miércoles, 30 de marzo de 2016

Metanoia

Después de pasarme casi toda la tarde comiendo palomitas y viendo vídeos en youtube —o sea, haciendo el vago a lo bestia— me he sentido algo culpable por el hecho de ser un paria, un yonqui de Internet, un lumpenproletariat sin oficio ni beneficio —llamadlo equis—, así que a partir de hoy, mañana mismo, sin falta, me propongo firmemente hacer algo productivo. Dejo constancia aquí de mi propósito de enmienda con la vana esperanza de que lo escrito adquiera la fuerza de un mandato ineludible, impostergable, urgente.

PD: Bueno, sí que he hecho algo productivo. He leído un poco a Cynthia Ozick. Metáfora y memoria: ensayos reunidos. Leer a Cynthia Ozick* te reconcilia con la literatura y con la vida, con la inteligencia, con la lucidez, con el poder redentor de las palabras, con la belleza, con el deseo, con todo. Cynthia Ozick** es una pura maravilla. Cuando alguien, con un tono insolente de incredulidad, os pregunte que cómo demonios podéis estar tan zumbados como para creer que la lectura es uno de los mayores placeres que hay en la vida —doy por hecho, mis queridísimos y escasísimos lectores, que compartís tan sagrada creencia—, una de las mejores respuestas es: porque existen escritoras como Cynthia Ozick.

*Aunque en la traducción de Ernesto Montequin en lugar de suspense se habla de suspenso, lo cual me hace rechinar los dientes. Automensaje: dejar de ser tan neurótico, no irritarse por nimiedades.

**Si bien yo estoy irremediablemente envenenado por la cultura pop y no puedo suscribir esa distinción que para Ozick está tan clara entre la la alta cultura y la cultura pop. Los Simpson, El show de Truman, Regreso al futuro, etcétera, etcétera, a mi juicio son alta cultura pop, por así decirlo (sobre esto es mejor que leáis Afterpop, de Eloy Fernández Porta).

jueves, 24 de marzo de 2016

Schubert - Stabat Mater

El habitual caso de los lectores convencionales

Cierto día mi tía me dijo: «tú es que lees cosas raras». Nada más lejos de la verdad, en mi opinión. Me considero un lector extremadamente convencional y obediente al canon. Me gusta lo que a todo el mundo. Por ejemplo, Roberto Bolaño y David Foster Wallace. O sea, los dos escritores más influyentes de los ultimos veinte años.

miércoles, 23 de marzo de 2016

El extraño caso de los lectores (posiblemente) masocas

Mientras leía, con una mueca de dolor, El cartero de Neruda, pensé: «¿Por qué narices no dejo de leer una novela tan abominable y atroz como esta? ¿Acaso soy masoca? ¿Qué será lo siguiente, Pérez-Reverte?».

PD: No, es broma. A Pérez-Reverte, ni en pintura.  

jueves, 17 de marzo de 2016

Gilles Deleuze - C de Cultura



No me acordaba de ese momento maravilloso en el que Deleuze —el inventor, el inocente, el risueño, el fugitivo, que diría Agamben— dice que odia la cultura y que los debates son una marranada (no podría estar más de acuerdo).

miércoles, 16 de marzo de 2016

Eskorbuto - Historia Triste



Ante todo pesimismo punkarra. Esta canción es heideggerianismo en vena —la hora de la muerte es incierta, o algo así, dijo el alemán— y a mí, paradójicamente, me llena de energía vital.

sábado, 12 de marzo de 2016

Él (XI)

Había empezado a vivir para leer y no a leer para vivir. Aquella inversión era monstruosa. Pero la vida era larga y aburrida, un auténtico fastidio. Se hizo otro café, echó un vistazo a la pila de libros sin terminar: Harold Bloom, Céline, Gaddis. Le estaban esperando.

Pensó en Cynthia Ozick. ¿Sería verdad que había llegado a pasarse dieciséis horas diarias leyendo? ¿Que había puesto la literatura por encima de la vida? También pensó en los escritores alcohólicos: Faulkner, por supuesto, y Tennessee Williams, entre muchos otros. ¿Cómo eran capaces de escribir con resaca?

Recordaba Luz de agosto por un detalle insignificante: Lena Grove se quita las botas para sentir el polvo del camino. Tenía una visión muy nítida de los pies de Lena Grove pisando un camino polvoriento. Amaba esos pies descalzos y ficticios. Luego pensó en Walt Whitman, que según Harold Bloom era un pajillero consumado, y en Emily Dickinson, que apenas salía de casa. En uno de sus poemas esperaba que a los ventanales celestes se asomaran los santos, para contemplarla borracha de azul y de sol. Un gran poema.

Las fiestas le aburren cada vez más. Es verdad que incluso aburrido es capaz de ponerse en modo irónico y soltar unas cuantas chorradas ingeniosas para que sus amigos se rían. Las risas le animan durante un rato. Pero sabe que la ironía no puede curar la melancolía. La melancolía no tiene cura. Al día siguiente está triste, solo tiene fuerzas para hacerse un ovillo en el sofá y mirar la televisión.

Los recuerdos, la jauría atroz de los recuerdos. Vive como si el tiempo se hubiera consumado, como si esto de ahora fuese una próloga, el tiempo que resta, el tiempo del fin, el tiempo de recuperar el tiempo perdido. Una extraña sensación de irrealidad lo cubre todo. Un sabbath perpetuo. El tiempo de redimir el tiempo, piensa. Hay demasiada teología en su pobre y abrumado cerebro. Algún día dejaré de pensar y estaré alegre, piensa.

No siempre es tan intenso y sombrío. No todo él es tan intenso y sombrío. Siempre he deseado ser superficial y alegre, dice. Siempre he admirado a la gente despreocupada y feliz, pero mis demonios interiores me llevan por otros derroteros. Cuando mi extrema individualidad coincide con la radiante impersonalidad del mundo, en esos momentos soy bastante feliz, dice. Clarice Lispector habla sobre eso. Es posible que Clarice Lispector tenga la clave del mundo, dice.

Hacerse otro café o no hacérselo. La duda le paraliza. Se acerca la hora de comer y ya lleva ¿dos o tres cafés? No se acuerda bien. ¿Otro café le quitará las ganas de comer? Esa es la cuestión. Cuanto más tarde en decidirse, más cerca estará la hora de comer. Por eso dice Kierkegaard que el instante de la decisión es una locura. Kierkeggard, por cierto, se pasaba días enteros caminando. Caminaba todo el día, volvía a casa, rezaba y se iba  adormir. Esas cosas hacía Kierkegaard.

Finalmente decidió que lo mejor sería no tomarse otro café antes de comer. Esperaría al café de después de comer.

No hay nada más sobrevalorado que el campo y la naturaleza, dice. Mis pulmones están henchidos de júbilo cuando camino por la ciudad; el ruido del tráfico es música celestial para mis oídos; las riadas de gente recorriendo las calles son dignas de admiración, nutren y sacian con embriaguez mi indigente ser; los amores efímeros se suceden a velocidad de vértigo; rostros y cuerpos hermosos se pierden para siempre pero dejan una huella indeleble en el aire; la luz de las farolas nos llena de gozo inefable nada más ponerse el sol, porque hay un temblor de espíritus encantados que danzan alrededor de la ciudad a la hora del crepúsculo.

No puede evitar hablar de crepúsculos. Él es así. Al contrario que para Roberto Bolaño, para él la poesía es sobre todo poesía lírica. Casi no ha leído nada de Nicanor Parra. A Alejandra Pizarnik sí la ha leído. Hace tiempo ya.

Más libros a medio terminar: Confesiones, de San Agustín. Al principio del libro Agustín está angustiado porque en su juventud robó unas peras, no para comérselas, sino por el puro placer que le producía la maldad en sí del acto. Agustín se arrepiente de haberse recreado en el pecado. No parece gran cosa, la verdad, robar unas peras. El asno de oro, de Apuleyo. Un libro de metamorfosis, un tema que parte de Ovidio (cree), pasa por Kafka y llega hasta X-Men. No sabe por qué no lo ha terminado. Es un buen libro. Boquitas pintadas, de Manuel Puig. Tampoco sabe por qué no lo ha terminado. Manuel Puig es reivindicado por David Foster Wallace y por Evan Dara, entre otros. Manuel Puig adoraba el cine, a las divas del cine. Él también. Incluso a glorias olvidadas como Louise Brooks, a la que hay que ver en La caja de Pandora porque está impresionante, dice. El viaje al fin de la noche, de Céline. Está ahí, en la mesita, esperando con cierta impaciencia.

El cine es una máquina de mitos, dice.

La filosofía cada día le aburre más —a este paso, ¿morirá algún día de puro aburrimiento?, ¿habrá algo que no le aburra?—, todos esos arrogantes, esa pandilla de engreídos, todos esos lunáticos enfadados que no paran de insultar a los demás, ¿por qué se creen superiores? Putos tarados, dice. Aunque no todos los filósofos son así. Pero sí demasiados. Renuncio a la inteligencia, dice con tono grandilocuente y ampuloso. Que le den a Kant, que se joda Heidegger. No quiero saber nada. No deseo por naturaleza saber nada, diga Aristóteles lo que diga.

Si se nos permite exagerar y parafrasear a Beckett, diremos que él observa el mundo con ojos de Moisés agonizante. Sé que no suena divertido. Tampoco es cierto del todo. Era por hacer una frase. Mala literatura, que diría Michi Panero.

Alba Molina - Los desconciertos de EEM Radio

AQUÍ
Que hable la flor y que se calle el cardo

viernes, 11 de marzo de 2016

Tontos

No hemos aceptado lo que no se entiende porque no queremos pasar por tontos. No tenemos ninguna alegría que no haya sido catalogada, hemos tratado de salvarnos, pero sin usar la palabra salvación para no avergonzarnos de ser inocentes
Clarice Lispector, Aprendizaje o El libro de los placeres

Fantásticos

Pero una palabra más, para ponerle al corriente: nosotros somos fantásticos. No creemos en la inteligencia.
Hugo Ball, Tenderenda le fantástico 

jueves, 10 de marzo de 2016

Sobre por qué John Ford es Dios (III) + Migala - Aquel incendio

Ford: filmando la leyenda. Torres-Dulce: narrando sobre ella, Miguel Ángel Navarro Crespo

Ad maiorem John Ford gloriam



Post-rock + John Ford = ♥♥♥♥

La canción es perfecta. Recoge ese tono crepuscular de El hombre que mató a Liberty Valance. Suena casi como una elegía al periodo clásico del western.

martes, 8 de marzo de 2016

La arrogancia del sufrimiento en la música flamenca

—Escucha... —dijo él. Había retirado automáticamente la mano de la mesa—. De eso se trata, esa arrogancia, esa misma arrogancia del sufrimiento en la música flamenca, escucha. Es su fuerza lo que resulta tan arrollador, la suficiencia que es tan delicada y tierna sin un instante de sentimentalismo. Con infinita compasión pero rechazando la compasión, es una precisión del sufrimiento —siguió, agitando bruscamente la mano en el aire como para plasmarlo allí—, la tremenda tensión de la violencia totalmente encerrada en un marco...
William Gaddis, Los reconocimientos 

lunes, 7 de marzo de 2016

The cinema hat

A friend of mine made an object called a cinema hat. It's a box-shaped object you put on your head. The inside of the box looks like a small movie theater. Your eyes are where the projector is. In front of your face are small seats, and the place where the screen would be is open, so whatever you see in the room, in the street, that's the movie. Your life as it happens, that's the film. You are the leading actor and the audience at the same time. This method puts random events, specially unpleasant ones, in a dramatic context.
Susan Daitch, The colorist 

Sobre por qué John Ford es Dios (II)



40 años sin John Ford, el mejor director de la historia del cine

domingo, 6 de marzo de 2016

Sobre por qué John Ford es Dios


En realidad no sé por qué John Ford es Dios. Solo sé que lo es. Sin John Ford el western no sería el género cinematográfico por excelencia. Si no lo han hecho ya, vean My darling Clementine. Si ya la han visto, véanla otra vez.

sábado, 5 de marzo de 2016

De acuerdo, manda el IBEX... ¿Pero quién manda en el IBEX?

AQUÍ.

La injusticia de los opresores. El desprecio de los arrogantes. Algo huele a podrido en el Reino de España. Huele que apesta.

En defensa del cine español


El cine español es una absoluta maravilla. Espero que Dios (o Billy Wilder) castigue a todos los indocumentados y tuercebotas sin criterio que hablan pestes de él (no tienen ni puta idea de lo que dicen). Ayer echaron Belle epoque, una obra maestra incontestable del gran Fernando Trueba.

Un cine que cuenta con películas como Plácido, Amanece que no es poco o El espíritu de la colmena, por citar tres clásicos indiscutibles de diferentes registros, amén de contar con uno de los mayores genios del cine de todos los tiempos como es Buñuel, no debería ser sistemáticamente vilipendiado. Porque además se odia al cine español desde la más pura ignorancia, sin argumentos y con una furia incomprensible.

PD: Y Fernando Fernán Gómez es el mejor actor de la historia, como todos sabemos.

PD2: AQUÍ 31 recomendaciones. Que podrían ser muchas más.

martes, 1 de marzo de 2016

Sobre Her y la retórica del hater

Sin duda una de las películas más indignantes que he visto en mucho tiempo, suerte que la unanimidad de la crítica, bien pagada supongo, no me llevo a verla en el cine por 9€, porque me habría ahorcado nada más salir. Se trata de un truño de dimensiones épicas, superficial y auto complaciente hasta la megalomanía; la única explicación posible es que el director estaba completamente schienato dalla figa :( Lo siento por él pero aquí, detrás de la pseudo filosofía de tercera que rellena metraje por aquí y por allá, no hay nada que Jorge Bucay o Paulo Coelho no hayan explicado ya largamente en sus libros de autoayuda. Tristeza profunda me causa que sea esto lo que gana premios ahora y que tanta gente se emocione tanto con emociones falsas o prestadas. Una caja vacía con envoltorio dorado, un insulto despreciable a tantas películas de amor o de ciencia ficción decentes y hechas con mínimo de verdad. Que se vaya a cultivar brócoli!!!!!!!!!!!!!
Crítica del usuario Sifrit a la película Her, de Spike Jonze, en filmaffinity

La retórica de los hater siempre se basa en la hipérbole. Este es un gracioso ejemplo de las altas cotas de furia verbal que puede alcanzar un espectador indignado. A Sifrit le afectan las películas de un modo tan visceral que ni el fanboy más loco soñaría con llegarle a la altura de los talones en cuanto a intensidad emocional se refiere. El hiperbólico Sifrit declara que si hubiera ido al cine a ver Her por nueve euros se habría ahorcado nada más salir. Esto es pasión cinéfila (o el caso de tacañería más brutal en que pueda pensarse) y lo demás bobadas.

Pero Sifrit no solo tiene una intensidad emocional casi patológica (recordemos su disposición al sacrificio: tal vez en un mundo alternativo Sifrit desgraciadamente fue a ver Her al cine y se ahorcó al salir; y creo que una interpretación modal de la mecánica cuántica permite hacer esta suposición, por inverosímil que sea [en realidad no tengo ni idea de mecánica cuántica, no me hagan caso]) sino una gran inestabilidad emocional: pasa de la indignación a la profunda tristeza en un abrir y cerrar de ojos.

Resulta interesante que a Sifrit le cause una profunda tristeza que «tanta gente se emocione tanto con emociones falsas o prestadas». Llegados a este punto me veo obligado a recurrir a la artillería pesada, es decir, a la filosofía analítica. Según Searle, la conciencia tiene una ontología de primera persona, subjetiva. Si a mí me duele una muela, pongamos por caso, mi dolor es mío y de nadie más. No puedo estar equivocado en cuanto a que me duele (puedo equivocarme respecto al origen del dolor, eso sí). La cuestión, entonces, es si puede haber emociones falsas o prestadas, esas a las que despectivamente se refiere Sifrit.

Los que se emocionan con Her, independientemente de la calidad de la película, ¿pueden tener emociones falsas? ¿Qué significa aquí falsas? Sifrit pasa por alto la autoridad de la primera persona (basada en un atributo básico de la conciencia como es la autorreferencialidad) de las creencias, los estados emocionales y los deseos. En todo caso, los estados emocionales pueden ser apropiados o inapropiados. Un caso ejemplar de estado emocional inapropiado podría ser el estar dispuesto a ahorcarse por haber visto una mala película (aunque está claro que no es una disposición real, que es pura retórica hiperbólica, y a mí, lo reconozco entre paréntesis, también me gusta sacrificar la verdad en el altar de la hipérbole de vez en cuando).

Hablemos ahora de cómo entiende Sifrit la crítica cinematográfica. Parece entenderla como una derivación especialmetne dogmática de los ejercicios de narcisismo a los que nos tiene acostumbrados Carlos Boyero. Boyero habitualmente se pasa el análisis de las películas por el arco del triunfo y nos cuenta sus impresiones. Sifrit hace algo parecido y califica la película en función de sus impresiones y estados emocionales (fundamentalmente la indignación) en lugar de basarse en criterios y argumentos públicamente discutibles, solo que Sifrit es un espectador de cine especialmente enloquecido.

Her es, según Sifrit, en primer lugar, un truño épico, superficial y autocomplaciente hasta la megalomanía. En segundo lugar, una caja vacía con envoltorio dorado y un insulto despreciable al resto de películas de amor y ciencia ficción hechas con decencia y un mínimo de verdad. En medio de estas series de iracundos y moralistas calificativos (la película es superficial e indecente, aunque no se sabe por qué una película superficial e indecente no podría ser buena; de hecho hay cientos de películas superficiales e indecentes buenísimas) Sifrit expone la filosofía que subyace a la película: los libros de autoayuda de Bucay y Coelho.

No he leído a Bucay ni a Coelho, pero no creo que esto sea verdad. Sin embargo, aquí lo interesante es que Sifrit, embebido en su agresividad retórica y en su afán de denigrar la película, se contradice: la película es superficial y aun así detrás de ella (detrás de su superficie) hay una pesudofilosofía de tercera.

Her, por lo demás, es una película muy interesante, una versión muy singular de un tema que la ciencia ficción ha tratado en muchas ocasiones, como es la relación entre los humanos y los robots. Jordi Costa señalaba acertadamente la evolución de esta relación en el cine, desde la amenaza que supone HAL en 2001: una odisea del espacio, pasando por IA, de Spielberg, en la que se introduce un componente sentimental y afectivo que no estaba en 2001 (aunque la muerte de HAL es desgarradora), hasta Her. 

Es también una película sobre la melancolía y el amor, dos enfermedades afines según toda una tradición de pensamiento cuya máxima expresión podríamos situar en el De amore de Ficino, y sobre cómo la tecnología transforma las relaciones sociales. En el caso de Her, la melancolía del protagonista es incurable: se ha enamorado de una voz sin cuerpo. Todas las historias de amor son historias de fantasmas.

PD: El tema de la voz es filosóficamente muy jugoso. Por ejemplo, Zizek lo ha analizado en las películas de Lynch, desde una perspectiva lacaniana (cómo no), y Agamben ha escrito bastante sobre la voz, los fantasmas, el amor y la melancolía. En algún lugar de su obra, de cuyo nombre no logro acordarme, se refiere concretamente al caso de poetas medievales exaltados capaces de enamorarse locamente de una mujer de oídas. No digo que esta sea la filosofía que subyace a Her, y ni siquiera me parece probable que Spike Jonze haya tenido en cuenta estos referentes a la hora de escribir el guión, pero como trasfondo de la película me parece mucho mas sugerente que Bucay o Coelho.

PD2: Si he de hablar de mis gustos personales, yo prefiero Cómo ser John Malkovich y Adaptation, ambas escritas por el nunca suficientemente venerado Charlie Kaufman.