lunes, 27 de noviembre de 2006

Recuerdos fosforescentes en la noche a la luz de un gusiluz


este azul tan intenso que por las noches fosforece
versos fosforescentes en la noche
Pere Gimferrer.

Los recuerdos fosforecen en la noche
como un gusiluz perdido
entre un montón de trastos viejos:
viejos cuadernos escolares
fotos viejas que hablan de otros mundos
libros viejos de papel amarillento
viejos juguetes cuyas cualidades mágicas
el tiempo ha reducido a polvo
pequeñas motas de polvo rescatadas
por la inexplicable arbitrariedad de la memoria

de la memoria que echa de menos un gusiluz
que ilumine la noche del olvido.

sábado, 25 de noviembre de 2006

Espíritu errante

Animales esencialmente paradójicos, los existencialistas errantes proclamamos que no es, en modo alguno, necesario moverse del sitio para viajar a los lugares más remotos de la galaxia. Sí es, no obstante, imprescindible dejarse llevar por ese ritmo anímico enloquecido, como si un fuerte viento y un anhleo de pasar al otro lado agitaran nuestro saltimbanqui espíritu.

La lentitud otoñal de los sábados

Las horas se arrastran por la tarde con una lentitud otoñal de cielos grises. Adentro calefacción y cigarrillos y música pop. Felizmente atrapados en el ritmo lento y obstinadamente triste de un bajo oculto en la entrañas de una canción, que inunda el aire lluvioso y nos sirve de barco en la travesía imaginaria de un yo en una lenta tarde de sábado, ajena al trajín de las marionetas faústicas. El mar está lejos y probablemente no sea una mar de verdad, sino una imagen cuya espuma lame los pies desnudos de una chica que tampoco es verdad, una imagen en que sumergirse con los ojos bien cerrados. No hay mucho más que hacer. Escuchar canciones tal vez sea una forma de ser, de habitar una morada en fuga permanente hacia lo desconocido.
El viento, con furia inusitada, golpea los árboles, que resisten orgullosos, con los dientes apretados.

Cosas que hay en la morada

Voces misteriosas que habitan en la caverna del ser. Imágenes alucinadas. El coraje suficiente de unos ojos retando a la nada y al silencio y a sí mismos. La ebriedad de un lirismo furioso, naúfragos con los pulmones encharcados de agua azul. La danza de los Niños Extraviados, fantasmas en la noche. Pequeña muñeca abre los ojos y dime que eso de ahí afuera no es cierto, que podemos, si queremos, inventar una guarida y que tú eres una niña de verdad. Mientras, el barco ebrio desciende por el río interminable. Vasos vacíos el sol está a punto de salir. Voces desde la nada a ti confluyen. Y qué hermosa es la nieve del recuerdo si se deshace entre tus labios. El viento y la hojas de otoño llevadas por el viento. Nosotros somos también hojas de otoño. El viento se lleva nuestro ser y juega con él. Peces nadando en la noche, surcando el firmamento, olvidando que existen. Pasos sigilosos que no dejan huellas.

viernes, 24 de noviembre de 2006

Viaje al final de la noche

Y fuimos al final de la noche
llaneros solitarios, temerarios
viajeros que buscan sin saber qué
y es oscura la espuma
De fondo sonaba el mar como una promesa
o como una princesa de cuento encerrada
que mira el mar

una princesa encantada, tan bella
que necesariamente es una mentira
que nos contamos antes de dormir
una mentira dulce que nos contamos susurrando
temblando en la oscuridad

antes de soñar que nos ahogamos en el mar
o en la noche que envuelve al mar
y al final de la noche
en el fondo del mar
están las llaves que abren mundos
de mentira para soñar

mundos o palabras de espuma
que se deshacen al abrir los párpados
sobre los que había gotas diminutas de arena

mundos de arena donde la noche
habla el idioma del mar
en que está escrita la princesa encerrada

y leemos o soñamos la princesa
antes de dormir nos contamos su mentira dulce
para encerrarla en nuestros párpados de sal
y que la noche la convierta
en una princesa de verdad
que vive en nuestros párpados cerrados

y nos bese en la humedad del mar, en su oscuridad,
que nos bese antes de que nos ahoguemos y las llaves
no abran ya mundos porque los mundos
se han deshecho ya,
porque al final de la noche
también está la nada,
último suspiro de la espuma.

miércoles, 22 de noviembre de 2006

Radiohead

Una tristeza hermosa, la lluvia, el invierno y la voz de Thom Yorke.
Afuera hace frío, el vaho que empaña las ventanas.
Estamos a punto de llorar de felicidad: el anhelo ingenuo de fundirse con la naturaleza y trascender los confines del cuerpo, de ser una voz azul surcando la noche como un hilo mágico que une las estrellas,
flotando en la inmensa ocuridad,
brillando en la inmensa oscuridad.
Cerrar los ojos y desaparecer: un lirismo furioso nos traspasa el cuerpo.
Respiramos el olor a tierra mojada. Nostalgia y serenidad.
Espacios poéticos psicoacústicos, espectrales, que existen frágilmente, con su belleza desgarrada, convulsa.

martes, 21 de noviembre de 2006

La noche y los ojos

1.

Largas noches en silencio tus ojos
rodando por el precipicio iluminaban

-
con un fuego quedo
casi inmóvil
apenas un susurro


de brasas flotando en la oscuridad-
la triste marioneta que usurpa mi nombre
y dice ser yo bajo la lluvia
agitando los brazos como aspas locas

2.

Cuando la noche más serena de mundo cae
-como si el mundo fuera
por fin
a cerrar los ojos
y descansar-
duendes que no existen
-que brillan
en la oscuridad-
nos hablan con sus ojos
-chispas de fuego diminutas
tan efímeras como la noche
como la noche cuyas cenizas el sol ilumina-
del fabuloso mundo de la inexistencia

lunes, 6 de noviembre de 2006

La desaparición de Ítaca y los héroes errantes

Errar es el destino de los perros románticos, verbo fundamental que expresa su modo de ser. Su morada se torna imposible, un lugar ficticio, el regreso es inútil porque despúes de veinte años Zeus ha borrado Ítaca del mapa, y Ulises sabe que solamente la recordará en destellos fugaces, pequeños bocados a la magdalena de Proust. Ahora ya no tiene destino, porque errar es avanzar a tientas, sin una meta, sin una morada. Y está solo, los dioses han muerto. Ya no es un héroe épico. Ahora mira por la ventana, tal vez bebe una cerveza y piensa qué hermosas nuestras huellas invisibles en la nieve. Qué hermosas y a la vez qué tristes, porque nadie las ve, nadie las recordará, nadie narrará nuestras pequeñas hazañas y nadie sabe a dónde vamos.

Solos en mitad de la noche y la nieve

Hacía frío y la niebla envolvía nuestros pasos solitarios. Avanzábamos a tientas, desconcertados en mitad de aquel campo nevado, en mitad de la nada. La noche había caído sin avisar y ahora buscábamos un refugio, pero a nuestro alrededor sólo se extendía la oscuridad teñida de niebla, esa niebla que cercaba la inmensidad de la noche y reducía nuestras posibilidades de orientarnos y hallar un refugio seguro. Cada vez hacía más frío. Teníamos miedo y apenas nos veíamos los rostros. De vez en cuando la brasa roja del cigarrillo iluminaba sus ojos, que brillaban como dos animalillos asustados y de los que brotaba, sorprendentemente, cierta serenidad, una serenidad misteriosa, casi sobrenatural, una serenidad incoherente con nuestra situación desesperada, como quien en pleno naufragio reta a su aciago destino con un último y conmovedor gesto de libertad -ese fulgor sereno de sus ojos verdes sobreponiéndose al demonio blanco de la nieve que estaba a punto de segar nuestras cortas vidas-, un gesto inútil, pero no por ello menos valioso.
El brillo de sus ojos me sirvió de coraza contra el miedo, que ya empezaba a ramificarse por todo mi cuerpo y amenazaba con petrificarme por completo. Pensé que íbamos a morir, pensé que la gente moría todos los días y no pasaba nada porque la muerte, considerada en abstracto, no importa, lo que importa es saber que uno se va a morir, y no es fácil saber esto, hacemos como que lo sabemos, pero no lo sabemos. Nos dolían las manos de frío, no contábamos con fuerzas para dar un paso más, estábamos a punto de desmayarnos, solos en mitad de aquella noche nevada, atravesada por la niebla y el miedo.
Cuando el cigarrillo se consumió entre sus labios sus ojos se apagaron y entonces sí que cayó la noche.