sábado, 23 de septiembre de 2023

Sobre la sala infantil de las bibliotecas

¿Su existencia es realmente necesaria? ¿No sería mejor que se cerraran para siempre? ¿Por qué no consideramos las Bibliotecas lugares no aptos para menores? 

Seamos serios: en la Atenas de Pericles no existían salas infantiles. Por tanto, para volver a una época de esplendor intelectual y salir de esta época más bien tontica, debemos cerrar las salas infantiles*.

*La lógica que hay detrás de este argumento es, por desgracia, falaz.

Esterilizad a vuestros hijos

 Esterilizad a vuestros hijos

Siniestro total, Pueblos del mundo, extinguíos


Yo soy decidido partidario de la esterilización de los hombres —nótese que no digo castración— y del aborto legalizado.

 Arno Schmidt, Los hijos de Nobodaddy

domingo, 17 de septiembre de 2023

Escritos sobre poesía

Lo mismo, un pequeño texto escrito hace quince años, o más, quién sabe.



Sobre los colmillos del caos


El poema no comunica nada, no explica nada. No tiene mensaje. Funciona o no funciona. Produce un efecto o no lo produce. Se ve o no se ve, no hay nada que pensar. Es una máquina revolucionaria. No es irracional en el sentido que le da la estrecha y banal consideración de la razón ilustrada, que sólo se considera razón a sí misma, segura dentro de sus límites. El poema está en el borde de la razón, desquiciándola, sacando a la superficie de las palabras su ausencia de fundamento: el principio de razón no tiene razón. El poema está en la frontera de lo expresable. Habita el misterio del símbolo. Danza con una sonrisa sobre los colmillos del caos

Escritos sobre tecnología

Este es breve. También fue escrito hace quince años.



El ser humano, naturalmente tecnológico


La cultura y la tecnología son nuestra naturaleza. La identidad de lo humano no se enfrenta a la tecnología, porque la tecnología es constitutiva de lo humano, forma parte de su circunstancia, de su estar en el mundo. El ser humano es un ser tecnológico desde siempre. Incluso el Gran Pensamiento Abstracto, al que rinden pleitesía los que han sido seducidos por la Alta Teoría que no se ensucia las manos, es posible gracias a invenciones técnicas, ya sea un palo para dibujar números sobre la arena, papel y lápiz, ordenadores o aceleradores de partículas. Tomemos como ejemplo dos disciplinas muy abstractas, que aparentemente no necesitan el apoyo de la tecnología para desarrollarse, sólo el pensamiento: la lógica y las matemáticas. Nadie puede avanzar hoy en lógica sin usar programas informáticos, y en matemáticas supongo que sucede lo mismo.

Escritos sobre Foucault

Los escribí hace quince años. Para mí era totalmente obvio —y lo sigue siendo— que creer en un Gran Sujeto, llámese Dios o Modos de Producción, era una forma de delirio. 



El alma es la prisión del cuerpo


No venimos de ningún origen privilegiado, fuente de sentido y de identidad, y tampoco hay una teleología histórica. El presente es un presente de dispersión, de desplazamiento, de diferencia. No se trata de hallar fundamentos, sino de describir multiplicidades, las formaciones que se han ido dando en la historia. Pero el método arqueológico no sigue un proceso reconstructivo. Es más bien una cierta forma de pragmatismo, en el sentido filosófico, no peyorativo, del término, dado que se trata de describir una serie de prácticas que nos constituyen. No se trata de investigar la racionalidad teórica, sino la de nuestras prácticas. El hombre es constitutivamente práctico, no contemplativo; y no hay a priori histórico que determine esas prácticas.


En la noción de “práctica” Foucault sigue al Heidegger de El ser y el tiempo. Si estamos inmersos en la realidad como seres prácticos, constantemente estamos, lo queramos o no, cambiando el mundo. Hay que explicar genealógicamente cómo se han constituido estas prácticas, su racionalidad y sus reglas.


Estamos siempre ya en una serie de “campos de acción” regidos por reglas. Las reglas son anónimas, en el sentido de que no hay un sujeto detrás de ellas, no hay nadie sujetándolas, ni Dios ni el destino.


Entonces el saber, constituido por una serie de prácticas, no tiene tanto que ver con el campo semántico de la conciencia como con el de la acción. Y es en este campo, el de la acción, donde se establecen relaciones de poder. La clave de la realidad es el poder, noción que para Foucault no tiene solo un sentido de dominación, ni se entiende jurídicamente, institucionalmente, como formando parte de la “superestructura”. El poder es productivo, produce identidades. Es una red de relaciones (no designa una sustancia) presentes en los campos de acción y que nos constituyen como sujetos “sujetándonos” a algo. El saber no es el fondo de lo vivido captado por la intuición (fenomenología) sino un conjunto de relaciones.


Todas nuestras relaciones sociales son relaciones de poder.

La noción de práctica está ligada a la de voluntad. Voluntad de poder y voluntad de saber.


Hay una serie de prácticas que organizan nuestras vidas. Constituyen los “ámbitos finitos de empiricidad”, los campos de acción. Hay que descubrir esos mecanismos no conscientes que regulan nuestras vidas. La realidad misma es un campo de fuerzas.


Hasta aquí vemos bien que lo que hace Foucault es una crítica a las filosofías de la modernidad basadas en la conciencia. Un frente de lucha contra Descartes, en el que le acompaña Deleuze.


A esta concepción del poder Foucault la denomina “microfísica del poder”, oponiéndola a las concepciones soberanistas que acaban por ver al Poder como el Gran Otro, una especie de singularidad trascendente y autónoma, independiente de nosotros. Pero el Gran Otro no existe. Foucault echa por tierra esa concepción mitológica: las relaciones sociales son relaciones de poder. Y también de “biopoder”, pues regulan nuestras vidas, nos configuran como seres “normales”. Son las prácticas las que nos “normalizan”. Actuamos siguiendo normas. En un campo social como el Instituto, por ejemplo, si en medio de clase alguien se subiera encima de la mesa, se desnudara y empezase a gritar, el resto no lo consideraría “normal”, ya que no estaría cumpliendo las normas que rigen en ese campo (en una performance teatral, sin embargo, algo así sí podría considerarse normal). Las reglas, o normas, no son fijas sino que cambian con el tiempo: son históricas.


Y para quien no cumple las prácticas normales hay lugares de encerramiento: el manicomio, la cárcel, etc.


El gran tema de la filosofía de Foucault no es, sin embargo, como pudiera parecer, el saber o el poder, sino el sujeto, cómo se constituye en individuo. El sujeto como cuerpo, no al estilo de Merleau-Ponty o los existencialistas, sino en el sentido del espacio sobre el que operan las distintas prácticas, ya sean prácticas de saber (que descubre la arqueología) o de poder (genealogía) que configuran al individuo.

Las prácticas, como las normas, cambian. Por ejemplo, pasamos de la confesión cristiana a ese sustituto suyo que es el psicoanálisis.


La verdadera individualidad viene definida para Foucault por el cuidado de sí mismo, que nos remite a Heidegger y a las formas de individualización precristianas de los estoicos o los epicúreos. Las relaciones de poder configuran el sí mismo, que no tiene en el cuerpo su prisión, como pensaba Platón, sino que, al contrario, es el alma la prisión del cuerpo.




Una ontología del verbo


Toda la especie de los verbos se remite a uno solo, el que significa ser. Todos los otros se sirven secretamente de esta función única, pero la han recubierto de determinaciones que la ocultan (…). Toda la esencia del lenguaje se recoge en esta palabra singular (ser). Sin ella, todo hubiera permanecido silencioso.

Michel Foucault, Las Palabras y las cosas (p. 99)


Para Foucault la historia no es el escenario de algún Gran Sujeto, ya sea la Providencia o la Razón (Hegel). Es el teatro de la finitud, pero no estamos representando ante nadie. El protagonista es el individuo, no hay que buscar ningún sujeto trascendental, sino la positividad desnuda del hombre como acontecimiento singular. No hay Providencia, no hay Razón que al final lo legitime todo. No hay determinismo. No hay un elemento de continuidad subyacente a la multiplicidad, ni el espíritu ni los modos de producción. Hay rupturas, discontinuidades. No hay un significado de la historia predeterminado. No hay Odisea (Ulises no vuelve a casa) ni Juicio Final. Hay una pluralidad de viajes, series de acontecimientos. Las concepciones románticas de la historia han buscado la identidad tras las capas de la diferencia, ya sea la identidad en el origen (como los nacionalismo) o en el fin (cristianismo). Pero la historia es un proceso de diferenciación.


También hay una lógica y un sistema categorial de la diferencia. Foucault lo construye apoyándose en un análisis del lenguaje. Entiende el enunciado como núcleo del lenguaje, no desde la forma lógica de la proposición, ni desde la forma gramatical de la frase, ni en el sentido analítico de los actos de habla, sino desde el punto de vista de la ontología, como una función de existencia que pertenece a los signos en los que se enuncia. La modalidad de existencia de los signos se diferencia de la lengua como sistema de signos y de las cosas.


La modalidad de existencia de los signos es similar a la de los incorporales de los estoicos. Es una incorporalidad real. Hay que referirse aquí al materialismo técnico de Bachelar, que no considera las cosas como datos, sino como productos; los fines científicos son materias construidas que se pueden usar, el elemento técnico-práctico es el que dota de valor a un producto. Este valor es un incorporal real.


Hay que referirse también a Heidegger, quien habla de una topología del ser, de los lugares donde acontece el ser. Esto ocurre en los enunciados, que hacen presente algo. Un enunciado abre un campo de significación, un claro en el bosque. Y en este campo rigen unas reglas. De esta forma se crea el archivoa priori histórico desde el que se piensa, se habla, se actúa. Descubrirlo es la tarea del historiador o, mejor dicho, del arqueólogo.


Foucault usa el término archivo, para diferenciarlo de tradición. Los archivos son variables, espacios de posibilidad. A diferencia de la hermeneútica, no todo está dicho, no se trata de actualizar lo ya dicho. La historia no es ni memoria ni recuerdo, porque no hay identidad, no hay un origen privilegiado, hay diferencias, y entonces la historia es un duro trabajo y tenemos que construir el sentido a cada momento.


Forma desnuda de la historicidad, el hombre está expuesto a los acontecimientos. El sentido está flotando entre las palabras y las cosas. No hay sustancias aristotélicas. La clave del enunciado no está en el sujeto (sustancia) ni en el predicado (idea), sino en el verbo. De esta forma, Foucault escapa a la falsa dicotomía entre el realismo y el idealismo.

Disquisiciones teológico-dominicales

Debería estar santificando las fiestas, concretamente este domingo de septiembre, día diecisiete de Nuestro Señor, pero por desgracia me veo sometido a la condena del trabajo —ya se sabe, la naturaleza humana está corrupta después de que la engañada Eva mordiera el prohibido fruto, y desde entonces el ser humano se ha de ganar el pan con el sudor de su esforzada frente. 

(El pagano Aristóteles, Dios lo tenga en su limbo, consideraba el trabajo asalariado esclavitud a tiempo parcial. Ahí queda eso).

A decir verdad, el trabajo bibliotecario puede hacerse, por regla general, sin sudar demasiado, y no se parece mucho a una condena bíblica ni a la imagen prototípica de la esclavitud, ya que, de nuevo por regla general, no hay que construir pirámides en remotos desiertos mientras te azotan con restallantes látigos en la espalda, pero también es verdad que hoy he dormido poco y que ayer bebí, que yo me acuerde, por lo menos un par de cervezas y un gin-tonic y un chupito, así que debería, como decía al principio, estar santificando este domingo, yaciendo en el lecho con la dueña y señora de mis pensamientos, a poder ser, pero en lugar de ello estoy aquí, trabajando en la infernal sala infantil de la biblioteca y escribiendo, cuando me dejan, este post que por alguna razón o sinrazón está plagado de retórica cristianoide, seguramente bastante irónica* (lo que de verdad pienso es que Eva no fue engañada, que mordió el fruto en un acto de coraje y valentía sin parangón en la historia universal, que Eva dijo sí a la conciencia y a la sabiduría, a la mortalidad, a la expulsión del paraíso, que esa historia ha sido maliciosamente malinterpretada por los atolondrados y no poco misóginos doctores que tiene la Iglesia Santa de Roma... Eva debía morder el fruto).

*La ironía es esencialmente ambigua, decía, si no recuerdo mal, Hegel. No es, por tanto, mera broma, es broma y seriedad al mismo tiempo.