martes, 30 de septiembre de 2014

Un día amarillo



Amarillo, de Félix Romeo.

Este puto libro me ha trastornado como hacía mucho tiempo que ningún maldito libro me trastornaba. Me lo he tenido que leer de un tirón porque no podía parar de leer. Chusé Izuel odiaba el teléfono tanto como yo (el artilugio más hijoputa que inventaron nunca).

No les recomiendo leer este libro, porque este libro es literatura en estado puro, es decir en estado salvaje, y nunca se sale indemne de algo así.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Noticias de la antigüedad ideológica: Marx/Eisenstein/El Capital

Dura casi nueve horas, así que tómenselo con calma; pero no dejen de ver esta GRAN película de Alexander Kluge.

Primera parte.



Segunda parte.



Tercera parte.




Y, a modo de epílogo, pueden leer este artículo de Alan Pauls, El capital filmado por Alexander Kluge.

sábado, 27 de septiembre de 2014

Voces ignotas en la noche

La cruzada de los niños es una novela corta escrita por Marcel Schwob que a mí, particularmente, me produce una fascinación infinita. Ignoro por qué, y ni siquiera trato de averiguarlo. Es difícil explicar por qué nos fascina aquello que nos fascina. A veces también es inútil y engorroso. ¿De dónde viene esa extraña manía de querer explicarlo todo?

La he leído dos veces, casi seguidas, febrilmente entusiasmado ambas, y he anotado en un cuaderno rojo muchas frases (he tenido que contenerme para no acabar haciendo algo tan palmariamente absurdo como copiar otra vez el libro tal cual), de las que extraigo una pequeña muestra:


GOLIARDO

Estoy lleno de adoración por San Juan, porque era un vagabundo y decía palabras incoherentes.

No llegarán a Jerusalén. Pero Jerusalén llegará a ellos.

El fin de todas las cosas santas radica en la alegría.



LEPROSO

Domine infantium, libera me!



INOCENCIO III

Van a nacer sectas ignoradas. Se han visto correr por las ciudades mujeres desnudas que no hablan. Estas mudas impúdicas señalan al cielo.



LOS TRES PEQUEÑUELOS

Voces ignotas nos llamaron en la noche. Llamaban a todos los pequeñuelos. Eran como las voces de los pájaros muertos durante el invierno.

Y al extremo del mar azul está Jerusalén. Y el Señor dejará llegar a su tumba a todos los pequeñuelos. Y las voces ignotas se tornarán alegres en la noche.


KALANDAR

Yo no tengo necesidad de dinero y soy libre como un perro.


ALLYS

Y me interrogaba acerca de estas voces, pero nada podía decirle.



GREGORIO IX

Y encenderán, encima, eternas lámparas donde arderán óleos santos, mostrarán a los viajeros piadosos todos estos huesecillos blancos esparcidos en la noche.

Pensar y sentir

Rogando de antemano a quien me leyere que disculpe mi osadía, me atrevería a decir que sí, Proust tiene indudablemente razón al señalar que pensar y sentir son cosas ambas muy tristes, pero que al bueno de Proust se le olvidó añadir que también son muy hermosas1.

1Discúlpeseme también, si fuese preciso, la cursilería.

viernes, 19 de septiembre de 2014

Arcoíris

Beth Hoeckel
¿Cómo explicar la repugnancia que los colores del arcoíris sienten los unos por los otros?
William T. Vollmann

martes, 16 de septiembre de 2014

La cultura de la queja

Cuando el ánimo de los sesenta contra el elitismo entró en la educación americana, trajo consigo una enorme y cínica tolerancia de la ignorancia del estudiante, racionalizada como una muestra de consideración hacia la “expresión personal” y la “autoestima”. En lugar de “angustiar” a los chicos pidiéndose que leyeran más o pensaran mejor, cosa que podría haber perjudicado sus frágiles personalidades al tomar contacto con las exigencias del nivel universitario, las escuelas optaron por reducirles las lecturas obligatorias, reduciendo automáticamente su dominio del lenguaje. Faltos de experiencia en el análisis lógico, mal preparados para desarrollar y construir argumentos formales sobre los temas, poco habituados a buscar información en los textos, los estudiantes se atrincheraron en la única posición que podían llamar propia: sus SENTIMIENTOS ante las cosas. Cuando los sentimientos y las actitudes son las referencias principales del argumento, atacar cualquier posición es automáticamente un insulto al que la expone, o incluso un ataque a lo que considera sus "derechos”; cada ARGUMENTUM se convierte en AD HOMINEM, acercándose a la condición de hostigamiento, cuando no de violación. “Me siento muy amenazado por su rechazo ante mi opinión sobre [marque una]: el falocentrismo / la diosa madre / el tratado de Viena / el módulo de elasticidad de Young.” Introduzca esta subjetivización del discurso en dos o tres generaciones de estudiantes que se convierten en maestros, con las dioxinas de los sesenta acumulándose cada vez más, y tendrá el trasfondo de nuestra cultura de la queja.

Robert Hughes, La cultura de la queja. 

jueves, 11 de septiembre de 2014

Viático beckettiano


Los ojos consumidos por las injusticias se entretienen abyectos en todo aquello por cuanto han rogado durante mucho tiempo, en el último, el verdadero ruego, el que nada pide. Y es entonces cuando un airecillo acogedor resucita las plegarias muertas y nace un murmullo en el mudo universo, reprochándote afectuosamente haber desesperado demasiado tarde. Como viático no lo hay mejor. Profundicemos más. El aire puro.
Beckett, Malone muere. 

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Sobre la elegía

Aquí. Deleuze, siempre fascinante.

Morrisey - Every day is like Sunday

Conversación con el ángel Iblis

Mientras esperaba a que hirviese el agua para hacer un té oyó un voz que decía: yo soy el ángel Iblis, derramo mis lágrimas sobre el caos informe de todo lo perdido, lloro amargamente por todo aquello que no ha sucedido entre los hombres, mi llanto empapa las oportunidades perdidas, las malas decisiones, la torpeza y la cobardía, la soledad y la tristeza; llora conmigo, tenemos mucho por lo que llorar, amigo mío, pues no habrá redención ni ángeles guardianes; solo quedan ángeles tristes, ángeles como yo, que no paramos de llorar; te he sido encomendado pero sintiéndolo mucho no me veo con fuerzas para protegerte y cuidarte. Mis alas están resquebrajadas, visto con harapos. Si saliésemos los dos juntos a caminar fácilmente podríamos ser confundidos con vagabundos, así de jodidas están las cosas. Tal vez pereciésemos de hambre, de desolación, de aburrimiento. 

Y él dijo: tú eres un ángel extraviado. Te he estado esperando. No sufras ni te preocupes por mí. Sé de sobra que no podemos redimir el pasado. No de momento, al menos. Pero yo sé que la lámpara eterna se alimenta de lágrimas, de las lágrimas derramadas por todo aquello que no ha pasado entre los hombres, por lo olvidado y lo ignorado, y el último día brillará, brillará para siempre. El llanto de los abandonados encenderá la lámpara eterna. No te preocupes, estoy seguro de ello. Alegrémonos un poco. Aunque sea solo un poco. Dios odia a los tristes.

Y el ángel Iblis, el ángel extraviado, continuó: tu fe carece de racionalidad, la lámpara eterna no existe. Debes comprenderlo. Eres un tarado bastante adorable, pero la parte de tarado no te la quita nadie. Sé que la noticia para ti es terrible, casi insoportable. Pero en este casi debes cifrar tus esperanzas de sobrevivir. Debes aprender a confiar en ti mismo, chico. Tu lámpara es solo una fantasía, una imagen con la que soñar, un nombre para repetir en la oscuridad e infundirse ánimos, nada más. No habrá un día final de redención y felicidad perfecta, solo silencio. 

Y él replicó, con el gesto hosco: ni siquiera me gusta ser yo mismo, no hablemos ya de confianza, de confianza en mí. Ser yo mismo es agotador e inútil. Eso es lo que pienso de ser yo mismo. Encárgate tú de que lleguemos a buen puerto. O de que lleguemos a algún puerto. Necesitamos llegar a un puerto, eso está claro. Y nada de malo hay en repetir un nombre o una imagen salvadora. ¿No tienes alas? Bien, arrastrémonos por la tierra entonces. Hay días en los que el cielo está despejado y es agradable caminar mirando el azul que no acaba nunca. Hay días en los que es posible, incluso, sonreír. Arrastrémonos con una sonrisa por esta tierra maldita.

Y el ángel Iblis se quedó callado durante un buen rato, con los ojos anegados de lágrimas. Luego dijo: todas estas palabras se perderán. No quedará nada. Ni tú ni yo. Tampoco los libros, las canciones o las películas quedarán. Ni siquiera los amores juveniles, ni siquiera los primeros besos, ni siquiera las miradas furtivas o las palabras de amor quedarán. Todo será arrasado por el canto fúnebre del Universo. Y yo he venido aquí a llorar por todo eso...

Y él dijo: eres un ángel triste, pero no tienes razón.

sábado, 6 de septiembre de 2014

Cuentos

En mis cuentos, dice, los personajes siempre viven al borde de la locura, la rodean, la acechan, la pretenden y la temen, y siempre acaban por disolverse en extrañas brumas místicas, o caerse en agujeros o en el barro. Los finales son abruptos y absurdos. Un tipo sale a dar un paseo, por ejemplo, porque lleva mucho tiempo, sin motivo alguno, encerrado en su cuarto, enclaustrado como un eremita meditabundo y solitario y triste, y recorre calles y calles, las hojas otoñales cubren las aceras, enormes sauces llorones se agitan con parsimonia a su paso, todo está envuelto en una atmósfera fantasmagórica, nostálgica tal vez, una atmósfera que quisiera ser onírica, aunque tal vez no llegue a tanto. Es más bien una atmósfera donde la realidad y la ficción, la vigilia y el sueño, se vuelven indiscernibles. El tipo se detiene durante un rato en un parque, poco a poco va anocheciendo, cada vez hace más frío, las farolas se encienden y él, de repente, sin mediar explicación, se transforma en un lepidóptero, sus pies se separan del suelo y se siente atraído irremediablemente por la luz de una farola. Va hacia ella volando, medio hipnotizado, totalmente fascinado, y escucha un voz que le dice: ve hacia la luz. No se sabe si muere o qué le pasa. No se sabe qué significa la luz. No se sabe de dónde viene la voz. La frase final es tópica y no está, espera él, exenta de ironía.

En otro de mis cuentos, continúa, un tipo llega tarde a algún lado. Va corriendo. Corre todo lo deprisa que puede. Corre y corre, como un loco. Atraviesa la ciudad. Una mujer desnuda, desde una ventana, trata de infundirle ánimos. Casi se choca contra un farola, trastornado por la visión de la mujer desnuda en la ventana. Finalmente, cuando está a punto de desfallecer, sale de la ciudad y aparentemente es engullido por un agujero sin fondo. Sobre las montañas nevadas resplandece un sol de justicia.

En otro, un tipo y su amigo charlan y pasean por un patio vallado. El patio es enorme, pero apenas hay un poco de hierba verde, el resto es un terreno baldío, desolado. Especulan sobre la posibilidad de que bajo la tierra reseca y polvorienta que se extiende más allá de la valla, una llanura cuyo fin la vista no alcanza, se oculten millares de cadáveres olvidados. El tipo es un lector infatigable de la Biblia y cree firmemente en la existencia de los ángeles y de los fantasmas, que vienen a ser lo mismo, según él, o, al menos, a coincidir en un punto de capital importancia: ambos son sustancias incorpóreas. Lejos de constituir un absurdo metafísico, los ángeles y fantasmas son reales. De alguna manera. Aunque hay que admitir que de una manera muy extraña. Pero eso, dice, no es la cuestión. Eso no tiene ninguna importancia. La claridad, el frío, la nitidez del alba son, según el tipo de mi cuento, signos angelicales o el resplandor de presencias angelicales. Pero cualquiera sabe. Cada dos por tres declama frases que saca de la Biblia o que se inventa o que sueña. En el mundo habrá tribulación, rechinar de dientes y amargura, pero ánimo, yo soy la luz y la danza, quien baile conmigo no perecerá. Frases de ese estilo. Polvo eres, guardián de un Reino que no existe. Mezclas raras, idas de olla. El tipo se pasa la vida así, declamando con voz estentórea y con la mirada extraviada. Cierto día, mientras dan uno de sus paseos, se encuentran con una muchacha desnuda acurrucada al lado de un árbol. La muchacha tirita de frío (está nevando) y no responde a ninguna de sus preguntas. ¿Qué hace ahí? No se sabe. El amigo, al que hasta ahora la narración no había prestado la más mínima atención, trata de comunicarse telepáticamente con ella. Sus intentos, como es natural, fracasan. Pero él insiste. Hay un monólogo interior muy largo y enrevesado en el que se da cuenta de estos intentos fracasados de establecer comunicación telepática. Suena una sirena. A todo volumen. Es la hora de cenar, tal vez. Sea como fuere, deben volver. Son muy estrictos con los horarios. El amigo intenta abrazar a la muchacha, pero atraviesa su luminosa piel incorpórea, se cae y su cara se hunde en  el frío barro. El tipo, mientras corre por el patio para acudir a la llamada, se ríe a carcajadas y le dice que incluso los locos saben que a los ángeles o a los fantasmas no se les puede abrazar.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Vollmann dispara contra la muerte

Words are like bullets that I shoot against death. And I have the feeling that if I shoot enough, I might kill death and we could live forever.

William T. Vollmann