miércoles, 30 de marzo de 2011

El Señor S. también se apunta a la autoficción

Sentado en el sofá, soportando estoicamente un intermitente dolor en el oído izquierdo, y fumando un cigarro Ducados rubio, el Señor S. se dispone a escribir un texto de autoficción, pero el problema es que no tiene muy claro qué es eso de un texto de autoficción. Comienza escribiendo lo siguiente: sentado en el sofá, etc. Luego, sin motivo aparente, elabora con su mente una lista de libros que acaba de leer, que está leyendo, o que quiere leer en un futuro más o menos próximo. Son los siguientes: Un jardín de placeres terrenales, de Joyce Carol Oates; Qué fue de los Mulvaney, también de Joyce Carol Oates; El malestar al alcance de todos, de Mercedes Cebrián; A bordo del naufragio, de Alberto Olmos; La biblioteca de noche, de Alberto Manguel; Leer Lolita en Teherán, de Azar Nafisi; Mil soles espléndidos, de Khlaed Hosseini; La niña del pelo raro, David Foster Wallace; La cocina italiana clásica, de Julia Della Croce (641 cro); Café de artistas y otros papeles volanderos, de Camilo José Cela. Una vez terminada la lista, el Señor S. advierte que tiene hambre. Se levanta del sofá, que también es su cama, y se dirige al frigorífico. Se aprovisiona de jamón de York y queso en lonchas. Vuelve al salón, coge el pan Bimbo y se prepara un suculento sándwich. Se lo come pensando que sólo le queda un cigarro. Es un pensamiento desolador, pero el Señor S. aprendió estoicismo en la Facultad de Filosofía de Salamanca y no le teme a casi nada, exceptuando su pánico a ir al dentista, a volar y a diversas clases de bichos, incluidas las mariposas, que son polillas, pero más grandes. Las palomas son asquerosas, son las ratas del aire, pero no le provocan pánico sino un moderado deseo de exterminarlas a todas. ¿Para qué sirven las palomas? A continuación piensa que ya va siendo hora de dejar de escribir autoficción e irse a la cama o, mejor dicho, de transformar el sofá sobre el que está sentado en cama y echarse a dormir. Vuelve a lo del único cigarro con pesar. Séneca decía que ni un ruido intenso podía molestarle, y seguramente podría soportar que le quedase sólo un cigarro, pero el Señor S. es de esa clase de personas que pondría gustosamente en una pica las cabezas de aquellos desgraciados que hacen ruido en las bibliotecas públicas (y que merecen sufrir tormentos eternos en el infierno) y que no acaba de llevar del todo bien la prohibición de fumar en los bares.

Especialmente dedicado a los seres cuyo salón, escenario principal de esta autoficción, he ocupado. No sólo me alimentáis con vuestras reservas de queso y jamón de york, además me proporcionáis alimento literario, y eso no se paga con dinero.

sábado, 26 de marzo de 2011

Mi realidad



PD: La vieja pregunta leninista se vuelve solipsista.

La obra musical, poética y coreográfica más perfecta jamás creada por el hombre



PD: Soy perfectamente consciente de que la asertividad desmedidamente enfática del título puede inducir involuntariamente a alguien malinterpretarla en el sentido de que yo

a) estuviese siendo irónico
b) y/o estuviese borracho.
c) y/o estuviese fumando sustancias que deberían ser legales, para favorecer los afectos positivos y para apreciar como se merece el baile del inconmensurable Battiato.

PD2: También soy consciente del exceso adverbial de la primera posdata.

PD3: Los verdaderos espíritus irónicos son infrecuentes y mucho más serios de lo que se cree. El noble desempeño de la bufonería trascendental es una rara planta cuyas secretas raíces metafísicas hay que buscarlas donde están, es decir, en la asunción alegre de la fatalidad, de los designios de la más caprichosa de las diosas, Fortuna, cruel e inocente. La bufonería trascendental descubre la mentira, la gran mentira, que se llama idealismo. La descubre y suelta una carcajada. Aplaude. Asiente. La bufonería trascendental es total y absolutamente trágica. No niega, asiente siempre. Es el supremo y más difícil de los ejercicios. Es la conquista de una libertad esculpida en la roca de lo necesario. Su verdadero nombre es Amor Fati. Me voy a por otra cerveza y a escuchar otra vez Yo quiero verte danzar que, ahora que lo pienso, es un título que condensa genialmente las claves del pensamiento de Nietzsche: la voluntad y la danza.

PD4: No sé si estoy escuchando música balcánica descalzo sobre braseros ardientes o es que están girando viejos en torno a la estancia bailando valses vieneses. La disyuntiva es inclusiva, quiere decirse que pueden estar pasando las dos cosas, pero no lo creo.

PD5: Creo que este vídeo y esta canción se merecen un análisis estético exhaustivo que ocupe al menos diez tomos y contenga más de tres mil notas a pie de página.

PD6: ¿Qué clase de mensaje cifrado nos está enviando Battiato?, ¿la clave está en el ritmo obsesivo?, ¿qué hacen los balineses cuando están de fiesta?, ¿escuchan a Battiato?, ¿son infinitos los giros de los derviches?, ¿si no fuera por Google cómo iba nadie a saber qué hostias es un derviche torneur?

PD7: Hay un continuo juego de correspondencias entre la letra, la música y las imágenes, que hacen referencia a la idea del círculo, del giro, contraponiendo así la temporalidad primitiva, aquí reivindicada, a la temporalidad lineal propia del cristianismo y que constituye, desde luego, la línea simbólica que define a la modernidad occidental, que ha dejado de lado los ritmos obsesivos, repetitivos y circulares, propios de los ritos tribales, en favor del idealismo del progreso... Luego ya lo de Battiato bailando es que es la puta hostia (notas para el prólogo)

PD8: Breve teoría sobre la superioridad del humor mímico sobre el verbal: más misterioso y profundo, sin necesidad de expresarse por medio de palabras, más primitivo y, a la vez, más infantil, más superficial, más evidente. Paradójico, como la ironía.

PD9: Las paradojas no son simplemente contradicciones sino la afirmación de dos sentidos opuestos a la vez. Aquí somos muy de Deleuze, independientemente del grado de alcohol en sangre y/o sustancias que debeían ser legales tengamos circulando por ahí. Por ejemplo, la ironía, ya que estamos, es broma y seriedad a la vez. Ni una cosa ni la otra: las dos. A la vez. Es ambigua en esencia.

PD10: Aquí no nos estamos riendo de Battiato. Esto es dicho completamente en serio, sin ambigüedades que valgan. Ni siquiera con Battiato. Aquí, más bien, Battiato libera movimientos que son singularidades impersonales que son algo más que simplemente graciosas. La bufonería trascendental es una cosa muy seria, sobre todo cuando uno se está revolcando y se le saltan las lágrimas de risa. Hay ternura en la risa de Zaratustra.

PD11: Hay mucha ternura en Chaplin, como es obvio.

PD12: Sirva las posdata undécima como ataque furibundo contra el posmodernismo y la ironía burdamente conceptuada como distancia.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Siempre igual

Las palabras caían inútiles, sustraída su vieja fuerza, gota a gota, arrojadas sin más, sobre el desierto, que no para de crecer, como adornos marchitos; manos crispadas, a lo mejor, manos crispadas agitándose como una llamada muda en el desierto, sangre palpitante gritando en el desierto: sin destinatario, insistente, loca. Oteando el horizonte. Siempre igual.

Y suena bien

Pero la ciudad no importa. Es lo de menos.
La mejor ciudad fue siempre Salamanca.
Más eterna que el puto imperio romano.
Y tampoco importaba, también era lo de menos.
La eternidad nunca fue reflejo de piedras milenarias
sino destello fugaz de ojos nevados
deshechos por quién sabe qué viento amargo.
Esplendor del instante que no muere.
Que sobrevive en su coraza, sonriente,
con humo y música que no suena ya.
Que aún se escucha, sin embargo.
Que aún escucho, algunas veces, y suena bien.
Y suena triste, también.
Como lluvia o llanto contra el cristal
de cualquier autobús.

lunes, 21 de marzo de 2011

Os jodéis, provincianos

Las bibliotecarias más simpáticas de la galaxia están en Barcelona. En León, para preguntarles algo, yo agacho la cabeza y musito palabras ininteligibles porque tengo miedo de que me regañen. En Barcelona está la comida más picante jamás creada por el hombre. En Barcelona hay comida etíope, kazajistaní y, probablemente, de cualquier país imaginable. En Barcelona se bebe Estrella Damm, como debe ser. Y no hace tanto frío, como debe ser. Y lo siento, queridos leoneses, pero sois mucho más cutres. Aquí todo es cool. Os jodéis, provincianos. Ni siquiera tenéis un carril bici como dios manda. Ni librerías como dios manda. Os jodéis otra vez. Me voy.

El petit de cal eril

martes, 15 de marzo de 2011

El Señor S. se va a Barcelona de visita, le da por escribir palabras en mayúsculas y decide que necesita más ropa

Al ir a hacer la maleta -SeñorS goes to Barcelona! Y espera que haga calor, que otra vez que fui (mejor hablo en primera persona, que no estoy loco) pasé más frío, pero muchísimo más frío, infinitamente más frío, que en León, porque AQUÍ TENEMOS UNA COSA QUE SE LLAMA CALEFACCIÓN, aunque no seamos tan modernos, y por la humedad- descubro que hay una montaña de ropa de más de un metro en la silla de mi habitación. ¿Tengo acaso algo de ropa limpia en el armario o toda la ropa está en la silla? Sí, tengo, pero la más fea, como por ejemplo una camisa regalo de Reyes que no me he puesto nunca, ni pienso, porque yo soy un hombre de firmes convicciones morales.

He perdido demasiado tiempo eligiendo qué discos voy a escuchar para sobrellevar las DIEZ HORAS que dura el viaje y no había pensado en la ropa. Lo que me lleva a pensar que necesito más ropa para que siempre haya reservas en el armario. También podría recoger de vez en cuando, en lugar de dejar que la ropa se acumule día tras día. Pero no, prefiero lo de tener más ropa.

Cerca del cielo

Probablemente he hecho referencia al mito de Sísifo varios millones de veces, porque enseña la fidelidad superior de los hombres que niegan los dioses y levantan las piedras, como decía Camus, y como yo repito a la más mínima oportunidad. Esos son, ni más ni menos, que los superhombres (aunque el término sea muy, pero que muy desafortunado); capaces de vivir sin negar la vida, sin inventarse cosas raras que lo trascienden todo para poder juzgarla. También he hecho referencia al cielo varios millones de veces. Al cielo azul, o gris, veteado de nubes o no veteado de nubes, pero nunca trascendente, nunca hogar inventado por metafísicos aburridos y cobardes. Un cielo tan real como el abismo. Ambas cosas (Sísifo y el cielo) convergen en la canción de Nacho Vegas. Empeñado en subir para luego bajar por pendientes imposibles.



Y QUE EL RESTO NO ES MÁS QUE GUIJARROS QUE CAEN AL VACÍO (si no fuera terriblemente propenso a sufrir repentinos bajones de tensión seguidos de aparatosos desmayos en lugares cualesquiera me tatuaba esta frase... Y si me gustase tatuarme frases, que no es el caso)

Conjuntos borrosos de cosas complejas


Te quedas viendo The Wire hasta las cuatro de la mañana. Has visto la primera temporada en dos días. Unas trece horas. En dos días. Omar es el puto amo. Eso te queda claro. A las cinco te despiertas porque un dolor de muelas te está taladrando el cerebro con una serie de punzadas desquiciantes. Bajas a la cocina y buscas algo para calmar el dolor. Eferalgan, seguro que sirve. No lo sabes, quizá no sirva. Piensas que bueno, siempre quedará el efecto placebo. Y después piensas que la condición necesaria para que el efecto placebo se produzca es ignorar que es un placebo. Acabas de desactivar el posible efecto. Piensas esto mientras das vueltas en la cama. Piensas que te tienes que levantar a las nueve, porque vienen a traerte unos libros que has comprado por Internet. Piensas que quedan cuatro horas. Piensas que da igual. Total, ya te has pasado muchas noches sin dormir, y has sido capaz de mantenerte despierto durante todo el día siguiente. La noche en que redactaste un trabajo sobre Marx que tenías que entregar para poder hacer un examen, por ejemplo. La noche en que te quedaste viendo Lost, por ejemplo. The Wire está en las antípodas estéticas de Lost. Parece que, poco a poco, el eferalgan va haciendo efecto. Tu cuerpo se destensa. Ya no das tantas vueltas. Piensas que nunca se sabe el momento exacto en el que te duermes. Piensas que esto puede generalizarse: nunca se sabe el momento exacto de la ontogénesis en que ya eres un humano; nunca se sabe el momento exacto de la filogénesis en que nuestra especie se convirtió en nuestra especie; nunca se sabe el punto exacto en que acaba el mar; nunca se sabe el momento exacto en que un niño deja de ser un niño, un joven de ser un joven; nunca se sabe a la vez la posición y la cantidad de movimiento de un objeto dado (no sé muy bien qué significa esto); nunca se sabe el momento exacto en el que aprendes a hablar.

Todo esto tiene que ver con la lógica difusa y con ver el mundo como un conjunto de espectros indeterminados que se acercan y se alejan según leyes delirantes, formando unas cosas y deshaciendo otras; tiene que ver con contornos poco definidos, con el tiempo, con la neblina que lo empapa todo. El caso es que en la mayoría de los procesos no se puede determinar el momento exacto en que algo llega a ser algo. Porque ese llegar a ser es, precisamente, un proceso, no un momento. Piensas en que tienes que dejar de pensar en esto y dormirte de una vez. Piensas que piensas demasiado. Piensas que te gustaría saber más sobre lógica difusa. Piensas que quizá la lógica difusa sea respecto a la lógica clásica como la danza de Pina Bausch respecto al ballet clásico, que imaginas que es algo así como una ruptura de sus fronteras, una expansión, pero no lo sabes porque no tienes ni idea de lógica. Aprobaste lógica con un cinco y te olvidaste de todo. En algún momento (imposible de saber con exactitud) te duermes.

Te despiertas a las nueve. Vas al baño. Te preparas una café. Te tomas el café. Pones la tele. En la tele están entrevistando al presidente de Irán, Ahmadineyad. Crees que así está bien escrito. Te parece raro que en la tele estén entrevistando a Ahmadineyad, si es que se escribe así. No te enteras de nada. Ahmadineyad sonríe. Esquiva las preguntas. La periodista no parece muy cómoda. Repite las preguntas. Insiste mucho. Ahmadineyad sonríe y sigue esquivando preguntas. Piensas que, en efecto, no tienes ni idea sobre lógica, pero que eso no es nada comparado con tu desconocimiento sobre política internacional. Piensas que democracia es un bonito nombre. Nada más que un bonito nombre. Piensas que el mercado manda, que cuántos países permiten la venta de armas. No lo sabes exactamente, pero estás seguro de que los yanquis venden armas y de que los españolitos también venden armas y de que la industria armamentística es más poderosa que los sueños de la razón práctica sobre la paz perpetua y de que la pátina de superioridad moral que recubre al bonito nombre democracia es una chorrada, que todas las cosas de este mundo son conjuntos borrosos de cosas complejas que se relacionan entre sí según leyes delirantes, pero has dormido muy poco y nada de esto se articula en tu cerebro con demasiada claridad.

Enciendes un cigarro. Te fumas un cigarro. Se acaba la entrevista. Se analiza la entrevista. En el mundo hay peligros nucleares y todo tipo de peligros. Ahmadineyad es malo. Eso ya lo sabíamos. Suena el timbre. Te traen los libros. Te alegras de que te traigan los libros. El mundo está al borde del apocalipsis y a ti te alegra que te traigan unos libros. Escribes ahora (en este momento) con esta sintaxis. Que imaginas parecida a la de Tao Lin, a quien no has leído. Ningún libro de los que pediste es de Tao Lin, si es que se escribe así. No paras de referirte a tu sintaxis. Y ahora te refieres a que te refieres a tu sintaxis. Etcétera. Uno de los libros tiene esta portada.

domingo, 13 de marzo de 2011

Mensaje para esa clase de infrahumanos violentos que te piden un cigarro y luego te roban el paquete

Arderéis en el infierno, cabrones.

PD: Si bien es cierto que la balanza cósmica no está del todo desequilibrada. También existen esa clase de desconocidos que te invitan a whisky. Bienaventurados los que comparten su whisky, porque de ellos será el reino de los cielos.

viernes, 11 de marzo de 2011

Entrevistas breves con tipos que formaron la escuela filosófica de León

P.
-Nosotros sí que éramos elitistas. Éramos dos. Solo dos. La Escuela Filosófica de León. Que ni era una escuela ni estaba en León. Nosotros éramos de León. Aún lo somos, claro. Estudiábamos en Salamanca. Pero ya no hay escuela. O lo que fuera. Se acabó. Terminamos la carrera. Fin. Game Over. Ahora respondo con esta sintaxis tan molona. Tan cortante. Tan ¡oh Beckett, cómo molabas! ¿Nuestras ideas? En realidad, para ser sinceros, para no faltar a la verdad, tengo que admitirlo: nos pasábamos el tiempo riéndonos de/con Heidegger y tomando cerveza y fumando. A Heidegger no le entiende ni su puta madre. Eso dijimos. El primer año de universidad. Ni su puta madre, oiga. Luego dijimos: mola la hostia. Luego: no mola tanto, es un poco pesado. Lo que ante todo "es" es el ser. El ser "es" en el modo de "siendo" comprender lo que se dice "ser". El "pre-ser-se" del "ser-ya-cabe-sí" y demás construcciones delirantes llenas de comillas y guiones (thank you, Gaos) que casi ni estoy parodiando. No, no se confunda, Ser y Tiempo es el libro de filosofía más importante del siglo. No me jodas, cómo va a ser el Tractatus. Haz otras preguntas, estamos aburriendo a todo el mundo.

P.
-Si fumas mucho puedes verte atrapado en bucles interminables de pensamientos que están siempre como al borde de un precipicio, a punto de deshacerse en el aire, pero no llegan a deshacerse del todo, y vuelven al punto de inicio, sin haber progresado lo más mínimo, y se enredan de formas barrocas monstruosamente complejas e incluso, a veces, aterradoras. Eso el día antes de un examen de Filosofía de la Ciencia. Lo mejor es salir, dar un paseo, despejarse, coger aire. Feyerabend es mucho más cool que Popper, eso lo sabe todo el mundo. Además tenía razón, joder, pruebe usted a falsarlo todo, así no hay manera, así la ciencia de las narices no avanza. Pero bueno. Da igual. Pruebe usted a falsar la teoría de las supercuerdas. Ni siquiera sé qué es eso. La teoría de las supercuerdas, ¿ciencia o fantasía? En fin. Te despejas, miras el cielo, los árboles, la gente que pasa por la calle. Sí, Heidegger dijo que la ciencia no piensa. Se le malinterpreta, claro. No pienso deshacer el entuerto. Que lo critiquen a gusto. Así se sentirán intelectualmente superiores. Pensarán: soy mucho más listo que Heidegger. Bueno, a mí eso me es indiferente. Ya te digo que nos reíamos de los embrollos heideggerianos, pero, al mismo tiempo, era nuestro filósofo, y dejemos ya este tema. Bebes un poco de coca-cola, comes pipas. Y entonces vuelves al estudio. Y entonces acometes la proeza de intentar comprender que si, estando ahí, sentados en el sofá, uno de vosotros se levantase, fuese a la cocina a por algo de comer, o de beber, o a por cualquier cosa, pero lo hiciese a la velocidad de la luz, tal vez pudiera volver antes de haberse levantado del sillón para ir. Después os reís, os dais cuenta de que os habésis despejado, sí, pero muy poco, y que no habéis entendido nada. Volver antes de ir no tiene sentido. La prueba quizá sería, conjeturábamos, la aparición de aquello que has ido a buscar a la cocina en el salón. No, perdón, que todavía no has ido a buscar pero que ya está ahí. Que, en realidad, no puedes ir a buscar, porque ya lo hiciste. Pero no lo hiciste. El tiempo es relativo. No sé, un jaleo de la hostia. Sacamos un notable en ese examen, por cierto.

P.
-La trascendencia de la escuela y su importancia fue total y absolutamente nula. No escribimos nada. Como Sócrates. En lo de no escribir. No nos parecíamos en nada más. No íbamos descalzos. No aguantábamos tanto la bebida como Sócrates. La resistencia de Sócrates al alcohol es legendaria. Lea El banquete. Ahí se cuenta. Es raro que Sócrates sí bebiera y Nietzsche no. El apolíneo ebrio y el dionisíaco sobrio. Nuestro sistema se cimentaba sobre las muy poco sólidas bases de conversaciones a altas horas de la noche en estados de conciencia digamos que no muy cercanos ni al equilibrio ni a la lucidez, y así, claro, no hay manera, te pueden salir versos delirantes e inestables, pero no te sale la Fenomenología del espíritu. Además que al día siguiente ni anámnesis ni hostias, no nos acordábamos de nada. Llámalo performances filosóficas efímeras en bancos de la plaza San Justo con litronas de por medio. Queda bien.

P.
-No, nunca.

El poeta gruñón

Que os jodan a todos, dijo el poeta gruñón,
despeinado y malhumorado,
tambaleándole una sonrisita amarga
en la comisura de los labios,
que os jodan a todos, esa es mi poética, dijo
el poeta gruñón, temblándole
de miedo el labio inferior.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Entrevistas breves con tipos que se creen que son poetas y aman a Deleuze

-Digamos que lo que hace un poema es crear un afecto o percepto, desligándolo tanto del sujeto que percibe como del objeto percibido. Un poema es una composición de palabras basada en tres criterios: ritmo, imagen, sentido. Esto es lo que pienso. Aunque las ideas no son mías, lo del percepto es de Deleuze, lo del ritmo y tal no me acuerdo. Y el sentido, lo expresado por el poema, no existe al margen de la expresión.. Esto también es de Deleuze, y lo siento por quienes odian a Deleuze, a quienes, a su vez, yo también tengo que odiar, no por nada en especial, sino por rigurosa necesidad geométrica: veáse el-libro-más-importante-de-la-Historia, la Ética de Spinoza. Yo lo amo (a Deleuze) incondicionalmente, incluso cuando no lo entiendo. El sentido, digo, no es algo que haya que captar sino crear, construir. Es más espacial que temporal, la poesía, creo. Más que el desarrollo de una idea, lo que hay es el estallido de una emoción. No es el maldito yo quien habla, eso seguro, estoy harto de decirlo.

Entrevistas breves con hombres nacidos a principios de los ochenta

-Lo primero que debo decir, para situarnos, es que, de pequeño, en la barriada en la que vivía, había un descampado, el descampado donde estaba el viejo depósito de agua -que entonces ya no funcionaba y que hace poco derrumbaron para certificar la muerte de mi infancia- lleno de yonquis zarrapastrosos que lucían pantalones pitillo; y ese espacio estaba permanentemente en disputa. Nosotros contra los yonquis. Comprendo perfectamente las guerras que la humanidad ha librado desde siempre por la conquista de un territorio. ¿De quién era el descampado, nuestro o de los yonquis? Los yonquis nos asustaban, con su delgadez cadavérica, sus agujas y su sonrisa desdentada. Había que tener mucho cuidado con las agujas, no tocarlas nunca, bajo ningún concepto. Todos los padres grababan en los cerebros de sus hijos ese consejo elemental de supervivencia, que seguíamos a rajatabla. Las agujas se convirtieron en objetos míticos que almacenaban todo el Mal del Universo. Siempre había agujas desperdigadas por la tierra del descampado del depósito. Era preciso apartarlas a patadas antes de que pudiésemos jugar a fútbol. Preguntábamos por qué se drogaban los yonquis, pero no había respuesta. Preguntábamos por qué, si las drogas eran tan malas, se drogaba la gente. No había respuesta. Los adultos no lo sabían. Un misterio irresoluble. Algo incomprensible. Una estupidez total. El caso es que sí, claro, nos asustaban los yonquis, pero no íbamos a dejar que conquistaran nuestro descampado. Eso decíamos. Pero luego, a la hora de la verdad, nos acercábamos muy despacio y en silencio, caminando casi de puntillas y, si veíamos a algún yonqui sentado, apoyado en una de las columnas del depósito, salíamos corriendo a escondernos detrás de las cocheras, que estaban al lado, y desde allí espiábamos, planeábamos nuevas estrategias de conquista que nunca se llevaban a cabo. Tampoco es que fueran a hacernos nada. Ni se movían. Se limitaban a estar ahí. Alguna vez decían eh, chavales. Nada más. Todos estaban delgadísimos, sucios, encorvados, y todos tenían la mirada perdida, vidriosa, muy rara, como sin mirasen sin ver. No había que acercarse a ellos. Eso nos decían. Pero no nos hacían nada. En serio, no nos hacían nada. Formaban parte del paisaje.

-Nosotros éramos más cafres, sí, hay que admitirlo, que todas estas pandillas de pijos universitarios que se creen que son cool porque leen a Foster Wallace y todo eso. No nacimos con Facebook. Vestíamos muy mal. No nos comprábamos ropa. No teníamos móvil. Íbamos de casa en casa para quedar. Si nos perdíamos nos perdíamos y ya nos veríamos al día siguiente. Teníamos que usar cabinas de teléfono, ¿te imaginas? Bebíamos calimocho, al aire libre. El botelllón lo inventamos nosotros. A veces rompíamos vasos y tal, porque todavía éramos grunges. A veces nos rompíamos la cabeza. Nos caíamos de las escaleras de un bar y nos rompíamos la cabeza, qué sé yo. No adoptábamos poses de calculada indiferencia ni fotografiábamos nuestros putos pies ni nos hacíamos fotos delante del espejo ni ninguna gilipollez del estilo. No nos dolían los puntos de sutura. Por el alcohol, claro. Fuimos los primeros en jugar con videojuegos. Ahí queda eso. Ya te digo que seguíamos siendo grunges, a nuestra manera. Pantalones vaqueros rotos y camisetas de Nirvana, por supuesto. Odiábamos la música electrónica, sí. Entonces sí. En las fiestas nunca mirábamos los fuegos artificiales, nos quedábamos sentados en un banco, bebiendo y diciendo chorradas, como siempre, toda la vida diciendo chorradas, viendo las mismas películas, escuchando las mismas canciones. Ya ves. Éramos completamente idiotas. Si alguien no conocía a Iggy Pop, por ejemplo, le mirábamos como preguntándonos de qué planeta se había caído. Y eso que ignorábamos casi todo. Casi todo lo importante. Ahora también, seguramente. A menudo insultábamos a todos los grupos de música que odiábamos. Porque sí, no sé, por nada en particular, por reafirmar nuestra identidad grupal negando todo lo que no encajara en nuestros esquemas mentales, lo que hace todo dios, vaya. De verdad, no te imaginas la cantidad de horas que hemos pasado en plazas, en parques, acompañados de litros y litros de calimocho que, por cierto, es una bebida asquerosa. Yo diría que siempre he sido un tipo de lo más serio y aburrido que se ha visto involuntariamente envuelto en circunstancias que le han hecho quedar como un trastornado que, por ejemplo, se cae, borracho, de los hombros de un tío altísimo al que en algún momento se le ha ocurrido subirte a hombros porque pesas poco y también se le ha ocurrido bailar ska en ese bar pijo en el que, desde luego, no está sonando ska. Luego uno pierde la consciencia por culpa del golpe y parece que no hace otra cosa que perder por ahí la consciencia y estar loco; pues no. No, no íbamos a discotecas, ni sabíamos ligar ni nada, nos sentábamos, bebíamos, hacíamos el idiota, ya te lo he dicho, eso fue todo. Y, sin embargo, de alguna manera extraña, fuimos felices. Idiotas, jóvenes, felices, es lo mismo. Es la misma jodida cosa. A veces habábamos como si estuviésemos en una película de Tarantino. No recuerdo haberte preguntado ni una maldita cosa, y así. ¿Leer? No, no, veíamos dibujos animados, jugábamos a la peonza, a fútbol, a bate, a las chapas. No existía Internet. Toda la música que escuchábamos estaba grabada en cintas pirata. El Nervermind, en cinta pirata. Aún la tengo, se escucha fatal, pero me gusta así, que se escuche mal y sea una cinta vieja y haya resistido durante tanto tiempo. En un festival de música pasamos tres días sin apenas comer. No había agua, así que nada más levantarnos bebíamos calimocho caliente. Y fumábamos. No parábamos de fumar. Las duchas no funcionaban, llevábamos el pelo largo y con la de polvo que se levantaba en los conciertos imagínate que pintas. Cafres zarrapastrosos con el pelo lleno de polvo y con los ojos rojos y achinados deambulando por ahí, sin saber que había que crecer.

martes, 8 de marzo de 2011

Fútbol y poesía

No veo el fútbol como una forma de alienación moderna, lo siento más bien como una poesía colectiva.

Edgar Morin


¡Visca el Barça!

lunes, 7 de marzo de 2011

Oh tiempo tus pirámides

El tiempo no pasa despacico, pasa a toda hostia y te hace más feo.
El tiempo por delante y por detrás: temor y nostalgia.

domingo, 6 de marzo de 2011

Sin preguntar

Donde antes había un yo
y despues sopló el viento
queda ahora este anhelo sordo
teñido de sombra
este ir y venir
por entre las ramas caídas
pájaros de papel
en perpetua huida
hacia el fuego que incendia la tarde
diciendo que todavía
no ha llegado nadie
y hay que esperar un poco más
caminar sin preguntar
y mirar lejos a ver si viene ya
y queda también un rumor
de nieve pegado a los labios

sábado, 5 de marzo de 2011

Los planetas y los mapas





El Mapa es un cover de Family (las imágenes del video son del desembarco de una patera y no me gustan, no porque yo sea un cabrón insensible, sino porque lo que hacen es fijar el sentido de la letra en una referencia concreta, y yo soy muy de pensar que las letras de las canciones tienen "significados flotantes", como diría Eloy Fernández Porta, pero el otro video que encontré dice "inserción desactivada por solicitud".)

Su mapamundi, gracias, de Sr. Chinarro. Yo el 90% de las letras de Sr. Chinarro no las entiendo pero ni un poco (bueno, en Ronroneando está algo menos críptico de lo habitual): su significado flota a años luz de mi cerebro. Claro que también me pasa que el significado de cosas que escribo yo mismo a veces se me escapa, como un pájaro de papel herido por el rayo (en esta última frase en cursiva (y lo digo sólo para dar cuenta del caos sináptico que rige mi cerebro (y de lo mucho que me gusta hacer referencia a mi cerebro (segunda vez que lo hago, tres si contamos la inmediatamente anterior a este paréntesis)) en plan filósofo de la mente materialista) se han juntado un verso de Aleixandre que dice algo sobre un pájaro de papel en el pecho que dice que el tiempo de los besos no ha llegado y el título de una novela de Arrabal, La torre herida por el rayo, que iba sobre ajedrez (creo), eso por no decir nada del jaleo que he montado con los paréntesis dentro de paréntesis (todo hubiese sido más fácil con notas a pie de página)).

Reconstrucción (sin paréntesis, excepto este, claro está):

-En esta última frase en cursiva se han juntado un verso, etc.
-Y lo digo sólo para dar cuenta del caos sináptico que rige mi cerebro
-Y de lo mucho que me gusta hacer referencia a mi cerebro, en plan filósofo de la mente, etc.

Sobre las ruinas

Desplegar mis alas sobre las ruinas de tu mirada
bajo la calma de un cielo que anuncia tormentas
y sucumbir por fin a la lluvia y pisar los charcos
en que escribí tu nombre temblándome los dedos

viernes, 4 de marzo de 2011

Sin título

Cielo gris tirando a blanco, gris perla, vaporoso y adensado. Tenue película de nieve sobre los tejados. Antenas como espantapájaros. No hay pájaros. Silencio, herrumbre ambiental. Humo que sale de una chimenea. Quietud postapocalíptica. No hay personajes. No hay conversaciones. Pasa una furgoneta blanca. No hay, tampoco, efluvios de sonrisas que irradien desde el aire deseos melancólicos. Por no haber no hay, tampoco, acción ni desarrollo. Hay, si es que algo hay, despojamiento. Dicho en términos metafísicos: esa nada que tan plenamente somos. Sin atributos. Y bailando y levantando piedras, joder.

Pues eso (escrito desde la desidia más absoluta que imaginarse pueda)

Tengo que salir a por tabaco y está medio nevando. Lo considero una injusticia total (que esté medio nevando, no lo de tener que salir a por tabaco o, mejor dicho, lo de tener que salir a por tabaco en este preciso momento en que nieva, lo cual, bien mirado, hace innecesario este paréntesis). No soy lo suficientemente paranoico como para considerarlo una afrenta. Acabaría este post de manera incongruente con una cita de Beckett (tampoco viene a cuento el condicional si, de hecho, es lo que voy a hacer): ¿No estás harto? Sí, ¿de qué? Pues eso (¿el qué?) (el "pues eso" ya no es de Beckett, y la cita quizá no sea exacta, igual la respuesta era "sí, pero ¿de qué?" No lo sé)

miércoles, 2 de marzo de 2011

El aburrimiento siempre te lleva a cuestiones metafísicas cada vez más radicales

Apatía. Aburrimiento. Pero no el aburrimiento como categoría metafísica -o existenciario, si nos acogemos a la terminología heideggeriana traducida por Gaos- que desvela al ente en cuanto ente, sino uno mucho menos grandilocuente, un aburrimiento normalito, del montón, en el que te aburres y ya, sin experiencias metafísicas relevantes de por medio que, de tenerlas, de hecho, harían que no te estuvieras aburriendo. Digo yo.

Aunque, bien mirado, el desvelamiento del ente en cuanto ente, en su universalidad, univocidad y simplicidad puede perfectamente constituir una experiencia de lo más aburrida. Puedes decirte: bien, tenemos al ente en cuanto ente, no en cuanto tal o tal otro ente determinado, ¿y qué?

La pregunta ¿y qué?, formulada con un característico encogimiento de hombros en el que reside casi todo su significado, que es esa expresión misma de indiferencia, es incluso más radical que la famosa de por qué existe el ente y no, más bien, la nada.

martes, 1 de marzo de 2011

La consagración de la primavera

Creo que alguien tendría que ponerse a bailar hasta la muerte para que la primavera llegara este año antes de tiempo, porque me muero de frío y me duelen los oídos esperando el autobús, y porque ya no se puede fumar en los bares y también me muero de frío fumando fuera de los bares.

The Velvet Underground: Sister Ray