jueves, 27 de febrero de 2014

Unos cuantos borradores en los que abundan majaderías, migajas filosóficas y disparates mesiánicos

Sabemos que hay personas muy serias que siempre comprenden las cosas con profundidad y a derechas. Nos alegramos por ellos, pero no son de los nuestros. Nosotros balbuceamos, tartamudeamos. En ocasiones las palabras, las pobres, se nos resquebrajan entre los dedos, se convierten en un polvo muy fino e informe, caótico. Otras veces se nos atragantan, se convierten en piedras pesadas que oprimen la garganta y no son capaces de levantar el vuelo.

*

Si es cierto que esta mosca que ahora se posa sobre tu nariz es la misma mosca que se posó sobre la nariz de Cleopatra, si esta mosca es todas las moscas, si es la mosca platónica, arquetípica, la mosca paradigmática, la idea en sí de mosca, la mosca inmune al tiempo, a las contingencias y al olvido, entonces esta mosca mesiánica zumbará en el instante pleno del fin, aquel en el que se cumplen los destinos que no se llevaron a cabo.

*

Ni siquiera Dios conocería los futuros contingentes, porque no tienen valor de verdad. 

*

El poder no es algo que se posea. No es un mercancía, no se intercambia. Se conquista, se ejerce. El poder es la guerra. La política es la continuación de la guerra por otros medios.  

*

-¿Qué haces? ¿Lees a las mejores mentes de tu generación?
-No, a las poetas que más se fotografían a sí mismas de mi generación.
-¿Y qué tal?
-Bueno, están posando para la posteridad, según parece. Yo no me preocupo del mañana, igual que Jesús.
-¿Qué tal escriben?
-No tengo ni idea. No he entendido una palabra. Quien tenga oídos que oiga. A lo mejor yo no tengo oídos. Puede que sus palabras sean perlas y yo un puerco. Sea como fuere, no entiendo nada.
-¿Todas tus respuestas van a incluir referencias bíblicas?
-En el mundo tendréis tribulación, pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo.
-No entiendo que un fan de Nietzsche sea también un flipado del Evangelio de San Juan.
-Pues está clarísimo: si Nietzsche luchaba contra el Crucificado, hay que ver a los dos bandos en acción para comprender la pelea.

*

La navaja de Ockham no dice nada sobre la sencillez de las explicaciones: entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem. Dice que no hay que multiplicar los entes sin necesidad. Es un proposición ontológica y, si se quiere, una regla metodológica, pero no una invitación a la pereza intelectual.

*

Citando a Stanley Cavell: si la filosofía es esotérica, no lo es porque unos pocos hombres acaparen su conocimiento, sino porque la mayoría de los hombres se resiste a conocerla. 

miércoles, 26 de febrero de 2014

If you could just see the beauty

Mira, una fina de capa de nieve cubre los tejados, ha salido el sol y cantan los pájaros.
-¿Me hablas a mí, tu especie de implícito heterónimo innominado, o sea tú mismo dirigiéndote a mí, o sea a ti, en segunda persona, o hablas con el lector o cómo va esto?
-Déjate de chorradas y céntrate en lo importante: la nieve, la luz, los sonidos...
-These things I could never describe...

Restos de luz

-Tengo la sensación de ser el representante de mi vacío interior, que es exclusivo y que ni siquiera tiene un tamaño desmesurado...
-¿Exclusivo? Maldito tarado, si estás citando a Kafka
-Bueno, todos somos idénticos en nuestra secreta creencia de que somos diferentes.
-Y ahora estás citando a David Foster Wallace.
-Bueno, apenas tengo algo en común conmigo mismo.
-Kafka otra vez.
-Soy un ser complejo
-David Foster Wallace.
-Lo cierto es que no comprendo nada a derechas.
-Kafka. ¿Cuánto tiempo vamos a pasarnos así?
-Eso es algo sobre lo que no puedo hablar de ninguna manera.
-DFW, supongo.
-Y como cualquier animal totalmente segregado de los seres humanos, muevo una vez más el cuello de un lado a otro y desearía intentar reconquistar a F.
-Kafka, claro. No sé qué pretendes, la verdad.
-Intento de alguna manera ser cándido sin exponerme al ridículo.
-DFW. Este post es una majadería.
-He escrito majaderías, luego existo.
-...
-Flann O'Brien.
-Ni idea.
-Decir que me has abandonado sería injusto, pero es verdad que he sido abandonado, y algunas veces abandonado de un modo terrible.
-Volvemos a los diarios de Kafka. Sabes que no eres la reencarnación de Kafka, ¿verdad? Ni siquiera de un Kafka sin talento.
-En 1911, cuando estábamos actuando en Praga, nadie había oído hablar de Kafka. Pues bien, Kafka vino a los camerinos, y en el mismo momento en que le vi comprendí que me encontraba en presencia de un genio.
-Isaac Bashevis Singer.
-El lector no puede leerte la mente.
-DFW. Me pregunto si tú eres consciente de eso.
-¡Pero qué cantidad de fuerza y de habilidad exige! ¡Y qué tarde es ya!
-Vale, Kafka.
-Empiezo a pensar que mis pensamientos son en parte producto de la creatividad de alguien ajeno a mí.
-DFW de nuevo.
-Cada palabra, retorcida en manos de los espíritus, se convierte en una lanza dirigida contra el que habla. Y muy especialmente, una observación como esta. Y así, hasta el infinito.
-Ok, Kafka. ¿Podemos dejarlo ya?
-Pero incluso un novato sin ayuda de nadie puede darse cuenta enseguida de que una vida conducida, temporalmente o no, como una simple renuncia al valor se convierte en el mejor de los casos en algo atascado y en el peor de los casos en algo vacío: una vida de esperar lo que nunca ha de llegar.
-DFW. En serio, ¿podemos dejar ya lo de las citas profundas, enrevesadas y deprimentes?
-Nada de eso, a través de las palabras llegan restos de luz.
-¿Kafka?
-Sí

PD: Este texto estuvo a punto de engrosar la cada vez más inmensa lista de borradores, pero he decidido que es mejor publicar las majaderías. Total, voy a escribir un montón de majaderías igualmente.

martes, 25 de febrero de 2014

El hombre que fracasaba una y otra vez

La a todas luces perversa y paradójica idea de que si Terry Gilliam finalmente triunfa y consigue rodar de una vez El hombre que mató a Don Quijote en realidad habrá fracasado. Porque lo que hasta ahora ha sido un relato trágico sobre la voluntad de Terry Gilliam, sobre su empecinamiento feroz y obsesión enfermiza, se transformaría por obra y gracia del final feliz en un cuento con moraleja. Y las tragedias siempre son más potentes estéticamente. No hay color entre un final en el que Edipo se arranca los ojos, por ejemplo, y un final en el que se nos informa de que resulta conveniente perseverar en nuestros esfuerzos porque estos darán sus frutos. Lo primero mola mucho más, aunque puede que lo segundo sea cierto y, desde un punto de vista axiológico y pedagógico, preferible.

La huida

Supongo que siempre he sentido la necesidad de huir, independientemente del lugar en el que me encontrase. Se trataba -se trata todavía, a decir verdad, y muy probablemente se tratará en el futuro, porque la huida, como el amor, no se acaba nunca- de una necesidad lacerante pero difusa, de un deseo violento que sacudía mi ser. Una suerte de descarga eléctrica. Algo que me empujaba, pero no sabía adónde. Con el fin de que se hagan una idea aproximada de la situación, les diré que una parte de mí me hablaba al oído, en voz muy baja, y me decía lo siguiente: debemos partir sin demora. La otra parte -digamos que yo estaba escindido en dos mitades, las cuales, por cierto, no eran simétricas; espero poder aclarar más adelante esta cuestión- se quedaba unos segundos en silencio, con gesto contrariado, perplejo, y preguntaba: ¿ahora?

Pero ya era tarde. La sensación de que ya era tarde lo impregnaba todo. El mundo se había acabado. El fin ya había sucedido. Aunque el mundo, una vez concluido, siguiera durando.

Dos almas anidaban en mi pecho, como se suele decir. Creo que esto es bastante común. Más de lo que se cree, aunque no sé si hay alguna manera fiable de saber esto. Estas cosas son confusas, supongo. Bueno, sigamos. No luchaban ferozmente, pero luchaban todo el tiempo, con desapasionada resignación ante la inevitable falta de conclusión en que solían terminar sus disputas. La disputas eran interminables, de todas formas. Se abandonaban, más bien. Simplemente, cuando las dos mitades estaban exhaustas, el diálogo -llamémoslo así de momento- languidecía poco a poco hasta que al final moría y el silencio restablecía la calma. Aunque esa calma que emergía con el silencio fuese un espejismo y ocultase un temblor o una vibración secreta. Supongo que saben de lo que hablo. ¿No? Puede que yo tampoco. Y aún así.

Huir, partir sin demora. A la voz de ya. Esa era, al parecer, mi divisa. Pero no es que la hubiera elegido. No, no lo había hecho. No había elegido una mierda. Lo más cómodo hubiese sido quedarme en el sitio, no ir a ninguna parte. Aunque bien mirado -o mirado de cualquier forma, lo mismo da- nunca me movía de mi sitio. Naturalmente mi deseo era huir, pero al hecho de moverme no le veía ningún sentido, la verdad sea dicha. Había, sin duda, una tremenda agitación en mi interior, como de árboles azotados por furiosas rachas de viento. Un desvarío. Todo, en resumidas cuentas, y disculpen que me exprese de un modo tan general, pero no por ello menos exacto, estaba fuera de quicio. Aparentemente todo estaba en calma pero nada encajaba.

Todo, nada, nunca, siempre. Uso estas palabras sin parar, pero son palabras raras, si uno lo piensa un poco.

Así que, ya digo, yo estaba escindido, cruelmente escindido, si quieren, aunque en el fondo no era para tanto. Creo que estoy dramatizando en exceso. Pero estaba escindido o algo parecido entre una parte de mí que me insistía o impelía o conminaba a que huyésemos cuanto antes y otra parte de mí adormilada o confusa o perpleja y también quizás un poco asustada que balbuceaba indecisa y preguntaba que si ahora y que por qué y que adónde iríamos.

Y resultaba que ahora era ya tarde y que, aún así, lo mejor era partir de inmediato. Cuanto más tiempo pasemos aquí tanto peor para nosotros. Porque, además, nos persiguen. No creas que estamos solos, o puede que estemos solos sin que ese estar solos nuestro signifique en modo alguno no estar siendo perseguidos. Mucho menos significa estar a salvo. Así que rápido, vístete y huyamos de una puta vez. Aunque no haya sitio adonde ir.

Mis dos mitades antagónicas pugnaban inútilmente, pero hay que tener en cuenta que también estoy yo, aquí, hablando de mis dos mitades, de manera que somos, al menos, tres. Supongo que esto está claro. Las matemáticas rara vez mienten. Respecto a la asimetría de mis dos mitades, he de decir, aunque es de suponer que sobre este tema ya se ha escrito y dicho mucho, que otros antes que yo habrán pronunciado doctas y sabias palabras sobre esta cuestión, pues soy consciente de que no existe la página en blanco, ni la tela en blanco, ni la tabla rasa, que es muy posible que no haya nada nuevo bajo el sol, y aún así yo quiero dejar aquí mis palabras, he de decir, digo, que mi parte digamos consciente era por así decir la que escuchaba perpleja las necesidades o deseos de huir que formulaba imperativamente esa otra parte más grande y difusa que estaba, por decirlo de alguna manera, sumida en las sombras.

Digo que esto es así por decirlo de alguna manera, pero no estoy seguro de que sea así. Espero que esto se entienda.

Bueno, pues la parte sumida en las sombras -a riesgo de resultar brutalmente irritante de tanto insistir en ello he de insistir una vez más en que esto es solo una manera de hablar- a veces comenzaba a hablar, pero a medida que iba hablando su voz se aceleraba. Comenzaba hablando a un ritmo más o menos normal, sus palabras tenían sentido, se entendían. Poco a poco, sin embargo, se iba acelerando más y más. Las letras se juntaban en el aire, chocaban entre sí produciendo un chirrido molesto y no había manera de entender nada. Un tumulto monstruoso. Otras veces, por el contrario, sus palabras se ralentizaban hasta un punto que resultaba desesperante. El tiempo que hubiese hecho falta para escuchar la pronunciación de una sola letra en aquellas ocasiones era de unos tres años. Sé que suena raro, pero así era. Y el tiempo necesario para escuchar tres letras no era de quince años sino de cuarenta y ocho años, de tal manera que escuchar una frase completa excedía ya el tiempo de una vida humana.

A fin de cuentas, nuestra huida no acababa nunca porque no empezaba nunca. Mejor dicho, no acaba nunca porque aún no ha empezado. Aunque si alguna vez empezase tampoco acabaría. Creo. Y huir era, a pesar de todo, nuestra tarea. El sentido de nuestra existencia, si me permiten un momento que nos pongamos grandilocuentes.

Se trataba -se trata- de una peculiar encrucijada, creo yo.

lunes, 24 de febrero de 2014

The Magnetic Fields - The death of Ferdinand de Saussure



Esto debería ser un himno derridiano.

PD: El corazón del hombre está chiflado. El hombre no es un animal racional.

sábado, 22 de febrero de 2014

Literatura fantástica

Uno oye a Borges decir que la metafísica es una rama de la literatura fantástica y se entusiasma, sale a la caza de libros de metafísica con el ánimo exaltado, pero luego descubre que trata básicamente sobre unos tipos que llevan más de dos mil años dándoles vueltas al ser y a las categorías y que alguno dice que todavía no se ha planteado bien la pregunta por el ser, no hablemos ya de responderla. ¿Dónde leches están los dragones y los árboles mágicos?

viernes, 21 de febrero de 2014

Trepidante relato de una desaprovechada hora de estudio

A modo de pequeño fresco sensorial. Esta esa una transcripción fidedigna del original manuscrito.

El ruido discontinuo y crujiente que emiten las páginas de un libro de texto al ser pasadas con lo que desde aquí parece un aire de cierta indolencia y despreocupación, aunque pudiera tratarse de hastío o ganas de dejar de estudiar ya y salir a ver el maravilloso mundo de ahí fuera. El balanceo rítmico de una pierna cruzada sobre la otra pierna, debajo de la mesa situada a mi izquierda, al lado de una ventana que da a la oscuridad de la noche, de modo que se ha transformado en un espejo y refleja el interior de la sala de estudio, pero sin impedir que se atisbe algo del exterior: la luz tamizada y lejana de las farolas puede contemplarse perfectamente. Las farolas parecen guardianas, diosas guardianas, impertérritas en medio del frío invernal, inmóviles, siempre en su puesto, como si albergaran un secreto que jamás será revelado, oculto en el corazón de la luz. El frenético teclear de unos dedos ágiles en un ordenador portátil. Los susurros entre la chica que balancea la pierna y su amiga, palabras dichas al oído y que apenas dejan huella en el aire, se disuelven en un caos ininteligible y luego se apagan y dejan de ser palabras. Ruidos de bolígrafos que ruedan por la mesa, rebasan el borde y finalmente se precipitan al vacío y se estrellan contra el suelo. Ruido de cremalleras que se abren y se cierran. Ruido de cremalleras que se cierran y se abren. Risas que se alzan como picos repentinos sobre la línea horizontal de los susurros. O algo así. Los susurros poseen una extraña cualidad hipnótica y mullida. Aunque todo puede ser producto de mi imaginación somnolienta. Ruido de gente que entra y sale. Ruido de gente que sale y entra. Más lejanos, ruidos de saxofón llegan en sordina hasta la sala de estudio. Son ruidos bastante tristes. Suenan lánguidos. Carraspeos de gente probablemente acatarrada. Los carraspeos retumban por toda la sala de una forma que podríamos definir como cavernosa o gutural. Una chica se levanta, se sacude la camiseta y se sienta. Supongo que tenía restos de tabaco de liar. Echo de menos, por un momento, el tabaco. La chica del balanceo pernil y su amiga recogen sus cosas y se van. Más ruido de gente que recoge sus cosas dispuesta a marchar. Son las ocho de la tarde. No se está mal aquí, pero hasta ahora he tenido evidentes problemas de concentración, lo que explica por qué me he dedicado a anotar impresiones sensoriales de los mínimos acontecimientos que sucedían a mi alrededor en lugar de estudiar. Trasciende la barrera del aburrimiento y al otro lado hallarás un mundo carente de límites. Tu indigente ser será recompensado con una plenitud que brillará en cada poro de tu piel. Definitivamente no me concentro y me dedico a lanzarme a mí mismo imperativos delirantes. Casi todo el mundo se ha ido ya. Escribo todo lo deprisa que puedo. Me parece que hay vaho en las ventanas, pero podría tratarse de un reflejo o algo, no sé, no veo bien. Toda visión del mundo es astigmática, en un sentido fundamental. Al otro lado, la magistral sapiencia de lo oscuro. No voy a levantarme para comprobar si es vaho o no lo es. Aunque solo quedamos la chica que está estudiando enfrente de mí, quien por cierto está ahora mismo recogiendo sus cosas para irse, y yo. Se está yendo ahora mismo, justo mientras escribo que se está yendo. La realidad verbal y la realidad extraverbal felizmente conjugadas en un acto único. Suena el ruido de la puerta. Me quedo solo. Suena el ruido del saxofón. Diría que su volumen ha aumentado sensiblemente. En unos minutos cierran. Afuera la temperatura es de cuatro grados. Me fijé en el termómetro de la farmacia antes de entrar.

En la Llanura desolada

Siempre existió el sentimiento de que la muerte habitaba el subsuelo, y no en vano los muertos bajaban a ella, a recogerse en sus brazos una vez que los hacía suyos. Esa idea del espíritu fantasmal alimentaba el miedo de las noches de Celama, de aquellas en que la Llanura alcanzaba la vibración extrema del vacío, porque todos los años había media docena de noches en que la quietud hacía temblar la atmósfera como tiembla la nada cuando se congela. El miedo era una espina mortal que los más viejos sentían en su desamparo, y esa espina les cortaba la respiración generalmente en el límite del sueño y el sobresalto, alguna de esas noches.
Luis Mateo Díez, El espíritu del Páramo 

jueves, 20 de febrero de 2014

Kafkiano

La gente que usa constantemente el adjetivo kafkiano merece ser ejecutada, no sin antes sufrir indecibles tormentos. Esto es indiscutible. Pero luego uno va al banco a pagar unas simples tasas y de repente se ve convertido en Josef K. Como si la culpa te precediera y buscara encarnarse en ti, aunque ignores de qué se te acusa. No se tiene la menor consideración con el público, como dice un ordenanza de El Proceso. Una rechoncha figura de poder habla pero no se le entiende. Desde su ordenador no puede hacer nada. Algo falla. ¿El qué? No lo sabes. ¿Es culpa tuya? No lo es, pero tu inocencia no está, ni mucho menos, clara. Hay datos que no se ven bien, por ejemplo.

miércoles, 19 de febrero de 2014

Nacho Vegas - Canción de palacio # 7 (& simas de insondable terror by Lovecraft)



No recomiendo la lectura de Las ratas de las paredes a quienes, como yo, tengan una EXTREMA FOBIA a las ratas. Si hubiera leído ese relato de pequeño creo que JAMÁS habría vuelto a dormir. Puto Lovecraft, estaba como una cabra.

martes, 18 de febrero de 2014

Extraña quietud

Era como si una extraña quietud, plácida y serena, habitara en el corazón mismo de la angustia, en el centro de esa tormenta implacable que le azotaba desde hacía tanto tiempo y parecía que nunca iba a acabarse. Era como si desde esa extraña quietud le hicieran señales para que avanzara sin temor y sorteara los innumerables peligros que sin duda habrían de salirle al paso. El lugar en el que reinaba aquella calma mágica era, por supuesto, casi inaccesible. Si existía, se hallaba rodeado por altos y gruesos y oscuros muros de piedra milenaria, erigidos como amenazas y que apenas dejaban entrever el dorado interior. Había, no obstante, pequeños vanos por los que se escapaban haces de luz. Por eso se sabía que el interior era dorado. Los rayos de luz que se proyectaban desde el muro eran la prueba fehaciente. Detrás de los muros habría un prado, y la hierba sería rojiza en otoño y aletearía con el viento.

Criaturas locas

Nosotros venimos de la noche y la locura y vivimos zarandeados por un viento insolente que nos empuja hacia un resplandor inefable.

viernes, 14 de febrero de 2014

¿Diálogos? sobre ¿literatura y filosofía?

Los personajes que dialogan son entes de ficción. El autor no se hace responsable de nada de lo que digan...

-Llega un punto en el que la expresión enfermo de literatura deja de ser una metáfora orgullosa y risueña y se transforma en una verdad literal que da miedo y vértigo.
-Es cierto. Yo, por ejemplo, en otra época me hubiese tomado lo de que da miedo y vértigo de manera irónica, distanciada, aunque no exenta de cierto raro entusiasmo. Da miedo y vértigo, adentrémonos pues con valentía. Algo así.
-Fausto es, al fin y al cabo, un mito en el que se expresa claramente la verdad: en el principio era la acción, no el verbo. Y mira Bouvard y Pécuchet, una sátira mordaz sobre la raza libresca. Y...
-Perdona, ¿vas a seguir contradiciéndote haciendo una lista de libros en los que se insta a vivir y no a leer?
-Yo lo que digo es que todas esas páginas ingenuas en las que se hace una permanente apología de la lectura no saben de lo que hablan. La literatura es una enfermedad, como sabía Bolaño. El lenguaje, un virus, como sabía Burroughs.
-Según tú, entonces ¿no hay que leer?
-Con moderación. Lo que pasa es que cuando uno tiene la manía de leer es difícil dejarlo. Además, cuando uno ya ha contraído la enfermedad, dejar de leer ni siquiera es una opción. Lo mejor sería hacer caso a Séneca, por ejemplo, quien desaconsejaba leer muchos libros. O a Nietzsche, quien calificaba, con razón, de vicioso al que nada más levantarse ya estaba sumergiendo sus narices en un libro. Gente enferma, indudablemente. Por lo demás, todo este rollo de la dicotomía entre literatura y vida es algo sobre lo que se ha escrito muchísimo. Es un maldito tópico. Y cualquier lector odia los temas tópicos. No porque no sean ciertos, sino porque ya ha leído sobre ellos veinte mil veces y está harto de ellos.
-Y no olvides que a don Quijote el mucho leer y poco dormir le vuelve loco. Sin embargo, los lectores, esa raza extraña donde las haya, se sienten orgullosos de pertenecer a la estirpe de don Quijote, que es el lector supremo, el lector por antonomasia, el hiperlector, por así decir.
-Es lógico. El Quijote es, sin discusión, la mejor novela jamás escrita. Pero si don Quijote enloquece de tanto leer, recupera la cordura al hablar con Sancho. Eso da que pensar. No sé en qué, pero da que pensar.
-La primacía de la voz, la presencia del sentido, la escritura como derivado, como representación de habla. El advenimiento de la escritura es el advenimiento del juego.
-Uff, no. Hoy no estoy para derridaniadas.
-El advenimiento del juego y de la locura. Eso suena guay.... Pero otra vez nos estamos dejando llevar por la chanza, la ironía, el distanciamiento. Diciendo palabras como si no nos pertenecieran.
-Es que no nos pertenecen. Pero hay una ironía buena, por así decir. No es la chanza por la chanza que criticara el maldito Hegel. El Quijote es una novela irónica. La novela en sí es irónica. Veáse El arte de la novela, de Kundera.
-Es posible.
-Aunque no hay mucha ironía en Dostoievski, por ejemplo. Yo no la veo. Y Dostoievski es, indiscutiblemente, el puto mejor novelista ruso de la historia. Puedes sentir al batiburrillo de las pasiones humanas entrechocando salvajemente en sus páginas.
-No sé por qué te gusta decir tanto indiscutiblemente, sin discusión...
-Mero énfasis retórico, no le demos demasiada importancia. Quiero decir que esas expresiones solo las uso para expresar la intensidad de mi convencimiento. No quiero decir que sean literalmente indiscutibles. Por ejemplo, si voy a hablar de La guerra de las galaxias, diría: indiscutiblemente, exceptuando los dos primeros episodios, una obra a la altura de la Ilíada. Y posiblemente haría referencia a la opinión de Camille Paglia para que me respaldara.
-Total, ¿aceptamos la ironía o no?
-Sí, pero con reparos. El Quijote es una obra amable, digamos. La ironía quijotesca no es una pasión triste, todo lo contrario. Es una ironía que no juzga, no moraliza, no es esa clase horrible de sátira que se complace en despreciar a los seres humanos y en entristecer la vida, dicho con retórica deleuziano-spinozista. En este punto yo creo que hay que atreverse a ser cursis e ingenuos y decir: ¡lean el Quijote y sean felices entre sus venturosas páginas! Y si nos pusiéramos aburridos podríamos confrontar la modernidad de Cervantes con la de Descartes. Ahorrémonos la tal confrontación y digamos, sin más, que hay que optar siempre por Cervantes.
-Algún día vendrán un par de hombres a tu habitación, te despertarán y te exigirán que les devuelvas el título de licenciado en Filosofía.
-Si alguien prefiere a Descartes en lugar de a Cervantes es que su cabeza solo le sirve, si tiene pelo, para peinárselo. Si no, me temo que para nada en absoluto.
-Pero no hay por qué confrontarlos dialécticamente.
-Una lección cervantina, me permito señalar.
-¿Cervantes acaba con la dialéctica? Como sigas diciendo disparates, van a venir esos señores, te lo advierto.
-No hay tales disparates. El terror dialéctico instaurado por Lord Hegel ciertamente tuvo su golpe de gracia con la fulgurante aparición de Deleuze, eso es indiscutible y ahí está Diferencia y repetición, el opus magnum de Deleuze, para demostrarlo. Esto en el sistemático y no poco árido mundo de los conceptos. Pero el universo cervantino ya era afirmativo y plural. Don Quijote no tenía una identidad sustancial, sino una identidad que integraba la diferencia...
-Esto se está poniendo aburridísimo. No sin razón decía Epicteto que los filósofos debían acostumbrarse a ser ridiculizados.
-...regida por la lógica del y... y... y... No olvides que dice: yo sé quién soy, pero a continuación da una serie de nombres. Soy los doce pares de Francia, y... y... etcétera.
-O sea, que no sabe quién es.
-Por supuesto que lo sabe: es una multiplicidad irreductible a lo uno.
-Dicho en idioma deleuziano.
-Digamos que sustituye el conócete a ti mismo por el invéntate a ti mismo. Puro constructivismo, pura modernidad. No como ese tardoescolástico de Descartes y su mierda de subjetividad sustancial. ¿Qué pasa con el maldito ego cartesiano? Vive en un mundo sin tiempo. Y ¿cómo demonios va a haber dos sustancias? Solo hay una, y es infinita, y no se puede totalizar el infinito...
-Siempre acabamos hablando de lo mismo, no sé si te das cuenta tú también...
-Bueno, el terror dialéctico del oscuro Lord Hegel funciona a base de negaciones. Las diferencias se convierte en negaciones. Así, en este universo, un hermeneuta imperial podría decir que don Quijote y Sancho se hallan en una relación de mutua negación que define sus respectivas identidades. Pero esto es falso de toda falsedad. Sus diferencias se componen, se complementan. Claro que sus identidades se definen en base a su relación, pero no hay negación. Y, hablando en general, yo diría que la ironía cervantina no es negativa. No piensa contra los demás. No niega a los otros.
-¿Estás intentando convertir a Cervantes en algo así como un precursor de Deleuze?
-No, no nos pasemos. Eso no tendría mucho sentido. Solo digo que Cervantes es pluralista.
-Vale...
-Por cierto, tendría que hacer algunas matizaciones respecto a la identidad que integra la diferencia. La diferencia es la génesis de la identidad...
-Uff, no, mañana.
-Es que si no podría confundirse con algún tipo de versión hegeliana... Sería como si cuando Luke Skywalker entra a salvar a la princesa Leia vestido de soldado imperial no se quitara la máscara y se le confundiera realmente con un soldado imperial, y Deleuze no es un soldado imperial, por mucho que Zizek pretenda vestirle como tal...
-Mañana, mañana...

jueves, 13 de febrero de 2014

Los jóvenes jaspeados y la escritura trenzada sobre un beatífico vacío acicalado que se palpa y se lame

Los jóvenes escriben intentando demostrar lo bien que escriben y eso queda mal. El aire lame bandejas de plata colmadas de carne, las caras están jaspeadas, los vestidos se portan en lugar de simplemente llevarse y, además, acicalan las calles, las sillas incoan caminos, el espacio se trenza, los labios se sellan como una promesa disociándose en las horas (sic), hay esencias beatíficas, se palpan ausencias materializadas en sillas vacías. En fin. Excesivo.

No obstante, tengo que admitir que yo escribía infinitamente peor cuando tenía diecisiete años. También escribía peor cuando tenía dieciocho años. También cuando tenía diecinueve. Puede que ahora mismo esté escribiendo peor. Quién sabe. En el bachillerato, si he de ser sincero, no sabía el significado de la mayoría de las palabras que usa esta joven poeta. Ahora mismo tampoco estoy muy seguro de qué significa incoar.

Si reviso textos míos antiguos, suelo insultar al pobre diablo que ha escrito semejante bazofia pretenciosa y noto una serie de síntomas físicos bastante desagradables. Ya lo decía Pynchon en el prólogo de Un lento aprendizaje:
Tal vez el lector ya sepa hasta qué punto leer cualquier cosa escrita hace veinte años, incluso cheques cancelados, puede suponer un golpe para el ego de uno. Mi reacción al leer estos relatos fue exclamar "¡Dios mío!", al tiempo que experimentaba síntomas físicos en los que prefiero no insistir. 
Escribía textos pomposos, recargados, abstractos y vagamente líricos. Un horror en toda regla. Aunque tampoco tengo la sensación de haber aprendido a escribir desde que tenía, digamos, veinte años. Pynchon dice que el aprendizaje no se acaba nunca. Vale, pero en algún momento se tendrá que notar, digo yo. Bueno, no importa*.

*Esto no es una declaración de modestia ni de humildad ni de nada que se le parezca. Cuando digo que no creo que yo escriba bien me suelen decir que no sea modesto, que sí que escribo bien. Y cuando me dicen esto lo que pienso es que se me está insultando gravemente -bueno, estoy exagerando un pelín-, que se está cuestionando mi criterio como lector. Mi respuesta tendría que ser algo así: perdona, pero he leído algunos buenos libros y soy consciente de la diferencia abismal que hay entre mi escritura y la de algunos de esos buenos libros.

sábado, 8 de febrero de 2014

Deleuze en el infierno

Aquí se les desea a Deleuze y a Guattari que exista un círculo en el infierno de Dante reservado para ellos. No sé dónde andará Guattari, pero sé perfectamente dónde está Deleuze: danzando y riendo con Nietzsche*. Ambos espíritus ligeros, afirmativos, luminosos.

*Me acabo de dar cuenta de que he dicho con quién está, no dónde.

Simone Weil

Simone Weil. La irregular, trabajadora, filósofa. El título es horroroso (¿la irregular? A mí me suena fatal) pero el documental está bien.

Simone Weil, la mística del vacío.
Estrellas y árboles frutales en flor. La completa permanencia y la extrema fragilidad proporcionan por igual el sentimiento de la eternidad.
Solo por haber escrito esto ya la idolatro totalmente.

PD: Aunque hay cosas bastante cuestionables en la filosofía de Simone Weil, claro; y muchas que no quedan ni un poco claras.

La edad del espíritu

La edad del espíritu, de Eugenio Trías. Recomiendo este libro con fervor y fanático entusiasmo. No es una obra fácil, pero merece la pena. No pierdan demasiado tiempo con blogs y lean a Eugenio Trías, queridos lectores.

jueves, 6 de febrero de 2014

Solo una voz

-Es posible que adelgace más aún... hasta ser una voz... solo una voz... una voz sola... perdida y errante... la plegaria no atendida de Eco... en medio de la lluvia y del frío... del viento... mi voz solo viento... nada más... un cuerpo traslúcido... pura transparencia... una luz tenue... avanzo por la penumbra por ejemplo... por un bosque sereno... se abre un claro y ahí me quedo... ahí habito ahora... para siempre... mi lugar... parar ya y descansar ahí... sereno al fin... mi sistema nervioso al fin en calma... en este mundo... conquistar un poco de calma... me pregunto si eso es posible... tal vez lo sea... para mí no... o sí... no sé... no creo... hasta ahora nunca... de momento... quizá mañana... sería raro... el espíritu hecho luz... un instante... recuerdos o visiones... esos tormentos dulces casi voluptuosos... ah la melancolía... la tarde gris... llueve a través del cristal... quiero decir más allá del cristal... mirar llover... todo el rato... miro la lluvia y en la lluvia veo tus ojos... y en el viento veo tu respiración, si es que esto tiene algún sentido... palabras y más palabras... seducidas por el murmullo lejano en el que quisieran sumergirse... callarse de una vez... descansar... no significar nada... palabras que toquen... quisieran tocar... algo así pero no... no me explico bien.... qué locuras... y esa mirada que es la mirada de mi ángel... a quien no conozco pero he visto... digo que es mi ángel... más locuras... son las palabras... dicen... desvarían... la sonrisa serena de mi ángel... una sonrisa... acariciadora en cuanto solucione un pequeño problema metafísico... el abismo entre el lenguaje y el ser... nada menos... que dicho así... pero alguna forma tiene que haber de solucionarlo... digo yo... esa sonrisa lejana hará acto de presencia... mágicamente... puede que no pero... confío mucho en esas lejanías inalcanzables a las que me refiero... ya sean luces o susurros... algún día... el día final tal vez... al menos... no se sabe... en el fondo no se sabe nada... pero de todas formas las sonrisas no acarician... bueno... digamos entonces que sus manos algún día... vendrán por así decir... a mí... al así llamado yo... al sí mismo que soy... me estoy liando... aunque bien sé que es improbable...

miércoles, 5 de febrero de 2014

El fin y después del fin

Sí, es un mundo acabado, pese a las apariencias, su fin le dio origen, empezó al acabar, ¿me expreso con bastante claridad?
Samuel Beckett, Molloy.

domingo, 2 de febrero de 2014

Una calle

La luz del sol sobre el asfalto mojado. La calle húmeda y vacía. La calle húmeda y vacía y el eco de los recuerdos haciendo temblar el vacío. Sí, el viento soplaba, eso es cierto, pero no había árboles. Era, por lo tanto, infinitamente triste y desolador contemplar aquella escena. Una escena hermosa y no menos terrible, claro. Porque son los árboles quienes responden al viento. El viento, cuando sopla y no hay árboles que le respondan, se pierde en un horrible espacio abstracto. Pero cuando el viento agita los árboles el mundo sonríe y se celebra a sí mismo. No había ningún árbol en aquella calle.