jueves, 30 de abril de 2009

Simulacros primitivistas en la era de la ultramodernidad

La llama primitiva de las antorchas
temblaba poco antes del alba
sus pies desnudos sobre la arena
trazaban senderos irreconocibles
la luz bañaba sus rostros
petrificados por la espera
y al tercer día del sexto mes
la princesa se sacrificó
al dios desconocido
lloraron amargamente las plañideras
del fúnebre cortejo
a la luz de las antorchas
secundadas por las olas
que lamían la arena silenciosa
y al regresar a casa
colgaron su video en youtube
que fue considerado
por varios usuarios
de contenido inapropiado
pese a que todo fue
un simulacro teatralizado

miércoles, 29 de abril de 2009

Diario de Irene Valinski (Deseo)

Mi deseo los días buenos no tiene nada que ver con una carencia, nada que ver con la nostalgia paralizante de echar de menos algo que nunca estuvo en ningún lado, en ningún tiempo; todo lo contrario: irradia una potencia alocada que se expande en todas direcciones, que se consume a sí misma sin agotarse nunca, que se agita como una bailarina que hubiese estado encerrada en su caja de música durante mucho tiempo y hubiese cobrado de repente vida, tanta que no puede contenerla y se desparrama y afuera el mundo ofrece un espectáculo fuente de continua exaltación. Una alegría salvaje, desorbitada, frenética. Mi deseo es ir hasta el fin de mi deseo, si esto tiene algún sentido. Digamos que es como tratar de levantarse a uno mismo tirándose del pelo hacia arriba sin detenerse ni por un momento a considerar las prohibiciones establecidas por las leyes de la física. Pero no dura mucho tiempo. Si lo hiciera me destrozaría.

Canto a la insurrección que viene

De entre las sombras
en la noche más larga y oscura del alma
emergió el guerrero del espacio;
proclamó que el halo de potencia
y querencia futurista
que nimba lo real
resplandecería pasado mañana
con la forma borrosa
de un fantasma sonriente
proviniente del futuro;
se esfumó como un eco
y al despertar el sol
astro por siempre venerado
se filtraba por las rendijas de la persiana

lunes, 27 de abril de 2009

Fuga Geométrica II

-Al final nos va a volver locos, si sigue, si no para...
-Pues a mí me gusta.
-Pero eso es porque tú ya estás loco
-Sí, eres un puto colgado, lo sabe todo el mundo.
-Ya, bueno, si que me guste el viento es motivo suficiente para merecer el nombre de loco, loco me quedo.
-...
-...
-El loco del viento acompaña a la ardiente enamorada del viento
-Joder, pa que te encierren
-Puto colgado, ¿mañana vas a venir a clase?


El propósito de la redacción era contestar a la pregunta de si la historia se repetía. La respuesta de Pablo fue muy confusa o, mejor dicho, no fue una respuesta sino una serie de conjeturas en forma de oraciones condicionales que abrían más interrogantes y se perdían en digresiones especulativas que no parecían llevar a ningún lado.


LA HISTORIA, ¿SE REPITE?

Si consideramos los acontecimientos en su irreductible singularidad, ¿cómo podrían repetirse? Si contemplamos el curso de los acontecimientos históricos encajándolos en la figura geométrica del círculo, ¿qué clase de terrible temporalidad carcelaria sufrimos? Si en lugar de pensar en un círculo infernal, pensamos en el círculo de la teodicea cristina, ¿la temporalidad lineal propia de la modernidad es sólo un momento, o una serie de momentos, fugaces, insustanciales, el reflejo pálido de una temporalidad más auténtica, la del mito, pensando, aunque pueda parecer lo contrario, platónicamente, momentos destinados a culminar felizmente un Gran Círculo, que empieza y termina con Dios, o con la realización del Espíritu Absoluto, pensando hegelianamente (Hegel piensa desde Aristóteles, Kant desde Platón)? Pero Dios no se repetiría de la misma forma. Lo mismo no es el objeto de la repetición. La larga travesía de la historia, con sus contingencias y singularidades, desplegaría la esencia del ser que es, es decir, Dios, Inicio y Fin. La identidad absoluta se reconciliaría consigo misma. No está ya constituida antes de la historia: se despliega, deviene. Si aceptamos toda esta parafernalia hegeliana, y una interpretación que peca de simplista o, peor aún, de errónea, en la cual la diferencia finalmente se cancela y regresamos al Uno primordial (pero no el Uno inmediato místico) la respuesta a la pregunta de si la historia se repite podría ser que puede, que quién sabe. Si en lugar del círculo pensamos en la mucho más atractiva figura de la espiral creo que tendremos la posibilidad de pensar un concepto de repetición más sutil. No obstante, la historia seguiría teniendo un centro teológico, Dios, así que, si Dios ha muerto, necesitamos, sobre todo, una nueva concepción geométrica sin un Gran Centro Atractor, sin Origen ni Meta. Tanto Hegel como Marx piensan la historia con un Sujeto de la misma, según Foucault. Al quitar el Sujeto de la Historia uno puede sentirse desconcertado. Lo que sucede es que la filosofía de la historia que dio lugar a la concepción de una Historia, con mayúsculas, unitaria, se tambalea, su supuesta universalidad se revela una particularidad elevada a Historia Universal. No obstante, quizá necesitemos la ficción de un sujeto. Quiero decir: quizá se trate de una ficción operativa, con efectos reales. El modo de ser de los conceptos no difiere demasiado del modo de ser de las herramientas: sirven, funcionan, se usan, o bien se quedan obsoletos, se oxidan, etc. Tal como la pensamos, la historia no es sino un producto de la modernidad. Su temporalidad es una línea recta, simbólica. Con la caída del Sujeto, ya sea el Espíritu o los modos de producción, asistimos a las ruinas del futuro; la imaginación del futuro es indistinguible de un remoto pasado, aunque esté situado en una atmósfera post tercera guerra mundial o post catástrofe nuclear en la que la post-humanidad sobrevive entre inteligencias artificiales demasiado humanas: volvemos a un estado de barbarie, en castigo por la barbaridad de la civilización que ha creado tecnología ultradestructiva. La Ciudad de Dios se vuelve ciudad infernal en esa teología secularizada que es la concepción progresiva de la historia.

Puede que la historia se repita, una vez como tragedia, otra como comedia. No se repite lo mismo. La historia es el teatro de la diferencia. Se trata de un teatro sin espectador, sin punto de vista externo; todos estamos sumidos en su remolino y en sus caprichosas figuras geométricas: círculos, líneas, espirales. Antes de responder a la pregunta de si la historia se repite necesitamos una nueva concepción geométrica de la misma que salve el futuro y supere (¿hegelianamente?) la posmodernidad.

Pablo García Ruiz, 8º de E.G.B, Grupo A.


Su profesora de Lengua y Literatura, la señorita Loren, le aconsejó a Pablo que tratara de ser más claro, que escribiera algo que no pudiera ser confundido con una tomadura de pelo. Pablo respondió que él no había intentado tomar el pelo a nadie, sólo esbozar un plan de trabajo teórico, y que la pregunta exigía, en primer lugar, considerar el propio concepto de historia y, en segundo lugar, el concepto de repetición, y que, en tercer lugar, no hacerlo así sí que sería una tomadura de pelo, porque en ese caso estaría simulando saber lo que no sabe. La señorita Loren le contestó que sólo se trataba de una redacción, que los de Coca-Cola iban a juzgar su corrección a la hora de escribir, no sus ideas, y que si quería participar en el concurso de redacción iba a tener que limitarse a escribir frases bien construidas, a demostrar la amplitud/riqueza de su vocabulario/léxico y su capacidad para inventar/construir comparaciones/símiles/analogías y metáforas y desarrollar la redación acogiéndose al rígido esquema de presentación-nudo-desenlace, o dicho de otro modo: introducción-desarrollo-conclusión. Pablo, que pasaba por un período platónico, respondió que todos esos consejos de sofista le parecían inmundos, porque de lo que se trataba era de ver la Verdad, y que los sofistas eran falsos pretendientes de la Verdad y que si se iba a librar una batalla entre las letras y la filosofía él ya había escogido su bando.

La señorita Loren le obligó a repetir la redacción. La señorita Loren consideraba que era una pena que un chico con tanto potencial como Pablo estuviera tan perturbado. Siempre le contemplaba en el patio, durante el recreo, paseando de un lado a otro, completamente solo. Era el chico más retraído del mundo. Sólo hablaba, de vez en cuando, con Irene Valinski, de 8º B, una chica en cierto sentido tan rara como él, pero mucho más alegre y habladora. A Irene le caía bien Pablo, pero no sabría decir por qué.

viernes, 24 de abril de 2009

Fuga geométrica

El viento soplaba fuerte y racheado arrancando las últimas flores del cerezo que no pudieron sortear con éxito las embestidas de las últimas heladas y ya nunca llegarán a ser cerezas y ahora caen al suelo del patio y son zarandeadas por el viento y dibujan complejas geometrías fractales en variación perpetua, componen danzas ebrias y febriles, se agrupan en montones, apenas unos segundos, y a continuación se disuelven en numerosas partículas solitarias, átomos incomunicados que huyen espantados, sin dirección, o en cualquier dirección, o en todas las direcciones posibles a la vez, inertes ya pero animados por el viento, que les inyecta un espejismo de vitalidad alegre y danzarina sobre un fondo de melancolía implacable, un viento que las agrupa de nuevo en pequeños montoncitos inquietos o directamente desquiciados, diminutos cadáveres, flores muertas, marionetas cuya única alma es el viento, ese viento despiadado al que es dulce ofrecerse y que te despeina el pelo y agita tus pensamientos que también se desquician, sintonizándose con la danza alocada de las flores consumidas por el frío, aunque ahora ya no hace frío y estás en manga corta, en el patio, y te dan ganas de cerrar los ojos y de unirte a la comunidad de las flores muertas, de viajar o danzar con ellas, de sumergirte en el fulgor de su silencio expectante y de su agitación suave y delicada que se desliza como un susurro y también rabiosa y violenta que golpea como un puñetazo absurdo el rostro imposible del viento.
Danza ciclotímica y, sin embargo, sorprendentemente capaz de efectuar transiciones de ningún modo abruptas entre la delicadeza de unas manos blancas y delgadas a punto de acariciarte y unos dientes furiosamente apretados a punto de moderderte el cuello o de enfrentarse a un vértigo que forma un nudo en tu estómago.

Figura de espaldas. En el brazo derecho, tatuaje de estrellas de distintos tamaños. Pantalones vaqueros de pitillo, ligeramente caídos. Zapatillas Victoria, negras. Camiseta de tirantes, blanca. Pide un paquete de cigarrillos marca Lucky Strike, y papel de fumar fino, marca OCB. Pulsera de cuero negro en la muñeca derecha. Sin anillos en los dedos. Al darse la vuelta para irse vemos que lleva unas gafas de sol Ray-Ban sobre la frente y en la camiseta aparece el dibujo de un rostro también con gafas de sol, situadas sobre los ojos, un rostro que en realidad es un montaje de varios rostros, la boca y la nariz pertenecen a un rostro distinto del rostro que lleva las gafas, la barbilla a otro rostro distinto de ambos y parte de la frente y el pelo a un cuarto rostro. Debajo del cuádruple rostro está escrita la palabra Deconstruct. Al salir a la calle el pelo teñido de verde se le despeina. Se sube, sola, en un Volkswagen blanco, viejo y pequeño estacionado frente al estanco, embrague, primera, arranca y se va.

En el mismo instante en que estábamos a punto de resignarnos y aceptar nuestro destino alguien empujó una ventana y comprobó que estaba abierta. Sin embargo, la distancia que había entre la ventana y el suelo de la calle provocó un momento de indecisión. Habíamos encontrado una salida, despues de haber estado vagando por los pasillos del instituto, corriendo para evitar a los profesores, ocultándonos en el baño de las chicas, donde también nos escondíamos para fumar, en parte porque estaban situados en la misma planta en la que estaba nuestra clase y en parte porque estaban muchos más limpios que los baños de las chicos y, además, allí estaban las chicas, aunque cada vez iban más chicos, y eso que los profesores ejercían una vigilancia especial, mucho más exhaustiva, sobre nosotros, los repetidores de segundo de bachillerato, que incluía frecuentes inspecciones del baño de las chicas, donde ellos sabían que íbamos a fumar, en los descansos entre clase y clase, y sabían también que las chicas no sólo no nos delataban sino que nos encubrían, y ahora dudábamos, en un repentino acceso de cobardía, si saltar o no a la calle, hasta que Pablo se encaramó a la ventana, con decisión, y saltó sin pensarlo siquiera, cayéndose al suelo, ante las miradas atónitas de los transeúntes, pero levantándose en seguida y comunicándonos con alegría que se podía saltar, que no pasaba nada, así que fuimos saltando uno tras o otro, temiendo en todo momento ser vistos por algún profesor.

Nada más llegar a casa Irene Valinski se quita la pulsera de cuero de la muñeca derecha y se tumba en el sofá, se descalza y enciende la televisión, se levanta y abre la ventana, para que entre un poco de viento, y vuelve a tumbarse en el sofá, sin ver ni oír la televisión, que permanece encendida sólo para aplacar el silencio de la casa vacía. Por la ventana abierta llegan voces y se levanta otra vez y sale a la terraza y observa a varios grupos de estudiantes novatos vestidos con batas blancas pintadas que beben cachis de calimocho y de cerveza y cantan canciones en las que se ensalzan sus respectivos colegios mayores en detrimento del resto, que al parecer son una mierda, están plagados de zorras calientapollas que se frotan contra la esquinas y enseñan las tetas a tíos feos con las pollas pequeñas, o son unas monjas estrechas que no han tocado una polla en su vida, ni siquiera borrachas, o van a colegios mayores con nombres del tipo esclavas de Cristo, lo que sugiere a la vez depravación sexual y castidad a prueba de bombas; Irene escucha entretenida todos estos cruces de insultos y acusaciones y le divierte la falta de consistencia que revelan, puta y estrecha se complementan en lugar de excluirse, y le divierte que se insulten cantando, con rimas infantiles y abusando de palabras como zorra, niñata, comepollas, etc. Irene no pasó por ninguno de estos rituales iniciáticos, se fue directamente a vivir a un piso compartido. Se sintió muy sola y muy triste pero también muy libre y muy feliz, aunque la felicidad a veces estuviera teñida con un matiz de terror. Fumaba porros a solas y luego se mareaba y salía a la calle y daba largos paseos y volvía a casa y leía hasta las cinco de la mañana y al día siguiente iba a clase con ojeras y con la sensación de estar a punto de desmayarse en cualquier momento y escuchaba la voz de los profesores como si éstos habitaran un universo infinitamente alejado del suyo, aunque les tuviera delante y pudiera verlos intuía la existencia de una barrera invisible que dividía dos universos. Así que contempla con curiosidad los grupos de chicas que beben y se insultan con cánticos. Si lo piensa, le parecen bastante imbéciles; reproducen una cosmovisión machista con tanto zorra y calientapollas, y la masa suele ser repugnante, y además se someten a la autoridad de las mayores de un modo vergonzoso. Pero Irene no lo piensa y va a la nevera a por una cerveza y vuelve a la terraza a observar a las estudiantes novatas y nota que un nudo se le forma en el estómago. Está a punto de llover, aunque no hace frío, el frescor del viento se gradece. Termina la cerveza y va a por otra y luego a por otra, hasta que se emborracha y entra en casa y se va a la cama y sueña con tormentas y charcos que se convierten en oceános e inundan la ciudad y su casa se transforma en un barco que avanza sin rumbo, dejando estelas caprichosas, complejos dibujos que nadie podrá seguir, el dibujo de un rostro que se deshace sin llegar a definirse nunca.

martes, 21 de abril de 2009

Sobre relojes y otras cosas

El sonido monótono, incesante e incansable del viejo reloj de cuerda situado sobre la mesita de noche, al lado de la cama, funciona como un somnífero mecánico muy eficaz, un guardián siempre vigilante en la oscuridad, combatiendo los ruidos imprevistos y desprovistos de ritmo que pueden sobresaltarte y hacer que el corazón se acelere presa de una ansiedad súbita y pasajera, pero que puede dejarte en vela durante horas, y también el silencio, ese silencio excesivo que es como el aullido sordo de la muerte o como un lago blanco e infernal carente de límites y capaz de absorberte y sumergirte en un temible estado psíquico en el que todas las imágenes que cruzan por tu mente, por muy alejadas que estén de sugerir elementos siniestros o amenazantes, por muy neutras que puedan ser, son como ráfagas de pavor que inundan tu frente de transpiración y provocan en tu cuerpo movimientos rápidos y nerviosos, desesperados cambios de postura sobre toda la superficie de la cama. El sonido mecánico del reloj es previsible, calmante, un refugio circular, las manecillas del reloj no tienen escapatoria pero viven felizmente su eterno retorno, afirmándolo una y otra vez, siempre y cuando uno se acuerde de darle cuerda cada cierto tiempo.

El olor a hierba recién cortada del jardín triangular que se encuentra al doblar la esquina, y la claridad alegre del día, sin una sola nube surcando el cielo, más la ligera brisa que eriza el vello de los antebrazos, componen una suerte de saludo impersonal de la primavera.

El momento de llegar al último cigarrillo del paquete de Ducados rubio es inminente.

El primer disco de Décima Víctima, grupo español de los años ochenta claramente influenciado por Joy Division, suena a un volumen moderado; las líneas del bajo se proyectan sobre la claridad del cielo como una geometría melancólica y la voz grave se expande como el humo de un cigarrillo, en ondas concéntricas, lentamente y con cierta densidad oscura, aunque no opresiva.

jueves, 16 de abril de 2009

Borbotones de palabras

El eterno resplandor de una caída infinita en un pozo sin fondo obnubiló la mente de Jim el maldito, el anacrónico, el misántropo, el irónico, el herido hijo de puta, una visión fugaz que le persiguió toda su corta vida plena de desdichas, Jim el atribulado, el navegante perpetuo, el atravesado, el despreciador de toda conveción social diseñada, según su conspiranoica perspectiva de las cosas, para joderle y sacarle de quicio y arruinarle la vida, para enmarcarlo en la feliz estampa de un presente perpetuo enamorado de sí mismo, una época narcisista por la que se arrastran penosamente individuos, mónadas aisladas, desoladas, retorcidamente cómicas, tiernas, malvadas, todos aletargados, flotando en un líquido narcótico, dulcemente anestesiados, dejándose llevar por la inercia, desidiosos, locos, puteados, cabreados, arañando el suelo como los condenados de algún círculo del infierno, dejándose llevar por la corriente, la masa exangüe de licenciados y licenciadas varados en las barras de los bares, esperando algo, cualquier cosa, que nunca llega y entonces ni siquiera se plantean las preguntas, el miedo nos atenaza la garganta, esbozan muecas, gestos quebrados, frases que no dicen nada, el viento fresco en la cara sienta bien, salgamos afuera, un rato, toda la vida, ¿y tú qué esperas de la vida? yo nada, no busco, encuentro, voy a ir hasta el fondo de las cosas, pero mejor voy a dejarme caer en el pozo sin fondo, sin rencor, libre al fin para nada, gozando, si es que es posible, de esta libertad inútil, esta libertad en el vacío, desnudando las mentiras que recubren con una fina película invisible nuestras vidas, pero para qué, es una estupidez, seducido por el eterno resplandor del fracaso en la era en que se extinguieron al fin los poetas malditos y fueron suplidos por los intelectuales engreídos lectores de contraportadas de libros de Derrida, mi tragedia será en vano, seducido por la simplicidad abstracta de la nada que puede serlo todo vagaré por ahí, las calles mojadas serán mi alimento, mi último aliento será para las estrellas que no nos ven, las estrellas, ves que anacrónico, que romántico, es para partirse de risa o de tristeza, noches azules, demasiadas, iré a cualquier parte, pero iré en tren, y una vez allí no desharé la maleta, daré una vuelta por el centro, probablemente me meteré en un bar y pediré un bocadillo de tortilla y una caña, luego fumaré un cigarrillo, recordaré viejos tiempos, los viejos tiempos no fueron mejores, a nuestro parecer, el poeta lo dice bien claro, a nuestro parecer, pero si lo fueron para nosotros es que lo fueron, qué más da, creo estar en el infierno, luego estoy en él, dijo el príncipe de los poetas, conclusión válida, sin que importe la opinión de nuestros doctrinarios contemporáneos, el gran discurso de la Ciencia, que les follen a todos, Jim el sufriente os desprecia y os quiere, luego cogeré otro tren, y otro, y entrenaré mis poderes mentales para enamorar a chicas a distancia y aunque no me mueve sabed que no he parado de bailar.

Diario de Irene Valinski (Sin sentido)

No tiene sentido, pero da igual. La razón, al menos la mía, no puede dominar las pasiones, al menos las mías, por mucho que Séneca. Quiero decir: la alegría y la tristeza acontecen, eso es todo. Ya no sé hablar, pero da igual. Tartamudearé, sin tener nada que decir, palabras a la pata coja, palabras, palabras, palabras. El resto es silencio. Algo huele a podrido en Dinamarca. Bien, dejemos de citar a Hamlet. Inmersión total en los caprichosos designios de afectos que se mueven en ondas expansivas, luego se contraen, se pierden, se agotan, se desmayan, resucitan, etc.

Diario de Irene Valinski (Todo se rompió)

El sol sale siempre. Sin la seguridad de una deducción lógica, pero salir, sale. El viento se escucha. Con temblor de ojos y manos blancas y delgadas como pájaros muertos de miedo en las tormentas. Nadando en un mar filmado por Herzog. No sé qué digo. Todo se rompió, ya no sé hilvanar frases. Salto a la pata coja, para apaciguar la angustia. Sé que no tiene ningún sentido.

miércoles, 15 de abril de 2009

Diario de Irene Valinski (Nunca se sabe)

Nunca se sabe. El silencio, blando, todo de algodón. O también: cuchillos y alfileres y toda clase de instrumentos punzantes hiriendo de muerte las nubes y las almohadas. El silencio es imposible, aterrador, es la muerte. Por eso es importante tener el calzado adecuado y los pantalones ajustados y saber fumar con lentitud sin desesperarse por la espera y la huelga de los acontecimientos. Es decir: vosotros queridos moralistas no vais a evitar que nos sacrifiquemos alegremente en la celebración de la decadencia. La vida justificada únicamente como fenómeno estético, más allá del bien y del mal, Nietzsche dixit. Los últimos hombres saludamos. Sonreimos. Todo es tan divertido. La risa se hiela y se quiebra y compone un rictus patético. Pero a nosotros no nos cuida Beatriz. Dante tuvo suerte. Así cualquiera. Cruzaría infiernos si no fuera por nuestro triste apego a la vida, que nos condena. Ah viejo moralista, Séneca, tienes toda la razón del mundo. Ah la seguridad burguesa. Siempre pensé que en Séneca no había una filosofía de la muerte sino un curioso vitalismo que exigía vencer el miedo a la muerte como condición de un libertad que se conquista a martillazos y a base de autodisciplina. Pero nunca se sabe, se está a punto, se retrocede. Visiones, antes de dormir. Deseos furiosos. Había un verso que decía: la que se rompe de tanto desear lo que no existe. Ah las ganas de todo y de nada. Los nómadas sedentarios. La fibre salvaje que desemboca en consoladores refugios artificiales.

martes, 14 de abril de 2009

Diario de irene Valinski (Correspondencias arriesgadas)

No Future, el viejo lema punk, es aplicable a Beckett, sus personajes saben que no hay futuro, que estamos solos para diñarla ante la muerte, como dicen los de Tiqqun. Quizá incluso podría aventurarse una analogía entre la simplicidad de los acordes punk y la sintaxis beckettiana. A mí Beckett me deja desolada, me consume, sin embargo el punk me da fuerzas para plantarle cara al tedio y a la nada. Soy una punk beckettiana.

Un mero divertimento: poemas intraducibles para pasar el rato en las noches de insomnio

El cielo descendía azul ceniciento deslizándose hacia la zona
de la tierra de rocas rojizas rozando ramos de raras rosas
entre ronquidos feroces de ciegos brontosaurios veloces
zambulléndose en las piscinas de las princesas de ceniza
esparcidas por el horizonte celeste de luciérnagas fosforescentes
cenando en el cementerio de los azules cielos descendentes.

lunes, 13 de abril de 2009

Diario de Irene Valinski (Horizontes despejados)

La lluvia cae.
Lentamente. Y toda la boca me sabe a agua fresca, el olor a tierra mojada acogerá mis huesos rotos. Y mi esqueleto es un sauce. Un sauce llorón. Ruido de coches. No, es mentira. No se oye nada. Tengo un paisaje anodino que obervar y poco más. Me molesta casi todo. No siempre. Necesito estar sola. No siempre. Viajo sin moverme del sitio. Yo nunca he estado aquí. Oídme bien: nunca he estado aquí. Ni siquiera para escenificar la mentira consoladora de saberme un destino trágico. Un cadáver entre las flores y la lluvia. El deseo romántico es una estrategia para combatir el tedio cotidiano. Los días pasan. Los ciclos se repiten. No estoy aquí para encontrar una salida. Nada más terrible puede cantarse. Si viviéramos en el mundo de los dibujos animados dibujaría una puerta y saldríamos por ella, cantando y danzando. No puede ser. Nada más terrible. Le grito a no sé quién, perdido entre las sombras que se avecinan. Le grito sólo por el placer de gritar. Grito tan fuerte y durante tanto rato que me caigo al suelo, desmayada. Palabras como hachas para romer el pedazo de hielo que soy. Algo así dijo Kafka, creo. No importa. Cascadas locas y furiosas a falta de puertas imaginarias. Desería hallar una forma de explicarlo mejor. Que estalle la rabia y la belleza. Perdimos algo. No, no había nada. Este amor violento a la melancolía me deja exhausta e inútil para afrontar la vida cotidiana. Pero miradme, qué ridícula. Escenificando para nadie la tragicomedia de los destinos rotos. Tan desorientada. Por las noches, tan perdida. Me cogen de la mano, porque sino me quedo atrás. Esperando. Acechando sombras con los ojos fuera de sus órbitas. Bailaría hasta consumirme. Bajo la lluvia. Desnuda y loca. Libre para nada. Horizontes despejados, es lo único que pido. Mi anhelo. Mi enfermedad. Horizontes. Despejados. Las cosas tal como son: infinitas. Infinitas, eso dije un día de alegría omnipotente. Luego viene la cuesta, la depresión del valle, donde ni siquiera hay rabia, donde nada se mueve. Solidez y opacidad axfisiantes. Lo contrario de los horizontes despejados. Ayer soñé con una angustia parecida a una soga apretada al cuello con gente que se tiraba desde una ventana y nunca me he sentido tan asustada. Y eso que yo estoy acostumbrada desde pequeña al acoso de las pesadillas. Mi esqueleto era un sauce llorón. Le pongo poesía porque si no me caigo.

Diario de Irene Valinski (al salir de la caverna)

Pero al salir de los locales cavernosos y oscuros en los que la vida se detiene, hipnotizada por notas musicales que flotan entre el humo denso y las conversaciones entrecortadas precipitándose hacia un fin que testimonia la fugacidad absurda de la existencia, las calles vacías demasiado ciertas y la calma del sol pálido y matinal de invierno me inyectaban una dosis de tristeza inexplicable, que se me pegaba a la piel sin remedio y que tardaba varios días en abandonarme.

Diario de Irene Valinski (el día en que conocí a John Cale)

Camino por las calles de Nueva York. 1966, tal vez 1967. Saludo a John Cale y le digo que White light/White Heat va a ser la hostia. Contesta que lo sabe y que Lou Reed es un puto envidioso. Le digo que mi resistencia a la cerveza es mayor que la de Maureen Tucker y que en sueños toco la batería de una forma tan extraña e inquietante que yo misma me asusto. Contesta que eso habría que verlo y que el batería de AC/DC es una puta mierda y se ríe. Tomamos unas cuantas pintas de cerveza en un local oscuro y mugriento. Me dice que con mi pelo verde tengo una pinta genial. Contesto que ya lo sé y que no hay mucho que hacer. John Cale lo sabe, pero no se desespera. Ensayo percusiones sobre la barra del local oscuro y mugriento y John emite sonidos chirriantes con la boca. Improvisamos durante diez minutos, el tiempo que tardan en echarnos del local. Idos al infierno con esa mierda. Todavía es de día. Sobre todo Sister Ray. Va a ser tremenda. Será una canción mutante, sin forma definida, como si huyera de sí misma, a punto de precipitarse en el caos, algo así, como un corsé rompiéndose, única, no la repetiremos, quede como quede... Lo sé, lo sé.

Comemos pipas. Fumamos cigarrillos. Compramos una litrona. Nos la bebemos en un parque. A Nico le desenchufábamos el micrófono en plena actuación. Ya lo sé. Que se joda, Lou y yo estábamos de acuerdo en eso. Sin avisar, John Cale se esfuma. Me pongo a hacer sonidos chirriantes con la boca. Una vieja me mira como si fuera un ser diabólico. Le saco la lengua. Espero sentada en un banco a que anochezca. Sometimes i feel so happy, sometimes i feel so sad

domingo, 5 de abril de 2009

Diario de Irene Valinski

Seguiré siendo frívola y pretenciosa y juguetona y me teñiré el pelo de verde y compraré un montón de chapas poppys y me moriré de gusto comprando la ropa más fashion en la tienda de segunda mano y escucharé a los Strokes y a grupos revival y adoraré a la Velvet Underground y ensayaré poses de frío distanciamiento ante el espejo y leeré a Rimbaud y colgaré una foto suya en mi habitación y saldré a la calle con gafas de sol y me tumbaré en el suelo de la plaza mayor entre guiris rubias de piel rosada a punto de abrasarse a saborear un helado del McDonalds y por las noches beberé cachis de cerveza en el Paniagua cantando Morrisey Morrisey Morrisey y les pondré unos cordones negros a mis Converse rosas sucias y desgastadas y caminaré por Gran Vía con el Ipod a todo volumen observando a la gente como si fueran marionetas ridículas contoneándose sobre el abismo de fauces negras con una sonrisa en los labios y despreciaré el vértigo que a veces, de repente, sin avisar, me entra en el estómago y me marea y me asusta, ese vértigo que se inventa abismos por los que despeñarse inconscientemente, borracha y a toda prisa, como si ya no hubiese tiempo, como si el tiempo se hubiese vuelto loco y girara descontrolado, cada vez más deprisa: danza entrópica de una realidad fuera de quicio que observa en un espejo el espectáculo hipnótico de su propia fiesta de autodestrucción, fiesta frenética con coros trágicos exaltados y retorcido barroquismo y al final una honda serenidad de simplísima paz minimalista y meditación sobre el vacío primordial. Recta final del tiempo de la modernidad, línea simbólica quebrada en miríadas de micronarraciones sin centro vertebrador, caos y frenesí y fumaderos de opio de la India.

No sé lo que estoy diciendo. Mañana haré algo productivo, lo prometo. Promesas que no valen nada nada nada, como cantaban Los Piratas. Quizá. Miraré y admiraré una vez más el cielo nublado, los árboles de figura triste, el paisaje melancólico, sabiendo que el melancólico no añora un objeto perdido sino una falta, algo que nunca ha estado en ningun parte: la verdadera vida ausente.