viernes, 29 de julio de 2011

Luego se quejarán de que Platón quisiera expulsarles de la República

Hay poetas que no están del todo bien de la cabeza, hay poetas que están muy mal de la cabeza, hay poetas que están muy, pero que muy jodidos de la cabeza. Y luego está Lautréamont.

Por cierto, una curiosa coincidencia con Artaud (otro al que hay que darle de comer aparte). Dice el Conde maldito, o mejor dicho, Maldoror: ahora admiras mi belleza que a más de una ha conmovido, pero te arrepentirías, tarde o temprano, de haberme consagrado tu amor; porque no conoces mi alma. En el fondo, esto es bastante socrático: lo que importa es el alma. Sócrates era feo por fuera, bello por dentro. Porque la auténtica belleza es el bien y todo eso. Maldoror es la inversión de Sócrates (¿la inversión del socratismo conserva caracteres socráticos?), su alma está sumida en el Mal, quien sabe si con un propósito redentor (quien tenga fuerzas y ganas para interpretar los Cantos de Maldoror que lo intente).

El grado de chifladura de Lautréamont es bastante considerable. Veamos un ejemplo, del canto segundo:
A veces, en una noche de tormenta, mientras legiones de pulpos alados, que a lo lejos parecen cuervos, se ciernen por encima de las nubes, dirigiéndose con rígido bogar hacia las ciudades de los humanos, con la misión de advertirles de que cambien de conducta, el guijarro, de sombría mirada, ve a dos seres que pasan a la luz del relámpago, uno tras otro; y, enjugando una furtiva lágrima de compasión, que se desprende de su helado párpado, exclama: "En verdad lo merece; y eso es sólo justicia". Tras haberlo dicho, regresa a su huraña actitud y sigue mirando, con nervioso temblor, la caza del hombre, y los labios mayores de la vagina de sombras, de donde se desprenden, sin cesar, como un río, inmensos espermatozoides tenebrosos que emprenden el vuelo por el lúgubre éter, ocultando, con el vasto despliegue de sus alas de murciélago, toda la naturaleza, y las legiones de pulpos, que se han vuelto taciturnos ante el aspecto de esos fulgores sordos e inexpresables.
Luego dice que esta vez va a defender al hombre, él, el despreciador de todas las virtudes, pero se dedica a morder cráneos y a cortar cabezas en la guillotina. Tras de lo cual reconoce que su apología, que iba a defender al hombre, no era expresión de la verdad.

En fin, Los Cantos de Maldoror es una obra extrañísima.

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