viernes, 22 de diciembre de 2006

El ser y la nada

Quizá mañana la marioneta desorientada se rebele y rompa los hilos y caiga hermosamente al vacío, sonriendo. Libre al fin para caminar por el bosque en silencio, solitaria... una noche oscura como la noche, tras un sueño intranquilo, la marioneta sufrirá una metamorfosis, se convertirá en una luciérnaga fosforescente y descifrará el enigma del ser. Y nada más descifrarlo, antes de poder contárselo a nadie, morirá con un último chispazo de luz cuya belleza terminal no redime la condición de la marioneta, ni la de la luciérnaga, ni la del hombre... pero sirve al menos para derramar lágrimas azules sobre el universo. Su cadáver se esparcirá como un polvo, como un llanto estelar y silencioso, diluyéndose lentamente en la nada, absorvido poco a poco por la oscuridad, por la serenidad salvaje, helada e inmutable del universo.

martes, 19 de diciembre de 2006

Extraña existencia (o la piscina vacía del invierno)

La imagen es la siguiente: la piscina vacía del invierno. Hay hojas olvidadas alrededor y una chica (tendrá diecisiete años) que lee sentada en un banco de madera junto a la piscina, enfundada en una bufanda y con las manos protegidas por unos guantes de lana negros. Hay un silencio que crece hasta adquirir la consistencia de un muñeco de nieve derretido hace tiempo, en algún lugar lejano. Digamos que el silencio habla pero no se le ve. Hay una conspiración de invisibilidades que entretejen nuestro ser vagabundo con las hojas apelmazadas por la lluvia alrededor de la piscina vacía del invierno. La chica lee, cruza las piernas, el viento le mueve el pelo que le cae sobre la frente, pero este detalle apenas se percibe, si no se presta la atención suficiente este detalle nimio e insignificante pasa desapercibido, lo cual, en el fondo, es importante o no lo es, según se mire. De pronto la chica levanta la mirada del libro, sus ojos acarician el silencio, ese silencio blanco que proviene de otro mundo y se infiltra en este, por pasadizos secretos. Saca un cigarrillo. Lo prende. La verdad es que fuma demasiado y no hace nada en la vida. Es decir, mira. Hay espectadores y hay actores. El mundo es un lugar extraño, la noche es una piscina. Para nadar basta con mirar. La mirada es capaz de hacer acrobacias con imágenes que no son verdaderas, pero que son. Es decir, existen.

Extraña existencia la del muñeco de nieve abandonado que se encarga de producir un silencio parecido a un lienzo blanco en el que se haya dibujado un poema imposible, invisible; extraña existencia la de la bailarina diminuta de la cajita de música que ya para siempre pasará frío y bailará, seguirá bailando aunque se abra el séptimo sello y los siete ángeles con sus siete trompetas toquen la música del Apocalipsis; extraña existencia la del payaso borracho, la de las ninfas colgadas del precipicio, la del estudiante de filosofía que lee El Sofista de Platón y se va de cañas y habla sobre el cine de David Lynch, la del músico a punto de suicidarse que escribe en su buhardilla, untándose los dedos de lágrimas, de rabia y de deseos inalcanzables, que le perforan por dentro como una lluvia de cristales, la última canción, tan hermosa y desesperada que asusta, la última canción this is the end, my friend; extraña existencia la de la muñeca que cierra los ojos y muere y resucita luego cuando todos duermen, la de la mujer inverosímil que surge del mar y avanza por la playa desierta, iluminada por la luna más blanca que el silencio, una luna como de arena, pero más espectral... una arena lunar o lunática; extraña existencia la del pintor expresionista abstracto obsesionado con la banda de Moebius, los teoremas de Kurt Gödel y la conjetura de Poincaré (temas protagonistas de sus cuadros, si bien estos siempre parecieron copias de Pollock) que frente a su ventana se defiende de enemigos imaginarios que acabarán venciéndole; extraña existencia la del poeta delgaducho y traficante de marihuana que se pasa los veranos en Mallorca tomando el sol y componiendo versos que tratan de imitar el sonido del agua del mar, la luz del sol reverberando sobre el mar, o las bañistas deslizándose sobre la superficie del mar...

Extrañas existencias, destellos, imágenes como chispas inquietas que apenas viven un instante sobre la superficie del mar y se alejan, naufragan, son rescatadas por aventureros intrépidos y, huidizas, se deshacen entre las manos, desaparecen como el gato y dejan la sonrisa, que flota durante unos segundos y también desaparece.

La chica que lee tal vez piensa qué extraño existir como la sombra de una sombra. La chica que lee tal vez imagina que alguien quizás también la está leyendo ahora a ella. La chica que lee no es de verdad pero existe: sabe nadar en la piscina vacía del invierno.

El flautista de Hamelín y la música del no-ser.

Como un suspiro helado
o una mano de hielo desmayada
se cuela por la ventana

-desde algún lugar remoto
del que nada sabemos ya-
algo sin nombre que sin embargo tiembla


(algo aterido de frío como una bailarina desnuda
en una cajita de música
en la que siempre es invierno)
un eco no de lo que fuimos
sino tal vez de algo
parecido a la belleza perdida

o traicionada de la infancia
o de la invención de la infancia

Como un beso partido por la mitad
tirado en cualquier lado
quizá en algún lugar nevado
como un riachuelo de sangre brillante
que se cuela por la ventana
y se mezcla con el humo

de tantos cigarrillos aplastados
y con la música convertida de pronto
en el desvarío de un barco a contracorriente

nadando en la piscina vacía del invierno
y naufragamos entre la niebla
con cierta belleza fantasmal
no como en la balsa de la Medusa
naufragamos sin desgarramiento
casi con alegría dando saltos

riendo tras el flautista
como niños tontos hipnotizados
por la flauta que toca

la música del no ser.

lunes, 4 de diciembre de 2006

Cuando el niño era niño

Cuando el niño era niño viajaba en un asteroide naranja todas las noches, y las estrellas le saludaban.

Dos poemas encontrados

la chica azul baila sobre las ruinas del mundo
perfectamente desnuda perversa y alegre

la chica azul sonríe ante el hermoso desastre


No hay nadie a quien llamar
Mientras lobos errantes

retan a la luna
que una vez
se deshizo entre mis manos

lunes, 27 de noviembre de 2006

Recuerdos fosforescentes en la noche a la luz de un gusiluz


este azul tan intenso que por las noches fosforece
versos fosforescentes en la noche
Pere Gimferrer.

Los recuerdos fosforecen en la noche
como un gusiluz perdido
entre un montón de trastos viejos:
viejos cuadernos escolares
fotos viejas que hablan de otros mundos
libros viejos de papel amarillento
viejos juguetes cuyas cualidades mágicas
el tiempo ha reducido a polvo
pequeñas motas de polvo rescatadas
por la inexplicable arbitrariedad de la memoria

de la memoria que echa de menos un gusiluz
que ilumine la noche del olvido.

sábado, 25 de noviembre de 2006

Espíritu errante

Animales esencialmente paradójicos, los existencialistas errantes proclamamos que no es, en modo alguno, necesario moverse del sitio para viajar a los lugares más remotos de la galaxia. Sí es, no obstante, imprescindible dejarse llevar por ese ritmo anímico enloquecido, como si un fuerte viento y un anhleo de pasar al otro lado agitaran nuestro saltimbanqui espíritu.

La lentitud otoñal de los sábados

Las horas se arrastran por la tarde con una lentitud otoñal de cielos grises. Adentro calefacción y cigarrillos y música pop. Felizmente atrapados en el ritmo lento y obstinadamente triste de un bajo oculto en la entrañas de una canción, que inunda el aire lluvioso y nos sirve de barco en la travesía imaginaria de un yo en una lenta tarde de sábado, ajena al trajín de las marionetas faústicas. El mar está lejos y probablemente no sea una mar de verdad, sino una imagen cuya espuma lame los pies desnudos de una chica que tampoco es verdad, una imagen en que sumergirse con los ojos bien cerrados. No hay mucho más que hacer. Escuchar canciones tal vez sea una forma de ser, de habitar una morada en fuga permanente hacia lo desconocido.
El viento, con furia inusitada, golpea los árboles, que resisten orgullosos, con los dientes apretados.

Cosas que hay en la morada

Voces misteriosas que habitan en la caverna del ser. Imágenes alucinadas. El coraje suficiente de unos ojos retando a la nada y al silencio y a sí mismos. La ebriedad de un lirismo furioso, naúfragos con los pulmones encharcados de agua azul. La danza de los Niños Extraviados, fantasmas en la noche. Pequeña muñeca abre los ojos y dime que eso de ahí afuera no es cierto, que podemos, si queremos, inventar una guarida y que tú eres una niña de verdad. Mientras, el barco ebrio desciende por el río interminable. Vasos vacíos el sol está a punto de salir. Voces desde la nada a ti confluyen. Y qué hermosa es la nieve del recuerdo si se deshace entre tus labios. El viento y la hojas de otoño llevadas por el viento. Nosotros somos también hojas de otoño. El viento se lleva nuestro ser y juega con él. Peces nadando en la noche, surcando el firmamento, olvidando que existen. Pasos sigilosos que no dejan huellas.

viernes, 24 de noviembre de 2006

Viaje al final de la noche

Y fuimos al final de la noche
llaneros solitarios, temerarios
viajeros que buscan sin saber qué
y es oscura la espuma
De fondo sonaba el mar como una promesa
o como una princesa de cuento encerrada
que mira el mar

una princesa encantada, tan bella
que necesariamente es una mentira
que nos contamos antes de dormir
una mentira dulce que nos contamos susurrando
temblando en la oscuridad

antes de soñar que nos ahogamos en el mar
o en la noche que envuelve al mar
y al final de la noche
en el fondo del mar
están las llaves que abren mundos
de mentira para soñar

mundos o palabras de espuma
que se deshacen al abrir los párpados
sobre los que había gotas diminutas de arena

mundos de arena donde la noche
habla el idioma del mar
en que está escrita la princesa encerrada

y leemos o soñamos la princesa
antes de dormir nos contamos su mentira dulce
para encerrarla en nuestros párpados de sal
y que la noche la convierta
en una princesa de verdad
que vive en nuestros párpados cerrados

y nos bese en la humedad del mar, en su oscuridad,
que nos bese antes de que nos ahoguemos y las llaves
no abran ya mundos porque los mundos
se han deshecho ya,
porque al final de la noche
también está la nada,
último suspiro de la espuma.

miércoles, 22 de noviembre de 2006

Radiohead

Una tristeza hermosa, la lluvia, el invierno y la voz de Thom Yorke.
Afuera hace frío, el vaho que empaña las ventanas.
Estamos a punto de llorar de felicidad: el anhelo ingenuo de fundirse con la naturaleza y trascender los confines del cuerpo, de ser una voz azul surcando la noche como un hilo mágico que une las estrellas,
flotando en la inmensa ocuridad,
brillando en la inmensa oscuridad.
Cerrar los ojos y desaparecer: un lirismo furioso nos traspasa el cuerpo.
Respiramos el olor a tierra mojada. Nostalgia y serenidad.
Espacios poéticos psicoacústicos, espectrales, que existen frágilmente, con su belleza desgarrada, convulsa.

martes, 21 de noviembre de 2006

La noche y los ojos

1.

Largas noches en silencio tus ojos
rodando por el precipicio iluminaban

-
con un fuego quedo
casi inmóvil
apenas un susurro


de brasas flotando en la oscuridad-
la triste marioneta que usurpa mi nombre
y dice ser yo bajo la lluvia
agitando los brazos como aspas locas

2.

Cuando la noche más serena de mundo cae
-como si el mundo fuera
por fin
a cerrar los ojos
y descansar-
duendes que no existen
-que brillan
en la oscuridad-
nos hablan con sus ojos
-chispas de fuego diminutas
tan efímeras como la noche
como la noche cuyas cenizas el sol ilumina-
del fabuloso mundo de la inexistencia

lunes, 6 de noviembre de 2006

La desaparición de Ítaca y los héroes errantes

Errar es el destino de los perros románticos, verbo fundamental que expresa su modo de ser. Su morada se torna imposible, un lugar ficticio, el regreso es inútil porque despúes de veinte años Zeus ha borrado Ítaca del mapa, y Ulises sabe que solamente la recordará en destellos fugaces, pequeños bocados a la magdalena de Proust. Ahora ya no tiene destino, porque errar es avanzar a tientas, sin una meta, sin una morada. Y está solo, los dioses han muerto. Ya no es un héroe épico. Ahora mira por la ventana, tal vez bebe una cerveza y piensa qué hermosas nuestras huellas invisibles en la nieve. Qué hermosas y a la vez qué tristes, porque nadie las ve, nadie las recordará, nadie narrará nuestras pequeñas hazañas y nadie sabe a dónde vamos.

Solos en mitad de la noche y la nieve

Hacía frío y la niebla envolvía nuestros pasos solitarios. Avanzábamos a tientas, desconcertados en mitad de aquel campo nevado, en mitad de la nada. La noche había caído sin avisar y ahora buscábamos un refugio, pero a nuestro alrededor sólo se extendía la oscuridad teñida de niebla, esa niebla que cercaba la inmensidad de la noche y reducía nuestras posibilidades de orientarnos y hallar un refugio seguro. Cada vez hacía más frío. Teníamos miedo y apenas nos veíamos los rostros. De vez en cuando la brasa roja del cigarrillo iluminaba sus ojos, que brillaban como dos animalillos asustados y de los que brotaba, sorprendentemente, cierta serenidad, una serenidad misteriosa, casi sobrenatural, una serenidad incoherente con nuestra situación desesperada, como quien en pleno naufragio reta a su aciago destino con un último y conmovedor gesto de libertad -ese fulgor sereno de sus ojos verdes sobreponiéndose al demonio blanco de la nieve que estaba a punto de segar nuestras cortas vidas-, un gesto inútil, pero no por ello menos valioso.
El brillo de sus ojos me sirvió de coraza contra el miedo, que ya empezaba a ramificarse por todo mi cuerpo y amenazaba con petrificarme por completo. Pensé que íbamos a morir, pensé que la gente moría todos los días y no pasaba nada porque la muerte, considerada en abstracto, no importa, lo que importa es saber que uno se va a morir, y no es fácil saber esto, hacemos como que lo sabemos, pero no lo sabemos. Nos dolían las manos de frío, no contábamos con fuerzas para dar un paso más, estábamos a punto de desmayarnos, solos en mitad de aquella noche nevada, atravesada por la niebla y el miedo.
Cuando el cigarrillo se consumió entre sus labios sus ojos se apagaron y entonces sí que cayó la noche.

viernes, 27 de octubre de 2006

Las estrellas protegen las almas errantes

Aúlla el payaso triste que mira las estrellas: está solo y tiene miedo y llora lágrimas que atraviesan el firmamento, lágrimas que caen en las manos blancas de las diosas melancólicas que alumbran con su fuego mudo y débil a las almas errantes que vagan interminablemente...

jueves, 19 de octubre de 2006

El lenguaje del viento y de la noche, desde un tren en marcha

O irse a vivir a la superficie de una gota de lluvia arrastrada por el viento, cerrar los ojos y dejarse llevar, como balanceado por la música nocturna de los árboles. Decir tan solo aquí estoy y este soy yo, así soy. Y luego quizás fumar un último cigarrillo antes de ir a dormir, el cigarrillo de buenas noches, leer un poco y echarse a dormir, con las imágenes del libro todavía revoloteando somnolientas en nuestras cabezas, entre las sábanas, y no pensar en el futuro, ni siquiera en el pasado, ese pasado terco, inasible, que insiste en llamarnos, en indicarnos las direcciones de los caminos perdidos, las posibilidades que no escogimos y que hoy apenas sobreviven como fantasmas en nuestra memoria... Tan sólo cerrar los ojos, imaginar que nos hemos ido a vivir a la superficie de una gota de lluvia, y que ya siempre hablaremos el lenguaje del viento y de la noche, que vagaremos sin fin, seres errantes, sin un lugar en el mundo, sin un lugar fijo en el mundo porque amamos el viaje, no la llegada: queremos mirarlo todo desde la ventana de un tren en marcha a ninguna parte. Vivimos sin metas, somos una travesía sin rumbo y amamos nuestro destino roto, nuestro paisaje lluvioso, hermoso y desgarrado, y sólo creemos en el aliento poético que inunda el mundo, si uno sabe mirar.

lunes, 16 de octubre de 2006

Para la chica que besó al muñeco de nieve, salvándole así la vida

Sencillamente deshacerse como el muñeco de nieve al que besaron por primera vez, antes de la puesta de sol, y al morir dejó una sonrisa flotando en un charco de agua.

lunes, 9 de octubre de 2006

Las pesadillas y el claro del bosque

Nos adentramos en un bosque y estaba oscuro. Al fondo se dibujaba un claro.
No estábamos seguros, tal vez la imaginación estuviera jugando con nuestros sentidos y el claro del bosque no existiera en realidad, tal vez sólo fuera el hada que salva al niño del cuento, que está a punto de morir, pero tal vez el hada del bosque no existe en realidad.
Avanzamos lentamente, escuchando el leve sonido de las hojas mojadas bajo nuestros pies, mirándonos unos a otros, confiando en que nuestras miradas tejieran un hilo protector.
La sensación de haber penetrado en otra dimensión de la realidad se hacía cada vez más patente, como si estuviéramos dentro de un cuento de terror o dentro de una pesadilla, de esas que soñábamos cuando éramos niños y que aún recordamos, a veces, cuando unas ganas inexplicables de llorar nos agarran la garganta, y entonces miramos la noche, miramos otra vez la noche -costurera de estrellas- con ojos infantiles.
Teníamos miedo, ese miedo que provenía de nuestra infancia, un miedo sin nombre, a nada concreto, que no podíamos explicar, el que sentíamos al explorar casas abandonadas, y luego dormir con la luz del pasillo encendida, un miedo nocturno que irradiaba nuestra memoria y ante el que no huíamos sino que seguíamos avanzando, fascinados, en dirección al claro del bosque. No podíamos dejar de avanzar, aunque tuviéramos miedo... O precisamente porque lo teníamos, en dirección al claro del bosque.

sábado, 7 de octubre de 2006

Una vez nos dijeron

Una vez nos dijeron: no podeis seguir así toda la vida, algún día comprendereis al fin que no existen ninfas colgadas de los precipicios, ni chicas en los puentes las noches de lluvia, no vivís adentro de una película, la realidad es dura, chicos, lo siento.

Pero ya atardecía y cerramos los ojos y nos dejamos arrastrar por el viento, hasta que el eco de sus palabras se desvanecía. La noche sonreía.

A veces temblamos, este frío en las manos

Las botas empapadas de polvo
y la memoria empolvando fragmentos de vidas
que no fueron
y los ojos de cristal a punto de romperse
de tanto golpearse con la línea del horizonte

a veces temblamos
este frío en las manos
los deseos helados las botas cansadas
gritamos en silencio
caminamos en silencio y apuramos el último trago
charlando con las estrellas caídas
y los perros que se arrastran bajo el granizo
charlamos hasta que sale el sol y nos retiramos a casa
con miedo de que los rayos nos reduzcan a polvo
como si durante la noche fuésemos personajes
habitantes del reino de la ficción
y el sol fuera el dios cruel y caprichoso
que nos arrebata la existencia

viernes, 6 de octubre de 2006

La película proyectada en la ventana

Miramos desde la ventana: por un instante todo -los árboles, los tejados, la gente que camina durante todo el día de un lado a otro de la ciudad, y que no sabemos a dónde van y ellos tal vez tampoco lo sepan- nos parece como pintado por una mano temblorosa, con colores frágiles que en cualquier momento pueden borrarse. El gris puede huir del cielo, el verde puede huir de los árboles, incluso el viento puede frenar en seco y dejar solos y desamparados a los árboles. Todo parece un cuadro, o una película, un río de imágenes que no sabemos en dónde desembocan. En ese instante nos aterrorizamos y gritamos: el cuadro está a punto de rasgarse, todo es mentira, la película no tiene argumento, no tiene otro argumento que erran sin fin, buscando...

(El protagonista pone cara de tipo duro, prende un cigarrillo; un primer plano resalta una mueca que puede significar desprecio y chulería, o ser la imagen de su alma torturada: sus ojos tiemblan, está a punto de llorar, pero finalmente no llora. Tan sólo mira muy lejos, y en sus ojos advertimos su rabia, su tristeza.

A continuación le vemos de espaldas, caminando, alejándose de la ciudad y adentrándose en la noche...)

martes, 3 de octubre de 2006

La llegada a la ciudad desconocida

Al bajar del tren ya era de día y un sol pálido, invernal, dibujaba con trazos limpios los contornos de la ciudad. Bostezamos, nos frotamos los ojos y nos pusimos a caminar en dirección al bar de la estación, donde desayunamos café con leche y bocadillos. Las ciudades desconocidas crean la ilusión de un comienzo, un encanto fugaz que se deshace cuando nos habituamos a sus calles, a sus bares, a sus gentes. Nuevamente hay que partir. A otras ciudades.

Compramos tabaco y nos pusimos en marcha, sin un plan previo. Caminamos a la deriva por las calles laberínticas de la ciudad desconocida con la atmósfera mágica del encanto aún erizándonos la piel.

Perros románticos ladrándole a la noche

Los cimientos de esta morada inestable son el viento y la lluvia, la noche y la cerveza, y las palabras que llegan a nuestros oídos iguales a naúfragos que hallan por fin tierra. La escritura no representa el mundo, el mundo no se refleja en la escritura, la escritura crea mundos, frágiles universos de sentido que no existen si no hay lector: si el mensaje cifrado de la botella no halla al otro lado del mar un lector el mensaje no existe. Leer y escribir: así de simple, eso es la literatura.

Nosotros fumamos asomados a la ventana las noches de invierno y pensamos que eso tiene que significar algo, aunque no sepamos qué. No importa, tal vez sea mejor así. No saber qué y seguir adelante. Perros románticos ladrándole a la noche.

Invocación del señor de la lluvia y del invierno

Señor de la lluvia y del invierno
canta la balada de la lámpara azul
la sonrisa tan bella que se rompe antes de que nadie pueda verla
la sonrisa que desaparece
como un nombre inscrito en el agua azul del lago.

Canta, señor de la lluvia y del invierno
canta porque estamos hechos sólo de lluvia
y el frío nos atraviesa los huesos
y se borran nuestras huellas
según pisamos la tierra mojada
antes de que nadie pueda verlas

desaparecen.

La lluvia desaparecerá también
la lluvia azul del lago azul se secará
¿y qué haremos nosotros

si estamos hechos sólo de lluvia?
Moriremos antes de que nadie pueda vernos
sin saber si alguna vez existimos
o fuimos siempre
un nombre inscrito en el agua.

La cita de Friedrich Schlegel

Existir es insistir y resistir

Somos como un viento, como estrellas caídas

Voy como un perro recorriendo el desierto
-as beaten dog beneath the hail-
como un perro golpeado bajo el granizo
y estoy hecho sólo de lluvia
soy un alma para el granizo
soy como un viento o una estrella caída
soy el alma perfecta de la nada.

Leopoldo María Panero, Esquizofrénicas o la balada de la lámpara azul.


Somos como un viento, 
como estrellas caídas, 
como perros bajo el granizo recorriendo el desierto. 

Los existencialistas errantes estamos 
hechos sólo de lluvia, algunas noches también 
de cerveza o de espuma de cerveza, 
que a veces mezclamos con whisky. 

Escribir, beber, errar sin rumbo, 
tres verbos que describen 
nuestros anhelos y nostalgias, 
nuestra sed de desesperados.

Desesperados 
y extrañamente felices 
las noches de lluvia.

lunes, 2 de octubre de 2006

La partida

El viento, el viento...
La tarde en que el tren se alejaba hacía frío, no sabíamos a dónde nos dirigíamos y soplaba el viento, un viento tan helado que hacía que nos dolieran las manos y que encogiéramos los hombros para resguardarnos. 

En la estación apenas había gente: una mujer con la mirada triste que miraba sin ver nada, un perro escuálido, un tipo con pinta de empresario que fumaba con cara de enfadado y un grupo de tres chicas que se reían y hablaban muy deprisa, visiblemente excitadas. 

Chispeaba, una lluvia muy fina y muy fría. Esperábamos en silencio la llegada del tren, dándole de vez en cuando largas caladas a los cigarrillos: el fulgor de las brasas -faros diminutos, luciérnagas de vida efímera- acompañaba nuestros rostros introspectivos. 

¿A dónde íbamos?, ¿para qué?

Presentación

Se presentan al mundo un grupo de nómadas salvajes, esencialmente románticos, errantes, vagabundos enfermos de literatura, insomnes por voluntad propia, cazadores de las ninfas que habitan en los precipicios y en la cresta de las olas agitadas furiosamente por el viento y por la noche.

Una vez acudimos a una fiesta, reímos con estridencia, ingenuos y felices, bebimos hasta caernos muertos sobre el sofá y al despertar nos hallábamos en una casa en ruinas, azotada por los vientos.

Nos autodeclaramos poetas, no porque escribamos (¡eso es lo de menos!) sino porque tenemos la firme y disparatada convicción de que la realidad sólo está justificada como fenómeno estético. El mundo es un producto ficcional del yo, y el yo es el lugar de lo imaginario (Lacan dixit)

Al igual que el alma de Goethe, nuestra alma también se deshoja con la llegada del otoño. Nos unimos al destino solitario de las hojas marchitas, surcamos los siete mares buscando algo que sabemos que no vamos a encontrar, pero igual buscamos, fieles a nuestro destino de seres errantes.

Vivimos a la escucha: el universo entero es un verso y un verso es música, la melodía feroz y a la vez suave de las esferas, una flor azul olvidada que es preciso, es urgente, es ineludible rescatar. Las tormentas nos susurran al oído la belleza terrible y la fragilidad de la esfera de vidrio que nos rodea.