viernes, 19 de febrero de 2021

19/02/2021

He puesto una lista de canciones ligeramente nostálgica con Weezer (no recordaba lo muchísimo que me gustan), The Strokes, The Black Keys, The Vines, The Hives, Franz Ferdinand, Yeah Yeah Yeahs, Artic Monkeys, The Postal Service, The White Stripes, Pearl Jam, MGMT, Kaiser Chefs, U2, Pearl Jam, Los Planetas y Pixies. Ya lo he dicho más veces, pero si amo algo por encima de todas las cosas es la música. Y estoy convencido, con razón o sin ella, de que escuchar música, como todo, es un arte, y de que no importa tanto saber de música como disfrutarla y amarla, sea del género que sea, porque, como sabía Platón, bello es lo que uno ama. 

Quiere decirse que esta lista eminentemente indie y gafapasta no significa que odie otros géneros musicales. Me encantan Las Grecas, por ejemplo, o Los Suaves, o Manolo García, o Andrés Calamaro, o La Polla Records, o la música electrónica (Four Tet y Aphex Twin me flipan). En cuestiones musicales, soy un firme defensor del poliamor. Hay diferentes músicas para diferentes momentos y situaciones, y es perfectamente posible, por así decirlo, establecer relaciones afectivas desjerarquizadas con todas ellas. ¿Por qué no amar* con la misma intensidad, por ejemplo y por muy diferentes que sean, Fear of the Dark y Segundo premio?

*Hay que decir que se ama sin razón, es un acontecimiento puro que no atiende a razones, simplemente sucede.

19/02/2021

Ante mi manifiesta incapacidad para lidiar con el infierno de la burocracia electrónica sin sufrir ataques de pánico y desesperación —omitiré detalles porque la historia es larga y aburrida, pero baste decir que el registro electrónico de cierta universidad daba fallos que no tenían que ver estrictamente con mi impericia, la cual, sin embargo, no oculto— cierta persona, medio en broma, me ha dicho algo así como lo siguiente: «creía que eras más inteligente, tú que has estudiado una carrera». Naturalmente, he contestado —también medio en broma— que no soy inteligente, simplemente llevo gafas de pasta, y que mi carrera solo me enseñó a leer a filósofos muertos.

Afortunadamente, tras mil intentos introduciendo un pin para poder subsanar un error que supuestamente cometí yo al no entregar un justificante del pago de las tasas para presentarme a auxiliar de biblioteca de cierta universidad, finalmente pude acceder al registro y demostrar que sí las he pagado. 

viernes, 5 de febrero de 2021

05/02/2021

Hace poco leí un artículo de un doctorando en filosofía en el que contaba lo mal que lo había pasado al terminar la carrera y no saber qué hacer. En mi caso, justo cuando estaba a punto de terminar la carrera, me pasé una semana, o puede que más, tirado en un sofá llorando sin parar. No hablaba, solo balbuceaba y lloraba. De repente, la idea de dar clases me angustiaba tremendamente. No quería ser profesor. Entonces, para qué coño me había licenciado en Filosofía. Qué iba a hacer ahora. Era idiota. No valía para nada. Así que adopté una posición fetal en el sofá y me dediqué a llorar. En el viaje en autobús de vuelta a mi casa, finalizado el periplo universitario, seguí llorando. Lloré durante todo el viaje. Menos mal que nadie se sentó a mi lado. Cuando llegué a casa intenté con todas mis fuerzas no llorar más, pero no lo conseguí. Quería seguir viviendo en Salamanca, quería seguir estudiando. Seguí llorando, no podía parar. Finalmente me calmé cuando decidí —el instante de la decisión es una locura, dice Kierkegaard— que podía opositar para ser bibliotecario, pese a no tener ni idea de biblioteconomía. Mis padres no solo no me reprocharon ser un cafre y haber estudiado lo que me había dado la gana para nada y de repente cambiar de idea y no querer ser profesor de Filosofía sino que me apoyaron y me animaron a que me apuntara a una academia para preparar las oposiciones. Tengo mucha suerte de tener unos padres así. A mí la academia me parecía muy cara, a ellos no. Ahora ya llevo años trabajando como bibliotecario y, la verdad, me gusta. De vez en cuando algún compañero me pregunta por qué no me presento a alguna oposición para dar clase de Filosofía, ya que, al parecer, tengo ciertos conocimientos sobre el tema —la Filosofía me sigue flipando, eso es verdad— pero yo digo que estoy bien así.