martes, 30 de junio de 2009

Delirios primitivistas

Tardé mucho rato en darme cuenta de que las luces de las farolas estaban apagadas. Había algo raro, pero no sabía qué. Desde la ventana contemplaba la lluvia torrencial y los relámpagos. Un espectáculo sublime. Asistencia gratuita. Tardé mucho rato en darme cuenta de que la extrañeza provenía de la ausencia de luz eléctrica. Las fuerzas de la naturaleza, indómitas y salvajes, asaltando los prodigios de la civilización posterior al siglo XIX. Llamé por el teléfono móvil. Sin respuesta. Sin luz. Silencio. Alone in the dark. Las hojas de los árboles taparon las alcantarillas y la calle se transformó en un río. Seguí disfrutando del espectáculo. Romanticismo en plena urbe, sin hora determinada, sin precio. Un frescor rabioso. Sin televisión, sin luz. La felicidad me invadía, mi cerebro se bañaba en ríos de placer primordial. Tardé mucho rato en darme cuenta, qué extraña se vuelve la ciudad sin luz eléctrica, todo parece más peligroso y más atractivo. Llamé por el teléfono móvil otra vez, sin respuesta. Sólo en la oscuridad. Como un mono primitivo, contemplaba al dios de la lluvia con regocijo y con ganas de más. Al fin, el diluvio. Que llueva más. Quiero verlo. A hard rain. Sí, aquí y ahora, en directo. Emisión en alta definición, la mismísima realidad en directo, directamente desde ella misma hasta tus sentidos. Abro la ventana, descorro la última pantalla, el final del juego se acerca, pequeñas taquicardias de excitación... y de repente vuelve la luz, la civilización, la calma, el tedio, el ritmo de la lluvia decrece y la melodía de las sirenas de los servicios de urgencia inundan la ciudad, el orden se reestablece, apenas fue un breve lapsus, una pequeña interferencia de caos libre. Llamo por teléfono. Contesta. Está bien. No le cuento que he estado fantaseando con el fin de la civilización en pleno éxtasis romántico y delirando con los dioses de la lluvia y que la melancolía de la cueva me inunda al ver ahora la luz de las farolas.

miércoles, 3 de junio de 2009

Diálogos poco o nada platónicos

-Si te traspasa aún estás a salvo, si te empapa ya no hay salida.
-¿El qué?
-Ah, cualquier cosa.

Kantianamente sublimes

La desesperación indudablemente puede ser sublime. Cuando es una sublevación de la razón contra la razón al abrigo del tedio. Y en la boca nos queda un regusto a ceniza de tener a tantos cigarrillos por acompañantes.

Lo que quiero decir es lo que se me escapa al intentar decirlo

El retorno de lo real, la pasión por lo real, la espera de Godot, Kafka en su habitación. Lobos aullando, lobos esteparios, teatro sólo para Locos. Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento, desnudo, a treinta grados bajo cero. Dostoievski dictando una novela a una mecanógrafa para saldar sus deudas de juego: El jugador. Mishima suicidándose ante las cámaras de televisión. El huraño Salinger. Pynchon que nadie sabe cómo es, que se oculta. Burroughs jugando fatalmente a Guillermo Tell. TEATRO SÓLO PARA LOCOS. David Foster Wallace hallado muerto, ahorcado. Dan ganas de agarrarle por las solapas y zarandearle y gritarle que por qué, ¿y David Foster Wallace nos ofrecería un pañuelo para secarnos las lágrimas, diría algo ingenioso? Un autor a quien después de leerle nos gustaría llamar por teléfono: DFW. Holden caufield, nos hacemos viejos. Esperando. Toda una red de llamadas y respuestas disparatadas: he ahí la literatura, su esencia móvil, su faz hudiza, sus pasadizos excavados en el viento. Versos condenados como los de antes y pasado mañana. Incomprensibles a veces. Feroces. Valientes. Truman Capote fascinado por un asesino viril y contado con una prosa quirúrgicamente precisa. ¿Qué decir de Humbert Humbert? Nabokov está resguardado en las entrañas. Bolaño, valiente hasta lo inverosímil, escribiendo siempre, luchando. El cerebro de Leopoldo María Panero convertido en una rosa. LMP descubriendo que la guerra más inútil es la autoafirmación del yo, que para ser posible haría falta que el otro no existiera. Palabras. Cuevas arañadas en las copas de los árboles, danza invisible resbalando por los tejados. Saltar a la pata coja para llegar a algún lugar del que querremos huir nada más llegar. Carreras de sacos, carreras imprudentes de motos, hace ya tiempo. Marcar goles. ¿Aún recuerdas los primeros cigarrillos? Sí, cómo no. ¿Que quién me ofreció el primero? No lo sé, hacíamos el tonto. ¿La primera vez? La sensación fue extraña. Buena, pero extraña. Placer y vértigo. Como pasar de pantalla en un videojuego, éxtasis por el logro realizado y expectación por el monstruo final, y ternura y tristeza y algo más definitivamente indescriptible. El monstruo final, si nos ponemos existencialistas, sólo puede significar la muerte, la muerte de verdad, sin vidas extra, la última partida con la última vida disponible. Pasar pantallas y morir. Pero que la fiesta no decaiga, a pesar del vacío y de la incertidumbre y del miedo. Respirar hondo, concentrarse, ¿cuál es la siguiente pantalla? La Nintendo de 8 bits me la regalaron por mi comunión, yo tenía nueve años y me hicieron fotos horribles vestido de marinero. Nos pasamos el día jugando, felices. Mi vecino tenía un videoconsola anterior, no recuerdo el nombre, recuerdo un videojuego hipersimple con dos palitos y una bola, un tenis digital rudimentario que nos tenía horas pegados a la pantalla, como descubridores explorando una ruta de posibilidades inéditas e insospechadas. Recuerdo que jugábamos en la habitación de sus padres. Las habitaciones de los padres imponían respeto. Uno se sentía raro estando en ellas jugando a esa videoconsola anterior a la Nintendo de 8 bits. Por las noches de pesadillas eran un refugio. Mundos perdidos. Los Niños Perdidos. Las tardes de nocilla y videojuegos. Un bollo de grasas saturadas llamado Xuxo. El Pang. Los futbolines. La piscina. La topografía de nuestra educación sentimental. Y muchas cosas más de las que no sabría hablar.

El tarado que tararea su desdicha

Piénsate como una voluta de humo surcando el universo.
Piénsate como el último trago de cerveza en el desierto.
Piénsate como el cuerpo desolado que eres en un inmenso mar abandonado dejándote llevar por los designios de las corrientes con la conciencia a punto de precipitarse en la nada acogedora y triste de una sonrisa hecha pedazos,
pedazos que flotan por la ausencia de gravedad en el silencio hermético de la nave.
Piénsate como un robot defectuoso fabricado por la Corporación El muñequito que ríe.
Piénsate como un superhéroe escondido tras la fachada de torpeza y timidez capaz de salvar el mundo pero incapaz de salvarte a ti mismo.
Piénsate como el conductor solitario que atraviesa la red de carreteras sin más destino que perderse y abrir la ventana para que salga el humo del cigarrillo y poner la música a todo volumen cuando todo estén ya durmiendo en sus camas, abrazando a sus mujeres o a sus hombres y tú continúes entregado a tu tarea indescifrable de ser refractario a todo proyecto calculado.
Piénsate como el trago más desesperado al final de la noche cuando la claridad del día te asalta como la alucinación más insospechada.
Piénsate como el lagarto al sol tumbado sobre la nieve reflectante,
como el espectro agujereado por los rayos siderales de una tormenta cósmica,
como el grito lanzado a nadie por nada desde cualquier ventana abierta una noche de verano de un año olvidado,
como la incertidumbre que nos asola a veces, cuando nos pilla desprevenidos,
como un gesto de despedida cuya imagen se queda congelada para siempre sin remedio,
como los bares preferidos que ya están irremediablemente cerrados, brumas de recuerdos borrosos,
como la portada de un disco cuyas canciones soñaste paseando de regreso a un lugar barrido por el viento.
Piénsate como un ser finito con el destino roto y tendrás al tarado que tararea su desdicha con un gesto nimbado de interferencias angustiosas esperando que algo pase de una vez.

martes, 2 de junio de 2009

Caminos del bosque electrónico

Halo de gestos desarraigados flotantes ingrávidos a cámara lenta atmósfera electrónica
en la radio ontológica suena un loop de interferencias y el ser se desmaya en espiral
permanecemos a la escucha un noise digital vertiginoso colapsa nuestras antenas oxidadas