lunes, 28 de agosto de 2017

Molinos de viento o de cultura

La verdad es que nunca he estado bien de la cabeza. Lo que pasa es que yo no ataco molinos de viento. Hago algo peor: sueño con atacar molinos de viento, estoy deseando atacar molinos de viento y a veces imagino que he atacado molinos de viento. Molinos de viento o molinos de cultura —digámoslo de una vez—, los más deleitables e inasibles de los objetos, trituradoras eróticas, molinitos lascivos de lujuria, factorías carnales de raros goces, fantasilandias de fornicadores frustrados, cuerpo mismo de las Beldades. Y, al final, ¿cuál es la diferencia? Una causa perdida es una causa perdida. Pero no voy a obsesionarme con esto ahora. Ya me obsesionaré más adelante.
Sam Savage, Firmin 

jueves, 10 de agosto de 2017

¡Viva la Revolución! ¡Y Stephen King!

La gente se ha metido mucho con Andrea Levy por declararse revolucionaria, pero eso es lo de menos —al fin y al cabo la clase esencialmente revolucionaria ha sido la burguesía (su existencia misma depende de revolucionar incesantemente los intrumentos de producción, dice Marx), no los lectores de Público, que de momento, que yo sepa, no han revolucionado nada—. Lo grave es que se atreva a decir que Stephen King es malo. Yo planeo en un futuro más o menos cercano retirarme a leer a Stephen King sin parar*. Recuerdo leer Los Tommynockers cuando tenía catorce años y pensar que era el mejor libro que se había escrito jamás. Creo que ya es hora de volver a leer a Stephen King.

*Mi pereza a la hora de ponerme a leer novelas es pasajera. No soy tan viejo. De hecho estoy leyendo a China Miéville y a Frank Herbert. Polillas asesinas, arañas interdimensionales, gusanos de arena... ¿quién querría vivir sin leer sobre esas cosas?

miércoles, 9 de agosto de 2017