miércoles, 19 de agosto de 2009

La escritura recargada apesta

Dado que la escritura recargada apesta y dado que soy muy proclive a escribir llenándolo todo de metáforas, comparaciones y adjetivos innecesarios, tal como hace Muñoz Molina, he decidido imponerme una serie de reglas:

1. Pensar en cómo lo escribiría Muñoz Molina y tratar de hacerlo de la manera más opuesta.

2. El verbo es la clave del enunciado. Tener en cuenta siempre esta tesis.

3. Prohibido hacer metaliteratura. Prohibido citar a Baudrillard.

4. La estética no es un adorno. La estética será cognitiva o no será.

5. Rechazar los significados abstractos.

6. No intentar, jamás, tener estilo.

7. No abusar de las enumeraciones.

8. No abusar de la adjetivación.

9. No abusar de las metáforas.

10. No abusar de las comparaciones.

11. Saber de lo que se escribe.

Góngora

Oye el sórdido son de la resaca, infame turba de nocturnas aves.

lunes, 17 de agosto de 2009

Shadowplay



Aquí se le rinde un culto desmedido a Joy Division: fanatismo incondicional sin distanciamiento que valga. Ian Curtis es nuestro dios.

Escribiendo, que es gerundio

Escribiendo sin meta, sin propósito, simplemente a luz turbia de sentimientos, imágenes y temblores de estrellas frías que se adivinan a lo lejos y cruzan, fugaces, por los ojos alucinados de quien espera, sentado en una orilla, con una lata de cerveza en la mano, sintiendo el viento caliente del desierto en la piel cuarteada o el aire fresco de las noches de verano, tan tristes y tan alegres puesto que, a fin de cuentas, todo pasa... esperando nada, envuelto en bucles... todo pasa, envuelto en luces turbias, lejanas, que cruzan sin propósito el viento alucinado de las noches tristes... todo pasa, los cuerpos calientes tiemblan ya en el recuerdo con una tibia palidez y la cerveza se calienta y se derrama sin meta en la garganta del alucinado que espera nada al fresco, viendo pasar estrellas frías y sentimientos cuarteados abandonados como pedazos de piel muerta tejidos a la noche...

domingo, 16 de agosto de 2009

Las lágrimas como signo poético, por un fan de Bataille

Las lágrimas no son signo de debilidad, son la expresión de una conciencia aguda capaz de captar la vida en su intimidad, como diría Bataille. Intimidad no equivale a interioridad, a la interioridad axfisiante del sujeto moderno. Intimidad quiere decir aquí superación y negación del mundo de lo útil, del mundo de los objetos conformado por la mediación del trabajo, de la actividad productiva, superación de la alienación. Entonces, las lágrimas no expresan simplemente la tristeza de un sujeto, expresan, además, una felicidad que se desborda al establecer contacto con el esplendor del ser, al intuir la abolición de las oposiciones entre naturaleza y espíritu, entre sujeto y objeto, y captar la continuidad del ser como una unidad, no obstante, incompleta, abierta a devenires; acontecimiento excesivo que no puede ser verbalizado ni, por consiguiente, razonado y se resuelve en gesto inútil, en gasto improductivo, en belleza erótica-artística-religiosa, más allá del saber, de las categorías, susceptible de ser apenas señalado por un lenguaje poético en guerra contra sí mismo, que dice su imposibilidad de decir aquello que lo excede, que lo supera y que querría ser grito, gesto violento, primordial. La poesía es lo incivilizado del lenguaje. En cierto sentido, anhelo de un origen que no deja de desplazarse porque no existió, fundamento ausente, sin positividad, sin historia, que no deja de insistir y de destellar en el límite de la lengua.

Todo esto creo que se entenderá mejor si pensamos en la música. La música toca la intimidad del mundo y de la vida, del ser, si quieren, en su dinámica, sin la opacidad de las significaciones del lenguaje. Posee una dimensión trágica, triste y alegre; escuchada con la suficiente intensidad provoca un torrente de lágrimas felices en el oyente.

viernes, 14 de agosto de 2009

De pantalones vaqueros y de la esencia y otras cosas que salieron al paso

Es algo bastante inhabitual que unos pantalones vaqueros sobrevivan a los avatares de toda una década. Lógicamente, están muy desgastados. Al negro oscuro original le ha brotado del substrato textil algo así como una nube blanquecina difusa. Hubo, además, que cortarlos, porque estaban muy rotos por la parte de abajo, debido al rozamiento contra el suelo a lo largo de los años. Ahora son unos pantalones cortos, pero no han perdido su esencia.

En este punto es preciso hacer una acotación filosófica para presentar brevemente una concepción sobre la esencia: la esencia no es algo inmaterial por detrás de las manifestaciones concretas, sino las propias manifestaciones cambiantes, los lugares, las localizaciones, que lo son de esa esencia. La esencia, si quieren, es una nada, quizá trascendental, en el sentido de ser condición de posibilidad, en cualquier caso un campo trascendental sin sujeto, una nada creadora, una ausencia con base en la cual se definen las manifestaciones, en este caso de unos pantalones vaqueros. La pluralidad de formas contingentes adoptadas por los pantalones dicen su esencia, que se distancia, no obstante, de dichas formas, no se confunde con ellas ni llega a ser un algo distinto: no hace falta duplicar lo real. Lo cierto es que aún no he logrado comprender satisfactoriamente esta esquizofrénica duplicidad unitaria de la apariencia y la esencia, esta escisión inherente y constitutiva de la unidad. Hablo quizá incomprensiblemente. Pido disculpas.

El caso es que hoy me he encontrado con estos pantalones vaqueros que ya han cumplido una década difiriéndo de sí sin dejar de ser ellos mismos y el espanto del tiempo y los gritos solitarios en desolados países de hadas (hay alguna intertextualidad con Burroughs por ahí, no me acusen de plagio) han acudido a mi cabeza. Hace diez años era el Instituto, la sala de máquinas, pirarse clases, Kurt Cobain. Oh tiempo tus pirámides (¿de quién es ese verso o lo que sea?). Bueno, olvidémoslo. Lo mejor sería olvidarse, quemar los recuerdos. Nadie podrá danzar sin quemar toda la infancia y la hedionda masa psicodramática de los recuerdos, incluso de los felices. Benditos los que olvidan (Nietzsche dixit). He aquí la gloriosa muerte del hombre, del apestoso yo moderno, la memoria quemada por un santo tribunal inquisitorial en un juicio justo. O mejor: una memoria sin recuerdos. Hacer que el mundo mismo delire. No existe el yo y toda la literatura del yo será escupida y pisoteada alegremente.

Proust no escribió nunca una novela psicológica, Proust es pura exterioridad, un exquisito fenomenólogo, un canal de transmisión de sensaciones singulares e impersonales. No hay un yo manifestándose, confesándose, descubriendo su esencia oculta, hay un mundo que emerge, que se crea, que brota súbitamente y se queda flotando fantasmalmente mucho tiempo después de cerrar el libro y acostarse temprano.

jueves, 13 de agosto de 2009

Vigilancia y derrota

Preguntas sin palabras por un lugar invisible cuyos acordes son lo visible mismo. Toda la vida igual, mordiendo la luz desmayada e inhabitable de un atardecer que no admite compañía ni sabe ser sin ser contemplado por ojos cautivos. Una constante e inútil vigilancia empeñada en salvar la distancia que te separa de las cosas. El encanto trágico de una derrota indescifrable.

Campos de Castilla (PsychoPoetic Version)

En cualquier punto de los vastos prados resecos y amarillentos de esta ancha meseta en la que nunca pasa nada un grupo de marionetas ha cobrado vida y urdido un plan secreto para asesinar a la humanidad.

Bostezo homicida en área metropolitana

Espectacular amanecer en la pantalla plana gigante de alta definición situada en el jardín de césped artificial. El sonido simulado de un despertador mecánico cruza el aire y llega a los oídos de Dave. Está demasiado alto, así que se ve obligado a regular los implantes de sus oídos. El sonido estridente llega ahora a sus oídos blando, lejano, apacible, lánguido. Parece que atravesara una atmósfera líquida, se dice Dave mientras los ojos se le cierran. El crepúsculo pixelado se apaga. Fundido en negro. Comienzan las noticias. La hora del café. Seis millones de muertos y descuento promocional por la compra de una doble hamburguesa Whipy. Largas cola de marginados sociales en el centro de la ciudad. En las afueras, el área metropolitana ha sido engullida por el bostezo de un monstruo gigantesco. Cariño, apaga eso. Pero el cadáver de Dave ya no escucha. La mujer regula sus implantes de modo que el zumbido de una mosca se amplificaría hasta parecer un helicóptero de combate. En ese momento, la mujer mira hacia arriba y ve la aterradora boca gigantesca que se cierne sobre ella a punto de iniciar su bostezo homicida.

sábado, 1 de agosto de 2009

Diario de un comunista hegeliano

Es extraña la mala prensa que tienen la rutina y la seguridad. Los elogios que reciben la libertad y el riesgo son fantasías, probablemente necesarias, de acuerdo, fantasías para contarse al oído, en la cama, con una ligera borrachera, las noches alegres. Por mi parte, adoro la rutina y soy capaz de detectar la hipocresía a distancia. Soy un tipo franco y honesto, esa es la verdad; soy un tipo aburrido, aunque no me voy a suicidar. Me encanta la tele. La tele y la rutina. Construyo mi mundo, como todos (el suyo, quiero decir). Mi libertad, mi pequeño reducto. Las fantasías se consumen, venden mucho, dan dinero, esa es la verdad. Me siento delante de una pantalla con una cerveza bien fría en la mano y soy feliz. Básicamente, soy un tipo simple y conformista. El conformismo tiene mala prensa, pero no sé por qué, yo no conozco un estado más agradable. Acuerdo categórico con el ser, podríamos llamarlo, robándole la expresión a Kundera, novelista que, por otra parte, no me entusiasma demasiado. Le leo por rutina. Cuando no sé qué hacer, me digo que no estaría mal leer a Kundera, por pasar el rato. Aunque no sé qué pinta el término "categórico" en esa expresión.

Acuerdo alegre con el ser.

Acuerdo por cojones con el ser, porque el ser es lo que es, eso lo sé porque fui a la Facultad de Filosofía a pasar el rato en mi juventud. Básicamente, soy un hegeliano de izquierdas reaccionario.

Acuerdo racional con el ser.

Creo que el Estado es necesario, sí, ¿qué pasa, putos anarquistas de mierda, qué habeis hecho vosotros en los últimos años? Quejarse mucho y no mover un dedo, pasearse con perros sarnosos por ahí, poco más. ¿Veis lo reaccionario que soy? Creo en el orden y en la ley, sí. No se puede construir nada sin orden. Nada que valga la pena. Nada grande se ha hecho sin pasión, decía mi maestro Hegel, que también dijo que todo lo verdadero es concreto, algo que se les olvida a algunos de sus detractores. Creo en la libertad. La esencia del Espíritu es formalmente la libertad. Eso suena bien. El Espíritu es dolor infinito. Esto es menos lúgubre de lo que suena, es épico y trágico. Nunca he sabido reconocer las siete diferencias entre un anarquista y un liberal. Por esto me llamaron dogmático, pero la verdad es que no sé reconocerlas. El problema es, digamos, epistemológico. Soy un tipo dogmático y reaccionario, eso es cierto. Las dos palabras me gustan, los dogmas me gustan y no veo nada de malo en ser reaccionario. Como no soy un hipócrita lo puedo decir. No hay izquierda que valga con esos tiparracos que luchan contra el sistema bebiendo cerveza y vistiéndose de un modo atroz. Yo también bebo cerveza, pero al menos me visto con cierta elegancia. Todos los pobres son feos, esa es la triste verdad. Esto suena muy de derechas, pero es preciso reconocerlo cuanto antes. Como son feos, hay que echarles del centro de las ciudades. Si un día se rebelan y destruyen las ciudades yo les aplaudiré. No me alegraré, porque será bastante desagradable, pero les aplaudiré y diré que ya era hora, coño. Levantaré el puño y brindaré por la revolución. Claro que yo desprecio el lumpen que no produce valor. Cuando un pobre me pide dinero siempre le digo lo mismo: asqueroso explotador. Se sorprenden mucho. Me suelen responder que explotador lo será mi puta madre. Yo les respondo que mi madre trabajó toda su vida y era una buena comunista, no un vago de mierda. He intentado toda mi vida ser un buen comunista. He leído cien veces el Manifiesto Comunista. Ese maravilloso inicio shakespeareano me pone los pelos de punta. Confío en que un nuevo Lenin convierta Europa en un lugar bien ordenado y comunista. Hasta entonces, me dedico a ver series de televisión. Revolucionario y conformista parece que no encajan, pero yo no quiero hacer la revolución, quiero que la hagan otros, para poder ser conformista en una sociedad bien ordenada. Yo me dedicaría al orden, es decir, a administrar cosas después de la revolución. Trabajaría para el Partido. Pensaría estrategias para vencer a nuestros enemigos. Todo el mundo trabajaría, pero poco. Lo necesario. Esa es la libertad: trabajar sí, pero poco.