sábado, 28 de febrero de 2009

¡Blup!

Cuando llegue el fin del mundo habrá coros y algunos sonidos electrónicos disonantes de fondo apenas perceptibles y aparecerá Björk en la escena cantando y alguien te ofrecerá un cigarrillo para contemplarlo mejor, más relajado, con algo que hacer mientras esperas y poco más, el mundo girará formando un remolino, hará ¡blup! y fin.

viernes, 27 de febrero de 2009

Moverse o no moverse

Antes de levantarse de la cama ya notó cierta inusual rigidez en sus movimientos. Me estoy convirtiendo en un autómata mecánico, en un servomecanismo entrópico acelerándose inevitablemente hacia un mal funcionamiento degenerativo y crónico, se dijo a sí mismo todavía enredado en sueños, sin comprender muy bien las palabras que se decía, palabras torrenciales que formaban bucles, servomecanismo averiado, autómata, ánima vagando por el bosque, marioneta que perdió la gracia de sus movimientos, sólo las marionetas o los dioses poseen gracia en sus movimientos, los hombres no, hay que estar por debajo o por encima de los hombres para saber moverse, la autoconciencia fragmenta el suave fluir de las cosas y las recarga de angustias, Kleist lo sabía, un servomecanismo autómata, un entrópico acelerado precipitándose al vacío, una rigidez mecánica, un salto al vacío, una estatua hermosa atrapada en la piedra que intenta huir, la libertad es un valor superior a la vida... las palabras venían de algún sitio porque él no las decía voluntariamente... el lenguaje es quien habla, me gustan las cosas que se repiten, me transmiten seguridad, por eso no escucho música atonal, amo las estructura que avanzan sin avanzar, cílicamente, sin sobresaltos, los mismos gestos, horarios, costumbres, sin imprevistos, los imprevistos son la peor cosa del mundo... aun tardó varios minutos en transitar a la vigilia. Cuando se despertó del todo un miedo atroz a intentar moverse y no lograrlo le paralizó.

El diagnóstico del viejo doctor Hans

El diagnóstico del viejo doctor Hans fue tajante, cortante, nada reconfortante, dicho con una voluntad rabiosa y un estilo combativo, y sin embargo su contenido era muy vago y general: todo está enfermo. Y añadía, introduciendo un pequeño e inquietante toque de terror en el tono entusiasmado de su voz: y la enfermedad no tiene cura, hay que comenzar de nuevo. Esbozaba una amplia sonrisa, las pupilas de sus ojos se dilataban y brillaban como si una fiebre sobrenatural le hubiese poseído y hablara en nombre de alguien o algo que superaba con creces su pequeño y viejo cuerpo. Sin embargo, a los pocos segundos el entusiasmo dejaba paso a una expresión de resignación, y volvía a repetir: hay que comenzar de nuevo. Como si de repente se sintiera sin fuerzas para realizar una tarea tan desmesurada. La resignación dejaba paso, a su vez, a una confusión que retorcía sus gestos faciales dando la impresión de que libraba una ardua batalla, se rascaba la cabeza y fruncía el ceño y finalmente decía: quizá todo es necesario, inevitable quiero decir, como si fuésemos apenas juguetes en manos de fuerzas que nos sobrepasan, y lo mejor sea simplemente aceptarlo y tratar de ser feliz, si a un viejo como yo le es permitido hablar con sencillez. Pero lo que fuera que le atormentara por dentro no desaparecía con vagas promesas de felicidad, por eso su rostro seguía contraído y sus movimientos eran pesados y densos, como si nadara en aceite.

jueves, 26 de febrero de 2009

Cielo de cristal nublado

Yo básicamente por aquella época lo único que hacía todo el rato era dar largos paseos por avenidas soleadas escuchando música y fumando y observando árboles y edificios y sombras y sintiéndome alternativamente el hombre más románticamente desgraciado de la ciudad y el hombre más estúpidamente feliz de la tierra y antes de llegar a casa compraba siempre en una tienducha que había cerca y que siempre cerraba muy tarde un par de litronas de cerveza para bebérmelas en la terraza cuando el sol empezaba a declinar mientras leía poemas de Leopoldo María Panero o de Alejandra Pizarnik y trataba de superar una desesperación sorda y omnipresente que yo sentía latir a mi alrededor atrapándome con un ritmo pausado e insistente esquivándola con palabras desquiciadas que a veces producían el efecto contrario al deseado y con imágenes que confiaba fueran capaces de agarrarme del pecho y llevarme a algún lugar muy lejos de todos los lugares en el que obligaciones y culpas y reproches y miedos y ambiciones fueran algo tan desconocido que ni siquiera hubiera palabras para nombrarlos ni pensarlos y hubiera espacios tan abiertos que bastara abrir los ojos para deslizarse por un lago inmenso como un submarino o por un cielo de cristal nublado como un soplido y fugarme así por fin del mundo como si el territorio imposible de una canción tristísima me hubiera acogido en su seno y yo ahora pudiera simplemente dedicarme a ser una imagen efímera y absoluta que juega en un parque sin columpios en el que la hierba se extiende hasta donde alcanza la vista y más allá porque no hay límites mecida por un viento que está rasgado por una nostalgia envolvente que es la imagen inmóvil del cielo de cristal nublado y es la nostalgia por un origen inasible que sabemos que se desplaza siempre y eso nos sumerge aún más en la música del cielo de cristal nublado por el que nos deslizamos como un soplido hacia ninguna parte.

martes, 24 de febrero de 2009

Su voz, una vez más

Su voz, una vez más, quedó temblando en el aire como un rastro de hilos muy finos o cuerdas que vibraban en una versión renovada de la música de las esferas celestes, envueltos en una niebla densa y amorfa que caía sobre todas las cosas, moviéndose con la lentitud de una tortuga gigantesca y fantástica y creando la expectativa en el espectador de un encuentro que se postergaba indefinidamente en el tiempo, al modo de una película de suspense que en realidad no tuviera programado ningún desenlace capaz de resolver todos los misterios que se han ido acumulando durante el transcurso de tramas que se multiplican sin cesar. Colgó el teléfono con la mirada ausente. Prendió un cigarrillo. Imaginó que empezaba a escribir un cuento situándose a sí mismo en este preciso momento: acaba de colgar el teléfono y su voz, una vez más, quedó temblando en el aire. Abrió la ventana que daba al patio y desde la cual podían observarse varios tejados y gigantescas grúas que se perfilaban nítidamente contra la luz crespuscular que con sus ondas o partículas bañaban ya esta parte del globo terráqueo invitando silenciosamente a habitar poéticamente la tierra, con una especie de rabia y serenidad (principio de complementariedad de una cierta actitud o modo de ser que consideraba inherente a ese modo misterioso de habitar) no exenta de alegría, de una alegre forma de afrontar peligros y tempestades, y se dio cuenta, con claridad meridiana, de lo que ya sabía: que ella estaba muy lejos, definitivamente muy lejos, aunque su imaginación se figurara que su ausencia era una niebla muy densa susceptible de ser atravesada y conjurada por unos hilos muy finos o cuerdas vibratorias a través de las cuales podían comunicarse de algún modo, sin necesidad ya de palabras ni de una estricta coincidencia espaciotemporal. Por supuesto, comprendía que sus fantasías se debían a una simple y anodina soledad proyectada con vagas pretensiones artísticas en el espacio incipientemente nocturno que veía desde la ventana. Incluso existía la posibilidad de que ella no existiera y unos minutos antes no hubiera estado realmente hablando con nadie sino que hubiera estado sumido hipnóticamente en un soliloquio introspectivo escenificado con un inútil teléfono en la mano destinado a provocarse a sí mismo la ilusión de que tenía alguien con quien hablar y alguien a quien añorar en las largas noches de insomonio, nicotina y zapping televisivo.

domingo, 22 de febrero de 2009

Cansancio

Un cansancio con regusto milenario te arrastra, se infiltra por los poros, te mece en una cuna cósmica, te cierra los ojos, desapareces, la habitación se ha transmutado en un vórtice que rasga el espacio-tiempo, una puerta que conecta dimensiones mutuamente excluyentes, un espejo que atravesar, largos corredores iluminados a media luz para recorrer con la sombra del sueño pegada a los talones.

jueves, 19 de febrero de 2009

La variopinta marea humana

La calle principal, que recorre el casco antiguo de la ciudad hasta desembocar en la Plaza Mayor, cruzando por una pequeña plaza en la que sobreviven, acosados por los edificios colindantes, varios árboles y arbustos, envueltos en una claridad muy de agradecer en estos tiempos oscuros que corren y nos atropellan sin que lo advirtamos plenamente, sin darnos cuenta, dejándonos ir, quién sabe si por miedo o por una pereza existencial que ha arraigado en nuestro interior con la fuerza de unas viejas raíces capaces de levantar las aceras, un pequeño espacio en el que detenerse a respirar, está atestada de viandantes despreocupados, padres que llevan a sus hijas, vestidas de domingo, a hombros, dando pequeños saltos, simulacros inofensivos de riesgo controlado, una administración de adrenalina para niños mimados, en su justa medida, y de madres que les compran globos de Mickey Mouse a sus hijos, sus hijos que abrazan con júbilo a mascotas corporativas, golosinas y pipas en los quioscos, parejas vagamente enamoradas, que pasean abrazadas, mostrando su unión, hasta que la muerte o cualquier otra cosa les separe, jóvenes solitarios que caminan muy deprisa, escuchando música en sus reproductores de mp3, concentrados en profundas e inútiles meditaciones sobre el ser, tratando de decidir, por ejemplo, si el ser puede o no esenciarse sin el ente, en fin, las frases incomprensibles ponen a salvo su misterio, y hacen bien, grupos de adolescentes que gritan, que se ríen escandalosamente, que se visten como si toda la ropa de sus armarios se hubiera avalanzado de repente sobre ellos, sin ningún orden ni concierto, perros diminutos y horrendos que provocan escalofríos, viejos que caminan muy despacio, con el periódico debajo del brazo, con el rostro absorto, un poco sorprendidos y un poco indiferentes, una multitud que fluye, ni silenciosa ni escandalosa.

Hace calor y es agradable pasear por la calle, observando la variopinta marea humana.

martes, 17 de febrero de 2009

Máquinas de guerra

Un ritmo endemoniado se apodera mí, las ideas se transforman en obsesiones, se expanden por el aire como hilos tendidos sobre el vacío, cuerdas vibrantes, el cerebro se electrifica, un ansia desmedida de correr o de gritar muy fuerte -que algo se rompa- tensa todo mi cuerpo. Me subo al tejado, grito que soy el rey del mundo. Fumo mucho y sigo el ritmo de la música moviendo la cabeza y los pies y las manos. No sé adónde vamos, pero vamos ya. Una tribu de punks ha asaltado la Casa del Pensamiento con ruido de cristales rotos y la entropía impide que vuelvan a juntarse del mismo modo. Es una cuestión de actitud. Los cínicos abrazaban estatuas de piedra en pleno invierno como gimnasia, para ejercitar el cuerpo y el alma. Querían volverse capaces de resistir cualquier avatar de la Fortuna. Preparados, listos, ya. Anvance a toda máquina. También hay que saber tirar del freno en el momento oportuno. Dialéctica de la ferocidad y la serenidad. Tiempos modernos y tiempos presocráticos. Se trata de establecer conexiones y transferencias, de resistir a los modos de subjetivación impuestos por las redes del poder, de devenir roca, viento, noche, tormenta de estrellas eléctricas, carro alado, ninfa del bosque, lagarto al sol, charco de lluvia.

El mundo está fuera y dentro, ficción envolvente. Y aún hay anacoretas y escaladores de montañas ensayando movimientos de fuga. Fugarse del mundo, una idea excesiva. Algunos se entregan a ella con pasión.

Ahora por fin empieza a hacer calor. He salido al patio a respirar la brisa, que traía briznas de hogueras antiguas, y unas pinzas gigantes han levantado mi triste cuerpo, sacándolo del pantano de lodo por el que se arrastraba penosamente, para que pueda juzgar que todo está bien, asentir con alegría, con ligereza, al misterio de estar aquí para nada. Sin Destino, bien. No me importa. Metafísica lúdica light para sobrevivir en tiempos de crisis. Atravesados por el espanto, la nada y la angustia, pero sólo para responder a Caperucita que tenemos Orejas Grandes para oír mejor la sinfonía alocada del mundo, sin sucumbir, disfrutando incluso.

A partir de ahora dejamos de ser sujetos para convertirnos en máquinas de guerra.

Los nuevos fantasmas de siempre

Cuando el más recóndito rincón del globo terrestre ha sido conquistado técnicamente y explotado econonómicamente, cuando cualquier suceso, en el lugar y tiempo que sea, se ha hecho accesible con la rapidez que se quiera, cuando tiempo significa solamente velocidad, instantaneidad y simultaneidad, desapareciendo el tiempo como historia de toda existencia de cualquier pueblo, cuando el boxeador pasa a ser la gran figura de un pueblo, cuando el número millonario de las masas congregadas significa un triunfo, entonces, por encima de todo este aquelarre, sigue imponiéndose como un fantasma la pregunta: ¿para qué?, ¿adónde?, ¿y luego qué?

Martin Heidegger, Introducción a la Metafísica

Orfeo










domingo, 15 de febrero de 2009

RadioAtardecer, líneas de fuga

Un poco de espanto no nos vendría nada mal, dijo el terrorista metafísico.

Sentarse en una silla es poner la propia vida en peligro, dijo el dadaísta.

Acepto la actitud contemplativa, siempre y cuando implique un riesgo supremo, la capacidad de abolir la distancia de seguridad, dijo en éxtasis el místico de las alturas.

Los actos cotidianos deben contagiarse de una extrañeza que nos sitúe ante el abismo de la nada, dijo el dandy del desencanto.

Nuestro decir no caerá en las mansas redes del sentido común, eso sería la verdadera incorrección política, dijo el poeta de la subversión.

Aceptamos plenamente el hecho metafísico de la intemperie y de la finitud, ahí radica nuestro discreto heroísmo, dijo el aspirante a la serenidad y a la beatitud.

Somos seres imaginarios mucho antes que racionales, dijo el filósofo verdaderamente moderno.

Hallaremos nuestra libertad produciendo una temporalidad propia, la libertad no es algo dado sino un permanente conquistar movilizando toda nuestra potencia, dijo el condenado con ansias de liberación.

Renunciamos al resentimiento, a las pasiones tristes. Nuestro ser virtual consiste en actividad alegre y esperamos que tenga efectos sobre nuestro ser actual, dijo la voluntad de despojarse de la tristeza.

Renunciamos al juicio y a la crítica. Sólo reconocemos la potencia, la capacidad de obrar, que aumenta o disminuye, variación de grados, dijo el inmoralista sensato.

Creemos en los instantes de intensidad, individual o colectiva. No nos amedrentan los ilustrados, pues aportan muy poca luz. La cultura domestica, los salvajes gritan, no estamos juzgando, dijeron los llamados irracionalistas.

La ideología de la autonomía del ser humano nos despierta carcajadas comprensivas, nosotros también experimentamos las productivas relaciones entre el miedo y la invención de ficciones metafísicas. Sin embargo, el cuidado de sí y de los otros nos parece mejor, más abierto que la polvorienta cárcel de la autonomía en la que voluntariamente se ha encerrado el ser humano, sustituyendo la culpabilidad cristiana por la inseguridad burguesa, dijo un indigente ser humano cualquiera.

Por supuesto, nosotros también sufrimos, por eso nos molesta la literatura confesional del individualismo burgués, dijo el comunista casi al anochecer.

En realidad, la mayor parte del tiempo estoy sentado en una silla, por eso sé que la vida es un fenómeno raro y pasajero, dijo el dadaísta.

Soy de los últimos hombres que aún miran las estrellas y aún ven cuerpos ígneos cosidos a la noche, no me preocupan las branas y las supercuerdas, aunque me fascinan, dijo el físico que escribía poemas de amor.

Podría pasarme la vida meditando sobre la esencia de los números, sobre lo uno y lo múltiple, pero todo se queda en el condicional, no soy un hombre de acción, dijo un potencial pitagórico perezoso.

Se lo crean o no, pensar la nada me renueva por dentro y me deja listo para afrontar las catástrofes con ánimo, dijo el extraño solitario de la buhardilla.

Escupimos sobre la cultura y sobre los eruditos, ¿qué otra cosa mejor puede hacerse con los responsables del olvido del ser?, dijo el dadaísta hideggeriano.

Nada más intolerante que el humanismo. Las lágrimas y el sufrimiento de los monstruos lo demuestran. Veáse la criatura del doctor Frankenstein o la domesticación obscena del niño salvaje que salía en la película de Truffaut. Para nosotros monstruo no es un término despectivo, humanismo sí. Veáse Star Trek, cuando Spock responde que es insultante hablar de derechos humanos como los únicos válidos, dijo el monstruo más triste de la galaxia.

Si estoy escribiendo fumo diez veces más que si no lo hago. Eso demuestra que todo lo que aumenta la intensidad entraña correr un riesgo. Nada más poético que el riesgo, dijo el cobarde enamorado de la idea de riesgo.

Tener razón es algo tan trivial, dijo el dandy, con pose elegante, convencido de tener razón.

Alejarse de los resentidos que ocupan los medios de comunicación no es ni una celebración de la ignorancia ni una postura elitista, es sencillamente una urgente necesidad de higiene espiritual. No nos afectará ya nunca más su moral de resentidos, dijo el inmoralista sensato.

Me gusta estar solo y temo la soledad y a veces me siento como dos líneas paralelas viajando por el espacio exterior que esperan encontrarse algún día en algún punto, dijo el geómetra de la soledad y el encuentro.

La expresión mundo objetivo me da tanta risa que cuando la escucho me caigo de la silla y me retuerzo por el suelo hasta que me duele la barriga. La expresión mundo subjetivo me provoca una reacción idéntica, dijo el dadaísta.

No hay fundamento, ni origen, ni orden. La esencia del ser humano tampoco está dada como un ser-ante-los-ojos, mucho menos como un ser-a-la-mano. Su ser tiene que ser construido, no tiene sentido hablar de él si no es como un estado de realización. Es el ser no fijado, que tiene que ser llevado a cabo, es decir, desplegado en la plenitud de su esencia mediante su actividad, teniendo en cuenta lo que hemos dicho sobre la esencia, posibilitada por la conciencia de la finitud, de la muerte. Somos seres-para-la-vida porque somos seres-para-la-muerte, no hay contradicción, dijo un heideggeriano que llevaba muchas horas sin dormir.

La expresión orden natural me da tanta risa que cuando la escucho me caigo de la silla y se me saltan las lágrimas. Qué le importa a la naturaleza el orden, dijo el dadaísta.

Quien no comprenda el misterio del ser no sabe lo que se pierde, dijo el heideggeriano, bastante borracho ya.

La publicidad de la Razón oculta su poder de Dominación. Quienes creen que la Razón nos libró del yugo de la Fe sin erigirse en un nuevo yugo profesan en realidad una extraña Fe. Lógicamente, a esto que digo reaccionarán como quien persigue una herejía. La multiplicidad que brota de la democracia es un falso ídolo, la realidad de Occidente es un gran Uno dominante, un intransigente e imperialista Dios desplazado al mercado; los publicistas son sus profetas, dijo el comunista anti-ilustrado, sin mucha fe en sus palabras

sábado, 14 de febrero de 2009

Nevermind

Anyway, nevermind...

Voy a asomarme al balcón, fumaré alegremente, protegido por una burbuja invisible indestructible, mis carcajadas caerán y se estrellaran contra el suelo, rompiéndose en miles de pedazos diminutos. No tengo nada más que hacer hoy. Quizá cuando Peter Pan aparezca por la ventana y entre para buscar su sombra tenga la obligación de decirle que Wendy ha muerto hace algunos años y que ahora lo mejor es que fumemos asomados al balcón, esperando algo o persiguiéndolo, lo mismo da.

La persecución

Algo se me escapaba y yo, lógicamente, me veía obligado a perseguirlo, día y noche, a todas horas, sin descansar jamás, lo perseguía por los tejados e incluso en sueños continuaba persiguiéndolo. No descansaba bien, era incapaz de dormir más de dos horas seguidas. Apenas me cambiaba de ropa. No recordaba la última vez que me había cortado el pelo o afeitado la barba. Lucía un look realmente desastroso. Cuando me cruzaba por la calle con amigos y conocidos ya no me reconocían. No les culpo. En realidad, yo no estaba en disposición de interaccionar con otros seres humanos, no sabía qué habia que decir en las conversaciones, me marchaba sin despedirme. Había puesto el mundo entre paréntesis. Poco a poco fui desarraigándome de todo y caí en una profunda oscuridad, en un vacío sordo y mudo. Me olvidé por completo de preguntar qué era lo que estaba persiguiendo. El sentido de mi persecución se había esfumado, si es que alguna vez había tenido un mínimo grado de consistencia. Pero la sensación de que si dejaba de perseguir me moriría me ataba a mi persecución. Intentaba razonar, comprendía que no tenía sentido, pero aún así la sensación persistía con una fuerza incuestionable. Así que no tenía más remedio que perseguir algo que se me escapaba. Durante algunos breves lapsos de lucidez durante los cuales la oscuridad se disipaba y el vacío inmóvil en que me hallaba sumergido iniciaba un movimiento esperanzador, indicando un posible camino de salida, lo que se me escapaba se mostraba, o yo imaginaba que se mostraba, pero lo hacía de una forma terriblemente confusa, a través de un velo o de unas brumas traviesas. Algo conjuraba para desquiciarme. No fue una época fácil. Lo peor era la certeza de la imposibilidad de hacerme comprender, al menos era imposible hacerlo sin que me consideraran un demente y me encerraran.

viernes, 13 de febrero de 2009

A los desiertos

Escurrirse entre los matorrales, devenir imperceptible, huir de las corrientes histéricas de la información, flujos de movimiento perpetuo, sin sentido, desorientados. El triunfo de la información se erige como un monumento líquido sobre la sangre fresca de la comprensión. Se informa de todo, no se comprende nada.

Salgo a la calle, el sol me golpea en los ojos, varias casas están en obras, están pintando las fachadas. Ya no hay árboles, antes sí, sus raíces levantaban las aceras, sus hojas configuraban la distribución de luz con eficiencia y belleza, ahora te golpea en los ojos.

Los pensamientos irrumpen sin motivo, interrumpen tu ciega adherencia al mundo, éste queda recubierto por una fina película de extrañeza. Ahora, por ejemplo, pienso en lo difícil que debe de ser trazar caminos en la arena del desierto. Pienso en los caminos, en líneas que unen putos distantes, en geometrías retorcidas, en el universo como un trapo arrugado que alberga triángulos de más y de menos de 180º, dependiendo de curvaturas variables. Pienso que hay topologías poéticas, en las formas ausentes de los árboles que antes veía por la ventana y que ahora tan sólo sobreviven unos breves instantes en mi memoria. Luego vuelven a desaparecer y yo vuelvo a los desiertos.

Escurrirse entre los matorrales, esto fue lo que yo hice (Kafka)

El misticismo es la forma más intensa de realismo, dijo, dando un valiente paso al frente y con el corazón trotando desbocado en su pecho. Su característica más destacable consiste en transformar los conceptos en intuiciones (Wilhelm Wundt). Los viejos consuelos metafísicos, las esferas trascendentes, se han roto en mil pedazos, y nosotros celebramos este acontecimiento como una nueva oportunidad para la liberación del espíritu. Somos conscientes del poder de la lógica del encierro: el Estado, la escuela, los manicomios, todos los lugares de encierro de la modernidad no han perdido su vigor, el poder sigue confeccionando sujetos de pasiones tristes, por eso consideramos necesario y urgente oponer a esta lógica sedentaria una lógica de la huida, de la apertura, del escurrirse entre los matorrales.

jueves, 12 de febrero de 2009

De viaje con las alas rotas

No había forma de averiguar si mi estado de ánimo compuesto de una alegría fluida y ligera y de una tristeza sólida y grave encontraba asilo en la música o bien la propia música lo potenciaba excitando mi imaginación, de modo que la alegría triste lo empapaba todo y soplaba de forma salvaje, verde y oscura, atractiva y peligrosa, indomable, con los músculos tensos y la mirada serena, atravesando la lluvia, los desiertos, las paredes de los edificios, los recuerdos de mundos destruidos y los mundos que todavía duermen esperando a saltar del trampolín, el humo de las chimeneas, el frío pegado a las manos, a los huesos, los planetas perdidos, los abandonos, las pérdidas, las borracheras, lo que se sustrae a la mirada más penetrante y atenta y el mundo de las pequeñas cosas que pasan desapercibidas.

La imaginación lo sacudía todo desde su lugar imposible, se ampliaba reposando en la música hasta abarcar una totalidad abierta, dinámica, inagotable, en la que me sumergía, empujado al irresistible y misterioso placer de borrar la frontera que divide lo exterior y lo interior, con miedo y pasos titubeantes, con los ojos cerrados, aprendiendo a caminar a la pata coja y a derramar lágrimas con una sonrisa congelada, a empuñar unas alas rotas como un viejo paraguas capaz de resistir todas las tormentas.

lunes, 9 de febrero de 2009

Temblores

Ahora voy a deshacerme
en un puro temblor de luz
(desgajada)
en las vibraciones microscópicas
(huidizas)
de las sombras
(heladas)
ojos negros nadando en un charco
(hablando, susurrando, silbando)
ojos cerrados ya no reflejan la luz
(vieja, gastada)
de las farolas.

Quizá ya no existen.

Y voy a caer
(sin alas, solo)
en las ruinas del futuro
(sin neones, sin androides)
entre cadáveres hermosos y sonrientes
(inmóviles)

Y voy a habitar la nada con gestos fugaces
(y un fuego que alumbre)
a deslizarme por el caos
(en un trineo,
en un coche viejo)
y a arañar las paredes
(entusiasmo furioso)

Hay una luz temblorosa
(se arrastra por el mundo,
ahoga mi cuerpo)

Mi cuerpo flota
en una piscina
vacía

martes, 3 de febrero de 2009

Mundos que se deshielan

La nieve, blanda y espumosa, reposa en los tejados con la voluntad de permanecer todo el tiempo que pueda, quieta y callada, expuesta a todas las miradas.

Ahora comienza de nuevo a nevar.

Al fondo del paisaje enmarcado por la ventana se destacan varias grúas y edificios a medio construir. Cuevas tristes abiertas a la intemperie, traspasadas por un frío de cuchillos afilados. El humo brota de las chimeneas a borbotones. Las antenas de televisión parecen pájaros petrificados. En cualquier momento abandonarán su inmovilidad forzada. Si cierras los ojos, todas las cosas comienzan una danza frenética, se entregan con una alegría inconsciente al pulso azaroso de ventiscas y corrientes que siguen un rumbo ajeno a los caminos marcados. Todas las cosas huyen de su ser y perseveran en el viento. Si cierras los ojos. Todo huye buscando reencontrar su ser, canciones perdidas, canciones naúfragas, canciones llenas de furia, canciones que se posan unos segundos en tus manos y se deshacen como bailarinas de hielo, canciones que luchan, canciones de despedida, que se van y vuelven, que no pueden detenerse porque si se detienen se mueren.

Y ahora vuelve a nevar y el futuro te da miedo, y el pasado no sirve de consuelo, y el presente se deshiela y se escurre por las tejas rojas y gotea poco a poco y finalmente se convierte en un charco que, con suerte, se inunda de colores y formas provocadas por el aceite de algún coche averiado. Un coche sin destino, pero con calefacción y una buena selección de canciones. Con suerte.

Pianos, violines, guitarras eléctricas, baterías, horizontes despejados. Sobre todo horizontes despejados, porque son los únicos capaces de despejar al cuerpo de la prisión del alma, los únicos capaces de inyectarle potencia y alegría al cuerpo y al alma, que son lo mismo. Hay que aligerar el peso de los fardos que se adhieren a la piel y a los ojos y las manos y a las piernas. Al pasado y al futuro. Sólo que a veces te quedas petrificado como una antena de televisión en un tejado nevado, inmovilizado y asustado, recibiendo imágenes de lo que ya no existe, protagonizando las múltiples versiones de la película que únicamente narra la tragedia del dios devorador, Cronos, el tiempo, implacable. Te repliegas y te escondes, incapaz de dar vida al deseo, convertido en una marioneta de barro que voluntariamente ha cortado los hilos para permanecer inmóvil, imaginando con ojos de nieve derretida que si cierras los ojos, que si tienes suerte...