres ya.

viernes, 14 de octubre de 2011

Entrevistas breves con hombres aficionados a escribir entrevistas breves

-A mí nunca me ha pasado eso del cristal ni tengo pesadillas en las que mi cuerpo se diluye y se llena de agujeros, por ejemplo. No me he angustiado por nada parecido. Un escritor a menudo puede ir incluso más lejos que un loco, pero hay una distinción fundamental, el trabajo que realiza sobre la fantasía, el loco está atrapado por ella, el escritor la moldea, le da forma, explora, puede explorar el mal o el abismo o lo que sea, puede explorar lo grotesco, lo abyecto, puede explorar, como hace David Lynch, la x siniestra que precede a la realidad, pero, como dice Lynch, no solo no hace falta sufrir para crear, sino que el sufrimiento bloquea la creatividad, impide tener ideas. O se disfruta creando, o no se crea nada. Lo que no quiere decir que las creaciones deban ser necesariamente bonitas.

-Incluso ahora, en esta entrevista, no hablo exactamente con mi voz, no soy yo el sujeto de enunciación, es el lenguaje quien habla, yo me adapto a su flujo, tengo que controlar el ritmo, la sintaxis, pero la escritura posee su propia inercia, la literatura no consiste en la expresión de los sentimientos del autor, me niego rotundamente a aceptar eso, porque eso limitaría las posibilidades del lenguaje, convertiría la literatura en un pequeño asunto privado y aburrido, que es precisamente lo que la literatura no debe hacer, debe hacer todo lo contrario, expandir las posibilidades del lenguaje y alcanzar una dimensión que trascienda lo personal.

-Lo que hago es construir una voz y dejar que hable, independientemente de mis sentimientos. Ver por dónde va. Dirigirla un poco. Desde fuera.

-Un texto literario, por muchos sucesos autobiográficos que contenga, sigue siendo ficción, el hecho mismo de escribirlos cambia el sentido de los hechos. Ya no hay referencia, puedes construir un personaje con algunos de tus rasgos, que a los dos segundos cobra cierta autonomía y se rige por su propia lógica, es un efecto del texto, no un trasunto de ti. Además que los escritores exageran mucho, los poetas mienten mucho, para expresar, no su yo profundo, sino singularidades libres, afectos y perceptos, como diría Deleuze, emancipados del sujeto que los expresa. Afectos alegres o tristes, en sí mismos, no tus afecciones particulares. Hay una gran diferencia.

jueves, 13 de octubre de 2011

El puesto del hombre en el cosmos

El otro día la luna brillaba con un fulgor que uno jamás diría que se limita a recibir prestado. Aún no era de noche del todo. El mundo estaba en calma, y yo también. Iba conduciendo y no podía mirar detenidamente la luna, pero estaba ahí, sabía que estaba ahí, parecía que se movía, mientras conducía por las desgastadas carreteras del mundo sublunar que habitamos. La misma fuerza que impide que la luna se salga de su órbita y que impide que la tierra se salga de su órbita es la que nos ata a la tierra. Viene un coche adelantando en dirección contraria y tengo que frenar y giro un poco a la derecha, por si acaso. Miro la luna. Sigue ahí. ¿Los átomos que forman la luna y los que forman nuestros cuerpos son los mismos? Eso sería genial. Del mismo tipo, quiero decir. No sé por qué, pero lo sería (genial). Que la luna brille tanto cuando aún no es de noche del todo también es genial. Tampoco sé por qué. Repaso mentalmente las fuerzas fundamentales que configuran el universo: electromagnética, gravedad, nuclear débil y nuclear fuerte. Creo que son esas. ¿Y qué pasa con la materia oscura? Si compartiéramos los átomos de nuestros cuerpos y los de la luna eso implicaría que estamos entrelazados a distancia. Los átomos de nuestros cuerpos formaron alguna vez parte de una estrella. Creo que eso es correcto. Alguien lo dijo en la tele. Eso es un entrelazamiento fantástico con el pasado. Hay gente que piensa que, desde el punto de vista de los cuerpos, solo el presente existe. Quizá tengan razón. El pasado no es más que un presente que ha pasado, que pasa a formar parte de la extensísima región de lo que ya no existe. Freno antes de entrar en la rotonda, después acelero para subir por la entrada a la autovía, acelero un poco más en el carril de aceleración, miro el retrovisor de la izquierda, no viene nadie, me incorporo. No sé en qué dirección está la luna ahora. El mundo sigue en calma. La radio habla de catástrofes sociales, morales, económicas, de todo tipo. Pero miras el mundo y está en calma. Constantemente se habla de cosas que no pueden verse. Doy una curva de unos noventa grados y ahí está, enfrente, la luna, otra vez. Si compartimos estructural o esencialmente los componentes básicos de lo que somos con todo el universo eso de alguna manera nos incluye en el conjunto del Uno. El Uno-todo, una totalidad dinámica que nos incluye, la sustancia infinita. Pero solo un pequeño porcentaje del universo está organizado, el resto es caos, furia idiota, ruido. Lo dijeron en la tele. Aparco, los edificios se interponen entre la luna y yo y no puedo verla. La luz del sol tarda ocho minutos en llegar a la tierra. ¿Cuánto tarda en llegar a la luna y de la luna a la tierra? ¿Rebota la luz? Seguramente tarde lo mismo. La luz es una constante. A la luz le da igual lo rápido que puedas correr, su velocidad no disminuye respecto a tu posición lo más mínimo. Creo que es así, no estoy seguro, todo mi conocimiento sobre física proviene de la tele. Abro la puerta de mi casa, dejo las llaves, subo las escaleras, entro en mi habitación, desde aquí sí se ve la luna, brillando allí, ahora sí, en la noche.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Cielos

El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto. 
William Gibson, Neuromante

El cielo está encapotado y lleno de nubes grises. Son unas nubes bulbosas, arrugadas y brillantes. El cielo parece un cerebro.
David Foster Wallace, Animalitos inexpresivos

martes, 11 de octubre de 2011

Entrevistas breves con hombres a los que todo les sucede como si entre su yo y el mundo hubiese un cristal muy grueso

-Verás, todo sucede como si entre mi yo y el mundo hubiese un cristal muy grueso, transparente, pero muy grueso. Algunos días, la sensación es singularmente intensa, tanto que llego a creer que no se trata de una metáfora. Digamos que sufro tres segundos de angustia en una atmósfera de pesadilla y a continuación razono y digo no, es imposible, no hay ningún cristal. Sé que no hay ningún cristal, pero saberlo no es suficiente, la sensación sigue ahí, terca y absurda. Los sonidos llegan a mis oídos en sordina y desprovistos de significado. No entiendo lo que me dicen. Digamos, de nuevo, que sufro unos tres segundos de angustia. Además, creo que mi cuerpo se diluye, se evapora, se llena de agujeros, pierdo el anclaje con la realidad, me mareo, dejo de comprender, la sensación se apodera de mi cuerpo. Por supuesto, sé que no es así, mi cuerpo sigue en la realidad, con su peso, ocupando espacio, pero eso no tiene nada que ver con la creencia. Se trata de una creencia involuntaria. Carece completamente de sentido, lo sé, no soy idiota. 

-Ahora digamos que, por ejemplo, usted es perfectamente capaz de hacer algo, lo que sea, cualquier cosa banal, cualquier nimiedad insignificante, y usted la hace sin el menor esfuerzo, sin pensar, como haría cualquier persona cuerda, equilibrada, como haría cualquier mediocre, sin problemas, y digamos que yo, por ejemplo, tengo que hacer esfuerzos psíquicos titánicos para hacer esa misma cosa insignificante que no representa desde un punto de vista realista ninguna dificultad objetiva, entonces el hecho de saber que esa cosa es banal y sentir al mismo tiempo una dificultad suprema para hacerla, una especie de amenaza exterior abstracta acompañada de un terror sin nombre que se repite, como un eco, en mi interior, incrementa la angustia, porque en lugar de establecer una especie de intercambio con el mundo externo, digamos un cálculo económico de costes y beneficios, me siento irremediablemente inclinado a encerrarme en mi caparazón, lo que en el fondo no soluciona nada, claro, pero la alternativa del terror sin nombre es demasiado angustiosa, demasiado insoportable y, como digo, el hecho de que objetivamente sea poco realista sentirse amenazado y que esté meridianamente claro que mi reacción es desproporcionada tiene el efecto de un círculo angustioso que gira sin parar, en el vacío.

-Pero mi sensación es cierta. Obviamente, el hecho de que ni siquiera pueda explicarla forma parte de la sensación, lea a David Foster Wallace.

-Usted dice que debo aprender a tolerar un cierto grado de frustración en relación con las necesidades de la vida adulta y que no puedo estar siempre en situaciones perfectamente controladas y previsibles y que si no aprendo que las cosas no pueden ser perfectas me va a ir mal y fracasaré en todo y usted tiene razón, pero no se da cuenta, de nuevo, de la angustia que me provocan los cambios, no tiene ni idea. Usted tiene razón en que tengo reacciones que son, digamos, ligeramente autistas, como las pataletas que tenía de niño, pero, de nuevo, insisto... ¿Usted cree que lo hago de forma voluntaria? ¿Eso cree? ¿Cree que es voluntario? Está tremendamente equivocado. ¿Acaso cree que hago girar objetos obsesivamente porque quiero?

-No, verá, soledad ontológica, eso es lo que quiero decir. 

-¿Usted no tiene la sensación de estar de más en el universo? Oigo derrumbarse mi interior, noto que mis nervios se tensan.

-Claro, las fases maníacas son todo lo contrario, pura exaltación, pura luz, serenidad sin fin, sonrisa invisibles y acogedoras, viento salvaje y orgulloso hablando un idioma sin sentido que comprendo perfectamente, todo se despliega, vibra, danza, serpentea, la música de las esferas, mares inagotables...

-¿Me comporto como un niño caprichoso? No lo niego, pero que sepa usted que quizá prefiero...

-Usted sabe, ese tipo de situaciones en las que todo el mundo opina sobre ti y sobre lo que deberías hacer y te sientes presionado y realmente deseas vivir como un poeta salvaje, en el delirio, aunque mueras en el intento, y si no lo haces es solo por cobardía o porque no sabrías como hacerlo, no por alguna estúpida consideración moral respecto al deber abstracto del ciudadano y de la sociedad, o de la familia, no, porque te sabes refractario a los valores establecidos, te sabes solo y asustado, quizá con algunos delirios de grandeza, con la estúpida necesidad de ser reconocido y comprendido.

-¿Es inútil ponerle literatura? La literatura engrandece el fracaso, o lo hace soportable, al menos.

-Yo qué sé, déjeme en paz.

-Es como cuando alguien te dice que no te pongas nervioso, pero es inútil, te pones más y más nervioso, y todo lo que pueden hacer los demás es decirte que no te pongas nervioso, y tú si pudieras controlar tus nervios claro que dejarías de estar nervioso, pero además la gente cree en el dualismo de la mente y el cuerpo y tiende a culpabilizar soterradamente a quienes tienen problemas con sus nervios, como si fuera un problema esencialmente distinto de un problema físico. Yo niego, rotundamente, el dualismo mente y cuerpo. Afirmo que seguimos siendo supersticiosos e imbéciles.

-La gente, ¿qué es la gente? ¿No puede hablar en términos más concretos? Yo solo conozco a personas. Por lo que a mí respecta, la gente es una expresión abstracta carente de sentido. Hay personas, algunas son imbéciles, otras son encantadoras. Le diré que la fuerza que irradian las personas encantadoras es mayor que la que irradian las que son imbéciles. Ese es mi mensaje optimista del día. El amor vence al odio. Precioso, ¿verdad?

-Le respondería con una cita de Cioran que dice que nadie se vuelve normal impunemente. En cierto sentido, mi único deseo es ser normal. Integración perfecta. Coche, casa, todo. Televisión grande que te cagas. Un perfecto burgués. Quejarme de lo que se queja todo el mundo, gustarme lo que a todo el mundo le gusta, aunque esta expresión, todo el mundo, es abstracta, una abstracción matemática, el Se impersonal, verá, ¿quién hostias es el sujeto todo el mundo? No es nadie, bueno, sigo, me gustaría ser como todo el maldito mundo, pero luego, a la hora de la verdad, en fin, no es que me crea especial, solo digo que cada uno tiene que vivir su vida a su modo. Esto parece simple, una banalidad, un cliché, cierto, pero piense ¿qué implica vivir de un modo? Un modo siempre es algo singular… Vivir de un modo… Eso implica una selección de las cosas que me convienen y las que no, a mí, a cada uno, en su singularidad concreta, implica establecer relaciones que aumenten mi potencia, es decir, mi alegría, eso es la ética spinozista y entonces, claro, si yo renuncio a mi modo para integrarme en una generalidad abstracta, en la normas que supuestamente sigue todo el mundo, es decir, en la normalidad, está claro que no se puede hacer eso impunemente porque estaría renunciando, digámoslo en términos de Spinoza, a la parte eterna de mi esencia. Dicho lo cual, a veces hay que transigir, ¿acaso me ha oído negarlo?

-Sí, pongo la Ética de Spinoza en la mesita de noche, a veces solo para sentirme acompañado. También algún libro de DFW. Verá, DFW a menudo es terrible, habla de cosas macabras, en fin, sí, pero realmente me siento acompañado por él, no tiene nada que ver con la calidad literaria, es otra cosa, una conexión, no tiene que ver con escribir bien, cada día me importa menos escribir bien, en la escritura se trata de otra cosa, no sé si suena paradójico, pero el asunto de la escritura es siempre otra cosa.

-Casi le diría que si estoy escribiendo estoy bien, puedo estar escribiendo que siento paladas de angustia atragantándome y eso es mucho mejor que estar tragando paladas de angustia y no escribir que siento paladas de angustia atragantándome. Lo escribo, la sensación se transforma, aumenta mi potencia, mi alegría, respiro mejor. A veces incluso tengo ganas de bailar después de escribir. Habrá quien le dirá que esto es concebir la escritura como terapia y no como arte. No tengo nada que objetar, pero yo concibo la escritura como me da la gana. Concibo la literatura y la filosofía como las dos grandes terapias del ser humano. En un sentido muy, muy honesto.

-El dinero no me importa. Lo digo en serio. Nadie me cree cuando lo digo, pero lo digo en serio. Me preocupa, no sé, acabar tirado en la calle, sin casa, sin nada que comer, etc. Pero, en fin, tengo ropa de sobra, y de momento hay bibliotecas públicas. Tengo, no sé, diez pares de zapatillas, y siempre me pongo las mismas. También debo tener diez pares de pantalones y solo uso dos. Usaría siempre los mismos, pero, en fin, hay que lavarlos y eso. No me gustan los cambios, no sé si se habrá dado cuenta.

-Yo uso objetos autistas desde que tenía tres años. Objetos que no se usan para la función que fueron creados, sino de forma idiosincrásica. Los llevas todo el día contigo, los haces girar, y así. Algún psicoanalista imbécil ha escrito que impiden el desarrollo del pensamiento y explica su uso como un mecanismo psicológico defensivo. Escribe que desde un punto de vista exterior la conducta del niño parece idiota y sin sentido, pero que desde el punto de vista del niño es absolutamente esencial. Es absolutamente esencial, desde luego, pero no porque el niño albergue creencias extrañas respecto al objeto, el niño no sabe por qué es esencial… qué sé yo, la causa del apego irracional quizá haya que buscarla en la neurobiología y no en un acontecimiento traumático infantil. Insisto en que niego tajantemente el dualismo entre el cuerpo y la mente. Le explicaría con gusto por qué es esencial tener siempre el objeto, si supiera cómo. Si simplemente pudiera trasladarle directamente mis estados mentales, porque, claro, hablando es un lío…

-Fumo y leo. Miro por la ventana, poco más. Soy un tipo aburrido, en realidad. No quiero decir que yo me aburra, no todo el rato, al menos. Pero digamos que estoy a años luz de comportarme como esas personas que siempre están haciendo cosas y pensando en hacer cosas y que se divierten sin parar. A mí la perspectiva de tener esa especie de mandato del superego de gozar compulsivamente me parece absurda y estresante. No es que no disfrute, mi problema es con el mensaje imperativo: goza. Creo que es una ética potencialmente catastrófica. Una ética propia del capitalismo de consumo, además. Yo intento comprender lo obvio. Es mucho más difícil de lo que parece. Usted cree que sabe ver, pero quizá no sepa. Quiero decir, con intensidad y a la vez dejando que las cosas se muestren por sí mismas. Mire, por ejemplo, el atardecer, olvídese de que quizá es un poco cursi y tópico, olvídese de todo, haga una maldita reducción trascendental y póngalo todo entre paréntesis, deje que el cielo se vaya dibujando por sí solo, que sus ojos reciban el color, la luz que cambia imperceptiblemente, ¿no ve que ese instante conquista la eternidad?

-El psicoanalista imbécil también escribía que los niños que usan objetos autistas están autocentrados excesivamente en sus propias sensaciones, que su discurso oscila entre las sensaciones y la nada…

-El cristal ha desaparecido. Creo, sí. Ahora extiendo mis brazos, noto el viento directamente.

-¿Estoy otra vez encerrado en mi caparazón gozando narcisísticamente en lugar de abrirme a los otros? ¿Eso cree? ¿Estoy haciendo una torpe emulación de DFW con las entrevistas breves?

-Si yo le digo que sinceramente el objetivo de lo que le estoy diciendo y que usted transcribe no es la calidad literaria sino otra cosa, por muy indefinible y vaga que sea, ¿no se da cuenta de que no importa en absoluto lo torpemente que emule a DFW? ¿No comprende que lo importante es esa otra cosa? No sé si esto suena inteligente o idiota, solo le digo lo que creo de verdad.