martes, 11 de septiembre de 2012

Fragmentos

El frescor matinal preludia el otoño, la estación en que la vida se recoge sobre sí, se envuelve como un ovillo de lana, se acurruca soñolienta mientras caen las hojas; el olor del café impregna la habitación; humea un cigarrillo olvidado; afuera pasan aviones, muy cerca de los tejados de las casas, y desaparecen dejando ese ruido tormentoso que lentamente se va extinguiendo, ese ruido que se diluye poco a poco, sin que sea posible determinar el momento exacto de su conversión en silencio pleno, de su desaparición definitiva.

No hay momentos exactos, discretos, solo el continuo fluir la corriente inaprensible de la vida, un solo gesto, un solo movimiento.

Los cipreses, escuálidos, espirituales, son como antenas esperando recibir una señal. Los cipreses no creen en Dios, pero le echan de menos.

El hombre es un animal, pero hay que reconocer que se trata de un animal muy raro. Solo el tiene acceso al claro del bosque. Solo él es un extraño en la tierra. Solo él se asombra de ser.

El llanto y la risa son testimonios de la excepcionalidad y rareza de ese animal que somos: un desgarrón en la cadena del ser.

El pecado original es ese desgarrón, asumido con satánico orgullo. Morder la manzana es abrir los ojos, el despertar de la conciencia; y la conciencia nos hace desgraciados, nos separa de la gracia, nos sitúa en lo abierto, en la intemperie. El corazón chiflado del hombre grita: mejor vivir libre y desgraciado que esclavo, aunque sea esclavo de un dios.

El tema cristiano por antonomasia: Dios ha muerto.

Hermann Timm: "Dios ha muerto. ¡Viva la religión!"

El hombre no tiene esencia, es un camaleón. Dicho de modo paradójico: la esencia del hombre es no tener esencia, es estar escindido de lo que es.

Es mentira que Job se calle la boca, que sea paciente y no proteste. No para de protestar, de quejarse, de pedir explicaciones a Dios.

Mi historia preferida de la Biblia no es especialmente simbólica, ni reveladora, ni enigmática. Judith, la hermosa y joven viuda Judith, para librarse del asedio al que están sometiendo a su pueblo, Israel, se viste con sus mejores galas, seduce a Holofernes y cuando éste duerme, borracho perdido, le hiere dos veces en el cuello, cortándole así la cabeza. Erotismo, violencia, política y religión se anudan en el relato con una sencillez y maestría narrativa inigualables.

El dominio de las técnicas narrativas, el conocimiento de la gramática y de los tropos, no garantiza el éxito de la creación literaria. Hace falta algo más, un suplemento indefinible, un destello de demencia. Hace falta inspiración, divina locura, esas ideas desacreditadas por la modernidad y tan evidentes para los viejos griegos. Ni siquiera saben qué es poesía, hace falta estar en determinado estado de ánimo, como decía Joyce.

La voz del narrador o del sujeto poético es siempre una voz imaginada, siempre. En literatura es imposible decir yo.

Al leer la noticia de la inminente publicación de una biografía de David Foster Wallace he recordado lo que dijo Cioran acerca del sorprendente hecho de que la perspectiva de tener un biógrafo no haya disuadido a nadie de escribir. También he pensado en gente troceando un cadáver y amasando beneficios con la venta de sus putrefactos productos. Yoko Ono es un ángel en comparación con los amigos de DFW.

Evidentemente, distanciarse de la propia época es un requisito imprescindible para poder verla. Ser contemporáneo es ser intempestivo, no pegar las narices al presente, ni rendirle pleitesía, ni tampoco despreciarlo olímpicamente. La perspectiva es el asunto crucial. Un asunto difícil.

En La naranja mecánica el brutal contraste entre estética y ética nos advierte muy bien del peligroso mito de la Cultura. Alex, extasiado con las trompetas de los ángeles y los trombones del infierno, en su cama, con su maravilloso equipo de música puesto a todo volumen, después de haber asaltado una casa y violado a una mujer, se está riendo a la cara de la idea de la alta cultura como remedio contra la violencia. A Leni Riefestahl, la cineasta de Hitler, solo le interesaba la Belleza.

Me entran arrebatos de fatalismo metafísico, no lo niego; me entran ganas de gritarles a los humanistas bienintencionados que creen en la utopía de la educación como panacea o cumplimiento final del reino de los cielos en la tierra que sus ideas escatológicas torpemente secularizadas son una patraña y que acepten de una vez que la existencia es trágica y que Dios ha muerto. Que la existencia sea trágica, por supuesto, no quiere decir que no sea alegre. Tragedia y alegría van de la mano desde Nietzsche.

Habría que matizar lo anterior. No creo en el progreso, pero tampoco en la apelación reaccionaria a los hechos, a que las cosas son como son. Puesto que el hombre no tiene una naturaleza fija, determinada, lo que es y su potencia son inseparables. La potencia incluye, de todas formas, la negatividad, es decir, que aquello que las cosas son en potencia puede darse o no, pues precisamente en eso consiste que sean en potencia, y no en acto. El hombre siempre está en disposición de poder mejorar o empeorar, pero esto solo se determinará en el tiempo.

El tema del azar y del destino: ambos términos, tradicionalmente pensados como opuestos, pueden ser pensados como términos correlativos, al modo de Nietzsche. En un primer momento, el de la tirada de dados, se afirma el azar, no se sabe de antemano el resultado, pero el momento de la caída es el momento de la necesidad, del destino, ya no se puede cambiar el resultado. El hombre, en cada época, tira los dados, con las manos temblorosas. La serie de resultados es la Historia.

A pesar de todo, de mis arrebatos fatalistas, creo que es urgente recuperar el futuro, porque desacreditando el futuro es el presente el que se vuelve inviable e invivible.

Que Godot no llegue significa un millón de cosas a la vez y ninguna en particular. Una de las cosas que significa es la imposibilidad de la parousía, la imposibilidad de una presencia plena, de un sentido último de la vida. Godot nombra más bien un sentido ausente que una ausencia de sentido. Algo que cuya forma de ser es no estar presente.

Nadie mejor que Beckett ha mostrado la absurda comedia de la existencia, cuyos personajes, contra todo pronóstico, perseveran y resisten, aunque sea realizando actos nimios, ridículos.

También el mundo de Kafka, al igual que el de Beckett, es un mundo donde Dios ha muerto, o se ha retirado, o ha enmudecido. Dios no está presente. Estamos solos. Ni Godot va a llegar, ni nosotros podemos acceder al Castillo.

¿Por qué simplemente no esperar a Godot, no tratar de llegar al Castillo?

Las guerras entre escritores son una especie de batallas libradas por egos enfermizamente hinchados, eso lo sabe todo el mundo, sobre todo los propios escritores, pero tampoco hay por qué extrañarse. La envidia, los celos, todos los afectos, se rigen por leyes geométricas y hay que comprenderlos, no despreciarlos sin más. El esfuerzo de comprenderlos ya lo hizo Spinoza. Aún así, ser conscientes de cómo funcionan los afectos y las pasiones no implica dejar de estar sometidos a su poder. En este sentido, la conciencia está sobrevalorada.

Ni creyente ni ateo ni agnóstico. ¿Tiene eso sentido?

La superficie es más misteriosa, más interesante e incluso más profunda que la profundidad. ¿Tiene eso sentido?

La belleza está en el interior. Creo que me moriré sin comprender esa frase. El interior se compone de vísceras y cosas así bastante asquerosas, creo yo.

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