lunes, 31 de diciembre de 2012

K.

He sido una hoja en el viento del otoño, pero de ningún árbol

Kafka

lunes, 24 de diciembre de 2012

El cuento de navidad del Señor S.

-Tengo cosas importantes que hacer esta noche -dice en voz baja-, tengo que leer a Pynchon y escuchar a Glenn Gould, así que comprenderás que no puedo cenar con veinte personas a mi alrededor -estira la espalda, su silla emite una serie de crujidos-, y has de saber que pienso que ese rollo de que uno es lo que come, o de que uno piensa en función de lo que come, me parece la idea más estúpida que existe... casi aberrante
-De todas formas tienes que ir a cenar, es nochebuena -dice de un modo tajante que no admite réplica.
-No soy ningún hedonista, en cualquier caso aspiraría a una beatitud rollo Spinoza -hace gestos con las manos como si así pudiera explicar qué está diciendo-.Vale, mira, de verdad que aprecio a Jesús, la versión no pervertida por San Pablo, me refiero al Jesús que no juzga, pero no veo en ello ningún motivo para ser arrancado de mi sitio y colocado en medio de una vorágine de voces confusas, de conversaciones cruzadas y de preguntas retóricas, todo lo cual está en las antípodas de la paz, el asombro y la serenidad de las Variaciones Goldberg... las de 1981 sobre todo.
-Puedes escuchar lo que te de la gana cualquier otra noche, no seas pesado
-Pero precisamente esta noche no siento ningún deseo de... -se encoge de hombros-, ¿a ti parece normal tener que hablar con primos a los que no ves nunca de cosas que no te importan?
-Pues claro, es lo más normal del mundo.
-De acuerdo, cierto, es lo más normal... -típico ceño fruncido de reflexión o contrariedad.
-Vamos a ver -le grita bruscamente-, en el transcurso de su vida, el ser humano contrae numerosas obligaciones que se oponen a su voluntad, el ser humano es arrancado una y otra vez de sus intereses y puesto en situaciones absurdas y tediosas, y has de aceptarlo con cierto grado de entereza estoica, no puedes limitarte a ser una quejumbrosa alma bella.
-Estás en lo cierto -dice asintiendo con resignación-, incluso podríamos hablar de las implicaciones políticas del egoísmo lírico y del encierro en la torre de marfil, no niego que esas implicaciones sean inaceptables, pero no se me ocurre nada más atroz que...
-¿Que qué? Vamos
-No sé muy bien lo que iba a decir... que todo eso de participar y... opiniones, sin duda la peor sociedad es aquella en la que todo el mundo opina de todo sin saber de nada, sencillamente me parece insoportable participar en algo así... no hay ningún lugar que quiera ocupar en una sociedad así, desquiciada por el lenguaje convertido en ruido, en entropía informacional.
-Pero se puede charlar, sin más
-Ah sí, eso está bien, no hay nada malo en eso -se levanta de su crujiente silla, coge un cigarro, lo enciende y vuelve a sentarse-. La vida de un tertuliano es lo más parecido al infierno que puedo imaginar. Si tuviera que sobrevivir trabajando como tertuliano, prefería no sobrevivir...
-Pues entonces ya está -interrumpe su discurso, siempre tendente a la exageración gratuita-, fin de la historia, vamos, cenamos, charlamos.
-Vale, pero que quede claro que me da una pereza enorme y que espero que se cene poco, mal y rápido, que no haya postres y que volvamos lo más pronto posible y, sobre todo, que no se hable de política, porque si se habla de política me levanto y me voy.
-No se hablará de política, no te preocupes
-Ya tengo ganas de que se acabe la cena, y aún no ha empezado... joder, podíamos cenar aquí unas pizzas congeladas y ver una peli, pero no señor... podíamos ver La vida de Brian, una peli muy apropiada en estas fechas, pero no señor... a comer turrón, ¿a mí qué coño me importa el turrón? Si no existiera turrón, me sería indiferente... eliminado sea el turrón, jajaja
-No tienes por qué comer turrón.
-Por supuesto que no, lo sé.
-Pero tú entiendes que la gente se reúne, ¿verdad? Quiero decir, entiendes que hay gente a la que le gusta y disfruta hablando de cosas banales y todo eso
-Claro que lo entiendo, a mí también me gusta a veces, pero no hoy, precisamente hoy, quiero escuchar música y mirar el cielo...
-No tienes cuatro años, idiota, ya no se te permite ser un enano tiránico que piensa solo en satisfacer sus deseos.
-De lo que estás hablando es de ese conflicto esencial que se da entre nuestra insignificancia objetiva y nuestra centralidad subjetiva, si no te entiendo mal
-No hablo de nada, te digo cómo son las cosas
-Nadie sabe cómo son las cosas, amigo, nadie, determinar lo que las cosas son ha sido el constante y supremo esfuerzo de la humanidad, el supremo esfuerzo del pensar que, encima, no puede llegar a una conclusión definitiva... de hecho, nada es, todo deviene, el ser en tanto no-ser
-No sé nada de eso
-Ni yo, es lo que trato de decirte, presta atención

Ni el salvaje oeste, ni el mágico sur, siempre el nítido y frío norte

domingo, 23 de diciembre de 2012

Pájaros

A decir verdad, no soportaba el canto de los pájaros. Todas las mañanas le despertaban. Los muy cabrones cada día cantaban más fuerte, con la intención de fastidiarle. Estaba convencido de que esos pájaros pensaban y se divertían a costa de su desgracia. Pensaban que él no sabía que pensaban, pero lo sabía. No eran inocentes. Les espiaba a menudo. A pesar de todo, cuando de improviso desaparecieron, les echó mucho de menos. Deseaba que regresaran, aunque fuera para fastidiarle.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Armonías

Mira cómo las formas y los colores varían, con qué calma atardece. Escucha el vuelo de los sonidos, su trayectoria invisible, esa rara y mágica armonía entre el asombro y la serenidad.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Oscura tierra

Nacidos todos en la oscura tierra gusanienta, frías chispas de fuego, luces malas brillando en la oscuridad. Donde arcángeles caídos se sacudieron de la frente las estrellas.
James Joyce, Ulises 

Reflexiones mañaneras y deslavazadas sobre arte y reconocimiento y otras cosas

Leo, en gallego -no me entero muy bien; no sé por qué narices estoy leyendo en gallego, ni para qué, ni cómo he llegado a esa página- a alguien que se alegra de que ese año en la escuela se lea poesía punk -no sé muy bien qué es la poesía punk- en vez de cantigas medievais. Hace muy mal en alegrarse, eso significa que el tiempo de esa poesía ya ha pasado, que ya se ha convertido en material de archivo, de estudio, que le ha llegado la hora de la disección erudita, que el cadáver ya está bien frío y que los alumnos van a leer por obligación lo que tendrían que haber descubierto y leído como quien comete un delito contra la moral pública. Les obligarán a contar sílabas, me temo. Benditos tiempos aquellos -parafraseando a  Zizek- en que las instituciones oficiales eran conservadoras; y el arte, transgresor. Pero a los ayuntamientos y demás les dio por acoger en su seno las obras escandalosas, con el resultado inevitable que el escándalo dejó de ser tal -como mucho un simulacro mediático cuyos efectos se diluían a los dos días- y un ejército de hermeneutas explicaba que aquellas obras grotescas y feas pretendían, por ejemplo, acercarse sin mediaciones retóricas a lo real. Mentira cochina, evidentemente. Era otro tipo de retórica, no su ausencia.

El caso es que si una obra se plantea al margen del reconocimiento oficial, e incluso en contra, su aceptación equivale a su fracaso, o al menos al fracaso de su intención originaria. Si las vanguardias están hoy archivadas y museificadas es porque fracasaron -en el sentido de que no unieron el arte y la vida, deshaciendo su distinción-, no hay vuelta de hoja.

Se pueden apreciar sus cualidades estéticas, artísticas o lo que sea, de acuerdo, pero de punk le quedará poco a una poesía que se estudia en los colegios, con el beneplácito de los profesores, de las figuras de autoridad. Aunque las cosas seguramente sean más complicadas. Una obra de arte, cualquiera, y para ser una obra de arte, necesita algún tipo de reconocimiento, por escaso o marginal que sea. Una obra que no lee/escucha/ve nadie no es una obra. Dicho en heideggeriano -llevo ya un rato reprimiendo mi impulso de decir esto en plan terrorista verbal- la estructura de una obra de arte es ser-para como fenómeno unitario y constitutivo de la misma.

Sigo leyendo, en gallego, entendiendo más o menos, que ahora en vez de leer alguna puta mierda los alumnos van a leer buena poesía. Esto a mí directamente me deprime -bueno, exagero un poco; recuerden: siempre hay mediación retórica, no hace falta ni decirlo- porque significa que la buena poesía ya no puede defenderse sola y que, de hecho, está muerta, nadie la lee y por eso necesita protección institucional. Si no está muerta del todo, desde luego es obvio que está moribunda. Es una especie en extinción, y desde hace muchos años.

Pongamos por caso que a Nacho Vegas se le estudiase en los colegios. No habría ningún motivo para alegrarse. Que se le estudie en los colegios, vale, pero dentro de doscientos años. Como a Nacho Vegas yo solo le deseo el bien, espero que no se vea nunca en la situación de ser estudiado por alumnos soñolientos y distraídos que se pongan, qué sé yo, a contar las referencias y el uso de figuras bíblicas en clave poética que hay en sus canciones, si hay rima o no, qué métrica y bla bla bla, en lugar de dejar que las canciones les digan algo, de dejar que las canciones les hagan experimentar algo. Es difícil emocionarse mientras cuentas sílabas. No digo que no se deba estudiar, con todo el aparato crítico y la jerga infame que se precise, la literatura, ni que la emoción deba ser el único criterio, lo cual nos arrojaría en manos del irracionalismo y la estupidez, pero me parece obvio que enseñar a un alumno a contar las malditas sílabas de una poesía de San Juan de la Cruz no es enseñarle a leer poesía; es empezar la casa por el tejado.

Otra mala manera de leer literatura es esa promulgada por algún que otro seguidor del materialismo filosófico para quien en la literatura lo que hay son sistemas de ideas objetivados. Llega así a la conclusión -deprimente; y ahora no exagero nada, me deprime profundamente- de que los niños son idiotas y no pueden leer obras literarias, porque sus pequeñitos cerebros no están acostumbrados a extraer inferencias de premisas, a captar la complejidad del entrelazamiento sistémicos de las ideas, a lo que él llama usar la razón. Este régimen del terror parece tener por objetivo anular el placer de la experiencia de leer. Lo que tendría que hacer un lector, siempre, es ser examinado ante un tribunal y, si se detecta que no ha captado el significado de una obra, ser castigado. No me extraña que un sujeto tan terrorífico odie a Deleuze, a quien, por lo demás, seguro que no ha comprendido. Ahora voy a permitirme decir una cursilada: a Deleuze hay que leerle con amor -¡toma ya, racionalistas dogmáticos de mierdra!-. Si prefiere se lo digo en plan terrorismo verbal -me encanta la expresión terrorismo verbal, que Safranski aplica al, por lo demás, grandísimo filósofo Kant- académico: querido inquisidor, estás haciendo de la razón un sujeto hipostasiado propio de la metafísica dogmática precrítica -mira qué de esdrújulas juntas: música celestial-.

Disculpen que me ponga pesado, pero es que no me entra en la cabeza que la literatura consista únicamente en sistemas de ideas. Decir que están objetivados es redundante, si fueran subjetivos estarían en la cabeza de alguien y nunca los leeríamos. ¿Qué idea hay en ese verso de Bob Dylan tan extraño y fascinante, el fantasma de la electricidad grita en los huesos de su cara? Ante todo, es una imagen, cuyo sentido no está claro. Dylan podría haber dicho su cara era bonita, o su cara era chispeante, pero no sería lo mismo, no expresaría lo mismo. ¿Se puede reducir la poesía a un sistema de ideas? No lo sé, pero si se hiciera, lo que perderíamos sería la propia poesía, creo yo. Nos quedaríamos con los huesos, pero ningún fantasma de la electricidad gritaría en ellos.

En fin, para acabar, tengo que decir que también es verdad que el hecho de que una obra alcance reconocimiento es bueno, en el sentido de que simplemente logra mayor difusión, y si la obra lo merece, bienvenida sea. De todas formas, no tengo ni idea de crítica ni de teoría literaria, así que tomen estas reflexiones como lo que son: opiniones sin fundamento, fruto de la pereza, la inmediatez -culpa del formato blog- y la grafomanía.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Call me John - It's alright



Videoclip grabado en el bar Paniagua de Salamanca. Cientos de horas de mi vida han transcurrido ahí.

Beckett - El expulsado

Aquí. A mí Beckett siempre me hace muchísima gracia: ¿cómo describir el sombrero? ¿y para qué?

lunes, 10 de diciembre de 2012

La discusión

Él dice, con un tono alegre, que seguramente este es el peor de todos los mundos posibles, pero que los demás, además de imposibles, no serían mucho mejores, y que la idea de que las cosas podrían haber sido de otro modo es errónea. Ella le pregunta que cómo puede decir cosas tan terribles con un tono tan alegre. Él responde que lo terrible es esa ilusión que no tiene en cuenta la irreversibilidad del tiempo y le cuenta por enésima vez que el azar y la necesidad son términos estrictamente correlativos, no antagónicos. Ella le dice que lo único que él hace en la vida es beber café y fumar cigarros y decir tonterías. Él está de acuerdo, no es un hombre de acción, ni siente deseo alguno de serlo. Ella dice que no le gusta hacer nada. Él dice que no hay nada que hacer. Ella le dice que no está bien de la cabeza. Él dice que es probable que lleve razón, porque últimamente todo le parece irreal, incluyéndose a sí mismo. Ella le dice que han quedado para cenar con unos amigos. Él dice que cenar con unos amigos le parece un fastidio. Ella le pregunta que qué le apetece hacer. Él dice que no mucho, dar un paseo, tal vez. Ella le pregunta que en qué piensa. Él dice que no piensa en nada, que pensar es difícil y un fastidio. Ella le dice que creía que él no hacía otra cosa. Él dice que está muy equivocada. Ella le pregunta que entonces qué le gusta. Él dice que las palabras y las tormentas. Ella le dice que no diga tonterías. Él dice que también le gustan las pipas. Ella le dice que se refiere a cosas importantes. Él dice que no tiene ni repajolera idea de a qué se refiere con eso de cosas importantes. Ella le dice que a la vida en general. Él dice que menos aún sabe qué pueda ser la vida en general. Ella le dice que no se haga el tonto. Él dice que los seres vivos son máquinas termo-hidraúlicas que oscilan entre cero y sesenta grados, en combustión lenta. Ella le dice que no se haga el listo. Él pregunta si todo esto que están haciendo ahora, usar palabras, no le parece, en el fondo, algo incomprensible. Ella le responde que si se piensa pasar todo el día divagando con su filosofía barata a cuestas que no cuente con ella. Él abre un paquete de pipas y dice que está bien, salgamos a ver ese estúpido mundo de ahí fuera. Ella le dice que así le gusta. Él dice que vayamos a cenar, mastiquemos con brío y bebamos con entusiasmo. Ella le dice que muy bien, que no es sano pasarse todo el día encerrado leyendo a alemanes muertos. Él dice que a veces también lee a griegos muertos. Ella le dice, con ironía, que es muy gracioso. Él contesta, también con ironía, que lo sabe. Ella le dice que está en el mundo porque tiene que haber de todo. Él dice que, en efecto, tiene que haber de todo, incluyendo gente que lo único que hace es beber café y fumar cigarros y decir tonterías. Ella le dice que está loco, pero que hay que quererle como es. Él dice que, en efecto, todo lo que hay que decir sobre la ética es eso, que a la gente se la quiere como es o no se la quiere y que no hay más. Ella le pregunta si no cree que la gente puede cambiar. Él responde que si alguien cambia es porque su manera de ser es de tal modo que no podría no cambiar. Ella le dice que no está de acuerdo. Él dice que da igual, no le gusta discutir. Ella le pregunta que por qué no le gusta discutir. Él dice que sencillamente es aburrido y no sirve para nada. Ella le dice que es porque no le gusta comunicarse. Él dice que si tuviera algo que comunicar, lo haría, pero que, al menos de momento, no tiene nada. Ella le dice que es porque no soporta que le lleven la contraria. Él dice que eso, probablemente, es cierto, pero que la razón última de por qué las discusiones son inútiles es tan simple como que se suele estar hablando de cosas distintas, jugando a diferentes juegos de lenguaje. Ella le dice que no cree que los juegos de lenguaje sean tan inconmensurables como le parecen a él. Él dice que probablemente están, ahora mismo, dándoles distintos significados a la expresión juegos de lenguaje. Ella le dice que no empiece con paradojas. Él dice que más que de una paradoja cree que se trata de una autorreferencia, pero no está seguro. Ella le dice otra vez que no está bien de la cabeza. Él comenta que, de todas formas, es improbable que haya algo fuera del texto. Ella le dice que es un maldito pedante. Él dice que si ahora mismo le pincharan, no sangraría. Ella le grita e intenta golpearle, pero, claro, no puede.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Meditaciones metafísicas sobre la voluntad

No hace falta ningún anillo único de poder para comprobar cómo la voluntad humana es doblegada. Basta con un paquete de tabaco.

The philosophical mind of David Foster Wallace

Aquí. Quizá a quien no vea a DFW como a una especie de Moisés que subió al monte y bajó con la tabla de la literatura en una mano, la tabla de la filosofía en la otra, y las unió provocando así una gran singularidad discursiva cuyos efectos han de extenderse por los siglos de los siglos (estoy desvariando un poco, cierto) no le interese demasiado el enlace, pero es un buen aperitivo para aquellos que, cual perros paulovianos, estén ya salivando, ansiosos, mientras esperan la publicación de La escoba del sistema.

viernes, 7 de diciembre de 2012

Blue air

and beyond it, the deep blue air, that shows
nothing, and is nowhere, and is endless
Philip Larkin

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Algo: retrato de un sonámbulo (III)

Antes de dormir, algunas noches miraba al cielo, y me parecía natural que alguien, a su vez, escondido detrás del cielo, alguien tal vez sin rostro, me mirara a mí. No me resultó fácil librarme de esta pueril fantasía, si es que me he librado de ella, aunque no era exactamente alguien, no me he explicado bien, ni sé hacerlo mejor. Una loca efervescencia interior dominaba mi ánimo: podía comunicarme telepáticamente con ese inmenso tú sin rostro. Cierto que no respondía nunca, pero también es cierto que yo no preguntaba nada.

Ese silencio helado de las noches de invierno era a la vez frágil e indestructible. Me acostumbré a ver toda la comedia humana desde la posición de espectador. Podría decir, ahora, muchos años después, que entonces yo era un ojo en busca de otro ojo que pudiera ver mi ojo, puesto que un ojo no puede verse a sí mismo. El alba deshacía mi delirio, con la llegada del día no quedaba ni rastro, ni un solo jirón de aquellos pensamientos y visiones que, al parecer, solo surgen con la complicidad de la noche.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Algo: retrato de un sonámbulo (II)

Los días transcurren con normalidad, una tras otro, como el goteo rítmico de un grifo mal cerrado. Ir al colegio, regresar, jugar a fútbol, hacer los deberes, cenar, irse a la cama. Una rutina armónica, un orden preestablecido, límites claros enmarcan todos los actos, todo transcurre de manera regular, precisa, limitada y hermosa. Más tarde, será preciso despertar de ese sueño, pero por ahora no. La amenaza del caos, de la variación continua, la comedia sin gracia de la incertidumbre aún no extiende su sombra alargada sobre el seguro refugio de los días de la infancia.

Un montón de canicas de todos los colores ganadas inesperadamente constituyen un valioso tesoro que hay que conservar a toda costa, pero hay que seguir jugando, arriesgarse a perder. De hecho, perder es inevitable.

Las burbujas estallan. También es inevitable.

Los días dichosos son todos iguales, pero las noches se diferencian mucho unas de otras. Los despiertos comparten un mundo común, pero el que duerme se vuelve hacia su mundo particular, de manera que todos somos, a nuestra manera, solipsistas en nuestros sueños y pesadillas. Solía despertar, en una fase de sueño lúcido, antes de saber el desenlace de la narración onírica que escribía mi cerebro al margen de mi consciencia que, sin embargo, se asomaba tímidamente al borde del sueño para saber qué estaba ocurriendo, tratando de no perturbar con su presencia el desarrollo de las imágenes, porque si se asomaba demasiado entonces la consecuencia no era otra que despertar. La duermevela solo existe en un equilibrio frágil que a la mínima se rompe y te ves impulsado hacia un lado o hacia otro. En este intersticio se esconde el enigma de la realidad y pensaba que había que explorarlo. En este intersticio hay pasillos, largos corredores oscuros, polvorientos, pero también grandes llanuras y horizontes. Por ahí pasea el sonámbulo, aunque luego no lo recuerde. Mi propósito era convertirme en un sonámbulo consciente, en un ciego que ve.

Algo: retrato de un sonámbulo (I)

Sonámbulo despierto, ciego capaz de ver
Georges Perec, Un hombre que duerme 


Mis manos se extienden mecánicamente, chocan contra la puerta. Afuera la noche, el frío, las farolas envueltas en la niebla que todo lo abarca. La puerta está cerrada con llave con el fin de evitar que salga a la calle y camine por ahí, profundamente dormido, expuesto a innumerables peligros, como un autómata al que han dado cuerda y no puede parar una vez activado el mecanismo que lo mueve, un resorte oculto en su sistema nervioso. Enciendo luces y las apago, sin ningún propósito aparente. Me desplazo hasta la cocina, abro y cierro unos cuantos armarios. A mi madre le preocupa que alguna noche me caiga por las escaleras, pero eso no sucederá. Camino con los ojos muy abiertos, pero no veo nada, no soy consciente de nada. Mi mirada está fija en un punto que no pertenece a este mundo. Algunas noches me visto y me desvisto. Mis actos son absurdos y repetitivos: encender y apagar luces, vestirme y desvestirme. No perturbo el orden de las cosas. Lo dejo todo como estaba al principio. El final es idéntico al principio. Al día siguiente mi madre me dice: te levantaste otra vez, tuve que llevarte hasta la cama. No recuerdo nada.

Hablo, pero mis palabras son ininteligibles. Ni siquiera son palabras, es un murmullo, un caótico torrente de sonidos desarticulados que nada significan, un flujo subterráneo que no alcanza la superficie del lenguaje.

Me dicen que es peligroso despertar a un sonámbulo. Imagino que si me despiertan mientras vago en sueños de los que al día siguiente no recordaré nada algo terrible puede ocurrir. Lo cierto es que es mentira, lo único que pasa si un sonámbulo se le despierta es que estará confuso y desorientado hasta que despierte del todo. Ningún oscuro peligro amenaza la vida del sonámbulo, pero tengo once años y aún no lo sé y por eso mi fantasía se alimenta de enigmas: algo, indeterminado, impreciso, ocurrirá si te despiertan.

Nos vamos de vacaciones. Duermo en la litera de arriba. Me caigo en medio de la noche. Me hago daño en el hombro, en la cadera y en la cara. No vuelvo a dormir en la litera de arriba. Ni siquiera cuando deje de ser sonámbulo. Ya no me gustan las literas de arriba.

Algo: retrato de un sonámbulo

Tremendas ganas de leer Nada: retrato de un insomne, de Blake Butler, pero como no está en la biblioteca y no puedo comprarlo (le debo dinero a Amazon por mi brillante idea de comprar un libro de Joan Didion sin tener dinero en la cuenta) lo que voy a hacer, de momento, es imaginar cómo escribe Butler tomando como base los escasos fragmentos que pueden leerse por Internet. Incluso puede que escriba Algo: retrato de un sonámbulo, para entablar un diálogo con el fantasma del libro de Butler.

Próximamente, en sus mejores pantallas, Algo: retrato de un sonámbulo.

Voy a empezar por la promoción, en plan prólogo de teatro clásico:
El autor sale a escena. La muchedumbre delirante se mantiene a la expectativa. Declama, con voz estruendosa: una gran fusión de autobiografía, ensayo, ficción narrativa y lirismo alucinado. No se lo pierdan. No se engañen a ustedes mismos: no tienen nada mejor que hacer que leer este libro; sus vidas no son tan interesantes, mis queridos, hipócritas prójimos. Si pudieran mantenerse sobrios durante unas horas, no estaría de más que aprovecharan ese breve interludio de lucidez mental para abrevar en este libro honesto y de esmerada sintaxis en cuya producción el autor no ha ahorrado esfuerzos ni se ha acobardado a la hora de desmenuzar analíticamente un variado catálogo de trastornos del sueño. A ratos simbólico, a ratos egocéntrico, a ratos pedante y sabihondo, a ratos irritantemente poco narrativo, este libro, no obstante, les hará sentir que caminan en sueños, lo cual es, bien mirado, peligroso para su integridad física. Un recorrido por los abismos laberínticos e insondables del yo. Epifánico en grado sumo, como poco.
Bien, ahora, después de haberlo promocionado, tengo que ponerme a escribirlo.