sábado, 27 de enero de 2007

El desierto y el agua de la fuente

Y el desierto crecía y crecía, pero yo caminaba y caminaba, cada vez más cansado, presa indefensa de alucinaciones, espantapájaros y otros disparates, pesadillas que me acosaban sin tregua... pero al fondo, borrosa, pálida, como una luna que se apaga o una luz de neón a los ojos de un borracho que regresa a casa y hace frío, en una ciudad perdida... al fondo, digo, un oasis, la esperanza ficticia a que nos agarramos lo moradores de la existencia errante, el suspiro desmayado de la ninfa del bosque, que juega, alegre, con el agua de la fuente.

sábado, 20 de enero de 2007

Peces de colores en el horizonte

Y resulta extraño pero no es imposible divisar aún en el horizonte peces de colores, canciones olvidadas cantadas con la voz quebrada de innumerables cigarrillos, fumados a la luz de una vieja lámpara que evoca criaturas de otros tiempos más polvorientos, en los que las carreteras que nadie sabe a dónde conducen evocaban quizás un destino roto, el del poeta salvaje y su lata de cerveza a punto de terminarse, los lost boys que no aprendieron a crecer y divisan aún peces de colores en el horizonte.

El Camino y Cronos

Yo iba a caminar como quien cabalga un verbo errante que se sabe sin más destino posible que la noche
Iba a emborracharme en muchas playas frente al mar, para ser absorvido por ese temblor suave del viento y la cerveza y la aventura empapándome la garganta, con la complicidad de la espuma, invisible allá a lo lejos
Iba a internarme subrepticiamente en pasadizos secretos para acceder a la princesa del cuento encerrada en la torre y vivir entre sus sábanas, y ya nunca miraría el mar
Iba a huir en un tren, una mañana de invierno, con una cazadora de cuero y un paquete de cigarrillos, a una ciudad en la que no existen los reproches
Iba a jugármelo todo a una carta, a nadar sin dejar la toalla en la orilla, a llegar al fondo de todas las cosas con una sonrisa de temeridad cuyo extraño fulgor verde fluorescente lo explicaría todo
Iba a caminar y a dejar hablar al viento
Iba a hacer equilibrismo sobre la cuerda floja, con el riesgo de ser cercenado por los cocodrilos y con una determinación tan inquebrantable que hasta las amebas aplaudirían mi gesta
Iba a refugiarme entre las sábanas, con una linterna mágica que creaba mundos de mentira para soñar, y yo iba a vivir para siempre adentro de esos mundos tan frágiles que se rompen con sólo pestañear
Iba a asomarme a la ventana, borracho y exaltado hasta alcanzar un trance místico, y retar al universo con los dientes apretados, hasta caer desmayado en un racimo de estrellas despistado
Iba a saltar, caminar, gritar, aullar, llorar de felicidad...

Iba... pero Cronos, ese dios cruel que devora a sus criaturas

martes, 9 de enero de 2007

Enfant terrible

Vi que Arthur Rimbaud pintaba poemas desencantados y feroces lanzando escupitajos al viento que la noche y la cerveza transformaban en astros furiosos, en barcos ebrios, rebeldes, tal vez melancólicos.

Ese lugar que no figura en los mapas

Ese lugar que no figura en los mapas, sostenido apenas por la imaginación febril de algún pobre diablo que en un arrebato de locura decidió (con un hormigueo de entusiasmo en el estómago, con un vago y bello presentimiento de catástrofe avecinándose en el horizonte, lluvias torrenciales a punto de estallar, los dientes apretados) convertirse en poeta.

Ese lugar remoto, ajeno a las estrictas condiciones de lo que algunos llaman, con un tono de soberbia no exento de ignorancia, la realidad. Allí existe todo aquello que cae fuera del espacio abarcado por los ojos, aquello que vive en un tiempo de una cualidad particular, un tiempo que no avanza inexorable hacia la muerte, en línea recta, sino que se detiene, por ejemplo, a contemplar una gota de lluvia en el cristal, o la espuma del mar agarrándose a la arena como niñas desconsoladas que lloran porque las han dejado solas, bajo un cielo demasiado grande, o sencillamente se detiene a mirar, toda la vida y aun muchas vidas, un árbol mudo que sonríe y viaja a lomos del viento... un tiempo que no es la flecha del tiempo sino la pirueta de un acróbata lúcido y boracho. Todo aquello que no pueden tocar dicen que no existe, que no es real.

(¿Y qué hacemos con los ecos, las huellas, los rastros? ¿qué hacemos con los duendes (sí, los duendes existen) que brillan como espectros sabios y burlones en un rincón de la habitación?, ¿no nos van a dejar hablar con ellos? Los duendes cuentan historias, su increíble fulgor es un pasadizo, un vértigo dulce que nos inquieta y nos atrae. Caminamos hacia no sé dónde, con los pies descalzos. Hace tanto silencio que las palabras estallan como un volcán en erupción, furioso, hermoso y sereno. Seguimos a los duendes, en ese lugar que no figura en los mapas dejamos de contener la respiración. Lo real y lo irreal se han fudido en un baile de disfraces.)

Yo, sin embargo, fiel a mi amigo el acróbata lúcido y borracho, fiel a las luciérnagas que rescato las noches lluviosas de los precipicios, cuando están a punto de suicidarse (su frágil existencia pende siempre de un hilo), afirmo sin temor a las burlas y a las acusaciones de ser un escritor de cuentos infantiles, que ese lugar remoto que no figura en los mapas existe, y existen también las innumerables criaturas que lo pueblan.