miércoles, 18 de septiembre de 2013

El dinosaurio de las letras

Y su meteorito.

¿Esto está escrito en plan de coña o no? Si no es coña, me alegra saber que hay peña instalada cómodamente en el extremo más noble de la línea platónica, es decir, en la ciencia*. Han sacado suavemente el ojo del alma del bárbaro lodazal en que estaba hundido (qué bien escribe Platón, coño**). Bien está. La filo-sofía, me temo, seguirá instalada en su tierra de nadie, entre las letras y las ciencias, entre la ignorancia y la sabiduría. Pero, mientras Eros empuje sus alas, no caerá. Resitirá***. El que tenga oídos, que oiga****. Si quiere. Si no, pues nada.

* Soy consciente de que el autor del artículo usa el término ciencia con el significado adquirido alrededor del siglo XIX, que es cuando se inventa el término científico, no con el significado más amplio que tenía aún en el siglo XVII, el que la palabra ciencia, scientia, significaba conocimiento o sabiduría (disyunción inclusiva... Esta aclaración probablemente sobra), y designaba cualquier cuerpo de conocimiento propiamente constituido, mientras que las investigaciones sobre la estructura causal de la naturaleza se denominaban filosofía natural, ni, claro está, con el significado que tenía en Platón...

**Lean a Platón y dejen de leer este blog, escrito por un gandul aficionado a discurrir sobre ángeles (la angeología y la burocracia en Kafka son una sola y la misma cosa, dijo Giorgio Agamben... ¿Ven? Vayan con el conocimiento verdadero... Aunque, claro, Platón tampoco nos vale, ese maldito metafísico y tal... Vayan con Pinker... No, no puedo recomendarles leer a panfletarios de la nueva derecha sin sentir un gran dolor en el corazón. Si leen a Pinker, que no sea por mi culpa).

***


****También soy consciente (más o menos) de que usar una cita bíblica tal vez no sea una buena idea. Podría desenvainar a Wittgenstein y exponer sus argumentos para considerar que la ciencia y la religión son dos juegos de lenguaje diferentes y que el de la religión no trata sobre hechos, pero vaya, que si solo la ciencia tiene derecho a hablar, pues me callo y en paz.

PD: La filosofía es la más alta música, por cierto. Dijo Sócrates.

Otra PD más: No voy a hablar (demasiado) de la tarea mesiánico-escatológico-delirante que se le encomienda a la ciencia porque aún no me creo que el artículo esté escrito en serio. Quiero decir, en un artículo supuestamente cientificista usar metáforas iluministas que parecen sacadas de la Biblia y lanzar profecías poco menos que veterotestamentarias... la Era de las Tinieblas será vencida por el esplendor de la Ciencia y bla bla bla (la chaladura de Comte y los tres estadios, esquema absolutamente nada, pero nada científico)... Hablar de ausencia de teleología, de que las cosas no tienen por qué, simplemente son, lo cual me parece bien (ya lo dijo Spinoza, solo que de forma más rotunda y abarcadora: las causas finales son ficticias, punto), y luego hablar de progreso... Hostia, si nos ponemos a demoler mitos, nos ponemos con todas las de la ley, y demolemos también el mito del progreso, ¿o los mitos de la modernidad son sagrados?, ¿cómo va la cosa? En fin, otro día hablaremos con algo más de sentido de la epistemología (la pobre), pero para finalizar, un vídeo sobre la susodicha (se aprende más de epistemología viendo el vídeo que leyendo Jot Down, en mi humilde opinión de atolondrado mental... Cuando yo estudiaba Filosofía de la Ciencia había un problema (pseudoproblema seguramente,) que consistía ni más ni menos en definir la ciencia... demarcarla y cosas de esas... andaba por ahí Popper, por ejemplo, y en el artículo no logré encontrar una mínima definición de ciencia... pero bah, que da igual)

martes, 17 de septiembre de 2013

Gelassenheit

Agradable especie de sensación de atardecer. No más errar por ahí. Simplemente quedarse ahí quieto; penumbra tranquila; que siga corriendo todo.
James Joyce, Ulises 

Y la luna llena, blanca y quieta, serena. Cada vez más brillante. Atardecer.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Un post desestructurado y sin revisar que trata (más o menos) sobre la vida y última obra de DFW

Recuerdo que, durante la presentación de La escoba del sistema en Barcelona, Javier Calvo habló sobre el extremismo moral de DFW. En ese momento, estaba traduciendo (Javier Calvo, no yo) la recopilación de ensayos En cuerpo y en lo otro, recientemente publicada. En concreto, habló sobre un ensayo (o artículo, más bien) en el que DFW hablaba sobre el sida y argumentaba algo así como que podía tener su lado bueno. Me quedé un poco a cuadros. En realidad, DFW aclara que nadie puede afirmar que una epidemia letal sea algo bueno y que las cosas que vienen de la naturaleza simplemente son. No son buena ni malas, que es lo mismo que decía Nietzsche, por mucho que algunos lectores despistados de Sokal que no se enteran de nada (el mismo Sokal no se entera de nada y se dedica a malinterpretar sistemáticamente a cuanto pensador comenta, con el resultado de que cualquier parecido con el original es pura coincidencia y de que Sokal se pasa mucho tiempo y espacio intentando rebatir acusaciones a la ciencia que nadie ha formulado y acribillando a hombres de paja con una saña digna de la crónica rosa y un dogmatismo inquebrantable: la impresión que da Sokal, si imaginamos la historia de la epistemología del siglo XX como una película, es que Sokal asistió al comienzo, salió a fumar un cigarro, se entretuvo hablando con alguien más de una hora y volvió cuando la película se estaba acabando, momento en el que se puso a gritar, histérico, tirándose de los pelos porque no entendía nada de lo que había pasado) y cuya alergia al relativismo se parece más a una fobia irracional que a una meditada postura epistemológica crean que afirmó que no existen hechos. Lo que no existen son hechos morales. Pero es verdad que DFW, en cuanto a severidad moral, podía alcanzar las altas cotas de Wittgenstein. Bueno, quizá no tanto. Lo que viene a decir DFW es que el sexo nunca es despreocupado. Se le va un poco la pinza, lo admito, con frases como: el regalo que nos ha hecho el sida consiste en recordarnos en voz alta que el sexo no tiene nada de despreocupado. Hombre, David, calificarlo como regalo es un poco demasiado.

También recuerdo que en aquella presentación habló la traductora de Todas las historias de amor son historias de fantasmas (la estaba traduciendo en aquel momento, en febrero de este año, digo esto solo porque me acuerdo, sin ningún propósito). Sobre La escoba del sistema, dijo que Leonore podía ser una metáfora del lenguaje mismo. O algo así. Eso no lo recuerdo bien. Era un tesis especulativa y molona, en cualquier caso. Ya he leído la biografía de DFW, con una voracidad febril, en dos días. No tengo ni idea de cómo de rápido lee la gente, pero para mí leer cuatrocientas páginas en dos días es leer demasiado deprisa, o sea, mal. Yo creo que hay que leer despacio. Lo dijo Séneca y lo dijo Nietzsche, pero eso no viene a cuento. El trabajo del biógrafo es colosal, el libro está bien escrito, es adictivo (al menos para mí) y no tengo casi nada en su contra, aunque me sigue pareciendo ligeramente obsceno escarbar en la vida de los artistas para satisfacer la curiosidad morbosa de sus fans. Mi curiosidad, no obstante, me ha mantenido leyendo sin parar la malograda vida de DFW (esto de la malograda vida suena fatal, lo sé; igual que sé que esto de la autorreferencia puede ser cansino e irritante y constituye una torpe imitación más del estilo del finado... Y esto del finado es directamente atroz y etcétera). Así que, ya digo, he leído demasiado deprisa (error) y ahora mi cabeza es un batiburrillo chisporroteante incapaz de articular nada mínimamente decente sobre lo que he leído. También he leído En cuerpo y en lo otro y también demasiado deprisa. He leído reseñas sobre novelas que no he leído preguntándome qué sentido tenía leer dichas reseñas y he leído la introducción a una antología de ensayos tras la cual no venían los ensayos preguntándome qué sentido tenía leer dicha introducción. El texto sobre Federer, glorioso. El texto sobre Terminator 2, glorioso pero un poco doloroso. Quiero decir que yo de pequeño era un flipado de Terminator 2. De pequeño y de mayor. O sea, que yo amo Terminator 2, pase lo que pase. El chaval protagonista, lejos de irritarme, me parecía una pasada, en especial su pelo, el hecho de que tuviera una moto y supiera cómo robar dinero de los cajeros automáticos. Lo de que tuviera un Terminator como amigo ya era algo insuperable, el sueño de cualquiera. No recuerdo cuándo vi por primera vez Terminator 2, pero desde luego los tópicos narrativos o el hecho de que hubieran sacrificado la coherencia de la trama y la complejidad de los personajes por los efectos especiales no eran cuestiones que me preocuparan o siquiera me planteara. También recuerdo la primera película de Rambo como otro hito de mi infancia. Esto inevitablemente nos lleva a la cuestión de la educación y el género, la ideología implícita en el cine, cómo la dominación simbólica masculina y el ensalzamiento de rudos machos alfa seductoramente ciborgianos o militarizados era (o es) alentada activamente desde todos los rincones del espectro cultural y etcétera (esto sí que sería muy largo y nos desviaría mucho, si es que este post tiene alguna dirección o sentido, e implicaría citar profusamente a Foucault y decir cosas como los colegios son máquinas de produccion de verdad y normalización y que no hay tanto verdades como ficciones políticas y de nuevo etcétera y en este punto grupúsculos pro-Sokal entrarían en un estado de agitación nerviosa preocupante y ya vamos a dejarlo aquí por ahora)

lunes, 9 de septiembre de 2013

Odia a tus vecinos

Odiar a tus vecinos es algo lógico, algo que pertenece a la esencia del ser humano en cuanto tal. ¿Quién inventó a los vecinos? ¿Para qué sirve un vecino? Son preguntas que han ocupado el supremo esfuerzo del pensar desde la noche de los tiempos. Sirven para pedirles sal, según el conocido tópico. Pero no es verdad. Hay pocos momentos en la vida de un ser humano en que uno sienta una necesidad tan apremiante de sal. Mejor comer un puré de patatas soso que pedir sal a tus vecinos, además. Doy por hecho que todos los vecinos son odiosos. Naturalmente, eso nos convierte a todos, en cuanto que todos somos, a nuestra vez, vecinos, en odiosos. Se trata de una consecuencia desagradable del axioma según el cual todos los vecinos son odiosos, pero estamos dispuestos a defender nuestro axioma hasta el final, independientemente de las consecuencias que conlleve. Habría que exceptuar a los anacoretas místicos que caminan por los desiertos en busca de de epifanías fulgurantes y demás fauna extremadamente insociable -a la que no sabríamos si calificar de monstruosa o maravillosa-, claro.

Pero, ¿por qué son tan odiosos los vecinos? ¿Qué convierte al vecino en sí en una entidad digna de suscitar odio? Se sigue de su sola definición: el vecino es una entidad productora de ruidos de las más variada índole. Producen ruidos constantemente, de ahí su capacidad inagotable de crispar los nervios y la paciencia.

sábado, 7 de septiembre de 2013

El indescifrable corazón de la verdad sagrada

Buscando información sobre la buena nueva de la literatura norteamericana, La casa de hojas, de Danielewski, descrita, según creo recordar, como una novela ante la que tanto David Foster Wallace como Perec caerían babeantes, presos de un entusiasmo desbordante, a sus pies, me topo con la siguiente cita de la mentada y ultraprometedora novela:
Digamos que aquí no hay ningún texto sagrado. La idea de autenticidad u originalidad se ve constantemente refutada. La novela en ningún momento permite al lector decir: 'Ah, ya veo: este es el texto auténtico y original, exactamente tal como parecía, esto es lo que siempre quiso decir' [...] Muy pronto te das cuenta de que en todos los niveles de la novela se está llevando a cabo algún acto de interpretación. La cuestión es ¿por qué? Bueno, por muchas razones, pero la más importante es que todas las cosas que encontramos exigen un acto de interpretación por nuestra parte. Y esto no es solo cierto por lo que se refiere a los libros sino también a la vida. Ah, vivimos muy cómodamente porque fabricamos en nuestra cabeza unos dominios sagrados donde nos permitimos creer que poseemos una historia específica, un conjunto de experiencias particular. Creemos que nuestros recuerdos nos mantienen en contacto directo con aquello que ha sucedido. Pero la memoria jamás nos pone en contacto directo con nada, es siempre interpretativa, reductora, una compleja compresión de información […] A nadie -repito, a nadie- se le presenta jamás la verdad sagrada, ni en los libros ni en la vida. Así que debemos ser valientes y aceptar que a menudo tomamos decisiones sin conocerlo todo. Por supuesto, esto plantea una difícil cuestión: ¿podemos mantener conscientemente este estado de desconocimiento y, aun así, actuar, o debemos necesariamente fingir que conocemos para poder actuar?
La cita está muy bien, no digo que no, pero a mí siempre me sorprende que se le atribuyan a los textos sagrados tanto autenticidad como originalidad. Los mismísimos textos sagrados refutan esas ideas constantemente. Empezando por el Génesis, que nada más comenzar ya da dos versiones distintas del mito de la Creación. Si además tenemos en cuenta que esas dos versiones canónicas solamente serían una pequeña parte de la multitud de tradiciones que pululaban libremente y que los relatos sobre el origen del mundo le debían mucho a otros relatos, como el poema de la Creación acadio, pues resulta muy difícil sostener que los textos sagrados sean auténticos y originales. Más bien al contrario. Y, desde luego, si algo demandan los textos sagrados -a no ser para los tarados que creen que hay que leerlos literalmente- es interpretación. Naturalmente, fanáticos hay en todas partes. Pero ¿qué es lo que revelan los textos sagrados? No es fácil saberlo.

En realidad, lo que estoy diciendo es que los textos sagrados no son sagrados. O que los textos sagrados, si entendemos por lo sagrado una esfera separada del uso, hay que profanarlos.

Más sobre fantasmas: la inconsciencia gloriosa y deseable de la doncella desvanecida

En uno de sus relatos más experimentales -llamémosle así, a falta de una palabra mejor- & uno de los más odiados por la guardia pretoriana del logos narrativo tradicional, Tri-stan: he vendido a Sissee Nar a Ecko, DFW escribe ...que toda historia de amor es también [una] historia de fantasmas

Sissee Nar es una estrella catatónica de belleza antinatural -una especie de Barbie humana, como esa tía que se cree Venus o algo así, una Venus plastificada totalmente antinatural, recombinadora de mitos... Lo vi en alguna página por ahí; el próximo post versará sobre la amalgama posmoderna que encarna esta autoproclamada Venus, auténtico Geist de lo inauténtico-, pura poesía estática, eternamente dormida, Remodelada & inmortalmente deseable. En fin, una estrella del firmamente de la pequeña pantalla gloriosamente inconsciente. La cuestión es que parece haber algo orientado a la muerte en el corazón de todo Romance... & aquí es cuando DFW alude a la frase. La cita, no la dice directamente. La voluptuosa imagen reclinada de Sissee Nar se dirigía a ese tanatismo oscuro que existe en el Geist erótico contemporáneo. La industria, sea cual sea el origen del encanto de Sisseer, lo juzga bueno y vende un producto original con Sissee en el papel de una Brunilda narcoléptica, etcétera. El relato tiene una clave filosófica, digamos, o un marco que puede servir para situarlo un poco, porque sí, cierto, el relato es raro de narices, y mola un montón. La clave es que la historia ha muerto. Que la linealidad, mejor dicho, ha muerto. Y, no es que haga falta para entender el relato, claro, pero sí para entender qué ha pasado, y por qué, y cómo, con la linealidad en la historia -mejor dicho: con la continuidad, auténtico mito (farsa) de la modernidad- sería bueno leer Las palabras y las cosas, del gran Foucault. Podríamos decir también que el concepto de episteme se parece al de paradigma de Khun. Foucault & Khun, pues, como grandes héroes del pensamiento contemporáneo, los destructores de la gigantesca mixtificación hegeliana, los que boicotearon la procesión triunfal del espíritu y se atrevieron a decir la verdad: no, señores, no hay sujeto de la historia, ni fin. Pero el relato no es una loa de la posmodernidad, la cual, por cierto, cuando es entendida como una época posterior a la modernidad es entendida de forma moderna. Pero dejemos esto, que es largo, aburrido y yo me tengo que ir a comer.

PD: Fui a por la biografía de DFW. No la tenían. Pero la pueden pedir. Se avecina un nuevo período DFW en este blog (a la biografía hay que sumar En cuerpo y en lo otro, una recopilación de ensayos). Corran, como Forest (gran película, aunque salgan hippies)

PD2: Momento DFW. Del amor en tiempos mediáticos, o del subyugante hechizo catódico que irradia el Objeto Erótico Supremo, dimensionalmente inalcanzable. (El relato seguramente sea una remodelación del tema la melancolía clásica, tal como la definió Ficino, que fue más o menos así: el deseo de abrazar aquello que no es susceptible de ser abrazado (él creía no solamente que aquella Sissee Nar pasiva en 2-D era el objeto ideal & atemporal de sus deseos más profundos, sino que aquel amor era por su misma naturaleza inconsumable bajo la luz implacable de la realidad en 3-D)) A lo que hay que sumar la pulsión de muerte (Ecko decide que la única manera de alcanzar a Sissee es mediante esa fusión completa que es la noche absoluta de la muerte)

Además empezó a escribir el típico diario clínico lleno de divagaciones que se espera del clásico fan de tipo acosador. En él se representaba a sí mismo como el Caballero Errante desplazado de su lugar & de su época & embarcado en una típica búsqueda de amor demónico de los Tiempos de la Caballería pero también atormentado por su conocimiento posromántico de lo quimérico de esa búsqueda: sabía muy bien que su amor transdimensional era demoniaco, irreal, pueril, compensatorio, wertheriano -es decir, que se trataba de una FICCIÓN & no de una FRICCIÓN, para usar su expresión vulgar- (...) el Objeto Erótico Supremo de la industria contemporánea: un ser de proporciones ideales, sin defectos estético, hermafrodita en su indumentaria, extasiadamente pasiva, &, más subyugante todavía, en todos los sentidos 2-D, dimensionalmente inalcanzable,
PD3: ¿Cómo no adorar a alguien capaz de escribir nena narcobruníldica?

PD4: El relato es también una versión del mito de Narciso y Eco, con ironía tragicómica incluida... y más cosas, así que compren, roben, o pidan prestado a su biblioteca Entrevistas breves con hombres repulsivos, y no se salten la lectura de lo que a primera vista pudiese parecer una chifladura ininteligible.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Buscadores de fantasmas

Se acaba de publicar en español la biografía de David Foster Wallace, escrita por D.T. Max y titulada Todas las historias de amor son historias de fantasmas. El título es magnífico. Está tomado de El rey pálido, creo. Equivocadamente o no, estoy convencido de que aquí el término fantasma hay que entenderlo en su significado originario griego. Imágenes, reflejos, apariencias. Imágenes capaces de colonizar mentes. Quererte es intentar atrapar con las manos el aire, canta Nacho Vegas en Dry Martini S.A. Es intentar atrapar el fantasma, lo que resulta imposible, claro, porque la imagen no está ahí afuera y, en cualquier caso, no es un cuerpo. Entonces, la conclusión de Nacho Vegas se impone casi deductivamente: quererte es como obrar un milagro. Es decir, imposible. Desde luego, esto no significa que todos los amores sean imposibles. No todos los amores, necesariamente, son melancólicas historias de fantasmas. Pero las historias de amor que merece la pena contar lo son. Al fin y al cabo, la literatura y el arte se nutren de la desgracia. Tal vez, quién sabe, para redimirla. O, sin ir tan lejos, para seguir respirando en medio de la desolación y la muerte, como dice Jose Luis Pardo. Incluso en los relatos aparentemente felices, una sombra ominosa planea por encima de las páginas, aun cuando se remita a ella, precisamente, por no comparecer, por estar ausente.

Por poner un ejemplo de obra narrativa grandiosa: ¿no es acaso Centauros del desierto, en el fondo, una historia de amor fantasmal, o una historia fantasmal de amor? Al principio, una puerta se abre, como una promesa. La luz inunda la escena. Al final de la película, vemos a Ethan, que se queda fuera de la casa, agarrándose el codo con una mano, solo con sus fantasmas. Y la puerta se cierra, como la caída de un telón. Oscuridad. Fin de la historia.

Podríamos decir que todas las historias de amor (que merece la pena contar) son historias de fantasmas.

Otra posibilidad hermenéutica, más fiel a la frase, sería considerar que no hay, ni puede haber, un acceso al otro no mediado simbólicamente. Todas las historias de amor son historias de fantasmas porque todas construyen intersubjetivamente una fantasía que no es simplemente irreal sino algo más complejo y vacilante. Si eliminamos el tufillo lacaniano de la jerga, la mediación simbólica y demás, esta opción es seguramente la más correcta. Las máscaras, las personas, no ocultan una subjetividad sustantiva que sería la real. Al quitar todas las máscaras, lo único que hay es la nada, porque las personas son sus máscaras. Lo demás es un delirio de pensadores encerrados en sus habitaciones, calentándose las manos en viejas estufas. Descartes y el delirio partogenético de la razón. A la modernidad de Descartes hay que oponer la modernidad de don Quijote. El caballero de la triste figura declara que sabe quién es, pero a continuación enumera una lista de personajes imaginarios con los que se identifica. Frente al monolito identitario cartesiano, pues, la multiplicidad quijotesca. Todo su ser no es otra cosa que lenguaje, texto, hojas impresas, historia ya transcrita (Foucault, Las palabras y las cosas).

¿Y qué es Dulcinea sino un fantasma?

Ahora tendríamos que preguntarnos por qué D.T. Max elige esa frase como título de la biografía de DFW. Que DFW es ahora un fantasma, uno que se ha desvanecido en impalpabilidad a través de la muerte, a través de la ausencia, como diría Stephen Dedalus, lo sabemos de sobra. El hombre de carne y hueso que sostenía el lápiz se ahorcó. Por cierto, el hecho de que la frase aquí el autor siga teniendo significado una vez que ha desaparecido el autor le da la razón a Derrida, pero ese es otro tema. Supongo que será necesario leer el libro para averiguar el motivo de titular así una obra sobre la vida de DFW. Una suposición bastante razonable, teniendo en cuenta la enorme improbabilidad de aprender cosas por ciencia infusa.

Antes de leer la biografía de DFW hay que tener en cuenta la opinión del mismo DFW sobre las biografías literarias. Desconfiar de todos los biógrafos es una precaución genérica que doy por supuesta. En primer lugar, presentan una paradoja desafortunada. Cualquiera que se interesa por la vida de un escritor es porque admira a ese escritor y, sin embargo, en las biografías, suele dar la impresión de que ese tipo no podría haber escrito las obras que admiramos. Pienso ahora en el retrato malévolo que le dedicó Javier Marías a Joyce en su Vidas de escritores, libro que, aún así, me gustó bastante. Pienso también en El orden del discurso, de Foucault. Desde el siglo XVII, la función del autor, en el discurso literario, no ha hecho sino reforzarse. Al autor se le pide que revele el sentido oculto de un texto, que lo articule, con su vida personal y con sus experiencias vividas. Y aquí surge el problema, que indica un defecto de base de la empresa misma de escribir biografías literarias: constituyen, la mayoría de las veces, modalidades de crítica psicológica. Es decir, son lecturas bastante irritantes y claramente reduccionistas de las obras literarias. En su Teoría estética, Adorno señalaba que la obra de arte queda descualificada al ser presentada como tábula rasa de las proyecciones subjetivas. Y que todo artista auténtico está poseído por sus procedimientos técnicos. Es cierto, sin embargo, que la conciencia de DFW irrumpía en sus textos en muchas ocasiones, y que seguramente hay un montón de proyecciones subjetivas en su obra, pero aún así sigue siendo vergonzoso y ruin elevar la vida anímica normal a criterio, tal como dice Adorno -estoy parafraseando, más bien-, y erigir la imagen distorsionada del artista como la de un neurótico al que se tolera.

Yendo más allá que el propio DFW, para quien las narraciones de Kafka tienen sentido únicamente como proyecciones de la psique de Kafka, yo diría que no, que tampoco en el caso de Kafka. Tienen sentido como proyecciones de la psique de Kafka, de acuerdo, pero no únicamente. Un solo ejemplo: el memorial que K. cree que es preciso redactar para defenderse, en El proceso, supone indudablemente un trabajo casi infinito. Hay que rememorar, describir y examinar desde todos los puntos de vista toda la vida, hasta las acciones y los sucesos más insignificantes. ¿No hay aquí todo tipo de significaciones, no estrictamente psicológicas, sino también simbólicas, literarias o filosóficas, incluso teológicas? Por no hablar de la importancia que tienen los matices, los que aparentemente son insignificantes. Ese casi que convierte al trabajo de redactar el memorial no en una empresa imposible, como lo sería de ser infinita sin más, sino en casi imposible. Examínese la función que cumplen en la escritura de Kafka las conjunciones, los adverbios y las preposiciones. Y que le den por el culo al padre de Kafka (obviamente me estoy viniendo arriba en mi alegato a favor de una crítica formalista que deje a un lado los factores subjetivos).

Otra razón de que escudriñar la vida de un escritor no nos revele la clave hermenéutica suprema de su obra, es sencillamente que lo creado se independiza del creador. En palabras de Deleuze: la sensaciones, afectos y perceptos son seres que valen por sí mismos y exceden cualquier vivencia. No quiere decir esto que no haya ninguna relación entre vida y obra, pero dicha relación dista mucho de ser clara y unívoca.

En definitiva, que los perfiles del fantasma de Wallace seguirán siendo borrosos, ya se escriban una o diez o cien o mil biografías.

No obstante -y ahora voy a argumentar un poco en mi contra- que la vida de un escritor no sea la única clave de su escritura no quiere decir que no sea una clave posible de lectura, entre otras, ni quiere decir que las biografías literarias no puedan ser interesantes en sí mismas. DFW no consideraba su vida muy interesante. Soy alguien que básicamente pasa la mayor parte del tiempo en una biblioteca, dijo en alguna ocasión. Hay biógrafos muy buenos que son capaces de trascender el cotilleo y la mala fe y dar cuenta de las relaciones entre la vida y el pensamiento de un autor. Las biografías de Heidegger y de Schopenhauer que escribió Safranski son muy buenas las dos. De momento no tengo ni idea de cómo será la de D.T. Max.

PD: Ganas tremendas de leerla, por supuesto.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Máscara

Desde este rostro, máscara de nadie.
José Ángel Valente

Nadie me ha conocido realmente tras esa máscara de la similitud, e incluso nadie supo que llevaba una máscara, porque nadie sabía que este mundo es de seres enmascarados. Nadie ha imaginado nunca que a mi lado había siempre alguien más, que a fin de cuentas era yo. Siempre se me creyó idéntico a mí mismo.
Bernardo Soares, El libro del desasosiego 

No soy NADA: esta parodia de la afirmación es la última palabra de la subjetividad soberana, liberada del imperio que quiso -o debió de- darse sobre las cosas... pues sé que en el fondo soy esta existencia subjetiva y sin contenido.
Georges Bataille, La soberanía 

Cada cual presiente que tras el teatro de sus atributos se esconde una potencia pura; una potencia que supuestamente todos hemos ignorado.
Tiqqun, Teoría del Bloom 

domingo, 1 de septiembre de 2013

Orgullo comunista

¡Exprópiese!
Nos reprocháis, pues, el querer abolir una forma de propiedad que no puede existir sino a condición de que la inmensa mayoría de la población sea privada de propiedad. En una palabra, nos acusáis de querer abolir vuestra propiedad. Efectivamente, eso es lo que queremos.
Marx y Engels, Manifiesto del partido comunista 

PD: Nada de acuerdo con los análisis geopolíticos de Pablo Iglesias, sin embargo. Solidaridad con el pueblo sirio. Esto ya es otra cosa.

Nada de acuerdo con la paranoia izquierdista, ni con su ahora voy, hago chas y... ¡Magia, todo se ha solucionado como por encantamiento! O, al menos, eso es lo único que soy capaz de deducir de la posición de Izquierda Anticapitalista que, o me la explican muy despacio, o consiste en no hacer nada y que desde abajo (¿abracadabra?) se solucione todo. Tampoco he logrado enterarme de en qué consiste, exactamente, apoyar a una Siria libre y democrática, sin injerencias de ningún tipo. ¿Rezamos? Pero, de rezar, si somos creyentes, estaríamos pidiendo una injerencia divina (muy dudosa). Lo que la izquierda no puede hacer es atribuirse poderes divinos, tales como conjugar contrarios (no a esto y no a lo contrario) ni parapetarse en una inmaculada atalaya de pureza moral fruto de no tomar ninguna decisión.

Pero todo esto es un jaleo monumental y mi opinión no debe ser tenida muy en cuenta. Desde luego, pienso que la posición de algunos izquierdistas, según los cuales ni siquiera hubo un levantamiento contra la dictadura porque no había dictadura y Bachar el Asad siempre ha sido un buen anti-imperialista, y todo es producto de la CIA e Israel, es un delirio aberrante, aderezado con los habituales ramalazos antisemitas tan aplaudidos por estos lares (Israel es el mal, los regímenes teocráticos el colmo de la libertad, claro que sí).

Citaré, para finalizar, un conocido pasaje de Weber, que no aclara mucho la cuestión, pero que usamos aquí a modo de visión hipergeneral de la política.
El mundo está regido por los demonios y que quien se meta en política, es decir, quien accede a utilizar como medios el poder y la violencia, ha sellado un pacto con el diablo, de tal modo que ya no es cierto que en su actividad lo bueno produzca lo bueno y lo malo el mal, sino que frecuentemente sucede lo contrario. Quien no vea esto es un niño, políticamente hablando.
Max Weber, La política como vocación