domingo, 28 de diciembre de 2008

La digitalización de la realidad (I)

El proceso de digitalización de la realidad llegó a su punto culminante, a su consumación, a finales del siglo XXI, tras una larga historia de complejas luchas basadas, según un famoso historiador, en el miedo y el desarraigo sufridos por un importante sector de la población convencido de que el humanismo se hallaba en peligro mortal y de que, por lo tanto, la resistencia era un imperativo moral de obligado cumplimiento y proyectaban su lucha no sobre un horizonte de posibilidades, sino que, despreciando la viabilidad del proyecto, las condiciones objetivas, la noción ideológica de realidad, proyectaban su lucha sobre el horizonte de la figura del héroe entendido como esfuerzo infinito y, tal vez, inútil y melancólico: la belleza como último recurso de los que se saben derrotados y aun así siguen luchando porque si dejaran de hacerlo todo el significado de su existencia se derrumbaría, se desplomaría sin ni siquiera hacer ruido, sin un mínimo estruendo que atestiguara su presencia, se sumergería en el olvido silenciosamente, como un gato negro fundiéndose con la noche sin que nadie lo mire. El mero gesto de resistir, ignorados por todos, calumniados, ridiculizados como reaccionarios, soñadores, románticos, almas bellas, idiotas, primitivistas, neohippies, chiflados, contenía para ellos un valor estético que lo dignificaba como un fin en sí mismo y no como un medio. Transformar la vida, decían, no es un asunto teórico, sino práctico. Y sí, se consideraban conservadores, pero no en el impreciso sentido político usual, sino en el sentido estricto de la palabra: ellos querían conservar, y la cuestión era qué había que conservar y qué no. Por supuesto, había desacuerdos, muchas posibilidades. Coincidían únicamente en una determinación general y abstracta, y disentían en las consecuencias e implicaciones de ésta. Lo que había que conservar era, ni más ni menos, la realidad humana, el mundo. Para la mayoría, esto implicaba defender la permanencia de los afectos, del tacto, de las caricias, las antenas del ser, frente al distanciamiento en las relaciones provocado por el crecimiento desmesurado de los medios de comunicación y su lógica implacable del beneficio que amenazaba con arrojarlos por la borda como trastos viejos cuya función se desconoce.

El problema radicaba en que el propio lenguaje y, sobre todo, la escritura, eran considerados por algunos la forma primordial de las relaciones a distancia y, también, el elemento primordial del proceso civilizatorio. El distanciamiento, por lo tanto, era la raíz misma del vínculo entre los seres humanos. Estas ideas pronto se convirtieron en una doctrina considerada herética en el seno de la resistencia, la doctrina que defendía la paradoja de un proceso con rostro jánico que, al despertar todo el potencial de nuestros sentidos, de las relaciones y los vínculos, podía, también, arruinarlos y degradarlos. Tenemos que convivir con esta paradoja y luchar tomando plena consciencia de la misma. El autor de esta frase fue asesinado iniciando un cruento período de sangrientas luchas por el poder en la orgnización de la Resistencia que los medios de comunicación aprovecharon para cortar por lo sano cualquier posibilidad de contagio ideológico.

viernes, 26 de diciembre de 2008

El sujeto

Pura negatividad autorreferencial. La noche del mundo. Pulsión de muerte. La locura de la razón. Exceso disfuncional. Clamor o hendidura en el ser. Voz a punto de rasgarse. Vacío primordial.

La felicidad es la lucha

Un avión cruza el cielo y deja un resplandor anaranjado, el dibujo de una línea muda y efímera incendiada por el sol, a estas horas escondido ya detrás de los edificios. Todo se aleja. Afuera los orcos sientan a la belleza en sus rodillas y la hunden en lodo viscoso y putrefacto. Adentro el vacío se extiende, como el desierto. Como el tedio. Pessoa dijo: no soy escéptico, soy triste. La tristeza no es productiva. Lo sabemos demasiado bien. Los niños idiotas y perdidos que ya no son niños pero sí idiotas y siguen perdidos llaman inútilmente a la dama del lago. La esperanza depositada en un ser fantástico, un signo de debilidad, un consuelo, una huida. Pero sin trascendencia, por favor. Huir, pero ya, y agarrar un arma. Y, sin embargo, no nos movemos. Seguimos perdidos y solos y los demás tienen coches, novias, pisos, trabajos, cosas, signos de normalidad y poderes de normalización. Nosotros un raro orgullo, los puños cerrados, el alma encharcada, pesadillas resacosas, una rabia que a veces salta y danza y otras se acuesta y cierra los ojos y simplemente espera a que el tiempo pase. La voluntad de poder sufre vaivenes inexplicables. La diosa Fortuna es caprichosa. El oxidado sueño pequeñoburgués se parece a una asfixia opresiva y nos faltan fuerzas para afrontar el peligro, pero no gozaremos de libertad que nos merecemos sin luchar a muerte por conquistarla. Y los monstruos acechan: el tedio, el derrumbe de horizontes, nuestra fundamental desmoralización y patéticos ideales, nuestros sueños reducidos al deseo de ganar dinero y más dinero para acumular cosas y más cosas. Sueños que huelen mal. ¿Qué fuerzas podemos oponer a los profetas de la acumulación, si es que no hemos quedado reducidos definitivamente a espantajos impotentes?

jueves, 11 de diciembre de 2008

Música y vitalismo trágico

Algunas canciones despiertan súbitamente un torrente incontenible de sensaciones enigmáticas e inefables, cuya verbalización las falsearía, un torrente que se desparrama, se desboca, excede sus cauces, que agita los nervios, altera el ritmo de los latidos, expande la mirada, abre la ventana y saluda con alegría la intromisión de un poco de caos libre. La nostalgia de una vida que no es la mía, que no recuerdo, que no se ajusta a ningún posesivo porque es radiantemente impersonal, se desprende de los sonidos, agitada por un viento que no ha dejado nunca de soplar, aunque nadie estuviera allí para sentir su potencial inconmovible. Ha soplado ignorado, solitario, con tenacidad y sin resignarse un sólo instante a la desolación, guerrero danzarín que enseña a reír.

Algunas canciones nos sumergen en esta cadena milenaria, que atraviesa civilizaciones adoptando una multiplicidad de formas inherente a su ser, en este torrente feroz y tierno, exaltado y sereno, que es a la vez el máximo peligro y la única forma honesta de seguridad, la intemperie del vagabundo y la casa habitable, lo apolíneo y lo dionisiaco, lo trágico de una afirmación radical de la vida más allá de su simple celebración realizada desde posiciones sociales privilegiadas ciegas al sufrimiento y de su condenación impotente y reactiva, realizada desde el sillón del misántropo rentista que se niega a realizar el esfuerzo de dibujar nuevos horizontes, que niega la categoría misma de posibilidad, apelando con una miopía triste y ruin a los hechos, como si los hechos no fueran resultados de procesos dinámicos, susceptibles de cambio.

Ni realismo ni idealismo: esfuerzo creador.

O, por dar un nombre: Nietzsche.