lunes, 31 de octubre de 2011

Animalitos paradójicos

Sufría lo que el mismo calificaba como un estado de hiperactividad pasiva o pasividad hiperactiva que le abocaba a no hacer nada a la vez que no paraba de hacer algo. En un momento de delirio exclamó: en mí coinciden los opuestos, exactamente lo mismo que le pasa a Dios. Un tipo imperturbable y perturbado*.

* Esta entrada no funciona, debería haber más paradojas y deberían estar mejor desarrolladas. Es una microficción estéticamente abortada que, sencillamente, no funciona. Como esto es un blog, no tiene mucha importancia, desde luego. Dejo constancia de que esta entrada no me gusta, no como truco retórico y manipulador que evidenciaría una supuesta honestidad para captar la benevolencia del lector. Es mucho más sencillo: no me gusta. Debería borrarla, de hecho, pero como ya lleva ahí colgada desde ayer, pues como que me da no sé qué eliminarla, así que añado esta aclaración quizá innecesaria que tampoco está quedando demasiado bien y de alguna manera es deudora de DFW. Fin del comunicado.

Citas sin ton ni son

Existir es insistir y resistir, dijo Schlegel. Lo que más me gusta de esta frase es que está llena de verbos. Es rotunda. Implacable. Los verbos son muy orgullosos, dijo Humpty Dumpty, el Señor de las Palabras, según Deleuze. La clave del enunciado no es el sujeto ni el predicado, sino el verbo, dijo Foucault. Los verbos en infinitivo expresan el acontecimiento, dijo Deleuze. Existir, insistir, resistir; todo verbos en infinitivo en la frase de Schlegel.

Una voluntad que no se determina no es real, dijo Hegel. Schopenhauer dijo que Hegel era un charlatán. Hegel fue el gran enemigo intelectual de Deleuze, sin duda. Pero Hegel tiene razón, una voluntad que no se determina no es real. Tuvo que venir Nietzsche, sin embargo, a descargar el peso de la negatividad hegeliana. Zaratustra, el alegre mensajero, pregunta si la voluntad se ha convertido en una fuente de gozo para sí misma, si ha abandonado el resentimiento y todo rechinar de dientes. Hegel, no obstante ser el el enemigo, dijo algunas cosas poéticas bastante tremendas y que molan mucho. Sobre la subjetividad, dijo que era la noche del mundo. Pura poesía. Sobre el espíritu, dolor infinito. Sobre el espíritu también dijo que era un hueso. Ni idea de qué significa esto último. Según Zizek significa, probablemente, que Hegel era un materialista ateo. Cuando los filósofos se ponen a hacer poesía la hacen mejor que nadie, porque la hacen sin darse cuenta, se encuentran con ella de chiripa. Descartes tenía también alguna frase muy poética, que ahora no recuerdo. El espíritu se define en la Enciclopedia de Hegel como la negación y verdad de la naturaleza. Las leyes, por ejemplo, pertenecerían al dominio del espíritu objetivo. La enciclopedia de Hegel no es nada poética.

Lacan, sobre el que ignoro prácticamente todo, dijo que el yo era el lugar de lo imaginario. Yo es otro, según la archiconocida frase de Rimbaud. El yo no pertenece al mundo, es el límite del mundo, dijo Wittgenstein. También dijo: el ojo no puede verse a sí mismo. Sobre esto escribió David Foster Wallace de forma un poco macabra, un tipo que se arranca un ojo, creo recordar (nota mental: buscar qué cuento era). David Foster Wallace dijo que David Markson era un genio. David Markson escribió La amante de Wittgenstein. De David Markson solo he leído unos cuantos fragmentos que he encontrado por internet, nada más. Este post le imita, aunque no estoy seguro. ¿Thomas Berhard no escribió un libro titulado el sobrino de Wittgenstein? No he leído ni el libro de Markson ni el de Bernhard (nota mental: buscarlos en la biblioteca, aunque lo más seguro es que no tengan ninguno, o tengan solo el de Bernhard; pedir a la biblioteca pública que compren libros de Markson). Wittgenstein era kantiano. En lugar del sujeto trascendental puso el lenguaje. A esto se le llama el giro lingüístico. Los límites del lenguaje son los límites de mi mundo, dijo. David Foster Wallace dijo que Wittgenstein, en las Investigaciones Filosóficas, eliminaba el solipsismo, pero no el horror. Elimina el solipsismo porque demuetra la imposibilidad de que existan lenguajes privados. El significado es el uso. El uso es social. Este no es exactamente el argumento en contra de la existencia de lenguajes privados, pero, de todas formas, es obvio que Wittgenstein tiene razón y que no pueden existir lenguajes privados, así que no hace falta entrar en más detalles (además, un compañero de facultad se quedó con mi libro de Filosofía del lenguaje y no puedo consultarlo ahora, un libro donde venían todos los argumentos de Wittgenstein, Quine, Frege, etc, un libro súper caro y que echo de menos, por cierto). David Foster Wallace se ahorcó en 2008. En mi ejemplar de Extinción pone: en la actualidad compagina su trabajo de escritor con la clase de escritura creativa en la Universidad Estatal de Illinois. Triste. Esa actualidad era de 2004. Philip Kerr escribió un libro sobre un asesino en serie inspirado en la figura de Wittgenstein. No recuerdo su título. Lo tengo en algún sitio. No era muy bueno, que yo recuerde.

Escribir es participar de la afirmación de la soledad donde amenaza la fascinación, dijo Blanchot.

domingo, 30 de octubre de 2011

Escribir

Escribir es la única profesión en la que nadie te considera ridículo si no ganas dinero
Jules Renard

miércoles, 26 de octubre de 2011

La prodigiosa velocidad de los procesos mentales

El propio Nietzsche emplea algunas veces la sustancia [hachís], y queda convencido de que permite acercarse a "la prodigiosa velocidad de los procesos mentales". Pero ningún texto tendrá la solidez de los siete volúmenes de la Indian Hemp Drugs Commission, publicados por el gobierno inglés en 1894. Su informe termina así: 
Considerando el tema de forma general, cabe añadir que en la India el uso moderado de hachís y marihuana es la regla, y que el uso excesivo resulta excepcional. El uso moderado no produce prácticamente ningún efecto nocivo, y el trastorno que produce un uso excesivo se limita casi exclusivamente al mismo consumidor; el efecto sobre la sociedad es raras veces apreciable.
Antonio Escohotado, Historia elemental de las drogas. 

Madame Psicosis y la comedia, Deleuze y Beckett

Madame Psicosis continuó leyendo libro deprimente tras libro deprimente, hasta llegar a un punto de inflexión en el que la tragedia se transformó, repentinamente, en comedia. Morir como un perro, sin saber de qué ha sido uno acusado, eso solo puede ser una broma, cósmica u ontológica, pero broma al fin y al cabo, infinita. Igual que el Castillo al que no puede llegarse. Todo Kafka, humor judío, sentenció. Woody Allen no hubiera podido parodiar a Kafka si éste no incluyera ya, bien que fuera de forma subrepticia, el germen de su propia parodia. ¿Qué puede ser la fábula del guardián de la ley sino un chiste? Y Beckett, humor teológico: lo todoimpotente, lo todoignorante. Desde luego, Beckett hace aflorar lo absurdo, pero no como tragedia, la falta de sentido excluye el mundo emocional de la tragedia. Supongamos un Edipo visto por Beckett. Después de arrancarse los ojos, perdería su propia identidad y sus recuerdos serían confusos, estaría igualmente desterrado, pero, en el fondo, diría, no importa, ¿qué hago, sino vivir un poco, con la única vida posible? Se encogería de hombros, al fin y al cabo, hice lo que pude, si los dioses son crueles, pues qué se le va a hacer. De hecho, Edipo es víctima de una broma. Una broma muy pesada, cierto. Una típica broma irónica del destino, en la que un oráculo vaticina una cosa y tú, al intentar evitarla, pones en marcha el mecanismo causal que te llevará a que suceda, precisamente, esa cosa. Nada más divertido que las desgracias humanas, comentaría el coro. ¿Y Hamlet visto por Beckett? Los personajes de Beckett no paran de preguntarse: ¿ser o no ser? Pero, de nuevo, no hay tragedia. Si hay un conflicto, no se sabe cuál es, ni cuándo ocurrió, ni cómo, ni quién lo narra. La duda no es ni metódica ni dramática, es una duda corrosiva, que vuelve la acción imposible, deja a la narración sin fundamento y se divierte con los despojos de lo que queda. Personajes sin deseos, sin esperanzas, sin ilusiones, ¿qué conflictos podrían tener? Ellos mismos son el único conflicto.

Al innombrable, esos otros no cesan de abrumarle desde que se les metió en la cabeza que haría mejor existiendo. Falta incluso el sujeto, que no tiene nombre, y esos otros, indeterminados. El innombrable existe y no existe. Se trata solo de palabras, advierte Beckett. Nada empieza ni termina. En la singularidad de las paradojas, nada empieza ni termina, todo va en el sentido del futuro y del pasado a la vez (Deleuze, 1969). El ahora desde el que habla el innombrable no deja de subdividirse. Mis aventuras están concluidas ya, mis dichos están dichos, dice, al principio. Lo que digo, lo que tal vez diré, está dicho ya. El tiempo está fuera de sus goznes, como se quejaba Hamlet. Sin embargo, los personajes de Beckett no han venido a restituir al tiempo, a encajarlo de nuevo en un orden se sucesión, que le dote de un sentido. El tiempo como determinación del movimiento, según la definición clásica de Aristóteles, está ausente en las obras de Beckett, en consonancia con sus personajes inmóviles. El innombrable está en una vasija llena de serrín y tiene el cuello sujeto por una argolla. Acostumbrarse al serrín dice, es una ocupación como cualquier otra, no soporto la inactividad. Pero, incluso con el cuello fijo, eso no quiere decir que se encuentre fijo siempre en el mismo sentido, pues puede agitar su tronco y darle el grado de revolución que quiera. Abolir completamente la actividad es imposible, excepto si uno está muerto. Los personajes de Beckett, a pesar de todo, conservan cierta voluntad de vivir. Aunque, en plan Schopenhauer, a veces parece que el propósito de esta voluntad sea aniquilarse a sí misma. Hablo, con el objeto de callar, dice el innombrable, pues si aquí el silencio es casi total, no lo es del todo. El aquí no sería otro que la narración misma. La ausencia de narración es casi total, pero no lo es del todo. Escribir, necesariamente, es un acto afirmativo, aunque no afirme casi nada. El silencio no puede ser total.

Si, según Deleuze, no hay que confundir el Acontecimiento con sus efectuaciones espacio-temporales, porque el Acontecimiento no pertenece al tiempo de Cronos, el tiempo de los cuerpos y de las mezclas, sino a Aión, y esquiva siempre el presente, es, de algún modo, de este Acontecimiento, del que habla Beckett, que es el sentido mismo, nunca presente, desplazado en un pasado inaprensible o situado en un futuro diferido, como el Castillo kafkiano.

Bah, estoy tranquilo, no ha podido ocurrir más que una cosa, la misma siempre.

Un único Acontecimiento, para la infinita diversidad de lo dado. Un único clamor del ser, para todos los entes.

PD: Este texto ha quedado un poco raro porque a la mitad, más o menos, cambió repentinamente de propósito. Es bastante confuso, mezcla muchas cosas, algunas que requerirían una explicación más detallada, quizás, como la idea de Acontecimiento en Deleuze, pero yo tampoco acabo de tener muy clara la filosofía de Deleuze, ni soy un experto en Beckett, a pesar de lo cual, escribo sobre ambos porque, como dijera el mismísimo Deleuze, si esperáramos a colmar nuestra ignorancia para empezar a escribir, no escribiríamos nunca.

Caspar David Friedrich


El naufragio del Esperanza, o El océano glacial, o Escena imaginada en el mar ártico (nunca me aclaro)

martes, 25 de octubre de 2011

Hablar por hablar (Beckett Style)

Seguir adelante, al final el círculo se cerrará, o no, no es verdad, seguir por los lados, círculo desplegado, centro descentrado, aquí, a la intemperie, buscar cobijo, sí, ahora, yo fisurado, he ahí nuestra morada, se está bien aquí, hablo por hablar, seguir, avanzar, única divisa, en qué sentido, en qué sentidos, hacia dónde, hacia ningún lugar, probablemente, es de suponer, al final nada, ningún gran significado que esperar, haraganes, vagabundos del mundo, unamos nuestras fuerzas, para nada, porque sí, da lo mismo, aquí y ahora decir yo, decir nadie, no hablo de mí, de mi ventana sí, quizás, quién sabe, el observador tranquilo, una danza de luces lejanas, se está bien aquí, vemos las luces, necesariamente lejanas, así es mejor, el frío llega, de fuera, ningún espectador sin su mundo, ningún yo sin sus circunstancias, así ha de ser, un lápiz, un reloj, tabaco, mechero, cenicero, he ahí lo esencial, reducido todo a su mínima expresión, así ha de ser, bien, sigamos hablando por hablar, hay que hacerlo, es la tarea inútil impuesta por no se sabe qué, quién, aún no hay niebla, no llueve ahora, llovió antes, sin embargo, cuando, en la cama, medio dormido, escuchaba la lluvia, pensaba en la lluvia, invisible, acariciando mis oídos, eso debe de ser el mundo, me dije, aún sigue ahí, después de todo, a pesar de todo, sigue ahí, hermoso, feo, sigue ahí con su rostro múltiple, sus múltiples máscaras, adoptando formas y colores diversos, cambiante, qué queda tras tantos cambios aparentemente sin sentido, él es el cambio mismo, esto es difícil de pensar, quizá, no importa, subrayo con el lápiz, enciendo un cigarro con el mechero, deposito la ceniza en el cenicero, interactuamos con los objetos, los usamos, son lo que son gracias a nosotros, sin nosotros, no tendrían sentido, esto es así, creo, sin embargo, a fin de cuentas, después de todo, qué, nos entretenemos con preguntas sin respuesta, hasta que nos aburrimos, y entonces qué, otra vez qué, preguntas, en la oscuridad, nos haría falta una linterna si vamos a explorar, una luz, siempre la misma historia de la luz y las tinieblas, decir hágase la luz y ver que la luz es buena, no comparece Dios, sin embargo, estamos solos, desde aquí, desde esta atalaya azotada por los vientos, mi cueva sin afuera, contemplamos el curso de lo que pasa delante de nosotros, pasan cosas, inmóviles, algunas son graciosas, otras son tristes, otras hermosas, otras sublimes, según la ocasión y el ánimo, parece que jugamos un juego sin reglas, eso parece, a lo mejor es, no solo parece, quién sabe, decir sin tener nada que decir, he aquí que acometemos esta tarea absurda impuesta por no se sabe qué, quién, recomenzamos todo el rato, nos fatigamos, seguir adelante, o por los lados, decidir si fumar otro cigarro o no, cuestión peliaguda, ningún yo aislado es posible si el mundo o las circunstancias son constitutivas de ese yo, he ahí una gran proposición filosófica muy del siglo veinte, insistir y resistir, nada más, todo reducido a su mínima expresión, comer, hablar, mirar, pulsión escópica, dicen, qué más, nubes y tejados, como siempre, claro, qué más, me desperté a las cuatro y media de la mañana, pensando que ya sería hora de levantarse, me desperté con hambre, no me levanté de la cama, eran las cuatro y media de la mañana, qué más, al final solo desayuné café con leche, con muy poca leche, detesto la leche, la leche es para lactantes, qué más, poco más, nada más, ah sí, más cosas, pero no las recuerdo, no las voy a contar, no es asunto vuestro, ni mío, probablemente, qué cosas son esas, da igual, cosas sin importancia, ahora se ve el azul del cielo, un gran momento, la calefacción está encendida y la ventana abierta, me voy a cargar el planeta, me da igual, a tomar por culo el planeta, pero no, no es verdad, yo amo a mi planeta, me importa mucho mi planeta, vivo en él, sin embargo qué, es mejor que el humo salga por la ventana, y para eso tiene que estar abierta, y como hace frío, para que la ventana pueda estar abierta es preciso que la calefacción esté encendida, me parece todo muy lógico y coherente, la verdad, todo encadenado según la causalidad, como debe ser, por lo demás nada, no sé qué iba a decir ahora, a continuación, en breves instantes, podría hacer más preguntas sin respuesta, cuándo hay un montón, dónde acaba el mar, preguntas así, para entretenerme, mientras tanto, mientras qué, no sé, nada, en fin, esto se acaba, finaliza al fin, por fin el fin, ya, a punto de llegar, cuando me canse de hablar por hablar, de no decir absolutamente nada de nada, dentro de poco, probablemente, se acerca el fin, lo presiento, lo preveo, aún no, sin embargo, falta poco, vendrá, llegará, no habrá un gran significado, ya lo dije, lo advertí claramente, seguir adelante, o por los lados, se cerrará el círculo, o no, quién sabe.

domingo, 23 de octubre de 2011

Las cosas aún no tenían forma...

Las cosas aún no tenían forma, ni nombre, y flotaban, ingrávidas, dejando estelas enmarañadas y fugaces impresas en el cielo gris ceniciento, un ballet frenético, un caos convulso y anhelante en el que se adivinaba una decidida voluntad de armonía y belleza, pero la armonía, la belleza, parecían huir, esconderse, insinuarse apenas por un momento, para desvanecerse a continuación, como si solo existieran estando ausentes, mostrándose el mínimo de tiempo imprescindible, con el objetivo de suscitar un violento anhelo.

Mientras tanto, las cosas se movían tan velozmente que no hallaban un lugar de reposo, y era inútil asignarles nombres, pues al momento siguiente ya no eran las mismas, tan frenético era el caos. El cielo, cubierto completamente por una sola nube gris, o por muchas nubes grises que se habían amontonado hasta componer una unidad, una unidad que, no obstante, albergaba en sí una pluralidad, pasaba despacio, impertérrito, espectador silencioso de todo lo que acontecía bajo su mirada soberana e indiferente, poderosa y enigmática.

Es cuestión de tiempo que las cosas alcancen una forma y duren en esa forma lo suficiente como para que puedan ser nombradas, el caos será así conjurado, y tendremos una identidad, incluso una historia, cada uno la suya, y podremos decir que este de aquí, soy yo, esto es lo que me ha pasado, es cuestión de tiempo, o quizá ya están ahí, delante de nosotros, la armonía y la belleza, pero no hemos sabido verlas, debemos prestar más atención, quizá solo puedan existir de forma bastarda e impura, mezcladas con el desorden, nadando y asomando la cabeza en el lodo, en esta ciénaga, desde aquí mismo, deben poder verse las estrellas.

Las cosas se sucedían velozmente y se olvidaban y era como si nada hubiera pasado aún, como si todo estuviera aún a punto de pasar, siempre un mañana que esquivaba el hoy, una temporalidad melancólica, gris y cenicienta, como el transcurrir del cielo envolvente y oscuro.

Pero sí, había belleza, informe, inasible, era apenas destellos entrevistos confusamente, un ser huidizo, eso era, relámpagos de armonía en medio de la tormenta, eso era, eso sería, eso será, un espasmo, un eco...

jueves, 20 de octubre de 2011

Un frío...

Un frío agradable, nítido y agudo, mezclado con el despliegue de la luz vibrante que se posa sobre el mundo, entra por la ventana, silencioso, caminando de puntillas, como la caricia eterna de una sonrisa destruida, deshecha en mil pedazos insistentes, reverberaciones del pasado y destellos del porvenir: instante inaprensible, inagotable, incesante.

La voz y el sujeto (against Descartes)

El yo del poeta lírico eleva la voz desde el fondo del abismo del ser; su subjetividad es pura imaginación.
Nietzsche, El nacimiento de la tragedia 


No hablo con mi voz sino con mis voces
Alejandra Pizarnik (cito de memoria y no sé en qué libro lo dice)

Voces desde la nada a ti confluyen. 
¿Trakl? (Ahora no sé ni el autor)

martes, 18 de octubre de 2011

Houellebecq y Pynchon se encuentran en León

El recientemente desaparecido escritor Michel Houellebecq fue visto, por un testigo sin identificar, paseando por las calles de León, junto a Thomas Pynchon. Ambos paseaban en silencio. Houellebecq caminaba cabizbajo. Pynchon sonreía. Llegaron a la plaza de San Marcos, se sentaron en un banco, frente al río, y el francés, rompiendo su silencio, exclamó: joder, empieza a hacer frío en esta ciudad de las narices, seguramente todos sus habitantes están ya acatarrados; por lo demás, todos apestamos a egoísmo y a muerte, es la condición humana. Pynchon no escuchó lo que dijo, pero le contó, a modo de contestación, una historia extraña y enrevesada, durante dos horas y media, a la que Houellebecq no prestó la más mínima atención. Se fueron de tapas, porque les había entrado una hambre voraz. Primero fueron a comer morcilla. Houellebecq comentó que el tío de la Bicha sí que era borde, y no él; dijo que, comparado con el tío de la Bicha, él era todo dulzura y amor y simpatía. Pynchon empezó a hablar sobre mecánica cuántica y entropía y Houellebecq dijo: qué se le va a hacer, la vida es así. Entraron en otro bar y, como hacía frío, pidieron sopas de ajo. A Houellebecq le gustaron tanto que dijo que, si bien él no tenía ningún mensaje de esperanza, aquellas sopas de ajo estaban de puta madre y venían de puta madre para combatir el puto frío que hacía. A Pynchon no le gustaron tanto y solo dijo que le iba a costar más de mil páginas explicarse su presencia en León junto a Houellebecq, algo que no tenía ni pies ni cabeza. Houellebecq, entusiasmado con las sopas de ajo, pidió otra ración y, mientras se las servían, salió fuera del bar a fumar un cigarro. Regresó sonriente y le preguntó a Pynchon si no era encantador llegar y encontrarse con la comida lista. Pynchon asintió, es uno de los pequeños placeres de la vida, dijo, y le contó un sueño en el que palomas mensajeras de algún lugar remoto aterrizaban y despegaban, todas con un mensaje para él y una vibración de luz en las alas, pero que no podía alcanzar ninguna a tiempo. Lo cuento en la primera página de Vineland, dijo. No lo he leído, contestó Houellebecq. Yo tampoco, dijo Pynchon. Pero lo escribiste, dijo Houellebecq. Eso sí, dijo Pynchon. Se quedaron en silencio un rato. La gente entraba y salía sin parar del bar, que era diminuto y estaba abarrotado. Esta gente no para de moverse, se quejó Houellebecq. Observa con atención, le señaló Pynchon, este entorno es sumamente entrópico, se desordena con el paso del tiempo de forma fascinante, servilletas y palillos tirados por el suelo, vasos vacíos por todas partes, ir y venir, caos creciente. La humanidad es una pandilla de degenerados patéticos, dijo amargamente Houellebecq, a quien ganar el premio Goncourt no parecía haberle hecho mucha ilusión. Eres un moralista, un moralista francés cabreado, un cascarrabias, le dijo Pynchon. Houllebecq sonrió y dijo que gracias, gracias maximalista posmoderno de los cojones. Se rieron. Pidieron más cortos de cerveza. Aquí hace un frío de cojones, cierto, pero lo de las tapas gratis es la hostia. Pynchon, visiblemente borracho, dijo que estaba viejo y que el frío le estaba jodiendo los huesos, pero que, como mejor escritor norteamericano vivo, declaraba solemnemente que pensaba alcanzar, en ese mismo momento, la condición ética samurai de estar siempre perfectamente en forma, preparado para morir. Houllebecq brindó por eso, como habría hecho por cualquier otra cosa, dado su también avanzado estado de ebriedad.

No se sabe qué fue de Houellebecq después de aquella inmensa borrachera que agarró junto a Pynchon por las frías calles de León.

domingo, 16 de octubre de 2011

Un dos tres ya

Por entre las rendijas de la persiana se filtraba la luz matinal, dulce y cansada, inundando de placidez la habitación de Sergio, que, aún en un estado de duermevela, extendió su brazo derecho para alcanzar el reloj y mirar la hora, las once y media, en la esfera, iluminada sin necesidad, del reloj digital, que descansaba en el alféizar de la ventana, siempre al alcance de la mano, pues lo primero que hace al despertarse es comprobar la hora, tomar conciencia del mundo, de nuevo, tras el lapso del sueño, y luego se queda un poco más, unos minutos, dormitando en la cama, dando vueltas, a veces concluyendo la trama de algún sueño disparatado que flota todavía, como extraviado de su mundo, por su mente a medio despertar, en esa frontera dudosa, donde se mezclan y confunden hechos e imágenes y donde, en ocasiones, a la memoria le cuesta distinguir si determinados acontecimientos pasaron en la realidad o en el sueño, acontecimientos triviales, conversaciones nocturnas quizá, por ejemplo, entre otras cosas, confusión que suele durar muy poco tiempo, porque poco tiempo se puede habitar esa frontera, esa puerta que conecta dos mundos, y se hunde uno plenamente en el sueño otra vez, o ya no queda más remedio que despertarse del todo, con todas las consecuencias, subir del todo la persiana y que la luz entre a raudales, haciéndote daño en los ojos unos segundos, abandonar la cama, vestirse, preparar el café, encender la televisión, decir buenos días, aquí estamos otra vez, comienza otro día, todo vuelve a comenzar, está bien que sea así, eternamente rueda la rueda del ser, venga, estamos listos, un dos tres ya.

viernes, 14 de octubre de 2011

Entrevistas breves con hombres aficionados a escribir entrevistas breves

-A mí nunca me ha pasado eso del cristal ni tengo pesadillas en las que mi cuerpo se diluye y se llena de agujeros, por ejemplo. No me he angustiado por nada parecido. Un escritor a menudo puede ir incluso más lejos que un loco, pero hay una distinción fundamental, el trabajo que realiza sobre la fantasía, el loco está atrapado por ella, el escritor la moldea, le da forma, explora, puede explorar el mal o el abismo o lo que sea, puede explorar lo grotesco, lo abyecto, puede explorar, como hace David Lynch, la x siniestra que precede a la realidad, pero, como dice Lynch, no solo no hace falta sufrir para crear, sino que el sufrimiento bloquea la creatividad, impide tener ideas. O se disfruta creando, o no se crea nada. Lo que no quiere decir que las creaciones deban ser necesariamente bonitas.

-Incluso ahora, en esta entrevista, no hablo exactamente con mi voz, no soy yo el sujeto de enunciación, es el lenguaje quien habla, yo me adapto a su flujo, tengo que controlar el ritmo, la sintaxis, pero la escritura posee su propia inercia, la literatura no consiste en la expresión de los sentimientos del autor, me niego rotundamente a aceptar eso, porque eso limitaría las posibilidades del lenguaje, convertiría la literatura en un pequeño asunto privado y aburrido, que es precisamente lo que la literatura no debe hacer, debe hacer todo lo contrario, expandir las posibilidades del lenguaje y alcanzar una dimensión que trascienda lo personal.

-Lo que hago es construir una voz y dejar que hable, independientemente de mis sentimientos. Ver por dónde va. Dirigirla un poco. Desde fuera.

-Un texto literario, por muchos sucesos autobiográficos que contenga, sigue siendo ficción, el hecho mismo de escribirlos cambia el sentido de los hechos. Ya no hay referencia, puedes construir un personaje con algunos de tus rasgos, que a los dos segundos cobra cierta autonomía y se rige por su propia lógica, es un efecto del texto, no un trasunto de ti. Además que los escritores exageran mucho, los poetas mienten mucho, para expresar, no su yo profundo, sino singularidades libres, afectos y perceptos, como diría Deleuze, emancipados del sujeto que los expresa. Afectos alegres o tristes, en sí mismos, no tus afecciones particulares. Hay una gran diferencia.

jueves, 13 de octubre de 2011

El puesto del hombre en el cosmos

El otro día la luna brillaba con un fulgor que uno jamás diría que se limita a recibir prestado. Aún no era de noche del todo. El mundo estaba en calma, y yo también. Iba conduciendo y no podía mirar detenidamente la luna, pero estaba ahí, sabía que estaba ahí, parecía que se movía, mientras conducía por las desgastadas carreteras del mundo sublunar que habitamos. La misma fuerza que impide que la luna se salga de su órbita y que impide que la tierra se salga de su órbita es la que nos ata a la tierra. Viene un coche adelantando en dirección contraria y tengo que frenar y giro un poco a la derecha, por si acaso. Miro la luna. Sigue ahí. ¿Los átomos que forman la luna y los que forman nuestros cuerpos son los mismos? Eso sería genial. Del mismo tipo, quiero decir. No sé por qué, pero lo sería (genial). Que la luna brille tanto cuando aún no es de noche del todo también es genial. Tampoco sé por qué. Repaso mentalmente las fuerzas fundamentales que configuran el universo: electromagnética, gravedad, nuclear débil y nuclear fuerte. Creo que son esas. ¿Y qué pasa con la materia oscura? Si compartiéramos los átomos de nuestros cuerpos y los de la luna eso implicaría que estamos entrelazados a distancia. Los átomos de nuestros cuerpos formaron alguna vez parte de una estrella. Creo que eso es correcto. Alguien lo dijo en la tele. Eso es un entrelazamiento fantástico con el pasado. Hay gente que piensa que, desde el punto de vista de los cuerpos, solo el presente existe. Quizá tengan razón. El pasado no es más que un presente que ha pasado, que pasa a formar parte de la extensísima región de lo que ya no existe. Freno antes de entrar en la rotonda, después acelero para subir por la entrada a la autovía, acelero un poco más en el carril de aceleración, miro el retrovisor de la izquierda, no viene nadie, me incorporo. No sé en qué dirección está la luna ahora. El mundo sigue en calma. La radio habla de catástrofes sociales, morales, económicas, de todo tipo. Pero miras el mundo y está en calma. Constantemente se habla de cosas que no pueden verse. Doy una curva de unos noventa grados y ahí está, enfrente, la luna, otra vez. Si compartimos estructural o esencialmente los componentes básicos de lo que somos con todo el universo eso de alguna manera nos incluye en el conjunto del Uno. El Uno-todo, una totalidad dinámica que nos incluye, la sustancia infinita. Pero solo un pequeño porcentaje del universo está organizado, el resto es caos, furia idiota, ruido. Lo dijeron en la tele. Aparco, los edificios se interponen entre la luna y yo y no puedo verla. La luz del sol tarda ocho minutos en llegar a la tierra. ¿Cuánto tarda en llegar a la luna y de la luna a la tierra? ¿Rebota la luz? Seguramente tarde lo mismo. La luz es una constante. A la luz le da igual lo rápido que puedas correr, su velocidad no disminuye respecto a tu posición lo más mínimo. Creo que es así, no estoy seguro, todo mi conocimiento sobre física proviene de la tele. Abro la puerta de mi casa, dejo las llaves, subo las escaleras, entro en mi habitación, desde aquí sí se ve la luna, brillando allí, ahora sí, en la noche.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Cielos

El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto. 
William Gibson, Neuromante

El cielo está encapotado y lleno de nubes grises. Son unas nubes bulbosas, arrugadas y brillantes. El cielo parece un cerebro.
David Foster Wallace, Animalitos inexpresivos

martes, 11 de octubre de 2011

Entrevistas breves con hombres a los que todo les sucede como si entre su yo y el mundo hubiese un cristal muy grueso

-Verás, todo sucede como si entre mi yo y el mundo hubiese un cristal muy grueso, transparente, pero muy grueso. Algunos días, la sensación es singularmente intensa, tanto que llego a creer que no se trata de una metáfora. Digamos que sufro tres segundos de angustia en una atmósfera de pesadilla y a continuación razono y digo no, es imposible, no hay ningún cristal. Sé que no hay ningún cristal, pero saberlo no es suficiente, la sensación sigue ahí, terca y absurda. Los sonidos llegan a mis oídos en sordina y desprovistos de significado. No entiendo lo que me dicen. Digamos, de nuevo, que sufro unos tres segundos de angustia. Además, creo que mi cuerpo se diluye, se evapora, se llena de agujeros, pierdo el anclaje con la realidad, me mareo, dejo de comprender, la sensación se apodera de mi cuerpo. Por supuesto, sé que no es así, mi cuerpo sigue en la realidad, con su peso, ocupando espacio, pero eso no tiene nada que ver con la creencia. Se trata de una creencia involuntaria. Carece completamente de sentido, lo sé, no soy idiota. 

-Ahora digamos que, por ejemplo, usted es perfectamente capaz de hacer algo, lo que sea, cualquier cosa banal, cualquier nimiedad insignificante, y usted la hace sin el menor esfuerzo, sin pensar, como haría cualquier persona cuerda, equilibrada, como haría cualquier mediocre, sin problemas, y digamos que yo, por ejemplo, tengo que hacer esfuerzos psíquicos titánicos para hacer esa misma cosa insignificante que no representa desde un punto de vista realista ninguna dificultad objetiva, entonces el hecho de saber que esa cosa es banal y sentir al mismo tiempo una dificultad suprema para hacerla, una especie de amenaza exterior abstracta acompañada de un terror sin nombre que se repite, como un eco, en mi interior, incrementa la angustia, porque en lugar de establecer una especie de intercambio con el mundo externo, digamos un cálculo económico de costes y beneficios, me siento irremediablemente inclinado a encerrarme en mi caparazón, lo que en el fondo no soluciona nada, claro, pero la alternativa del terror sin nombre es demasiado angustiosa, demasiado insoportable y, como digo, el hecho de que objetivamente sea poco realista sentirse amenazado y que esté meridianamente claro que mi reacción es desproporcionada tiene el efecto de un círculo angustioso que gira sin parar, en el vacío.

-Pero mi sensación es cierta. Obviamente, el hecho de que ni siquiera pueda explicarla forma parte de la sensación, lea a David Foster Wallace.

-Usted dice que debo aprender a tolerar un cierto grado de frustración en relación con las necesidades de la vida adulta y que no puedo estar siempre en situaciones perfectamente controladas y previsibles y que si no aprendo que las cosas no pueden ser perfectas me va a ir mal y fracasaré en todo y usted tiene razón, pero no se da cuenta, de nuevo, de la angustia que me provocan los cambios, no tiene ni idea. Usted tiene razón en que tengo reacciones que son, digamos, ligeramente autistas, como las pataletas que tenía de niño, pero, de nuevo, insisto... ¿Usted cree que lo hago de forma voluntaria? ¿Eso cree? ¿Cree que es voluntario? Está tremendamente equivocado. ¿Acaso cree que hago girar objetos obsesivamente porque quiero?

-No, verá, soledad ontológica, eso es lo que quiero decir. 

-¿Usted no tiene la sensación de estar de más en el universo? Oigo derrumbarse mi interior, noto que mis nervios se tensan.

-Claro, las fases maníacas son todo lo contrario, pura exaltación, pura luz, serenidad sin fin, sonrisa invisibles y acogedoras, viento salvaje y orgulloso hablando un idioma sin sentido que comprendo perfectamente, todo se despliega, vibra, danza, serpentea, la música de las esferas, mares inagotables...

-¿Me comporto como un niño caprichoso? No lo niego, pero que sepa usted que quizá prefiero...

-Usted sabe, ese tipo de situaciones en las que todo el mundo opina sobre ti y sobre lo que deberías hacer y te sientes presionado y realmente deseas vivir como un poeta salvaje, en el delirio, aunque mueras en el intento, y si no lo haces es solo por cobardía o porque no sabrías como hacerlo, no por alguna estúpida consideración moral respecto al deber abstracto del ciudadano y de la sociedad, o de la familia, no, porque te sabes refractario a los valores establecidos, te sabes solo y asustado, quizá con algunos delirios de grandeza, con la estúpida necesidad de ser reconocido y comprendido.

-¿Es inútil ponerle literatura? La literatura engrandece el fracaso, o lo hace soportable, al menos.

-Yo qué sé, déjeme en paz.

-Es como cuando alguien te dice que no te pongas nervioso, pero es inútil, te pones más y más nervioso, y todo lo que pueden hacer los demás es decirte que no te pongas nervioso, y tú si pudieras controlar tus nervios claro que dejarías de estar nervioso, pero además la gente cree en el dualismo de la mente y el cuerpo y tiende a culpabilizar soterradamente a quienes tienen problemas con sus nervios, como si fuera un problema esencialmente distinto de un problema físico. Yo niego, rotundamente, el dualismo mente y cuerpo. Afirmo que seguimos siendo supersticiosos e imbéciles.

-La gente, ¿qué es la gente? ¿No puede hablar en términos más concretos? Yo solo conozco a personas. Por lo que a mí respecta, la gente es una expresión abstracta carente de sentido. Hay personas, algunas son imbéciles, otras son encantadoras. Le diré que la fuerza que irradian las personas encantadoras es mayor que la que irradian las que son imbéciles. Ese es mi mensaje optimista del día. El amor vence al odio. Precioso, ¿verdad?

-Le respondería con una cita de Cioran que dice que nadie se vuelve normal impunemente. En cierto sentido, mi único deseo es ser normal. Integración perfecta. Coche, casa, todo. Televisión grande que te cagas. Un perfecto burgués. Quejarme de lo que se queja todo el mundo, gustarme lo que a todo el mundo le gusta, aunque esta expresión, todo el mundo, es abstracta, una abstracción matemática, el Se impersonal, verá, ¿quién hostias es el sujeto todo el mundo? No es nadie, bueno, sigo, me gustaría ser como todo el maldito mundo, pero luego, a la hora de la verdad, en fin, no es que me crea especial, solo digo que cada uno tiene que vivir su vida a su modo. Esto parece simple, una banalidad, un cliché, cierto, pero piense ¿qué implica vivir de un modo? Un modo siempre es algo singular… Vivir de un modo… Eso implica una selección de las cosas que me convienen y las que no, a mí, a cada uno, en su singularidad concreta, implica establecer relaciones que aumenten mi potencia, es decir, mi alegría, eso es la ética spinozista y entonces, claro, si yo renuncio a mi modo para integrarme en una generalidad abstracta, en la normas que supuestamente sigue todo el mundo, es decir, en la normalidad, está claro que no se puede hacer eso impunemente porque estaría renunciando, digámoslo en términos de Spinoza, a la parte eterna de mi esencia. Dicho lo cual, a veces hay que transigir, ¿acaso me ha oído negarlo?

-Sí, pongo la Ética de Spinoza en la mesita de noche, a veces solo para sentirme acompañado. También algún libro de DFW. Verá, DFW a menudo es terrible, habla de cosas macabras, en fin, sí, pero realmente me siento acompañado por él, no tiene nada que ver con la calidad literaria, es otra cosa, una conexión, no tiene que ver con escribir bien, cada día me importa menos escribir bien, en la escritura se trata de otra cosa, no sé si suena paradójico, pero el asunto de la escritura es siempre otra cosa.

-Casi le diría que si estoy escribiendo estoy bien, puedo estar escribiendo que siento paladas de angustia atragantándome y eso es mucho mejor que estar tragando paladas de angustia y no escribir que siento paladas de angustia atragantándome. Lo escribo, la sensación se transforma, aumenta mi potencia, mi alegría, respiro mejor. A veces incluso tengo ganas de bailar después de escribir. Habrá quien le dirá que esto es concebir la escritura como terapia y no como arte. No tengo nada que objetar, pero yo concibo la escritura como me da la gana. Concibo la literatura y la filosofía como las dos grandes terapias del ser humano. En un sentido muy, muy honesto.

-El dinero no me importa. Lo digo en serio. Nadie me cree cuando lo digo, pero lo digo en serio. Me preocupa, no sé, acabar tirado en la calle, sin casa, sin nada que comer, etc. Pero, en fin, tengo ropa de sobra, y de momento hay bibliotecas públicas. Tengo, no sé, diez pares de zapatillas, y siempre me pongo las mismas. También debo tener diez pares de pantalones y solo uso dos. Usaría siempre los mismos, pero, en fin, hay que lavarlos y eso. No me gustan los cambios, no sé si se habrá dado cuenta.

-Yo uso objetos autistas desde que tenía tres años. Objetos que no se usan para la función que fueron creados, sino de forma idiosincrásica. Los llevas todo el día contigo, los haces girar, y así. Algún psicoanalista imbécil ha escrito que impiden el desarrollo del pensamiento y explica su uso como un mecanismo psicológico defensivo. Escribe que desde un punto de vista exterior la conducta del niño parece idiota y sin sentido, pero que desde el punto de vista del niño es absolutamente esencial. Es absolutamente esencial, desde luego, pero no porque el niño albergue creencias extrañas respecto al objeto, el niño no sabe por qué es esencial… qué sé yo, la causa del apego irracional quizá haya que buscarla en la neurobiología y no en un acontecimiento traumático infantil. Insisto en que niego tajantemente el dualismo entre el cuerpo y la mente. Le explicaría con gusto por qué es esencial tener siempre el objeto, si supiera cómo. Si simplemente pudiera trasladarle directamente mis estados mentales, porque, claro, hablando es un lío…

-Fumo y leo. Miro por la ventana, poco más. Soy un tipo aburrido, en realidad. No quiero decir que yo me aburra, no todo el rato, al menos. Pero digamos que estoy a años luz de comportarme como esas personas que siempre están haciendo cosas y pensando en hacer cosas y que se divierten sin parar. A mí la perspectiva de tener esa especie de mandato del superego de gozar compulsivamente me parece absurda y estresante. No es que no disfrute, mi problema es con el mensaje imperativo: goza. Creo que es una ética potencialmente catastrófica. Una ética propia del capitalismo de consumo, además. Yo intento comprender lo obvio. Es mucho más difícil de lo que parece. Usted cree que sabe ver, pero quizá no sepa. Quiero decir, con intensidad y a la vez dejando que las cosas se muestren por sí mismas. Mire, por ejemplo, el atardecer, olvídese de que quizá es un poco cursi y tópico, olvídese de todo, haga una maldita reducción trascendental y póngalo todo entre paréntesis, deje que el cielo se vaya dibujando por sí solo, que sus ojos reciban el color, la luz que cambia imperceptiblemente, ¿no ve que ese instante conquista la eternidad?

-El psicoanalista imbécil también escribía que los niños que usan objetos autistas están autocentrados excesivamente en sus propias sensaciones, que su discurso oscila entre las sensaciones y la nada…

-El cristal ha desaparecido. Creo, sí. Ahora extiendo mis brazos, noto el viento directamente.

-¿Estoy otra vez encerrado en mi caparazón gozando narcisísticamente en lugar de abrirme a los otros? ¿Eso cree? ¿Estoy haciendo una torpe emulación de DFW con las entrevistas breves?

-Si yo le digo que sinceramente el objetivo de lo que le estoy diciendo y que usted transcribe no es la calidad literaria sino otra cosa, por muy indefinible y vaga que sea, ¿no se da cuenta de que no importa en absoluto lo torpemente que emule a DFW? ¿No comprende que lo importante es esa otra cosa? No sé si esto suena inteligente o idiota, solo le digo lo que creo de verdad.

domingo, 9 de octubre de 2011

Unai

Los movimientos repetitivos y mecánicos son calmantes. El cenicero está repleto de colillas. Mirar por la ventana, balancearse: adelante y atrás. La tos no le impide seguir fumando. Moverse al ritmo de la música: adelante y atrás. Moverse sin ir a ninguna parte. Al menos, afuera el sol infunde cierta serenidad: una especie de quietud elástica que se esparce lentamente y lo inunda todo y revolotea en el aire y se infiltra por los poros de la piel. Movimientos compulsivos, sin progresión, sin destino, sin sentido. Una sonrisa invisible, en el aire, elástica y acogedora, de alguien que no existe, inmenso tú sin rostro. Ariadna le había dicho algo la otra noche, algo que no sabía interpretar, que ni siquiera llegó a escuchar bien porque estaba demasiado pendiente del hecho mismo de que le estuviera hablando como para concentrarse además en el contenido de lo que estaba diciendo. Unai tiene problemas con la comunicación oral, nadie lo niega. No es que tenga problemas para seguir el hilo de distintas conversaciones, es que tiene problemas para seguir el hilo de una sola, y cuando habla no esperes que te mire a los ojos. Su atención se centra en otra cosa, en cualquier cosa, y cuando quiere atender a lo que le están diciendo ya es tarde, no puede responder nada porque no sabe de qué le están hablando. Quizá se está fijando en la figuras geométricas de la acera y su mente se obsesiona con el hecho de que siguen un patrón susceptible de ser siempre repetido y que, por tanto, es potencialmente infinito, aunque su plasmación en el mundo físico esté necesariamente acotada y se repita solo un número finito de veces, pero no le obsesiona tanto la idea de la repetición potencialmente infinita como las figuras geométricas repetidas en sí y plasmadas en la acera y se fija en ellas compulsivamente y entonces alguien le habla y la sensación es parecida, solo que más leve, a despertarse de repente en medio de un paseo sonámbulo por tu casa. Tardas un rato en orientarte. Así que escuchó algo a medias la otra noche. Es difícil interpretar las intenciones de los demás. Los estados mentales de los otros son confusamente expresados por una maraña de signos equívocos. Nada es claro y distinto. Ningún pensador encerrado en su habitación con una maldita estufa va a lograr que las cosas sean claras y distintas.

Ahora las horas se alargan. El tiempo es denso, casi palpable. El tedio lo ocupa todo, una nube tóxica, envolvente y absurda. Pone una música muy ruidosa. Cuanto más ruidosa, mejor. Todo fue un malentendido, probablemente, desde el principio. ¿Cuándo fue el principio? No se debería hablar nunca ni de principios ni de finales, solo de ahora, de la puerta móvil del instante. Siempre estamos en medio, así es como está el hombre en el mundo: en el puto medio. Debería vaciar el cenicero de una vez. Unai intenta reconstruir en su mente las palabras de Ariadna; y su voz, el tono de su voz, sobre todo el tono de su voz y su mirada. Todo le resulta pálido y desdibujado, borroso: una lluvia sucia empapa sus recuerdos. Su mirada (la de Ariadna) tenía el poder de desestabilizar su sistema nervioso (el de Unai, claro), que ya de por sí es un sistema poco estable y bastante alejado del equilibrio, un sistema precario, que tiende a desbaratarse por el más mínimo percance, real o imaginario. Ahora trata de alcanzar un grado razonable de equilibrio y la suficiente serenidad mental para seguir respirando con normalidad durante el resto del día mediante movimientos casi inconscientes y autoestimulantes de balanceo corporal prolongado en su silla y miradas escrutadoras dirigidas hacia un horizonte vacío. La mente y el cuerpo son lo mismo. Cuando termina la canción ruidosa que había puesto, el silencio es insoportable. Un lugar inhabitable. Pone otra vez la canción. Sube el volumen. Cuanto más ruidosa, mejor. La misma canción. Le gustan las repeticiones, que todo sea previsible, que todo esté en su maldito sitio. Saber exactamente qué nota viene a continuación, las rutinas, los rituales absurdos y complejos que producen una ilusión pueril de control. La vida es, fundamentalmente, azar y necesidad, fragmentos y polvo, confusión. Un imposible orden estricto. Una fantasía de matemático platónico, un bálsamo metafísico, tan eficaz como el de Fierabrás. Sentarse siempre en los mismos sitios. Recorrer las mismas calles. Algunos objetos por los que siente un irremediable e irracional apego. Pero Unai es funcional, cretinos.

Unai había bebido más de dos litros de cerveza aquella noche. Casi tres, probablemente. O más, quién sabe. No debería extrañarse de que luego todo le resultase borroso al día siguiente. Acontecimientos encadenados por una lógica demente. Desconocidas que le acarician la barbilla y le sonríen y se van. Desconocidas que le revuelven el pelo, como si fuera un niño pequeño. Unai pide otra cerveza. Observa en silencio, lejos de todo. De todos. Una trama sin sentido encadenada por una sintaxis delirante. Fogonazos intermitentes, ráfagas de imágenes inconexas. Una resaca espantosa. Una sed mortal. Una soledad espantosa y mortal. Salen del bar, que ya había apagado la música y encendido las luces. El último bar. Este es el fin, mi único amigo, el fin. De repente se sintió muy cansado y con ganas de irse a casa. Hacía frío. Pensó: antes, cuando todo era mejor. Y también pensó que no debería hablarse nunca de antes, cuando todo era mejor. Pensó las dos cosas a la vez. Antes de irse, alguien le ofreció un cigarro. Lo agradeció. Tarareó This is the end de camino a casa. No llovía ni nada, pero qué más da.

El cielo atravesado por nubes delgadas como cuchillos parece esperar algo con una paciencia infinita, o con indiferencia. En realidad, Unai es quien espera algo, claro. El cielo no espera nada. Está ahí y ya está. Su ser consiste en estar, sin más. Es plenamente lo que es, aunque sea una ilusión fugaz. Unai lo mira y se balancea y debería vaciar el cenicero y se levanta a mirar los título de los libros mal ordenados de las estanterías y saca algunos y los hojea y Job maldice el día de su nacimiento y Sócrates explica qué irracional es temer a la muerte y los vuelve a dejar en su sitio incorrecto y no se decide finalmente por ninguno y no le apetece hacer nada y merodea como un animal atrapado de un sitio a otro y vuelve a sentarse y a mirar por la ventana -adelante y atrás- el horizonte que cada vez está más vacío y el tiempo sigue transcurriendo con una lentitud exasperante y la música ruidosa sigue sonando a todo volumen en la habitación inundada de humo y de tedio.

Mejor no pensar. ¿Para qué? A la salida del bar, Unai regateaba con extraordinaria habilidad a todo el mundo, usando un vaso de papel aplastado como improvisado balón. Piensa: el placer de dejarse vivir sin pensar, sin la molesta conciencia de ser consciente. Aunque hacía unos diez años ya que no jugaba a fútbol y se fatigaba con mucha facilidad. Ahora el color del cielo es el tópico púrpura evanescente y las nubes más que cuchillos parecen plumas blandas suspendidas en el aire. Se escucha el aullido de la luz. No se escucha, en realidad, pero digamos que sí, que se escucha y que la ilusión es verdadera y vital y hasta necesaria y urgente y que la luz mortecina suena como el grito de una mujer mitológica que está siendo raptada pero que sin duda se fugará del Hades cuando vuelva a amanecer. No hay por qué preocuparse. Ella será el amanecer.

Un silencio semejante a una promesa susurrada en voz baja al oído inunda los últimos coletazos de la tarde. Un silencio al fin habitable, como un lienzo sobre el que trazar líneas, pasos, huellas, pasadizos. Unai respira hondo, pero el horizonte sigue vacío. Cada vez anochece más pronto. La maldita Tierra también se mueve compulsivamente, sin progresión, sin sentido, para nada. No va a ninguna parte. Ariadna brilla en el cielo. Es preciso que lo haga. Antes de que el maldito sol se apague. Es vital y necesario y urgente.

Más que dormirse, se desmayó sobre la cama. Serían las siete y media de la mañana cuando llegó a casa. Estaba cansado. Todo fue un malentendido, se dijo, pero tal vez no. ¿El qué? Ni eso sabía. Se refería, en realidad, a una especie de desesperanza ontológica incurable. Al despertarse pensó en espantapájaros a los que quizá les gustaban mucho los pájaros y por eso su existencia era un perpetua ironía trágica sin salida, en muñecos destartalados expuestos a los vaivenes del viento, en nadadores que se adentran en el mar hasta que el terror les obliga a regresar a la orilla, en cuánto dará de sí el coraje de los nadadores, en el punto móvil de no retorno cuya ubicación depende de su voluntad y de su capacidad para controlar el miedo, en seres nostálgicos -que, de algún modo extraño, son invencibles y valientes, a su modo- recorriendo desiertos interminables, buscando algo, en escaladores de montañas cuyas cumbres siempre están nevadas y en las descargas de adrenalina que recibirán como recompensa espiritual por su esforzado ascenso, en chicos que recorren calles mojadas y frías subiéndose el cuello de la cazadora y exhalando vaho y encendiendo cigarros y frotándose las manos, en caminos circulares, en inmensos corredores, en jardines inaccesibles, en melodías que se expanden adueñándose del espacio y se esparcen por las distancias heladas del universo con un mensaje que no significa nada, en la intensidad gloriosa de algunos instantes, y en la larga sombra del recuerdo. Después de desayunar, Unai se sienta y mira por la ventana; se balancea rítmicamente.

Debería vaciar el cenicero de una puta vez. Es lo único que está claro.

sábado, 8 de octubre de 2011

La Dama se Esconde - Amenazas

Audrey Hepburn, literalmente un ángel

Mediante métodos naturales de inducción de lucidez mental extrema, bienestar psíquico cosquilleante, serenidad existencial, beatitud espiritual, neurorecepcción de espasmos de felicidad y de comprensión instantánea de cualquier cosa, de pensamiento pletórico de sensaciones relampagueantes inalcanzables, momentos epifánicos de acceso privilegiado e intuitivo a la Verdad incomunicable que hay que experimentar y que se agota en la duración de la experiencia, hemos mantenido conversaciones que avanzaban de bucle en bucle rumbo a lo desconocido, sorteando obstáculos, paradojas y alcanzando algunas intensas visiones penetrantes cuya exposición discursiva excede mis capacidades verbales, de la que ahora solo recuerdo que, de alguna manera, Audrey Hepburn era literalmente un ángel.

viernes, 7 de octubre de 2011

Elogio de la superficie

Profundo ha dejado de ser un cumplido
Gilles Deleuze, Lógica del sentido.

Extraña postura, sin embargo, la que valora ciegamente la profunidad a expensas de la superficie y que quiere que superficial signifique no de vasta extensión sino de poca profundidad, mientras que profundo signifique por el contrario de gran profundidad y no de débil superficie. Y sin embargo, un sentimiento como el amor se mide mucho mejor, me parece, de ser posible medirlo, por la importancia de su superficie que por su grado de profundidad
Michel Tournier, Vendredi ou les limbes du Pacifique

jueves, 6 de octubre de 2011

We had met the enemy and he is... us

En mis primeros análisis sobre el 15-M y el movimiento de los Indignados, mi principal preocupación fue la de demostrar que estos no eran más que fenómenos sociales diseñados, creados e impulsados por laboratorios de ingeniería social de la oligarquía neoliberal.
Antimperialista.blogia.com

Este es un ejemplo perfecto de cierta clase de supuestos izquierdistas profundamente paranoicos. Aplican machaconamente la misma lógica a todos sus análisis. Supersujetos misteriosos hipostasiados que está detrás de todo y que lo explican todo (todo lo que se les ponga en la punta de las narices). Se trata, en realidad, a nivel formal, de una teología muy pueril. El Gran Otro Maligno que lo controla todo. Es la lógica conspiranoica en estado puro, un atajo para dar sentido a lo que ocurre, sin que haya que pensar mucho. O sin que haya que pensar, directamente.

El cristianismo, Star Trek y Watchmen nos servirán para ilustrar la inexistencia del Gran Otro simbólico.

Tal como dice Zizek, no es Jesucristo, como representante de Dios, quien muere en la cruz, es Dios mismo. Lo que implica una inversión del esquema tradicional: Dios creyó en la humanidad, realizó un acto de fe, un acto sin garantías, está implicado, por tanto, en la historia de la humanidad, no la contempla desde las alturas, no habrá compensación final del sufrimiento ni integración de este en un gran significado: estamos solos, somos libres, somos responsables. Dios ha muerto.

Star Trek: we had met the enemy and he is us.


domingo, 2 de octubre de 2011