sábado, 31 de diciembre de 2011

Ah

Y Feliz Año a mis dos o tres lectores. Sed buenos y felices.

Lecturas para el 2012

Libros por leer.

-Libertad, Jonathan Franzen.
-Agape se paga, William Gaddis.
-El plantador de tabaco, John Barth
-Tristram Shandy, Laurence Sterne.
-Gargantua y Pantagruel, François Rabelais.
-El arco iris de la gravedad, Thomas Pynchon.
-Punto Omega, Don DeLillo.
-Larva, Julian Rios.
-El mapa y el territorio, Michel Houellebecq.
-Ejercito enemigo, Alberto Olmos.
-Intente usar otras palabras, German Sierra.
-Knockemstiff, Donald Ray Pollock.
-Cuerpo sin órganos: presentación de Gilles Deleuze, Jose Luis Pardo.

El rey pálido

David Foster Wallace: elogio de lo inacabado. Por Juan Francisco Ferre (mi teclado no me deja poner la tilde en la ultima "e"; ni en la "u" de "ultima")

viernes, 30 de diciembre de 2011

Audrey Hepburn en Paris

Encuentro en París es una película muy mala, pero sale Audrey Hepburn, lo que equivale a decir que su visionado es obligatorio. El gran problema de la película es que no la dirige Billy Wilder. Pero Audrey, por suerte, siempre es genial.


Texto radicalmente experimental escrito por mi sobrina de año y medio

```````gtgbglll................            fxxxxzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz           ffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffff,..l,,,,,,,,,; h´´´´gggggggggggggggggggggggg   b b              bjjjjjjjjjwsaaww2212.100             nhhnnnnbhn  nnnnnnnnnnm.ç+´ç+´ñç+´´ñllllllllll

PD: El texto, claramente, sacrifica la significación de las palabras en busca de una disposición tipográfica audaz y arriesgada. Más que ante una deconstrucción de la lengua, que implicaría una suerte de apropiación creadora del pasado, o bien una labor indagadora acerca de sus fundamentos, estamos ante la simple y pura destrucción de las palabras. Puros significantes, huérfanos, aleatorios, sin relación entre sí. Como si la bisagra que articula significante/significado hubiera desaparecido, dejando solo signos vacíos. El método de composición no es, sin embargo, del todo azaroso. La idea de un azar dirigido se llevó a cabo de la siguiente manera: yo le señalaba una parte del teclado y ella, o bien lo aporreaba con la palma de su mano, o bien presionaba una tecla con su diminuto dedo índice, hasta que le decía que ya valía. Ante mi orden, o bien me hacía caso, o bien no. Esta obra se inscribe en el paradigma de la literatura conceptual con una osadía y una radicalidad solo al alcance de una niña que aún no sabe hablar. Solo usa con significado dos palabras: no y agua. Por tanto, la obra es un reflejo fiel de sus procesos mentales, aún en fase de experimentación con sonidos y a la espera de que estos contengan significados susceptibles de ser comunicados.

La obra podría titularse esto aún no es un texto, pero lo será con el tiempo. También, explicitando la idea subyacente en su método de composición, podría titularse significantes esparcidos sobre el espacio en blanco mediante un azar dirigido. También, de algún modo, es una parodia de algunas ideas de Gilles Deleuze, llevadas al extremo y reducidas al absurdo. Este "texto" es una máquina asignificante. Y se hace eco de la consigna deleuziana: no interpretéis jamás, experimentad. El "texto" en sí, digo, no esta posdata.

Creemos, sinceramente, que no se puede ir más lejos en la senda de la literatura conceptual. Con esta expresión nos referimos a un tipo de literatura que prima la exposición de conceptos sobre la expresión de emociones. El "texto" es absolutamente inexpresivo. No expresa emoción alguna, sino que se postula como la plasmación gráfica de una idea, heredera de Beckett: la destrucción del significado. El "texto" parece interrogarse: ¿Significar yo? Este carácter reflexivo entronca con una tradición que va de Cervantes al posmodernismo norteamericano. El significado político podría ser una denuncia del nihilismo pasivo contemporáneo, casi un grito (silencioso) en su contra.

Hemos hablado, al parecer contradictoriamente, de ausencia total de significado y de una serie de significados, epistemológicos (ausencia de significado) y políticos (denuncia de la situación contemporánea, del nihilismo pasivo). La contradicción es aparente. El "texto" en sí carece de significado. Sin embargo, precisamente por esto, reclama una segunda lengua, hemeneútica, que pueda especular con un gran número de significados posibles. No estamos, en cualquier caso, asignando significados a los significantes huérfanos del "texto" objeto de nuestra interpretación (tarea imposible), sino -lo que es muy diferente- asignando significados a la falta de significado del "texto". Tampoco sería impertinente decir que, paradójicamente, la clamorosa falta de expresividad del "texto" implica una nostalgia de la expresión, a la cual remitiría, porque su ausencia es demasiado evidente. Así, se mostrarían los límites de lo que hemos venido llamando literatura conceptual. 

viernes, 23 de diciembre de 2011

Lecturas 2011


Estas listas no valen para mucho, seguramente, pero veo que la gente las hace, así que yo también. Algunos libros que leí este año (creo). No hay criterio alguno en la elaboración de esta lista. Ni cronológico ni alfabético ni de relevancia ni de materias.


David Foster Wallace, El rey pálido; La niña del pelo raro; Entrevistas breves con hombres repulsivos.


Don DeLillo, Ruido de fondo; Libra.


Gilles Deleuze, Lógica del sentido.


Alberto Olmos, A bordo del naufragio; Trenes hacia Tokio; El talento de los demás.


Elvira Navarro, La ciudad en invierno.


Mercedes Cebrián, El malestar al alcance de todos.


Samuel Beckett, El innombrable; Cómo es.


Enrique Vila-Matas, Dublinesca.


Joyce Carol Oates, Mamá; Un jardín de placeres terrenales.


Herman Hesse, Peter Camenzind.


Diego Sánchez Meca, Nietzsche, la experiencia dionisiaca del mundo.


Alain de Botton, Las consolaciones de la Filosofía.


Vicente Aleixandre, La destrucción o el amor.


Guadalupe Granada, El libro de Lilit.


Jenaro Talens, Puntos cardinales.


Lou Andreas-Salomé, Nietzsche en sus obras.


Stephen King, Carrie.


Jesús Ferrero, Bélver Yin.


Gustavo Martín Garzo, Las historias de Marta y Fernando.


Miguel de Unamuno, Niebla; San Manuel Bueno, mártir.


Roberto Bolaño, El tercer Reich.


Soren Kierkegaard, La repetición.


Stanislaw Lem, La investigación.    


Thomas Pynchon, Vineland.


José Ángel Valente, Punto cero; Material memoria; Fragmentos de un libro futuro.


Thomas Bernhard, En las alturas.


Zadie Smith (ed.), El libro de los otros.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Me sabe mal que te desangres, pero limpialo todo antes de salir

Intento de agotar una fotografía de Marilyn Monroe

Marilyn tiene la pierna derecha cruzada sobre su pierna izquierda. El vestido le llega hasta la rodilla derecha y proyecta una sombra minúscula. Le cubre la rodilla, pero no del todo. Hay una especie de zona difusa, indefinida, en la que el vestido se detiene. La piel blanca y desnuda de su pierna se interrumpe mucho antes de llegar a los tobillos, que quedan fuera del alcance de la fotografía. En esa zona ahora para siempre imposible. Su muñeca izquierda reposa sobre su rodilla derecha y su mano pende con indiferencia y elegancia, distendida, aunque el dedo índice, contraído, desaparece en las sombras, y el pulgar, seguramente apretado contra la palma, también permanece ajeno a la luz, invisible. Dos pliegues de su vestido, causados por la posición de sus piernas, parecen dos cordilleras diminutas de cimas increíblemente lisas y regulares proyectadas desde su rodilla y que forman un valle o una pista que desembocara en el abismo (seguramente esta imagen no ha quedado muy clara). Un conjunto de pliegues más caótico se forma en la zona de su cadera. Los pliegues parten de un punto y se abren hacia el exterior en forma de abanico. El codo derecho se apoya sobre su pierna derecha. Marilyn posa ligeramente inclinada hacia adelante. La fotografía es en blanco y negro. Tiene la barbilla apoyada sobre su mano derecha. La uña del dedo índice roza sus dientes. Su boca esta entreabierta. Los dientes apretados, pero no del todo. Parece que ejerce una presión muy débil, pero no se sabe bien el grado de intensidad con que aprieta los dientes. La expresión de su rostro, tomada en conjunto, es compleja y equidistante respecto a un montón de expresiones posibles que no definen bien la singularidad de la expresión de Marilyn. No sonríe, pero tampoco está seria. No está tensa, pero tampoco francamente relajada. No está alegre, pero tampoco triste. Su mirada se dirige hacia su derecha, hacia algo que está fuera de la fotografía y que nosotros no podemos ver. No te mira directamente. Te esquiva. Huye. Nadie podrá atraparla nunca. Tampoco está exactamente melancólica. Hay un brillo en sus ojos cuyo significado es indescifrable. Como si se hiciera evidente, solo durante un momento, un fulgor trágico. La madre loca, su destino inminente, todo confluye alrededor de su figura, flota circularmente sobre su rostro. El tiempo por detrás, el tiempo por delante. Y, en medio, ella. Ahí, en ese momento preciso. Entre los dedos índice y corazón de su mano derecha sostiene un bolígrafo. Marilyn mira hacia algo con curiosidad e indiferencia y tristeza y alegría. Todo a la vez. El fondo de la fotografía es completamente negro y Marilyn resalta con su quietud trémula, perfectamente consciente de su poder de fascinar y atrapar la mirada. Lleva un vestido en forma de pico y sin mangas. El tiempo no transcurre en las fotografías. Es algo evidente, pero misterioso. En esta fotografía, Marilyn no puede morir. Es un momento arrancado al tiempo, desgajado de su corriente demoledora. Un instante irreal. Un presente imposible. Aquí solo hay un juego de luces y sombras, no carne mortal. Sin embargo, la expresividad emerge de su rostro con una intensidad vibrante. Una vibración inmóvil. Un fulgor. El tiempo está detenido, porque no hay movimiento. Su brazo derecho forma una uve que trasciende la dura geometría rectilínea ideal para alcanzar curvaturas sinuosas llenas de matices sugerentes. Es su antebrazo el que proyecta la sombra que queda en el interior de esta uve. El pelo corto y ondulado recibe la luz como un girasol frente al crepúsculo. No parece haber nadie junto a ella. Ni siquiera el fotógrafo. Solo ella, con las piernas cruzadas, con un bolígrafo en la mano, con la mirada ausente. Solo las luces y las sombras y un lugar inexistente.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Cosmic Scale

The man thinks in cosmic scale. We know this.
Don DeLillo


El arbol de la vida, Terrence Malick

martes, 20 de diciembre de 2011

Al final

Los sueños son frágiles y se rompen y al final, siempre, irremediablemente, uno esta solo y es mortal y caminar a la intemperie no es algo al alcance de los cobardes.

sábado, 17 de diciembre de 2011

El árbol de la vida




Me ha parecido absolutamente fascinante, pese a que me habían dicho que era absolutamente aburrida.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Por cierto

Miedo a la muerte estilo imperio, de Astrud, es una especie de parodia de la Lógica del sentido, de Deleuze. A mi me gusta tanto la canción como el libro... quizá no he entendido el libro, o la canción. En cualquier caso, en calidad de deleuziano trasnochado, soluciono el problema diciendo que la aparente disyunción exclusiva es, en realidad, inclusiva. Digo solucionar por decir algo, claro.

Astrud - Lo popular

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Ego solus ipse

Esa multitud delirante, mírala ahí agazapada... grrr... no la soporto más, ahora mismo -óyeme bien, ahora mismo, digo- me voy de aquí y ahí se quedan ellos, panda de mamelucos, cuadrilla infecta de... bueno, no se me ocurre ahora nada más que decir. ¿Por dónde iba? Sí, eso es, sí, te decía que me voy a ir a la de ya de aquí por culpa de esa multitud delirante... el público, sí, claro, cierto, mierda, no están... esa multitud ya no solo delira, ahora se ausenta, esto ya sí que no, no me lo esperaba, o sí, bueno, no había pensado, yo suponía... bien, bien, hay esperanza, pero no para nosotros. Esto lo dijo Kafka, ¿sabe? Es como un chiste, como un chiste amargo quizá. Un humor extraño. Un tipo extraño. Este es un mundo extraño. Eso lo decían en Blue Velvet, creo.. sí, creo que sí, en fin, lo del mundo extraño que es este digo... sí, a ver, veamos -óyeme bien otra vez, esta vez voy a hablar seriamente, tal como debe ser- ese público barra multitud delirante ausente es una cosa curiosa, ¿no cree usted? Por cierto, podía darme un nombre, no sé, Jaime, Juan, Javier, Jairo, uno que empiece por jota, por ejemplo. Eso ayudaría, quizá. Un paisaje también, aunque fuera un páramo desolado, un terreno yerto, un desierto. Un camino estaría bien. Así haría algo, no sé: caminar. Evidentemente. Una compañera, ay, una compañera. Se comporta usted de un modo cruel. Estamos solos los dos y usted no habla. Es como si estuviera yo solo. Ego solus ipse, en latín. Evidentemente, si solo estoy yo, el mundo no existe. ¿Quién ha pensado eso? Lo único que puedo hacer yo solo aquí en este sitio que ni siquiera es un sitio, ni siquiera un desolador páramo, es aburrirme. Note el énfasis reflexivo. Yo mi me conmigo igual a nada. Pero bah, da igual. Indiferencia, eso es lo que consigue usted: nada, indiferencia. Así que ni como ni camino ni nada, solo reflexiono. Es culpa tuya, te lo digo. Para que lo sepas. Y ya. Sobre las ruinas de todo solo queda la pureza gélida de esta autodesignación desoladora. Echo de menos al la multitud delirante. Me gustaría insultarles. Pandilla de incordiosos. Echo de menos que me incordien. Si lo hicieran, yo sería menos abstracto. Así ni siquiera alcanzo el estatus de simulacro. Me faltan circunstancias ¿me oyes, capullo engreído?, ¿sabes lo que son las circunstancias? También me falta un escenario, ¿entiendes? Un escenario en que se desarrolle la acción. Si me escucharas. Si atendieras a razones. Ni siquiera tengo características físicas. ¿Soy alto o bajo, gordo o flaco? Por ejemplo. ¿Tengo alguna meta, algún objetivo, algún propósito? No parece. ¿Es de día, es de noche? Y si el público se ha ido, ¿me tendré que quedar aquí para siempre? Al principio me iba a ir por culpa del incordio que la multitud delirante suponía. Pero ellos se adelantaron y se ausentaron primero, y ahora tengo que estar presente por culpa de su ausencia. Evidentemente. Esta es la conclusión. Y me aburro. ¿Y qué sentido tiene que haga algo si no hay ya público barra multitud delirante ausente? Así que no hago nada. Necesariamente. Esa es la conclusión. Y como no hago nada me aburro. Eso cierra el círculo.

martes, 13 de diciembre de 2011

La palidez no es deseable

Caballeros, bienvenidos al mundo de la realidad: aquí no hay público. No hay nadie para aplaudirlos ni para admirarlos. No hay nadie para verlos. ¿Entienden? Esta es la verdad: el heroísmo verdadero no recibe ninguna ovación y no entretiene a nadie. Nadie hace cola para verlo. A nadie le interesa.
David Foster Wallace, El rey pálido

La Constante

En un mundo asediado por las fuerzas invisibles del caos y amenazado por la inminente destrucción de todo cuanto hasta ahora hemos considerado digno de ser conservado, un valeroso y abnegado caballero medio calvo, pero con con una larga coleta de pelo completamente blanco, que siempre ocupa el mismo asiento del autobús nocturno todos los viernes y los sábados desde hace años sin que su aspecto haya variado lo más mínimo, es el encargado de mantener el orden cósmico y ontológico de nuestra frágil y amenazada realidad. Nadie sabe en qué consiste exactamente su heroica misión, ni cómo logra llevarla a cabo, ni si es un viajero interdimensional enviado por organismos de esferas tan altas que resultan literalmente inimaginables, tal como solo unos pocos elegidos sospechan. Él es el Silencioso Guardián del Universo, él es el Impertérrito Vigilante Supremo, él es el Observador Que Determina lo Observado, él es... ¡La Constante!

Continuará...

lunes, 12 de diciembre de 2011

domingo, 11 de diciembre de 2011

Un poema (o algo así)

El aire es gélido frente al crepúsculo. Nubarrones inciertos en un horizonte huidizo. Tus labios de metal ardiendo en la oscuridad. Rosas muertas en el tejado. Y yo me abrazo a la caída y me despido, carreteras perdidas me llevan hacia el mar.

Y allí, cuando te vi, en el mar, silueta inasible, te perdí, sí,
por última vez.

Aún lo recuerdo.

Aromas de sirenas muertas inundaban la escena
como suspiros desmayados
y si reí o lloré no lo sé.

martes, 6 de diciembre de 2011

The Big Crunch Theory

Amy Farrah Fowler y Bernadette llegaron y arruinaron la que podría haber sido la mejor telecomedia de la historia. Fue un momento fatídico. Un punto de inflexión que provocó un bandazo irremediable en el transcurrir de la serie, que pasó a una velocidad inusitada de ser genial a ser irritante. Ni siquiera Penny puede salvar esos atroces e insufribles momentos en que aparecen Bernadette y Amy, esos momentos agónicos e insoportables en que uno preferiría estar clavándose agujas en los ojos que estar viendo The Big Bang Theory y grita estremecido de horror y clama al dios de los guionistas con los brazos extendidos hacia el cielo en actitud suplicante para que Bernadette y Amy mueran de forma violenta en un accidente y se certifique por escrito ante un notario que los personajes no volverán a parecer nunca jamás en la serie, bajo ningún concepto.

Pero el dios de los guionistas no te escucha así que, con gran pesar, tienes que dejar de ver la serie.

lunes, 5 de diciembre de 2011

sábado, 3 de diciembre de 2011

Entrevistas breves con hombres que al final siempre terminan hablando de metafísica

-¿Acaso es mucho pedir que cuando alguien entre en mi habitación para decirme cualquier cosa o para lo que sea al salir deje la puerta exactamente en la misma posición en la que estaba, ni más cerrada ni más abierta? ¿Eh? ¿Sí? ¿No? Lo más normal es que la dejen más abierta, obligándome a tener que levantarme para cerrarla un poco más y dejarla como estaba. Es agotador y repetitivo. Aunque terriblemente insignificante. Eso está claro y yo soy consciente de ello. No me quejo, solo pregunto si acaso sería mucho pedir. Quiero decir, no me parece una exigencia inviable ni creo que tenga nada que ver con ese tipo de exigencias pueriles y caprichosas de los niños mimados cuya ansia de satisfacer inmediatamente sus deseos les dota de cierto carácter dictatorial o tiránico. Más bien tiene que ver con la regularidad y el orden y con no aumentar innecesariamente el buen número de fenómenos aleatorios y caóticos que ya de por sí contiene el universo, como los sistemas estocásticos, por ejemplo. Tiene que ver con el deseo moderado de cierta invarianza ambiental que contribuya al equilibrio y a la estabilidad. Quiero decir, no se trata de un anhelo feroz, no me va la vida en ello, claro que no, pero, en fin, ¿sería o no deseable? Entran en tu habitación, luego se van, la puerta queda significativamente más abierta, y entonces te tienes que levantar de tu asiento para volver a ponerla como estaba. Los detalles nimio no son verdaderamente importantes tomados de forma aislada, pero vistos en conjunto conforman una vida. Hay que prestarles atención. No se trata de que la metafísica sea general y abstracta y se ocupe de las grandes categorías del pensamiento desatendiendo los aspectos concretos de la realidad. Esto solo lo piensan los idiotas. Es la distinción misma entre categorías generales y cosas particulares la que es metafísica. Quiero decir, preste atención: la distinción en sí. No veo de qué modo podríamos librarnos de ella. Piénselo bien. Imagine, por ejemplo, que yo niego que existan cosas generales como el mundo, dios, etc., que digo que eso son categorías abstractas que no existen en la realidad, y que solo hay cosas particulares y que, por tanto, la metafísica es una patraña. Bien, en ese caso, usted, forzosamente, tendrá que señalarme que he usado ya esa metafísica que había creído abolir, he usado la categoría de existencia, que es bien general, por ejemplo. He usado la metafísica para negarla. Obviamente, esta paradoja es difícilmente salvable, así que yo tendría que reflexionar un poco más, y acabaría diciendo que quizá lo que pasa es que existen muchas metafísicas distintas. Igual que existen muchas lógicas distintas. Lógica de predicados y lógica difusa, por ejemplo. Cualquier afirmación que se refiera a la realidad como un todo es inevitablemente metafísica, si voy y digo que la realidad es materia, o que consiste en materia, o que no hay nada más que materia, antes de saber si es falso o no lo que digo, ya me estoy moviendo dentro de un determinado paradigma metafísico. Así, digamos que la metafísica parece no tener que ver tanto con afirmaciones verdaderas o falsas, sino con marcos previos o con algo parecido a marcos previos, por ejemplo, categorías del pensamiento. Todo esto se puede volver muy complejo. No sé por qué hemos empezado a hablar sobre metafísica. Quizá también se use el término metafísica significando otras cosas. Por ejemplo, un significado excesivo y nebuloso que uno no puede o no quiere concretar. Cuando alguien dice: no es solo una cuestión política, es una cuestión metafísica, lo que pretende es ampliar el campo de significación de esa cosa, y ese campo es tan amplio que sus límites no están claros y entonces dice que es una cuestión metafísica. Es una cuestión que alberga en sí una tensión entre lo que sabemos y lo que no. Lo que no podemos saber. O quizá no se trata de saber. Es una especie de límite, de línea divisoria. Esta línea articula el más allá y el más acá. Más allá y más acá de la línea, pero, preste atención a esto, porque es jodidamente importante, sin darle un contenido positivo a lo que trasciende el límite. ¿Por qué no? Porque entonces ya no estaríamos en la metafísica sino, directamente, en la religión. Si le damos un contenido positivo a lo trascendente no estamos siendo intelectualmente honestos. Estamos haciendo trampa. Estamos tomando un atajo. Estamos optando por lo fácil. Lo que quiero decir, es que sí, por supuesto, prestemos atención a los detalles, pero no caigamos  en el error de pensar que así nos libramos de las ilusiones metafísicas. Usted, por ejemplo, cree salir de una ilusión metafísica, digamos del alma. Ya no cree en el alma. Ha leído un montón de libros de divulgación más bien simplistas que le hacen creer que entiende la hostia de neurociencia y se ríe por lo bajo de las discusiones filosóficas que para usted carecen totalmente de sentido tras haber sido iluminado por charlatanes que perpetran libritos comerciales tontorrones que agasajan su inteligencia y dicen supuestamente las cosas claras y eluden los problemas metafísicos e incluso los problemas semánticos, así que usted ha recibido como una epifanía una cosmovisión cientifista aproblemática y dice que la palabra alma carece de sentido porque se trata en realidad de una vieja ilusión metafísica. Creáme o no, usted lo que ha hecho es entrar en otra ilusión, también de carácter metafísico. Eso por no hablar del anacronismo que supone interpretar la palabra alma de un texto de hace más de dos mil años como si significara lo mismo que ahora. Ha creído sin saber que lo estaba creyendo que los significados no varían. Esa es su creencia metafísica implícita. Pues bien, si alma significaba en uno de esos textos antiguos, pero esto es solo un ejemplo, llevar en sí el principio del movimiento, está claro que decir que las plantas tienen alma no es una frase absurda, puesto que significa que las plantas crecen, que no son piedras. Si en ese texto del ejemplo alma no significaba ninguna clase de sustancia extraña fantasmagórica que reside en la interioridad de las personas y que ha sido puesta ahí por otra sustancia aún, si cabe, más extraña, que usted niegue que el alma sea ese ente fantasmagórico es lo que carece de sentido. Piénselo, estaría negando algo que el texto no dice. Aquí el problema es simplemente que usted está leyendo mal. Pero sigamos con la metafísica. No existe el alma, de acuerdo, lo que hay son reacciones químicas en su cerebro. Queda por explicar, aún admitiendo que el alma no exista y sea una mera ilusión, por qué se produce esa ilusión. Supongamos que yo estoy de acuerdo en que el alma no existe. La cuestión es: ¿qué quiero decir yo cuando uso la palabra alma? Quizá sé perfectamente que no puede ser un punto extenso, que es imposible que sea una cosa entre las cosas, que para nada forma parte de la res extensa. ¿A qué necesidad, sin embargo, respondía el surgimiento de la palabra? Quizá respondía a una necesidad bien real de referirse a las vivencias de las personas, por ejemplo. ¿Es lo mismo el hecho de experimentar emociones que la explicación neuroquímica de las emociones? Me refiero, no a que haya dos planos de realidad, el normal, digamos, y otro super secreto e inaccesible que fuera el lugar propio del alma, sino a dos niveles de significación que convivan en el mismo plano de realidad. Yo soy un monista convencido, aunque pudiera estar equivocado, pero, de nuevo, insisto en que el error o el acierto respecto a nuestros juicios sobre la realidad están enmarcados en una visión metafísica previa sobre la realidad que normalmente permanece implícita y de la cual no somos conscientes y quizá la tarea necesaria e imposible de la metafísica no sea otra que la del ojo que intenta verse a sí mismo cuando nada en el campo de visión permite inferir la presencia de un ojo. El sujeto no pertenece al mundo, es el límite del mundo. El límite somos nosotros. Piense en eso. Lo del ojo tiene que ver con Wittgenstein y con Kant, lo digo para que no parezca que me apropio de ideas y las hago pasar por mías. Usted no puede decirme que mi experiencia emocional es una ilusión y que en realidad las emociones son reacciones químicas en mi cerebro. No estoy seguro, sin embargo, de cuál es el error de este reduccionismo tan grato a cierta mentalidades científicas. No a todas, ojo. Yo puedo afirmar, a la vez, que mis emociones son reacciones químicas en mi cerebro y que no son una ilusión. O que en tanto que ilusiones son reales. Piense en el dolor, en lo absurdo que resultaría decir que el dolor no existe, que es una ilusión, lo que existe son impulsos nerviosos y cosas mensurables. Podríamos hablar de ilusiones reales, en este caso. No sé si me estoy explicando o no. Quiero decir que fenómenos como el dolor o la conciencia tienen una ontología de primera persona. Por supuesto, sin la base material que la hace posible, la conciencia no existiría, pero, por definición, la conciencia se experimenta en primera persona y no es lo mismo responder a cómo es posible la conciencia que el hecho mismo de ser consciente. No estoy diciendo, repito, que haya dos realidades, no estoy diciendo que haya dos cosas, la materia y la conciencia, sino una única cosa vista desde dos puntos de vista y, atención porque esto sí que es jodidamente importante, el punto de vista cambia el significado de la cosa sin ser simplemente un subjetivismo que habría que deshechar o superar sino que, de algún modo, pertenece a la cosa misma. Sé que esto resulta vago y confuso, yo también estoy confuso. Quiero decir, no existe la verdadera realidad de una cosa independientemente de sus apreciaciones, percepciones, intuiciones, intelecciones, etc. La cosa en sí. ¿Acaso no es metafísica de la mala, de la que ni sabe que lo es, esa idea según la cual la ciencia nos ofrece el único camino de acceso a la realidad tal cual es, sin velos ni disfraces? En mi opinión, la realidad tal cual es todo el complejo de las distintas formas de acceder a ella sin que sea posible establecer una jerarquía que privilegie una de ellas por encima del resto. Pero hay que ser muy consciente de que conviven porque se mueven en distintos planos de significación. Aunque no estoy muy seguro. Estoy cansado de hablar con usted. Por cierto, nuestros estados de ánimo condicionan nuestro pensamiento y, ahí va una tesis que tampoco es mía, no podemos eliminar sin más la supuesta distorsión de la verdad que supuestamente acarrea el hecho de que tiñamos nuestro acceso a la realidad con determinados estados de ánimo, porque siempre estamos en algún estado de ánimo y en algún grado de intensidad dentro de ese mismo estado de ánimo. Así que no hay lugar neutral. Al menos para nosotros los mortales.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Nacho Vegas - Stanislavsky

Algo supuestamente aburrido que sí volveré a hacer

Dos japoneses se sientan detrás de mí en el autobús y hablan a gritos y uno de ellos es el ser humano que más ruido produce mascando chicle en todo el mundo. No lo he comprobado empíricamente, pero creo que es cierto. Comprobarlo empíricamente sería imposible. También sería la cosa más desagradable y estúpida que podría hacerse. Aunque fuera posible, no sería deseable. Que algo sea deseable es una condición de realizabilidad de ese algo, creo yo. Hojeo el periódico. No logro concentrarme. Primas de riesgo, futuro incierto para el euro. ¿Sería mejor que el euro estuviera más débil? La utopía neoliberal exige una fe ciega en la política de recortes. Deuda pública, deuda privada, Banco Central, Merkel, Sarkozy. Algo pasa en Egipto, creo. Tengo demasiado sueño como para concentrarme y los dos japoneses continúan hablando altísimo, aunque no parece que estén discutiendo, y uno de ellos sigue mascando chicle de forma increíblemente desagradable. Me dan ganas de darme la vuelta y preguntarles si es que acaso consideran que alguien que ha dormido menos de cinco horas y trata de entender algo sobre posibles recesiones futuras y mercados de deuda sin haber estudiado economía se merece tener que soportar esos gritos incomprensibles que resultan del todo inapropiados considerando que son las nueve de la mañana y que recapaciten unos segundos, que se tomen unos segundos para meditar sobre reglas éticas mínimas de convivencia armoniosa en lugares públicos y sobre su conducta y que a continuación, después de recapacitar, por favor, se callen de una puta vez. Que Europa, además, se va a hundir en la miseria y que vamos a tener todos que nadar buscando la maldita balsa de la Medusa como tabla de salvación. A la desesperada. Obviamente, no digo nada. Además, siendo sinceros, todo esto se me acaba de ocurrir ahora mismo, mientras escribo, y no en el momento en que los dos japoneses me estaban molestando (el hecho de que fueran japoneses no tiene nada que ver, desde luego, pero es que lo eran). En ese momento solo pensé esto: joder, ¿no se van a callar nunca? Así que decido dejar el periódico a medio leer en esa especie de red que tienen los asientos de autobús en la parte posterior y me pongo los cascos para escuchar música y así evito oír el increíblemente desagradable ruido que produce uno de los japoneses al mascar chicle. Masca con una fuerza exagerada, en mi opinión. Creo que hace muchos años que no mastico un chicle. Nunca me gustaron. Los chicles, digo. Que no se permita fumar en el autobús y se permita mascar chicle de esa forma es algo que clama al cielo. En mi opinión, claro. Los médicos tendrán la suya, que quizá no coincida con la mía. También opino que las cabezas de los individuos que hablan por teléfono en las bibliotecas deben ser puestas en una pica, en la plaza pública, para que todo el mundo lo vea, como castigo ejemplarizante. No hay virtud sin terror, decía Robespierre, creo. Seguro que, además, estaba mascando el chicle abriendo mucho la boca, algo que, por suerte, no pude comprobar, a no ser que me hubiese levantado de mi asiento y me hubiese girado para mirar hacia atrás, algo que no quise hacer, pero se deduce claramente del volumen desorbitado que producía el incesante e irritante mascado de uno de mis compañeros de autobús (prácticamente estábamos solos en el autobus los dos escandalosos japoneses y yo; creo que había dos o tres personas más en asientos situados en la parte delantera; nosotros estábamos hacia el medio; yo en el asiento numero 25, ventanilla) que estaba abriendo mucho la boca. Mascar chicle en lugares públicos no es muestra de buenos modales, señala una tal Lucinda Holdforth (lo acabo de saber gracias a Google). Aunque también dicen, en la misma página, de aspecto muy poco fiable, por cierto, que mascar chicle reduce el estrés y previene las caries. Sí, ya. Hay que ser escépticos respecto a según qué tipo de información suministran las páginas de Internet. Esto es una jaula de grillos, según la expresión de un filósofo que es bastante reaccionario. Pero a mí la expresión me gusta. Me quedan diez horas de viaje (ahora ya no, ahora estoy en mi casa escribiendo esto; pensé en tomar algunas notas durante el viaje, pero no encontré ningún bolígrafo ni lápiz en mi mochila, aunque en teoría debería de haber al menos dos bolígrafos bic y un lápiz Staedtler Noris 120 2 HB, pero en teoría funciona incluso el comunismo, así que no escribí nada durante el viaje), de Barcelona a León, pasando por Zaragoza, Logroño (lugar originario de la bruja Antonia de True Blood, serie muy sobrevalorada, por cierto) y Burgos. En Logroño tomé un café cortado y fumé un cigarro. En Burgos una coca-cola y dos cigarros. En Burgos hacía cinco grados centígrados de temperatura. Un tipo me pidió un cigarro y dije que lo sentía, pero que no me quedaban, lo que era mentira. Me lo pidió con una falsa amabilidad que me predispuso a negárselo. Oye, por favor, y perdona, de verdad perdona que te moleste, ¿me podrías contestar a una pregunta?, ¿me puedes dar un cigarro? A lo que contesté con sequedad y brusquedad: No, lo siento, no me quedan. Mi tono de voz quería transmitir que, en realidad, sí tenía, pero que toda esa retórica falsa y afectada me había parecido una tomadura de pelo y que, por eso, ahora te quedas sin cigarro, idiota. Estoy realmente harto de que me aborden desconocidos pidiéndome un cigarro. He desarrollado una intuición infalible para saber cuándo un tipo viene a pedirme un cigarro. Lo sé antes de que me lo pidan. No fallo nunca. Mi determinación de practicar una política de tolerancia cero con los gorrones tiene, sin embargo, excepciones. No existen reglas sin excepciones a dichas reglas. Además, las reglas tiene metareglas implícitas, pero ese es otro tema. Cuando detecto amabilidad no impostada y una sincera necesidad de un cigarro suelo ceder. Los dos japoneses se bajaron en Zaragoza. Cinco minutos de parada. En la estación de autobuses de Zaragoza no se puede fumar. En el autobús quedamos solamente dos personas. Luego, transcurridos, en realidad, más de cinco minutos, se suben otras dos personas. Al menos desde Lleida, durante todo el recorrido, una niebla espesa inunda el paisaje. A mí me encanta la niebla. Adoro la niebla. Llevo horas escuchando a Nacho Vegas y mirando el paisaje inundado por la niebla. Ignoro las películas que ponen en el autobús. Siempre son malísimas. Siempre. Es una regla que tienen los autobuses: poner siempre películas que no verías bajo ninguna otra circunstancia. Esta es, curiosamente, una regla sin excepciones. Es la excepción a la regla según la cual todas las reglas tienen excepciones. La niebla es movida por el viento a una velocidad vertiginosa. Se puede mirar el sol porque gracias a la niebla no te ciega  los ojos. Un disco perfectamente redondo. Una lámpara. Tardé un rato en descubrir que era el sol. Había pensado que se trataba de la Luna. Estaba medio dormido. Se ven hileras de árboles cercanos; más allá, solo la niebla. No me gusta leer en los autobuses, solo mirar y escuchar música. Si me pongo a leer un libro, creo que me marearía un poco. El periódico solo puedo hojearlo por encima, y eso durante los primeros minutos del viaje. Luego, nada de lectura. Sonidos e imágenes. La verdad es que no me quería ir. Antes de llegar a Burgos, se me acaban la pila del mp3 y, por alguna razón, las pilas recargables que, en un alarde de previsión, había recargado (creía yo), en realidad no se habían recargado, así que me quedo sin música. Entre Burgos y León escucho en la radio que viene incorporada en la parte posterior de los asientos del autobús un programa de la Ser en el que entrevistan a Josep Borrel y hay dos catedráticos de economía que también participan. Borrell (no sé si se escribe así) hace una analogía muy gráfica sobre lo que supondría la salida del euro: sería tan difícil como volver a meter la pasta de dientes en su envase. Se comenta la estupidez estratosférica que ha supuesto la inversión a todas luces descabellada en aeropuertos como el de Castellón. Asiento enérgicamente. O como el de León, por supuesto, aunque no lo mencionan. Se me pasa por la cabeza la idea de declararle la guerra a Alemania como no dejen de ser unos capullos. O se va Merkel o aquí se va a armar la de dios es Cristo. Esa sería mi declaración formal de guerra. No desarrollo mucho esta idea, estoy cansado y no parece una idea ni muy cuerda ni muy viable. He ido alternando estados de duermevela y estados de intensa concentración en el paisaje a lo largo de las diez horas de viaje. En al menos dos canciones Nacho Vegas aparece la figura de un rey. En una, un rey que no reinaba, pero seguía siendo un rey. Llevo El rey pálido, de David Foster Wallace, en la mochila. Me gustan los molinos de viento modernos que salpìcan el paisaje. Emergían de entre la niebla como reyes melancólicos, sus aspas giraban con lentitud, majestuosas. Aerogeneradores silenciosos, impertérritos, fantasmales.