jueves, 25 de mayo de 2017

Él (XIII)

Un relato heideggeriano


Él se tumba en la cama con los tobillos cruzados y percibe el calor de la tarde en cada poro de su piel y escucha a lo lejos voces de niños y cantos de pájaros. Por la ventana no entra la típica y agradable brisa que debería de entrar. Nada se mueve. Piensa en si los momentos de gracia y los momentos de pereza, por así llamarlos, son lo mismo. Momento de receptividad, de pasividad y de asentimiento, de atención. Los dominios de la percepción son mucho más amplios que los de la cognición. Su Objeto de Deseo no es un ser a la mano, ni un ser ante los ojos. Es un fantasma del pasado que puede acabar por secarle el cerebro. Cada vez más idealizado, sublimado, ausente. Se da cuenta perfectamente de que una filósofa feminista le acusaría de misoginia romántica. ¿Acaso no acusaron a Kierkegaard de lo mismo? El calor de la tarde no disminuye. Los coches vienen y van. Lo que estás haciendo es inyectar densidad ontológica a tu Inalcanzable Objeto de Deseo con tu febril y puede que trastornada imaginación en lugar de tratarla como a una igual, como a una subjetividad real y operatoria, un ente mundano. Eso diría —tal vez— la filósofa feminista. Y él no tendría nada que objetar a sus argumentos. Se limitaría a seguir tumbado en la cama con los tobillos cruzados y las manos entrelazadas detrás de la nuca, ensimismado y en silencio*, imaginando con gran placer y melancolía a su Motor Inmóvil, a su fantasma inmaculado y perfecto, rememorando su sonrisa tímida, un destello fugaz de belleza pura y transmundana.

*Mejor dicho, a la escucha del ser (sin lo ente, sin la presencia)

¡Dios no existe! El rollo místico del Señor S.

Él dice:
me desilusionaría mucho
que Dios existiera, que fuera
una presencia en lugar
de un vacío, un inmenso
abismo, la alteridad más radical
y absurda, supremamente incomprensible 
e indecible,
la forma más perfecta
de la locura
o de la nada