viernes, 27 de octubre de 2006

Las estrellas protegen las almas errantes

Aúlla el payaso triste que mira las estrellas: está solo y tiene miedo y llora lágrimas que atraviesan el firmamento, lágrimas que caen en las manos blancas de las diosas melancólicas que alumbran con su fuego mudo y débil a las almas errantes que vagan interminablemente...

jueves, 19 de octubre de 2006

El lenguaje del viento y de la noche, desde un tren en marcha

O irse a vivir a la superficie de una gota de lluvia arrastrada por el viento, cerrar los ojos y dejarse llevar, como balanceado por la música nocturna de los árboles. Decir tan solo aquí estoy y este soy yo, así soy. Y luego quizás fumar un último cigarrillo antes de ir a dormir, el cigarrillo de buenas noches, leer un poco y echarse a dormir, con las imágenes del libro todavía revoloteando somnolientas en nuestras cabezas, entre las sábanas, y no pensar en el futuro, ni siquiera en el pasado, ese pasado terco, inasible, que insiste en llamarnos, en indicarnos las direcciones de los caminos perdidos, las posibilidades que no escogimos y que hoy apenas sobreviven como fantasmas en nuestra memoria... Tan sólo cerrar los ojos, imaginar que nos hemos ido a vivir a la superficie de una gota de lluvia, y que ya siempre hablaremos el lenguaje del viento y de la noche, que vagaremos sin fin, seres errantes, sin un lugar en el mundo, sin un lugar fijo en el mundo porque amamos el viaje, no la llegada: queremos mirarlo todo desde la ventana de un tren en marcha a ninguna parte. Vivimos sin metas, somos una travesía sin rumbo y amamos nuestro destino roto, nuestro paisaje lluvioso, hermoso y desgarrado, y sólo creemos en el aliento poético que inunda el mundo, si uno sabe mirar.

lunes, 16 de octubre de 2006

Para la chica que besó al muñeco de nieve, salvándole así la vida

Sencillamente deshacerse como el muñeco de nieve al que besaron por primera vez, antes de la puesta de sol, y al morir dejó una sonrisa flotando en un charco de agua.

lunes, 9 de octubre de 2006

Las pesadillas y el claro del bosque

Nos adentramos en un bosque y estaba oscuro. Al fondo se dibujaba un claro.
No estábamos seguros, tal vez la imaginación estuviera jugando con nuestros sentidos y el claro del bosque no existiera en realidad, tal vez sólo fuera el hada que salva al niño del cuento, que está a punto de morir, pero tal vez el hada del bosque no existe en realidad.
Avanzamos lentamente, escuchando el leve sonido de las hojas mojadas bajo nuestros pies, mirándonos unos a otros, confiando en que nuestras miradas tejieran un hilo protector.
La sensación de haber penetrado en otra dimensión de la realidad se hacía cada vez más patente, como si estuviéramos dentro de un cuento de terror o dentro de una pesadilla, de esas que soñábamos cuando éramos niños y que aún recordamos, a veces, cuando unas ganas inexplicables de llorar nos agarran la garganta, y entonces miramos la noche, miramos otra vez la noche -costurera de estrellas- con ojos infantiles.
Teníamos miedo, ese miedo que provenía de nuestra infancia, un miedo sin nombre, a nada concreto, que no podíamos explicar, el que sentíamos al explorar casas abandonadas, y luego dormir con la luz del pasillo encendida, un miedo nocturno que irradiaba nuestra memoria y ante el que no huíamos sino que seguíamos avanzando, fascinados, en dirección al claro del bosque. No podíamos dejar de avanzar, aunque tuviéramos miedo... O precisamente porque lo teníamos, en dirección al claro del bosque.

sábado, 7 de octubre de 2006

Una vez nos dijeron

Una vez nos dijeron: no podeis seguir así toda la vida, algún día comprendereis al fin que no existen ninfas colgadas de los precipicios, ni chicas en los puentes las noches de lluvia, no vivís adentro de una película, la realidad es dura, chicos, lo siento.

Pero ya atardecía y cerramos los ojos y nos dejamos arrastrar por el viento, hasta que el eco de sus palabras se desvanecía. La noche sonreía.

A veces temblamos, este frío en las manos

Las botas empapadas de polvo
y la memoria empolvando fragmentos de vidas
que no fueron
y los ojos de cristal a punto de romperse
de tanto golpearse con la línea del horizonte

a veces temblamos
este frío en las manos
los deseos helados las botas cansadas
gritamos en silencio
caminamos en silencio y apuramos el último trago
charlando con las estrellas caídas
y los perros que se arrastran bajo el granizo
charlamos hasta que sale el sol y nos retiramos a casa
con miedo de que los rayos nos reduzcan a polvo
como si durante la noche fuésemos personajes
habitantes del reino de la ficción
y el sol fuera el dios cruel y caprichoso
que nos arrebata la existencia

viernes, 6 de octubre de 2006

La película proyectada en la ventana

Miramos desde la ventana: por un instante todo -los árboles, los tejados, la gente que camina durante todo el día de un lado a otro de la ciudad, y que no sabemos a dónde van y ellos tal vez tampoco lo sepan- nos parece como pintado por una mano temblorosa, con colores frágiles que en cualquier momento pueden borrarse. El gris puede huir del cielo, el verde puede huir de los árboles, incluso el viento puede frenar en seco y dejar solos y desamparados a los árboles. Todo parece un cuadro, o una película, un río de imágenes que no sabemos en dónde desembocan. En ese instante nos aterrorizamos y gritamos: el cuadro está a punto de rasgarse, todo es mentira, la película no tiene argumento, no tiene otro argumento que erran sin fin, buscando...

(El protagonista pone cara de tipo duro, prende un cigarrillo; un primer plano resalta una mueca que puede significar desprecio y chulería, o ser la imagen de su alma torturada: sus ojos tiemblan, está a punto de llorar, pero finalmente no llora. Tan sólo mira muy lejos, y en sus ojos advertimos su rabia, su tristeza.

A continuación le vemos de espaldas, caminando, alejándose de la ciudad y adentrándose en la noche...)

martes, 3 de octubre de 2006

La llegada a la ciudad desconocida

Al bajar del tren ya era de día y un sol pálido, invernal, dibujaba con trazos limpios los contornos de la ciudad. Bostezamos, nos frotamos los ojos y nos pusimos a caminar en dirección al bar de la estación, donde desayunamos café con leche y bocadillos. Las ciudades desconocidas crean la ilusión de un comienzo, un encanto fugaz que se deshace cuando nos habituamos a sus calles, a sus bares, a sus gentes. Nuevamente hay que partir. A otras ciudades.

Compramos tabaco y nos pusimos en marcha, sin un plan previo. Caminamos a la deriva por las calles laberínticas de la ciudad desconocida con la atmósfera mágica del encanto aún erizándonos la piel.

Perros románticos ladrándole a la noche

Los cimientos de esta morada inestable son el viento y la lluvia, la noche y la cerveza, y las palabras que llegan a nuestros oídos iguales a naúfragos que hallan por fin tierra. La escritura no representa el mundo, el mundo no se refleja en la escritura, la escritura crea mundos, frágiles universos de sentido que no existen si no hay lector: si el mensaje cifrado de la botella no halla al otro lado del mar un lector el mensaje no existe. Leer y escribir: así de simple, eso es la literatura.

Nosotros fumamos asomados a la ventana las noches de invierno y pensamos que eso tiene que significar algo, aunque no sepamos qué. No importa, tal vez sea mejor así. No saber qué y seguir adelante. Perros románticos ladrándole a la noche.

Invocación del señor de la lluvia y del invierno

Señor de la lluvia y del invierno
canta la balada de la lámpara azul
la sonrisa tan bella que se rompe antes de que nadie pueda verla
la sonrisa que desaparece
como un nombre inscrito en el agua azul del lago.

Canta, señor de la lluvia y del invierno
canta porque estamos hechos sólo de lluvia
y el frío nos atraviesa los huesos
y se borran nuestras huellas
según pisamos la tierra mojada
antes de que nadie pueda verlas

desaparecen.

La lluvia desaparecerá también
la lluvia azul del lago azul se secará
¿y qué haremos nosotros

si estamos hechos sólo de lluvia?
Moriremos antes de que nadie pueda vernos
sin saber si alguna vez existimos
o fuimos siempre
un nombre inscrito en el agua.

La cita de Friedrich Schlegel

Existir es insistir y resistir

Somos como un viento, como estrellas caídas

Voy como un perro recorriendo el desierto
-as beaten dog beneath the hail-
como un perro golpeado bajo el granizo
y estoy hecho sólo de lluvia
soy un alma para el granizo
soy como un viento o una estrella caída
soy el alma perfecta de la nada.

Leopoldo María Panero, Esquizofrénicas o la balada de la lámpara azul.


Somos como un viento, 
como estrellas caídas, 
como perros bajo el granizo recorriendo el desierto. 

Los existencialistas errantes estamos 
hechos sólo de lluvia, algunas noches también 
de cerveza o de espuma de cerveza, 
que a veces mezclamos con whisky. 

Escribir, beber, errar sin rumbo, 
tres verbos que describen 
nuestros anhelos y nostalgias, 
nuestra sed de desesperados.

Desesperados 
y extrañamente felices 
las noches de lluvia.

lunes, 2 de octubre de 2006

La partida

El viento, el viento...
La tarde en que el tren se alejaba hacía frío, no sabíamos a dónde nos dirigíamos y soplaba el viento, un viento tan helado que hacía que nos dolieran las manos y que encogiéramos los hombros para resguardarnos. 

En la estación apenas había gente: una mujer con la mirada triste que miraba sin ver nada, un perro escuálido, un tipo con pinta de empresario que fumaba con cara de enfadado y un grupo de tres chicas que se reían y hablaban muy deprisa, visiblemente excitadas. 

Chispeaba, una lluvia muy fina y muy fría. Esperábamos en silencio la llegada del tren, dándole de vez en cuando largas caladas a los cigarrillos: el fulgor de las brasas -faros diminutos, luciérnagas de vida efímera- acompañaba nuestros rostros introspectivos. 

¿A dónde íbamos?, ¿para qué?

Presentación

Se presentan al mundo un grupo de nómadas salvajes, esencialmente románticos, errantes, vagabundos enfermos de literatura, insomnes por voluntad propia, cazadores de las ninfas que habitan en los precipicios y en la cresta de las olas agitadas furiosamente por el viento y por la noche.

Una vez acudimos a una fiesta, reímos con estridencia, ingenuos y felices, bebimos hasta caernos muertos sobre el sofá y al despertar nos hallábamos en una casa en ruinas, azotada por los vientos.

Nos autodeclaramos poetas, no porque escribamos (¡eso es lo de menos!) sino porque tenemos la firme y disparatada convicción de que la realidad sólo está justificada como fenómeno estético. El mundo es un producto ficcional del yo, y el yo es el lugar de lo imaginario (Lacan dixit)

Al igual que el alma de Goethe, nuestra alma también se deshoja con la llegada del otoño. Nos unimos al destino solitario de las hojas marchitas, surcamos los siete mares buscando algo que sabemos que no vamos a encontrar, pero igual buscamos, fieles a nuestro destino de seres errantes.

Vivimos a la escucha: el universo entero es un verso y un verso es música, la melodía feroz y a la vez suave de las esferas, una flor azul olvidada que es preciso, es urgente, es ineludible rescatar. Las tormentas nos susurran al oído la belleza terrible y la fragilidad de la esfera de vidrio que nos rodea.