martes, 30 de abril de 2013

Fruncir el ceño y encogerse de hombros, expresiones con referentes verdaderos y reales

Leo por ahí que al escribir, hoy en día, tienes que dejar claro que has leído lo suficiente como para cuestionar que las personas realmente frunzan los ceños o se encojan de hombros. Me parece raro cuestionar algo así. Yo creo que me pasé seis años en el Instituto (por qué estuve seis años en lugar de cuatro es otra historia) frunciendo el ceño o encogiéndome de hombros. Los fruncimientos de ceño solían producirse en las clases de Matemáticas. El profesor hablaba su idioma marciano y dibujaba extraños símbolos en la pizarra*. Fruncimiento de ceño al canto. Los encogimientos de hombros tenían que ver con el empeño de los profesores en que hiciera la letra más grande o les comprase una lupa. Me encogía de hombros para darles a entender que aumentar el tamaño de mi letra era algo que prácticamente rozaba lo imposible y que era inútil que mandasen a luchar sus naves contra los elementos. Mi letra y yo somos así, queridos profesores.

*Una pequeña demostración de que el nivel del nocturno era realmente mucho más bajo que el del diurno, no solo un rumor: durante mi sexto y al fin último año de Instituto, en el que fui al nocturno, saqué sobresalientes en matemáticas, saqué dieces a cascoporro, pero en la prueba de selectividad solo saqué un cero y medio, y el medio punto fue porque llegué a ver la mitad de un ejercicio del chico que se sentaba a mi lado.

Sin rumbo (ficciones desapegadas y aburridas que supuestamente reflejan el desapego y aburrimiento contemporáneos, captan el geist epocal, por así decir, aunque también podrían estar simplemente duplicando el desapego y el aburrimiento)

Caminó sin rumbo hacia el fondo de la tienda
Tao Lin

Si va hacia el fondo de la tienda, ¿no es ese el rumbo, el fondo de la tienda?

Estilo Tao Lin:

Bajó las escaleras y se dirigió hacia el perchero. Vivía en una casa de dos plantas, por eso tenía que bajar las escaleras. Descolgó su abrigo, se lo puso y abrió la puerta. Afuera llovía y se dirigió sin rumbo hacia la casa de su amiga Ana, que estaba a dos manzanas de su casa. Tuiteó que estaba lloviendo. Durante el camino, encendió un cigarro y lo fumó. También tuiteó sobre eso. Cuando el cigarro se terminó, tiró la colilla en un charco. Miró un rato la colilla en el charco. Antes de llegar a su destino, una mujer muy atractiva -que seguramente caminaba sin rumbo hacia algún lugar muy concreto- se cruzó en su camino. Se quedó unos segundos mirándola, pero esta vez no tuiteó nada. Luego la mujer atractiva despareció de su vista. Miró su iPhone y siguió su camino. Indicó que le gustaban varias cosas en Facebook. Consultó Google Maps. Envió catorce emails. Comentó doce vídeos de youtube. Había idiotas en Internet que no tenían razón. Al llegar a casa de Ana, llamó al timbre. La puerta se abrió y aparecieron la cara y el cuerpo de Ana. Ana estaba vestida con un pantalón vaquero y una camiseta de Steve Jobs. El Steve Jobs de la camiseta de Ana tenía una aureola de santo, posiblemente con intención irónica o algo. Ana le dijo que pasara. Él pasó. Dejó su abrigo mojado en el perchero de la casa de Ana. Se dirigió sin rumbo hacia el sofá de la casa de Ana. Se sentó en el sofá de la casa de Ana. Se quitó los zapatos y los dejó tirados en el suelo del salón de la casa de Ana. Ana trajo un par de cervezas. Tuiteó: Ana ha traído un par de cervezas. Abrieron las cervezas y se las bebieron. Luego tiraron las latas vacías en la basura. A punto estuvo de tuitearlo. Al marcharse, Ana le dijo que sacara la basura. Antes de marcharse, envió otro email. También miró su iPhone, actualizó su muro de Facebook, y se quedó un rato con los cascos puestos en iTunes. También pensó en escribir un relato monótono y minimalista en el que diría que no tenía nada que decir. Antes de escribirlo, abriría un documento de Word y luego ya sí que se pondría a escribir en el documento de Word recién abierto su relato. Minimizaría de vez en cuando el documento de Word con su relato y navegaría por Internet, escribiría millones de emails y tuitearía que estaba escribiendo un relato y todo eso.

lunes, 29 de abril de 2013

Caja de cerillas vacía

Hay una caja de cerillas vacía sobre el escritorio, desde hace meses. Tal vez desde hace años, décadas, siglos. Tal vez desde siempre. Tal vez la caja de cerillas estaba ahí antes de que tú nacieras y ahí seguirá después de tu muerte. Quién sabe. Tres Estrellas, fósforos de madera. Te sobrevivirá una caja de cerillas vacía, es casi seguro. La caja de cerillas, con la característica y obstinada mudez de los objetos inanimados, resistirá los embates de la entropía, permanecerá ajena al discurrir del tiempo, eterno e inquebrantable signo de lo misterioso, minúsculo y humilde pórtico de entrada al incorruptible eón de los dioses.

También cabe la posibilidad, no obstante, de que simplemente estés desvariando porque no tienes nada mejor que hacer.

Conversaciones con fans de DFW

-Dime la verdad, ¿a que La broma infinita es un coñazo?
-Te agradecería que te apartaras de mi vista y que no volvieras a dirigirme la palabra nunca más.

jueves, 25 de abril de 2013

Morrisey - Everyday is like sunday



Sadsongsland. También en primavera.

Ella dice: a él le gustaba esa especie de música ensoñadora y onírica que tenía un ritmo como de cosas largas meciéndose. Ella es Madame Psicosis*, extrañamente poderosa y fascinante. Muy pocos de sus devotos oyentes duermen bien por la noche.

*Joelle van Dyne aka Madame Psicosis**, personaje de La broma infinita, tanto de la novela como de la película letalmente adictiva de la que se habla en la novela y que también se titula La broma infinita. Ella es la CMBDTLT, la Chica Más Bonita De Todos Los Tiempos, casi grotescamente encantadora. Infunde un profundo miedo filogénico a la belleza transhumana

**Madame Psicosis es también el sobrenombre del cacareado y misterioso compuesto DMZ, el cual, según una monografía que ha leído Michael Pemulis, se resume diciendo que hay que imaginarse un ácido que se ha tomado otro ácido.

viernes, 19 de abril de 2013

Contra Harold Bloom (por decir algo)

Decía Antonio Orejudo en una conferencia que nunca había vuelto a leer con tanta pasión como cuando leía los libros de los cinco. A mí me pasa exactamente lo mismo. Si de mí dependiera, en el canon de la literatura occidental Enid Blyton estaría por encima de Shakespeare.

jueves, 18 de abril de 2013

Glee y la rebelión de los simulacros: elogio de la superficialidad y de la intrascendencia pop en tanto que afectos positivos en sentido spinozista



Prometo volver pronto a la cordura. Es que encima ni siquiera he visto nunca Glee, solo vídeos por youtube.

Posmodernismo audiovisual: intertextualidad paródica y dialogismo deconstructivo



Sabrán disculpar el terrorismo verbal del título (Dios no ama a los pedantes, pero a los resentidos les odia, y con los irónicos, como no podía ser de otra manera, es ambivalente, a veces les ama y otras les odia).

No sería osado decir que ya en la coreografía original de Beyonce había un elemento que deconstruía los roles de género y que aquí lo que se hace es explicitarlo.

Prosigamos nuestra labor (sea cual sea). En Community, la serie de Abed, amo y señor y genio supremo de la intertextualidad y de la metatextualidad, un auténtico vórtice de autoconsciencia y erudición pop, se burlan de Glee.



Ahora, el final de Regional Holiday Music, que pongo más que nada porque mola, con el impagable Merry Chang-mas




Es curiosa la reivindicación de la idea de originalidad, porque si en algo no se basa Community, es en la originalidad, sino en la parodia (y en una inabarcable red de referencias), y las parodias, en cierta medida, son parasitarias de lo parodiado, lo que sucede es que cuando una serie lo hace de forma tan brillante entra por la puerta grande en el Olimpo del humor y se convierte en un hito televisivo.

Sigamos Glee. Concretamente, con una escena que tiene un montón de implicaciones (rebuscadas). Tomando como base un videoclip de Lady Gaga (que por cierto hace referencias a Michael Jackson y a Tarantino), puede verse que la música sirve, en cuanto referente compartido, para crear vínculos comunitarios y romper el solipsismo del sujeto que estaba aislado con sus cascos. Hasta que llega la autoridad y acaba con la jouissance de forma imperativa.



También podríamos hablar del paso de la música diegética (aunque en realidad no la escuchamos, solo escuchamos a la chica de los cascos cantar, por lo que, en rigor, tal vez debiéramos hablar de voz diegética) a la música extradiegética (aunque, en rigor, la música sí forma parte del desarrollo de la escena, de lo que se narra, así que no sé, a lo mejor el uso que hace Glee de la música desborda esta categorización, o yo me estoy haciendo un lío) con que se celebra la apertura al otro, salvando así el abismo de la alteridad, pero creo que por hoy ya se me ha ido la olla bastante.

Al hilo de esto (más o menos, y obviamente rompiendo la promesa implícita que de cumplirse hubiera ya terminado con el post) podríamos aludir a La escoba del sistema, novela en la que un veinteañero David Foster Wallace introduce enrevesadísimas bromas filosóficas. En el capítulo seis, Norman Bombardini pide nueve filetes porque está planeando crecer hasta un tamaño infinito y acabar así con la alteridad. Si la alteridad es lo Otro en el Yo, un Yo infinito acabaría con lo Otro. En este mismo capítulo hay otra broma en relación con Wittgenstein, cuando el camarero argumenta que no puede hacer lo que le pide porque servir nueve menús simultáneos está más allá del ámbito de su experiencia. Lo que está haciendo David Foster Wallace viene a ser lo que él mismo interpretará como la base de lo gracioso en Kafka: una especie de literalización radical de verdades que solemos tratar en forma de metáforas. También al hilo de esto (y ya me callo) decía Deleuze que el humor siempre es literal y (lo siento, pero también viene al hilo) ahí está el trío cómico de medio aspies formado por el gran Abed, el solo gracioso en las dos primeras temporadas de The Big Bang Theory Sheldon Cooper y Moss de The IT crowd para demostrarlo.

PD: Próximamente, en sus mejores pantallas, un análisis de Plane Jane: una chica del montón, de la MTV, considerado como un cruce entre el cuento del patito feo y la Celestina.

PD2: Si se me permite un ultimísimo apunte sobre el humor kafkiano, diría que se basa también en una especie de exclusión de la causa final, en un mundo donde los motivos de las acciones no están claros, si es que los hay. Josef K. no sabe por qué le están procesando. Es un humor peculiar, desde luego. Otra cosa graciosa en Kafka es que, por ejemplo, Josef K se inventa que tiene una cita a las nueve de la mañana, aunque nadie le ha citado a esa hora, y luego resultará que, en efecto, la hora de la cita era exactamente las nueve.  

Primavera




Haciendo gala de una monstruosa pedantería, desde este blog damos la bienvenida a la primavera con un fragmento de la coreografía de Angelin Preljocaj, si bien preferimos la de Pina Bausch, pero esa ya la hemos puesto en otras ocasiones.

Y, aún más pedantería, no podemos olvidar el famoso verso de Eliot:
Abril es el mes más cruel
Y, aún más, una canción de Nacho Vegas en la que se hace referencia al verso de Eliot


Moscas


Oh, Melville, tenías que recorrer los mares para instalar al fin esa gran ballena blanca sobre tu escritorio de Pittsfield, Massachusetts, sin darte cuenta de que el mal revoloteaba desde mucho antes alrededor de tu helado de fresa en las calurosas tardes de tu niñez
Augusto Monterroso, Las moscas

martes, 16 de abril de 2013

Borradores

Pues eso, que tenían un montón de borradores ahí guardados, condenados al ostracismo, y ahora ven la luz todos juntos y revueltos.


El Apocalipsis

Antes, Audrey Hepburn o Ava Gardern o Lauren Bacall eran estrellas. Ahora tenemos a Lena Dunham. La conclusión es evidente: el Apocalipsis está muy cerca. Y si no lo está, debería estarlo.


Encuentros literarios

-Todos los párrafos del cuento están crípticamente conectados entre sí formando un conjunto, pero pueden leerse en cualquier orden. De hecho, los escribí en un determinado orden y a continuación los imprimí, los mezclé al azar y los volví a escribir en ese orden dictado por el azar.
-¿Y por qué has hecho eso?
-Me pareció guay. Aun así el resultado es demasiado claro. Quiero decir, me gustaría ser capaz de que a un lector de Ruíz Zafón le diera un síncope leyendo mi cuento e, incluso, de que me odiara. Lo considero un imperativo del honor literario. Que un lector de Zafón me odiara me haría feliz.
-...
-Si las criadas tracias no se ríen de tu obra, algo has hecho mal.


Western

Es indudablemente cierto que, como dice David Foster Wallace, los deportistas se expresan emitiendo una sarta permutatoria de tópicos muertos, pero no estoy muy seguro de que la culpa sea suya, porque, al fin y al cabo, los periodistas suelen hacerles preguntas que incluyen de antemano la respuesta, de tal forma que el deportista en cuestión no parece tener otra salida que asentir y lanzar la consabida y socorrida ristra de tópicos muertos para salir del paso. Habría que ser, además de un deportista, un orador consumado y especialmente habilidoso para poder sortear con éxito las respuestas banales a las que casi inevitablemente les conducen los periodistas. Yo diría que, en sentido estricto, las preguntas de los periodistas deportivos ni siquiera son preguntas. El partido bien, ¿no? Ante algo así, ¿qué se puede responder? Un lacónico sí bastaría. Por mi parte, animo a todos los deportistas a responder estrictamente a lo que se les pregunta sin añadir comentarios de ningún tipo y a soportar el incómodo silencio que se produciría mirando fijamente a los periodistas, como si estuviesen protagonizado el duelo final de una película de Sergio Leone


Procastinadores, uníos

Si uno lo piensa bien, el chiste procastinadores, uníos... pero mañana, es trágico y característico de una época histórica agotada e inane donde al parecer lo único que podemos esperar es una infinidad de inversiones irónicas del pasado reciente. El chiste es trágico porque es básicamente cierto: ya no quedan trabajadores, solo procastinadores, los proletarios ya no van a unirse, el reinado de terror neoliberal no tiene oposición, esta se posterga indefinidamente o se contenta con apelaciones fútiles a los buenos sentimientos o se se cree ilusamente que una buena gestión es la solución de la crisis.


Hombres menguantes en pueblos miserables

Unos roces inquietos sobre el cristal le hicieron salir de su ensimismamiento: sí, granizaba sobre las desoladas, abandonadas, solitarias y feas calles de su miserable pueblo. Granizaba sobre los tejados con goteras y sobre las chapas rayadas de los coches, que flanqueaban la calle como dos filas de viejos tristes que esperan, sentados, a que pase la tarde. Granizaba sobre un mundo descompuesto y aburrido, al que había que dar un pequeño empujón para ayudarle a que cayera definitivamente, a que se hundiera de una buena vez y para siempre, a que se borrara como se borra un dibujo en la arena gracias a las olas o se desvanece un mal sueño con la llegada de la luz del día. Los periódicos tenían razón: el mundo se había ido al carajo, pero este lugar siempre había sido un lugar del carajo, un lugar feo hasta decir basta, absurdo como pocos, y feo, rematadamente feo. Granizaba sin fuerza ya, lo que le entristeció sobremanera: así no se iba a llevar a cabo la anhelada destrucción de su pueblo; este seguiría en pie, absurdamente, impertérrito, el muy cabrón. La granizada fue perdiendo fuerza hasta convertirse en un tímida, pausada, mansa lluvia, como si hubiera sucumbido al desánimo y cayera con una resignación vagamente estoica no exenta, quizás, de cierto orgullo. Se dijo, por decirse algo, más que nada, que acaso su deber fuera permanecer en pie, como un centinela de lo imposible. Esto del centinela de lo imposible le sonaba bien, aunque no significaba, en el fondo, nada, o menos que nada. Estaba cansado, irritable, acomodado en un silencio hosco e impenetrable, rodeado por una marejada de pensamientos ridículos. Pensó en aquel poeta cuya vida fue haciéndose insoportable por culpa de su irremediable tendencia a dejarlo todo para otro día, a postergar la acción indefinidamente, a desplazarlo todo eternamente, para una mañana que, claro está, nunca llegaba. Pensó en la pereza, la cual, como se ha dicho, es la mayor de las pasiones. Pensó en la tiranía de la felicidad, en ese imperativo tiránico por excelencia, auténtico pathos capitalista y compulsivo. Sabía que era un viejo cascarrabias, que siempre lo había sido y que seguiría siéndolo. Un viejo cascarrabias perdido en un mundo tan carente de teología y geometría que, la verdad, a estas alturas, giraba por girar. Contempló la salida del sol, irradiando serenidad al deslizarse sobre el pavimento mojado, y aspiró el olor de la lluvia reciente. Pensó que no sería descabellado que él también se hubiera metido en una especie de espiral invertida y estuviera siendo gradualmente absorbido por ella, lo cual no le importaba demasiado: sentía empequeñecerse, menguar.


Diarios. Marzo

10 de marzo

Me he visto de refilón en el espejo, luego me he metido la camiseta por dentro del pantalón vaquero y me ha parecido que quedaba bien, lo cual demuestra fehacientemente el declive imparable de mi mente: me estoy volviendo loco.

11 de marzo

He hecho unas fotografías artísticas, una serie entera sobre cielos grises y lluvia y árboles a contraluz. No tengo ni idea de fotografía. Me ha dado tanta risa estar al lado de la ventana como un idiota que se cree un artista que he tenido que tirarme al suelo. Casi se me desencaja la mandíbula y ahora me duele la barriga. Las fotos han quedado muy bien, en mi humilde opinión.

12 de marzo

No he salido de la cama. ¿Para qué?

13 de marzo

Leyendo todo el santo día, con la esperanza de que el mundo desapareciera. No lo ha hecho, el muy cabrón. Este mundo necesita un poco de teología y otro poco de geometría. No sé a dónde vamos a ir a parar. Tampoco importa mucho.

14 de marzo

Tremendo aburrimiento. No obstante, he preferido aburrirme a hacer cualquier otra cosa. Hacer cualquier otra cosa hubiese sido un suplicio. Tengo alma de viejo cascarrabias. Entre el aburrimiento y el horror, elijo el aburrimiento. Lo que pasa es que, al final, al convertir el aburrimiento en una opción de mi naturaleza singular, me lo he pasado moderadamente bien. He recortado cuadros de Van Gogh de un libro y los he pegado en la pared. Cipreses y estrellas. Un buen día.

15 de marzo

Música depresiva más literatura depresiva igual a felicidad. Esta extraña ecuación no tiene demasiado sentido lógico, pero a mí me funciona. Paso del mundo. Me he detenido un segundo a reflexionar sobre el asunto de si voy a seguir siendo un adolescente nihilista toda mi vida. He pensado que si me dejan sí, pero no me dejarán, los muy cabrones. Me da igual, de todas formas.

16 de marzo

Más fotografías. Solo me interesa la luz. Esto de que solo me interesa luz no es cierto, pero me ha quedado bordado.

17 de marzo

Todo lo que leo me parece de pésimo gusto y no retiene mi atención más de media hora. He pensado en abrir la ventana y declamar poemas al viento, pero inmediatamente he caído en la cuenta de que no me gusta declamar poemas, ni al viento ni a nadie. El viento es un poema. Esto es cursi, pero qué más da.

18 de marzo

Envejecer es un asco, se lo mire por donde se lo mire. Igual que este mundo. Nunca me pongo nostálgico, sin embargo, porque la nostalgia es directamente lo que soy. Quiero decir que no cambio de estado, no me pongo de ninguna forma. No, esto es mentira. Confesar lo que uno es equivale a mentir, lo dijo Kafka y por tanto es una verdad absoluta e indiscutible. Lo que dice Kafka va a misa.

19 de marzo

Café, cigarros y libros son los tres componentes del paraíso. A veces hay que leer con rabia, no obstante; con una rabia serena. Y huir, siempre huir, y mientras se huye agarrar un arma.

20 de marzo

Perra vida.

21 de marzo

Incapaz de prestar atención a los grandes autores. Todo el santo día leyendo relatos de ciencia-ficción escritos por aficionados. No se puede escribir peor. Me lo he pasado muy bien.

22 de marzo

No poder beber tanto como esos grandes escritores: qué falta de entusiasmo incluso para la autodestrucción, qué deprimente pequeñoburgués. Qué nostalgia de los hermosos tiempos de la autodestrucción. Bastante desganado, ahora.

23 de marzo

Leer a Hegel sería un buen entrenamiento, pero no sé para qué. El espíritu es dolor. Que se joda el espíritu. Que se joda Hegel. Pero, lo admito, prefiero a Hegel que a todas esas ideología new age. El espíritu es la negación y verdad de la naturaleza: totalmente de acuerdo. El puto Hegel.

24 de marzo

Salgo de la cama, pero obligado por misteriosas fuerzas y con dolor de cabeza. Nadie más espiritualmente apto que yo para consumar el nihilismo de una buena vez. La apoteosis de la inacción, el héroe catatónico en su máxima pureza y esplendor.

25 de marzo

La gente que está de acuerdo con el mundo, ¿para qué escribe? Me aburren. Dejad de escribir.

26 de marzo

La moral es la debilidad del cerebro, dijo Rimbaud. Una de las innumerables causas de que este mundo sea como es, una de las principales, es que existan los sermones morales. Hay que entender: ética no igual a moral.

27 de marzo

Una buena dosis de crueldad parece ser un ingrediente esencial de todo escritor, pero no hay que pasarse. Cuestión de medida, naturalmente.

28 de marzo

No se aprende nada de la experiencia, si acaso lo que habría que hacer es extraer algo de la experiencia, el acontecimiento que sobrevuela los estados de cosas, dicho de forma retorcida y poco comprensible; y algunas experiencias habría que borrarlas por completo.

29 de marzo

Agitado sin causa exterior alguna. Un pájaro surca el nuboso atardecer.

30 de marzo

Nada que comunicar. Igual que Kafka. Nada de nada. Literalmente.

31 de marzo

Escribí un relato. Lo reescribí cinco veces. Luego lo borré y empecé de nuevo. De sintaxis bien, pero no pasaba nada. Algo así como un dios ausente planeaba sobre mi cabeza, poco más.

32 de marzo

Un día absurdo, evidentemente.

33 de marzo

Marzo no se acaba nunca, al parecer

34 de marzo

Siguen pasando cosas extrañas.

35 de marzo

Me he dado cuenta de que los días han dejado de existir, lo cual me hace feliz.

36 de marzo

Qué placidez tan inesperada.


Él

Él mira por la ventana: la lluvia de primavera, suave como un susurro apenas audible, delicada y triste, cae en forma de largos hilos continuos.


Entrevistas con escritores que se están volviendo locos poco a poco

-Hay una suerte de arquitectura referencial que espero sinceramente que no sea preciso conocer para entender el relato. Básicamente mi cerebro funciona vampirizando lo que leo y veo en lugar de produciendo ideas propias. Así que esta es la lista: los cipreses remiten a Van Gogh; la cerca cuyo diámetro es tan grande que podría ser una línea remite a Nicolás de Cusa; lo de no comprender el significado de las palabras remite, por supuesto, a Wittgenstein, ya que se supone que en una escenario postapocalíptico en el que ya no queda forma de vida alguna, no quedaría, en consecuencia, significado alguno; la hierba remite a una frase de Deleuze según la cual el cerebro es más bien una hierba que un árbol; el cerco, que es la línea de Nicolás de Cusa, remite a Eugenio Trías, en particular a Los límites del mundo, que a su vez tiene que ver con la famosa frase de Wittgenstein según la cual un sujeto no forma parte del mundo sino que es el límite del mundo; el final, cuando se descubre que los dos lados son el mismo, remite, por una parte, a Kafka y, por otra, a la banda de Moebius; el polvo que brilla al atardecer está escrito inspirado en Faulkner, concretamente en un relato titulado Ninfolepsia; los párrafos son en realidad unidades casi independientes y creo que podrían ordenarse de cualquier forma, lo cual tiene que ver con los principios de heterogeneidad y conexión característicos de una estructura rizomática y la razón de por qué es así creo que no es meramente formal sino que se debe a que, debido al contenido del relato, no hay tiempo, lo cual implica, creo, que no existe posibilidad alguna de narrar; los dioses que nos han abandonado son, de algún modo, una referencia a Heidegger; las tres viejas están inspiradas en las parcas, claro, aunque no son las parcas; la casa está inspirada, no en William Gaddis, sino en la portada de un libro de Gaddis, Gótico Carpintero, que no he leído aún; la luz y la oscuridad no pueden ser otra cosa que maniqueísmo, claro, o si lo prefieres, un tema bíblico; la descripción del nacimiento de un río y la desembocadura en el mar es una alegoría tal vez demasiado obvia de la vida y, claro, una referencia a Manrique; las estrellas que se alejan son una referencia a un texto de Agamben en el que habla sobre qué significa ser contemporáneo... Aunque la verdad es que el relato me parece fallido en muchos sentidos.


Él

Él también había entrado en una especie de espiral invertida que iba engulléndole muy despacio.


Escribir, borrar, vuelta a empezar

Al fin salió el sol y ahí están los árboles de flores rosas y los juncos doblándose y la hierba agitándose como en una película de esas lentas en las que la lentitud querría ser sinónimo de trascendencia. Eso por cuanto se refiere al exterior. Adentro una nube de humo y libros tirados de cualquier manera sobre la cama. Más adentro una insoslayable sensación de vértigo. Sin motivo alguno, que se sepa. Sigo sin saber cómo se llaman esos árboles de flores rosas. Los hay por todas partes. Están en un montón de ciudades, eso seguro. Sigo escribiendo y borrando todo lo que escribo. Un ejercicio desesperante. Mejor sería aceptar que voy a cometer un montón de errores sintácticos y a repetir demasiado ciertas palabras y seguir adelante a pesar de todo.


Ganas de leer a...

George R. R. Martin y a Stephen King. Estoy un pelín cansado de la mierda metaliteraria de los superintelectuales y de sus interminables desbarres sobre la muerte de la novela y demás embrollos en los que se meten esos infatigables buscadores de esencias... ¡Por el amor de Dios!, todo el siglo XX hablando sobre la muerte de la novela, y el XXI empieza igual. Tal vez de forma abrupta, yo despacho el tema así (atención, sufridos lectores, les advierto de que ahora...


Espectros

Toda la tarde los árboles de flores rosadas han estado saludando, con lágrimas en los ojos, a los oscuros nubarrones que pasaban por encima de ellos, pero esos espectros indiferentes y solemnes no se han enterado y se han largado sin decir nada.


Telebasura, adicción a.

Durante el intermedio de una repetición de Tú sí que vales en el que se anunciaba Splash, después de haber visto El intermedio y a ratos una entrevista a Luis del Olmo en el programa ese raro del tío de la barba de diferente color al del pelo, CuéntameSmallville, esta última comentando que muy probablemente era la mejor serie de la historia, de haber echado de menos a Buffy, otra probablemente mejor serie de la historia, y antes de ver Días de cine y de más tarde quedarnos viendo pasmados varias horas Astro TV, cuyo presentador nos pareció éticamente intolerable y epistemológicamente subnormal...
-Joder, ¿no estamos viendo demasiada televisión?
-Hostias -expresión corporal y tono de voz que reflejan claramente el hecho de haber experimentado una profunda y súbita epifanía-, últimamente estamos viendo CANTIDADES INDECENTES de televisión, incluyendo todo tipo de telebasura...


Pájaros de mentira

De noche, leyendo a la luz de un flexo que emite un zumbido como de animal agonizante un libro sobre un autista capaz de ver el futuro, he tenido una súbita, fulgurante, urgente y desesperada revelación que, por suerte o por desgracia, ya he olvidado. En mis sueños, frases sin significado se sucedían con una cadencia desquiciada y me he despertado y he ido a por un vaso de agua y he tratado de calmarme, sin demasiado éxito. He bebido dos vasos de agua y he vuelto a la cama. Ya no he podido dormir más, pero he permanecido en la cama durante varias horas, con los ojos abiertos en la oscuridad. Al escuchar el canto artificial de los pájaros, me he levantado. La cabeza me dolía, casi me desmayo un par de veces. El café me ha espabilado. Aún no me acostumbro a estar en Marte. El café de aquí es asqueroso. El polvo rojo se te mete en los ojos, hay que tener cuidado con las tormentas de arena.


Entrevistas con fans de Malick

-Si a la gente no le gusta Malick es porque vivimos en una época de un cinismo desolador, y porque a la gente le gusta ver películas con una estructura idéntica una y otra vez, una y otra vez, y no se cansan nunca. La misma maldita estructura. Malick ha alcanzado cotas de un lirismo desgarrador. Como Proust, y también como Joyce y Faulkner en algunos momentos. Claro, también están los intelectuales. Para ellos es demasiado lírico, supongo.


Diálogos, o no.

Hey
-...
-Oye
-...
-Atiende, alelao.
-Dime
-¿Qué lees?
-Una especie de copia del relato La niña del pelo raro 
-¿Está bien?
-No sé, me parece que podría haberlo escrito yo; es decir, que me parece malo. Un fan de Wallace nunca le llegará a la altura de los talones a Wallace, y esto incluye a todos los fans de Wallace.
-Tendrías que salir un poco
-¿Para?
-¿Vivir?
-En cuanto a eso, que lo hagan nuestros criados por nosotros.
-Uno, no tenemos criados. Dos, deja de repetir esa cita, solo te hace gracia a ti.
-Es objetivamente graciosa.
-Que no
-Vale, zanjemos de una vez la cuestión: leer forma parte de vivir, así que cuando estoy leyendo también estoy viviendo. Quítale a una cebolla todas sus capas y no obtendrás la cebolla en sí, la esencia de la cebolla, te quedarás sin nada.
-¿A qué viene eso? ¿Por qué siempre pones el mismo maldito ejemplo de la cebolla?
-Porque demuestra que la esencia de una cosa no es algo distinto de todas las relaciones y potencialidades de esa cosa.
-...
-Dicho de otra forma, para mí es un problema semántico. Cuando dices vivir, no sé a qué te refieres. Respiro, estoy vivo. Supongo que lo dices añadiéndole connotaciones morales que, francamente, exceden mi capacidad de comprensión. No soporto las abstracciones.
-Joder, no conozco a nadie que hable con más abstracciones que tú.
-Pues te equivocas, no soporto los términos abstractos. No los entiendo. Soy despiadadamente literal. La cebolla es la vida. Una de las capas de la cebolla es la lectura.
-Eso no es literal
-Vale, cierto. Soy despiadadamente analógico
-Y terriblemente pedante.
-No creas, los hay peores. Aspirantes a escritores. Menuda raza.
-Gracias a Dios, no los conozco.
-Estoy de acuerdo. Pocas cosas hay en el universo tan patéticas como el oficio de escribir. Lo raro es que haya escritores cuerdos, en realidad.
-¿Podemos hablar de otra cosa?
-Piensa, por ejemplo, en Philip K. Dick. Un puto genio, eso no lo duda nadie. Pero, en fin, creía que vivía dos vidas paralelas, una de ellas como romano del siglo I después de Cristo y la otra supongo que como un autor de ciencia-ficción. Dick es el mejor de la ciencia-ficción, no hay duda. A Bolaño le gustaba Dick, como debe de ser.
-...
-No sé si era Coleridge, pero en fin, quien fuera, un poeta de todos modos, arruinó su vida porque lo dejaba todo para otro día. Ni respondía cartas ni nada. Se arruinó. No hacía nada.
-¿Por qué?
-Pues seguramente porque muy bien de la cabeza no estaba. Son poetas, mueren en la nieve, en las aceras, se vuelven locos, esas cosas.
-Tú es que los mitificas.
-Que mitificar ni no mitificar, te digo que es patético.


Ensayo sobre la ignorancia

Soy abumadoramente consciente de mi ignorancia y de mi malsana manía por querer saberlo todo y de que ambas cosas se retroalimentan en un círculo obsesivo que llega a provocarme insomnio, dijo S. El deseo de querer saberlo todo se ve frustrado una y otra vez, por la sencilla razón de que es imposible. La frustración incrementa la conciencia de la ignorancia. No me refiero a la ignorancia socrática, ni a la docta ignorancia, me refiero a la imposibilidad de abarcar todos los libros, películas, etc, que uno quisiera leer y ver.


Contra Heinlein

Lo que es ridículo no es la definición del valor de Marx, sino lo que cree Heinlein que es la definición del valor de Marx. Dice Heinlein, probablemente fingiendo que es idiota, o cuando estaba borracho, o bajo los efectos de una amplia variedad de drogas, que por mucho esfuerzo y trabajo que uno ponga, no conseguirá convertir una tarta de barro en una tarta de manzana, y eso viene a demostrar, según él (y solo según), que la definición marxista del valor es ridícula. Por mi parte, por mucho esfuerzo y trabajo que ponga, no consigo encontrarle el más mínimo sentido a la monumental chorrada que dice este tipo, tal vez uno de los mejores autores de ciencia-ficción, puede ser, pero sin duda, en cuanto filósofo, una nulidad total. Las mercancías se reducen, EN CUANTO VALORES DE CAMBIO, NO, EVIDENTÍSIMAMENTE, EN CUANTO TALES MERCANCÍAS, a algo común, y este algo común no puede ser, como dice Felipe Martínez Marzoa, algo corpóreo, que serían propiedades de valor de uso que, precisamente, son negadas por el valor de cambio... En fin, les ahorro el coñazo, pero Heinlein no tiene ni repajolera idea de lo que dice.


Telecinco como apoteosis estomagante de estrategias retóricas posmodernas

En calidad de consumidor de dosis indecentes de telebasura he de decir que Telecinco exagera las típicas estrategias retóricas de incluir el comentario de la obra como parte de la obra, hasta el punto de que el comentario es lo único que importa. Esto claramente es así en Tú sí que vales, programa que gira casi exclusivamente alrededor de a ver qué dice Risto Mejide. Que el jurado carezca por completo de criterio supongo que es un rasgo esencial en la mecánica del programa, el rasgo que le dota de cierto suspense. Un grupo de música espantoso compuesto por veinteañeros pijos que deberían estar en régimen de aislamiento de repente, por obra y gracia de un jurado de sordos, puede convertirse en algo fresco, dinámico, etc. Las categorías estéticas que usa el jurado merecen un estudio aparte, pero es evidente que se basan siempre en la imprecisión y la ambigüedad. El imperativo podría formularse de la siguiente manera: habla siempre de tal manera que aquello que digas pueda aplicarse prácticamente a cualquier cosa. También sería interesante analizar la posición que adopta Risto, que suele ser la de un moralista muy severo, aunque totalmente incoherente. De hecho, ejemplifica bien ese rasgo terrible del poder: capacidad de influir sobre la conducta del otro e irracionalismo. Realmente, dentro del programa, Risto está en una posición de poder. Esta posición no es tan autoritaria, en sentido clásico, como pudiera parecer, es aún peor. Casi nunca se limita a decir a un concursante: no vales y punto, yo tengo el poder, círculo rojo. Es muchísimo más perverso, en el sentido posmoderno ya analizado por Zizek. Trata de que el concursante esté de acuerdo con él, con sus razonamientos, de manera que el concursante haga suya e interiorice la culpa de su fracaso. Risto viene a decir: no soy yo, por ser aquí la autoridad, quien te echa, sino que eres tú mismo. Merche es también un elemento de gran perversidad, disfrazada de ingenuidad, grititos irritantes en medio de las actuaciones y sonrisas comprensivas. Merche directamente no hace su trabajo y pregunta a los concursantes cómo deben de ser juzgados. De nuevo estamos ante la terrible maldición de la hipocresía posmoderna y una sorprendente inversión de los roles: el concursante debe autoevaluarse, lo cual, en el fondo, es una ilusión: el concursante puede elegir, con la condición de que elija lo que debe. Merche no asume nunca la responsabilidad que le corresponde. O pregunta al propio concursante, o se apoya en el público en busca de consenso, o repite lo que han dicho Risto o Corbacho, de forma que ella también desplaza la responsabilidad de su decisión a otros. Mientras que Risto directamente culpabiliza al concursante, Merche, más ingenua, acaso aún más perversa, convierte la culpa en algo flotante. Corbacho suele actuar como contrapunto de Risto, su función está determinada en gran medida por la posición que ocupa en la lógica del programa. Normalmente es un poli bueno. En definitiva, lo que hace Tú sí que vales es espectacularizar no las actuaciones, sino el juicio sobre las mismas, el comentario, la disputa. Lo que tendría que ser un suplemento se ha convertido en la atracción principal.

Treinta años

Treinta años. ¿De ahí las canas? No, las canas ya estaban ahí, las canas siempre han estado ahí. Aunque tampoco hay que pasarse: no siempre han estado ahí, claro. Surgieron, aparecieron, brotaron en algún momento del tiempo. Hace ya tiempo. No sé cuándo. Ahí están, ahora. Antes también estaban. Aquí están, digamos, como siempre. Aunque cuando digo como siempre no quiero decir como siempre. Algo querré decir, pero no sé qué. A saber. Cualquier cosa. Treinta años, pues. Despertar, tras un sueño intranquilo, y tomar café. Un buen día para mirarse al espejo. ¿Qué ha hecho el tiempo con mi rostro? ¿Lo ha tratado bien o mal? No es fácil saberlo. El rostro está ahí y ya está. Eso es todo lo que puede saberse y todo lo que puede decirse. El simple e implacable hecho de que está ahí. Mirándote mirarle. Ese que eres tú. O tú que eres ese, lo mismo da. Tú que debieras saber que el solipsismo especular es propio de adolescentes cuya identidad está aún por definirse ahí estás, sin embargo, delante del espejo. Aunque no es verdad. Estás ahí, delante de la pantalla del ordenador. No te ves, esa es la verdad. Estás ahí escribiendo esto. Ahí es donde estás, ahora. Estás ahí, o aquí, sometiendo a tus lectores a esta prosa machacona y repetitiva. El día de tu cumpleaños. Ahí, fuera del texto, estás tú, o aquí, fuera del texto, y dentro está esta apoteosis del ensimismamiento. Más afuera, el espacio azul sin fin y los pájaros fugaces que lo atraviesan. Como siempre. Eso sí. Aunque eso del dentro y del afuera plantea complicaciones físicas y metafísicas. Eso creo. No es que importe eso ahora, claro, ni que quiera decir algo al decir eso. Tampoco importará luego, o no tiene por qué importar, no necesariamente. Ni importaba antes, si nos ponemos así. Dejémoslo aquí, antes de que se me vaya de las manos. Líneas de razonamiento que no conducen a ninguna parte. Pasa a veces. No siempre, pero a veces sí. Recomencemos. Treinta años. ¿De ahí las canas? Creo que ya hemos dicho que no. ¿Vamos a reflexionar sobre qué hemos hecho a lo largo de estos treinta años? Ni de coña. ¿Por qué? Eso es para los pobres de espíritu. ¿Por qué decimos esto? Porque no somos una conciencia rumiante. Nosotros, ni idea del porqué del plural, creemos que hay acontecimientos del pasado a los que estamos fijados como por el resplandor de una mirada y que no pertenecen a la temporalidad de Cronos sino a la de Aión. Esto nos suena jodida y hermosamente deleuziano. Esos acontecimientos nos sobrevuelan, por decirlo de alguna manera, porque de alguna manera hay que decir las cosas, y no de una única manera, impuesta por la terrible policía de lo claro y distinto. Que se joda la policía de lo claro y lo distinto. Dichos acontecimientos no son una carga sino ligeros como pájaros o cometas. Fragmentos de azar que alzan el vuelo cuando la voluntad los afirma, de manera que se transforman en viento o en una llovizna de estrellas. Nada de rumiar, pues.

lunes, 15 de abril de 2013

Aberraciones y crueldadeds

Y ahora, unos enlaces que demuestran que la crueldad en el arte y las narraciones bizarras son un hilo que recorre toda la historia de la civilización y no una perversa manía de la sociedad contemporánea.

Un poco de mitología griega, siempre interesante y no poco demencial. Sexo aberrante y familias disfuncionales en la mitología griega.

Y otro poco de teoría estética de la buena. La crueldad de lo real

Escribir rarito

Mi tocayo y querido archienemigo insiste una y otra vez en un razonamiento capcioso según el cual los que escriben rarito no saben de lo que hablan. El problema, por un lado, es que Sergio Parra da por supuesto que el concepto de claridad es unívoco y, por otro lado, no se da cuenta de que hay contenidos cuya exposición requieren una forma que dista de su moral de la claridad a cualquier precio, porque pagar ese precio implicaría la disolución del contenido.

Pero claridad no designa una característica universalmente válida de los textos, ni puede hablarse de ella sin hacer referencia al receptor del texto. La claridad depende de la comprensión. Decimos que algo está claro cuando ya lo comprendemos, y la comprensión, a su vez, depende del grado de familiaridad que tengamos con aquello de que habla un texto y con la forma en que lo hace. Sería tedioso y seguramente inútil discutir sobre quién alcanza un mayor grado de claridad expositiva, si los filósofos continentales o los analíticos. La cuestión, si la planteamos en estos términos, está mal planteada. Ni siquiera está claro que ambos lados usen el mismo concepto de claridad. De todos modos, parece bastante razonable suponer que el concepto de claridad no solo designa una característica objetiva de un texto sino que, además, alude a su recepción. Y también parece bastante razonable suponer que lo que para mí es oscuro no tiene necesariamente que ser oscuro para todo el mundo, que no siempre el problema radica en las deficiencias del texto y que también pudiera ser que las deficiencias sean mías.

Respecto a la formas intrincada, rudas y feas de exponer determinadas cuestiones, hay temas que, sintiéndolo mucho, las precisan. Como dice Heidegger en la introducción de El ser y el tiempo, veáse el Parménides de Platón o el capítulo cuarto del libro séptimo de la Metafísica de Aristóteles, y se verá lo que de inaudito en materia de fórmulas pedían los griegos a sus filósofos. Donde las fuerzas son esencialmente menores, y encima el dominio del ser que se trata de abrir es mucho más difícil ontológicamente que el que tenían ante sí los griegos, ha de ser mayor la complicación de los conceptos y la dureza de la expresión (Heidegger). Lógicamente, si en lugar de un investigación se tratase meramente de exponer ideas ya trilladas en un libro de divulgación las posibilidades de lograr belleza y claridad expositivas aumentarían considerablemente. También Eugenio Trías advierte en el preludio de Los límites del mundo: Que sepa el lector que este texto está vallado, pues lo que en él se dice no puede simplificarse. Si se simplificase, añadimos, entonces ya no se estaría diciendo lo mismo. No se puede, y no por veleidad ni por pedantería, sino por la naturaleza misma de lo expuesto. Además, ante empeños como el de Eugenio Trías, en un panorama cultural como el nuestro, no excesivamente proclive a las meditaciones metafísicas, no cabe más que aplaudir y tratar de aprender lo que buenamente se pueda, en lugar de colocarse con indisimulable soberbia por encima de estos empeños, arguyendo falazmente que la ciencia sí ha emprendido la senda de la claridad y las humanidades debieran seguir su ejemplo, lo que constituye una simplificación tremenda en la que no se tiene en cuenta el objeto propio de cada disciplina ni la complejidad de sus relaciones. La filosofía no es ciencia, y no va a serlo; lo cual, por supuesto, no excluye que deba ser rigurosa y sistemática, como lo es, por mucho que les pese a algunos, la filosofía de Deleuze.

PD: Podrían aducirse casos de claridad patente, sin rastros de ambigüedad o subjetivismo. Está claro que mezclar rayas con cuadros no debe hacerse nunca. Se trata de un imperativo estético básico, fundamental. Si bien aún en este caso hay que tener en cuenta que su claridad deriva de cierta familiaridad con los códigos culturales de la moda y con las leyes compositivas de las percepción. Supongamos, al modo de las introducciones a algunos libros de antropología o de la ciencia ficción, que un ser extraterrestre llegase a nuestro planeta. ¿Estaría igualmente claro para dicho ser que mezclar cuadros con rayas constituye un atentado contra la estética y el buen gusto? Tal vez no.

PD2 (escrita de forma rarita): También habría que tener en cuenta que la voluntad de encerrar el sentido presupone una determinada concepción metafísica acerca del sentido mismo, según la cual éste puede eludir su diseminación y esencial apertura. Tales presupuestos ignoran olímpicamente a Nietzsche y buscan al dios resucitado bajo la forma del sentido último y completo.

PD3 (potencialmente irritante y tercamente heideggeriana): Si las categorías se dicen fundamentalmente de objetos, es decir, de entes que no tienen la forma de ser del ser-ahí, ¿acaso podrían convenir al ser-ahí?

PD4 (cristalina, creo): La estrategia de recurrir a la moraleja del cuento del rey desnudo se ha usado tanto que ya resulta simplemente aburrida y, además, la mayoría de las veces sirve como coartada para la pereza intelectual o el desprecio de aquello que se ignora.

PD5 (ajena, razonable): La dificultad del lenguaje -en filosofía- no es signo de calidad ni de perversidad, y a menudo depende del problema que se aborda. (Umberto Eco, Filosofía para todos)

domingo, 14 de abril de 2013

Viva Deleuze, cabrones

Mejor sería que no comentara esto. Me deprime, francamente. Para entender lo que escribe Deleuze hay que hacer un gran esfuerzo, cierto. Parra no lo ha hecho, evidentemente. Entonces, ¿de qué habla? No sé si queda clara mi argumentación. Voy a repetirla, en aras de la claridad expositiva: si Parra no ha entendido a Deleuze, a mí qué narices me importa lo que diga sobre él. Creo que esto lo entiende hasta un niño de diez años, pero repitámoslo de nuevo: si leo algo que no entiendo, lo único que puedo decir es que no lo entiendo. Es decir, no puedo decir nada sobre ese algo, del que nada sé. Digo algo sobre mí: que no lo entiendo. Por ejemplo, yo no entiendo nada de mecánica cuántica. Si leo un libro de física teórica avanzado que presupone unos conocimientos que yo no he adquirido lo más normal es que no entiende nada. Diferencia y repetición, de Deleuze, no es un libro de divulgación, ni un ensayo, es un libro de filosofía, y desde luego te vas a perder si no sabes, por lo menos, algo de Aristóteles, de Kant, de Hegel y de Nietzsche. ¿Hay que hacer un gran esfuerzo? Pues claro.

Pero, siguiendo el razonamiento de Parra, habría que rechazar su propio texto por ininteligibilidad manifiesta. Veamos, yo no entiendo qué quiere decir con que hay que invertir mucha energía cognitiva en entender la literalidad de lo expuesto (si tengo que entender literalmente a un Hegel barbudo se me van a fundir las neuronas y ya no podré emplear energía cognitiva en nada de nada). Para mí esto es muchísimo más oscuro que decir que el ser es unívoco, pero que lo que es difiere y el ser se dice de la diferencia, porque esa tesis tiene un contexto teórico que Deleuze expone y unos referentes claros: Duns Scoto, Spinoza, Nietzsche. La tesis, así formulada difícilmente comprensible, cierto (sin contexto no se entiende nada: si yo ahora me vengo arriba y digo que ser es ser el valor de una variable, pues eso, no me entiendo ni yo... si, con gran sufrimiento por mi parte, me pusiera a estudiar a Quine para explicarlo, tal vez avanzáramos algo), se desarrolla ampliamente en el libro de Deleuze. Otra cosa, perfectamente entendible, es que a la mayoría de los mortales disquisiciones ontológicas de índole tan técnica y abstrusa les aburran mortalmente y pasen de ellas (la vida es breve, no va a estar uno todo el rato escudriñando los avatares de la ciencia del ente en cuanto ente). Pero la frase de Parra no la entiendo. ¿Energía cognitiva es una expresión literal o metafórica? ¿Por qué usa el plural cuando dice que ya no podemos, después del gasto cognitivo, entender en tanta (¿está haciendo una comparación?) profundidad lo expuesto? No puede él. Y no digo que yo pueda, ojo, porque para mí los textos de Deleuze son gloriosamente superficiales e intrascendentes (si se atiende a la literalidad de lo expuesto con superficialintrascendente y no se inventan trasfondos metafísicos, ilusiones de profundidad, se entenderá mejor lo que digo). Ya puestos en plan quisquilloso (la filosofía es una dama impertinentemente litigiosa, que dijo Newton, creo), ¿qué significa esa supuesta profundidad del sentido (o del significado, pero no del significante, que supongo sería el nivel de la literalidad) a la que parece aludir Parra? ¿Platonismo para el pueblo?

De Julia Kristeva, creo que puede leerse perfectamente El lenguaje, ese desconocido. Bueno, no sé si a los niños de diez años les interesará mucho la concepción del lenguaje que tiene Platón en el Cratilo o la concepción del lenguaje que hay en el Génesis, y menos aún cuestiones tales como la lógica de los enunciados. Vamos, yo con diez años estaba leyendo libros de Leo-leo y cosas así.

Y, en fin, que los textos (aunque no sé muy bien a cuáles se refiere) hay que interpretarlos, pues sí, pero no como si fueran textos literarios sino que hay que interpretarlos como lo que son, textos filosóficos. Volviendo a una de las tesis básicas de las que parte Diferencia y Repetición, decir que el ser es unívoco remite inmediatamente a Duns Scoto y el referente polémico obvio es Aristóteles. Además de por Duns Scoto, el desarrollo de la proposición ontológica que expone Deleuze pasa por Spinoza y por Nietzsche. Este es el contexto básico en el que se enmarca la tesis de Deleuze y desde donde hay que interpretarla. Otros referentes polémicos obvios son Platón y Hegel. Si tener claro contra qué y contra quién se dirige Deleuze, y para qué (para hacer una filosofía moderna, por cierto, no posmoderna ni ninguna chorrada semejante), pues seguramente no se entienda nada y además sea un coñazo insufrible, pero eso no es culpa suya (es curioso, dicho sea entre paréntesis, que un tipo tan luminoso, con una filosofía tan alegre y liberadora, tenga un grupo tan nutrido de lectores cuya mezquindad no conoce límites, pero como él mismo diría: qué se le va a hacer).

sábado, 13 de abril de 2013

El escritor escribiendo que escribe

El escritor escribió en su cuaderno de escribir: no leer más libros sobre escritores que escriben sobre la imposibilidad de escribir o que escriben sobre lo que escribirían si escribieran o que escriben que están escribiendo que escriben. Ni un solo maldito patético escritor narcisista más alucinando con la importancia suprema de escribir. Es cansino, tedioso, demencial. Luego escribió: si no puedo estar a la altura de mis escritores preferidos, escribiré sobre sobre la imposibilidad de escribir como ellos. Luego: no, eso no tiene ningún puto sentido, te estás convirtiendo en un lunático de aúpa, que lo sepas. Luego: en este momento son las nueve y nueve minutos de la tarde, hace bastante calor, una suave brisa primaveral entra por la ventana y me roza la piel como los dedos espectrales de una ninfa que hubiera despertado tras un largo y profundo sueño en el interior de un frondoso bosque inventado por la imaginación de un viejo poeta griego inspirado, pero escribir es una tarea ardua porque todo lo que escribo me parece una mierda, una puta mierda, para ser exactos. Y luego: me cago en la puta, esto que acabo de escribir es puta autocompasión.

jueves, 11 de abril de 2013

La CF es una cruel amante

La luna es una cruel amante, de Heinleien, novelita ultraliberal y bastante tonta, creo yo. Parece lo que pudiera haber escrito la Thatcher de haberle gustado la ciencia-ficción.

Oh, Philip K. Dick, en qué galaxia tu nombre ha encallado...

Magma

Por Javier Calvo, aquí. Tremendas ganas de leer Magma, claro.

miércoles, 10 de abril de 2013

Críticas hiperbreves

La diosa perdida, de Simón Hergueta. Lejos de mi intención ser cruel, pero creo que es imposible escribir peor. Una novela malísima. Nunca en mi vida había leído algo tan rematadamente malo.

domingo, 7 de abril de 2013

La gran, inevitable tragedia: Cronos el insaciable devora a todos sus hijos

Debo consignar que estoy totalmente en desacuerdo con el hecho de que vaya a cumplir treinta años dentro de poco y que no me considero mental ni espiritualmente apto para ello.

Uno está tan tranquilo siendo un veinteañero fanático de Salinger y de Nirvana y al momento ¡zas!, ya lleva tres malditas décadas sobre este planeta maldito. No me parece justo, la verdad.

Desde luego, una opción es hacer caso a las palabras del Dr. Mahattan:
No existe el futuro. No existe el pasado. ¿No lo ves? El tiempo es simultáneo, una joya de estructura intrincada que los seres humanos insisten en contemplar solo desde un lado cada vez, cuando el diseño total resulta visible en cada cara. 
Watchmen, Alan Moore

viernes, 5 de abril de 2013

Microensayo sobre la consistencia gelatinosa de la identidad

-¿Qué le pasa? ¿Qué hace ahí parado?
-Está sufriendo alucinaciones de segundo grado.
-¿Y eso qué diablos es?
-Cree que es Philip K. Dick, quien, a su vez, sufre alucinaciones. Alucina con ser un hombre que alucina
-Joder
-Te has perdido el momento en que una luz rosada incide sobre el pez dorado que cuelga del cuello de una chica cristiana que llama a la puerta de la casa de Dick.
-Vaya
-Sí, una suerte de experiencia religiosa psicodélica.
-¿Y si fuésemos nosotros quienes estuviéramos alucinando con que él alucina con ser Philip K. Dick alucinando?
-Sería una alucinación de tercer grado compartida, claro.
-Claro
-Pero sería muy raro.
-...
-...
-Estás gelatinoso y transparente, puedo ver a través de ti.
-Una alucinación autoescópica común.
-Tú eres mi doppelgänger...
-...

miércoles, 3 de abril de 2013

Llueve

Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con infinita paciencia, como toda la vida, llueve sobre la tierra que es del mismo color que el cielo, entre blando verde y blando gris ceniciento, y la raya del monte lleva ya mucho tiempo borrada.
Camilo José Cela, Mazurca para dos muertos

martes, 2 de abril de 2013

Algunas ocurrencias que pasaron por mi mente sin que pudiera evitarlo

Los dioses, clementes o inclementes, quién sabe, de inescrutables designios en cualquier caso, no tuvieron a bien concederme una mente ordenada, capaz de enlazar ideas sistemáticamente, con rigor, precisión y claridad cartesiana, o de cualquier otro tipo, sino una mente abocada a la dispersión, una mente que pulula al azar, cual saltimbanqui inquieto, entre una confusa madeja de fragmentos, ideas, frases, imágenes, sensaciones, que le llegan en oleadas repentinas y fugaces, bancos de escurridizos peces de colores rumbo a las profundidades abisales. No es tan trágico, desde luego, pero que a un fan de Spinoza le hagan esto, que a alguien convencido de que la filosofía es sistemática o no es, que a alguien así, digo, le hagan esta jugarreta los dioses, poseer una mente que se distrae con el vuelo de una mosca y que contempla con deleite su trayectoria, sus requiebros aéreos y sus piruetas zumbadoras, con el peligro de caer en un diletantismo ensimismado que conlleva el hecho de, digámoslo así, no tener puerto intelectual alguno en el que asentarse, no le sienta nada bien. En fin, que este preámbulo lo que viene a decir, si se despeja un poco la quizá espesa retórica que lo adorna y la también quizá retorcida sintaxis que lo sostiene, es que, dejando aparte el tema de la pereza, un mal inherente a mi naturaleza singular, pero también la pasión más fuerte que hay según ese genio tutelar y uno de los principales dioses de nuestro panteón politeísta pagano que es Beckett, entendiendo el término pasión más bien en su acepción etimológica que en su significado usual y, por cierto, curioso, porque a mí no me digas pero, por lógica, pasión debiera designar un padecimiento, no una acción, no van a encontrar, por muy bien que busquen, queridos, bienvenidos, acaso sufridos lectores, ni un atisbo de la tan necesaria como jodidamente difícil de alcanzar sistematicidad a la que venimos aludiendo y enalteciendo a la par que ignorando olímpicamente. Pensamientos deslavazados, deshilachados, despeinados, eso sí.

1. La primera ocurrencia de la que debo dejar constancia es probablemente una flipada solo justificable en casos de insomnio grave o cualesquiera otras alteraciones del sueño o de la conciencia, pero debe quedar bien claro que no es fruto de uno de esos típicos momentos en los que ciertas sustancias ayudan a alcanzar epifanías de chichinabo que obviamente al rato se desvanecen como lágrimas en la lluvia o como humo entre la niebla, lo que prefieran. Bien, yo lo dejo aquí, y luego ya si eso pues juzgan a qué distancia se me ha ido la olla. El anteriormente mentado en este mismo blog capítulo de la mosca de Breaking Bad es algo así como  la versión kafkiana de Moby Dick. Ahí queda eso. Piénsenlo. Dejen que la idea repose en sus cabezas. Ahí tenemos al protagonista, irracionalmente obsesionado con matar a un bicharraco minúsculo, es decir, a la insignificante mosca. La locura de Ahab trasladada a un espacio cerrado, la ballena blanca transformada en una mosca maldita.

2. La segunda no es tan hermeneúticamente osada o disparatada, creo yo. Tiene que ver, una vez más, lo siento, con un desmedido fanatismo por la figura y obra de, por supuesto, David Foster Wallace. La cuestión, en resumidas cuentas, es la siguiente: por un lado tendríamos a los posmodernos juguetones hiperconscientes del carácter ficcional y lúdico de la literatura, despreocupados, en principio, por los planteamientos éticos o existenciales. Que cada cual se las arregle como pueda, nosotros hemos venido aquí a hacer malabares con las palabras y a desquiciar a según quién con las paradojas y la recursividad y a gozar con una estética pura, emancipada de todo lo que huela a sermón. Por otro lado, pues novelistas profundamente preocupados por cuestiones morales, a lo Dostoievski. Entonces, de pronto, aparece un tipo grande, melenudo, superfan de Wittgenstein, que sabe un montón de matemáticas y de tenis y de cualquier cosa, que, ironías de la vida, maneja a su antojo la ironía posmoderna pero no se siente cómodo en ella, y provoca la gran convergencia de estas dos corrientes. La ética es una cuestión central, que gravita por toda la obra de DFW. Javier Calvo, tal vez el ser humano más importante que hay en España por, entre otras cosas, traducir a DFW, dijo, en la presentación en Barcelona de La escoba del sistema, una novela donde una cacatúa parlante llamada Vlad el Empalador se convierte en la estrella de un programa de televisión religioso, entre otros rasgos pynchonescos lúdico-festivos desternillantes, que la ética de DFW le parecía monstruosa. Juan Francisco Ferré creo que escribió, o lo dijo en una entrevista, que la moral de DFW era lo que menos le interesaba de su obra. Realmente no sé muy bien por qué dicen esto, y sé que ellos saben de lo que hablan. Por ejemplo, en El rey pálido, en el impresionante y magistral capítulo 22, se encuentra uno de los momentos que, de alguna forma, resumen, si tal cosa fuera posible tratándose de quien se trata, la moral de DFW, cuando el profesor empieza a hablar sobre el verdadero y no teatral heroísmo y dice algo así como: caballeros, bienvenidos al mundo real: aquí no hay público, nadie para admirarles ni aplaudirles. Un crítico estadounidense dijo que DFW era estéticamente radical, pero metafísicamente conservador, y tal vez tuviera razón. Más allá, o más acá, o al lado o donde sea, del artificio, del juego, está, sencillamente, la verdad, y la verdad, dice DFW, no cambia nunca de melodía.

3. En realidad una coda de la segunda ocurrencia en forma de pregunta retórica: ¿No ha convertido DFW aspectos lógicos formales en tragedias existenciales? Me explico: en El neón de siempre, relato que forma parte de Extinción, conjunto de relatos que a la luz de La escoba del sistema se nos presentan mucho más oscuros y ensimismados, las paradojas no son meramente un juego, no son divertidas, de hecho son casi terroríficas, trampas en las que a lo mejor sería conveniente no meterse. El artificio a lo Barth se ha esfumado, o ha mutado: DFW no sostiene ni el espejo del realismo mimético, ni el espejo distorsionador del callejón del gato, ni el espejo del espejo, DFW sostiene un bisturí.

4. Comentario de la última frase: tal vez se me ha ido un poco la mano, pero me parecía que la frase quedaba bien, con un final tajante que, claro, este comentario acaba de arruinar.

lunes, 1 de abril de 2013

La pena o la nada







No es que pueda vivir, es que quiero. Es que yo quiero. La vieja carne al fin, por vieja que sea. Porque si la memoria existiera fuera de la carne no sería memoria porque no sabría de qué se acuerda y así cuando ella dejó de ser, la mitad de la memoria dejó de ser y si yo dejara de ser todo el recuerdo dejaría de ser. Sí, pensó. Entre la pena y la nada elijo la pena.
William Faulkner, Las palmeras salvajes 

PD: Hacía mucho tiempo que no traía a Nacho Vegas, nuestro poeta norteño de referencia, por aquí, y viene acompañado, con rigor geométrico, por nuestro sureño dipsómano preferido y su torrencial, todopoderosa, alucinada y en no pocas ocasiones enmarañada y mareante prosa, propia de alguien influido a partes iguales por el whisky y la Biblia. Faulkner seguramente cabalgaba al amanecer y desayunaba el centelleante polvo de los caminos, con la mirada fija en un horizonte inalcanzable y eso, quieras que no, marca.