domingo, 10 de julio de 2011

Comparación de textos

En Pensamientos Despeinados, el 20 de abril de 2008:

Te escribo desde el fin del mundo, y está oscuro. Yo estoy perdido. Sólo me salen palabras entrecortadas, torpes. Tengo que escupirlas, y me cuesta horrores. Están como atrapadas en la garganta. Yo estoy como atrapado, desquiciado. Casi por instinto, o por urgencia, me inclino a refugiarme en las burbujas líricas, tristes y tiernas, de alguna fantasía protectora, de algún mundo inventado. Las palabras podrían hacer eso hoy, ahora, en el fin del mundo, y estaría bien. Servirían para algo. Pero ya he gastado demasiado las nadas azules, las lágrimas, que podrían, por ejemplo, perderse en el horizonte oscuro, dar pequeños saltos sobre notas musicales bajas y lánguidas, sobre el mar. Creo que la imagen no queda muy clara. Como soy medio autista hablo poco y a veces, sin querer, una rabia incontrolada que no se dirige contra nadie me asalta, se apodera de mí por unos instantes breves, y me entran ganas de darle patadas a las cosas y puñetazos a las paredes, y todo mi cuerpo tiembla absurdamente, como si fuera un espantapájaros recibiendo la descarga de una corriente eléctrica, y luego, con los ojos irritados y la respiración descontrolada, una serenidad compensadora va poco a poco calándome hasta los huesos, y sólo quiero dormir, a modo de huida, de regreso a una casa que no existe. No sé explicarme, te escribo desde el fin del mundo, desde al menos el fin de un mundo, desde una frontera que no por ser imaginaria se torna irreal, en el sentido de no verdadera. Es una frontera verdadera, sin duda. Ya no sé lo que digo, lo que escribo. Te escribo desde el fin del mundo. A veces se que me quedan frases grabadas y las repito insistentemente, una y otra vez, es un gesto mecánico tranquilizador. Te escribo desde el fin del mundo, te escribo desde el fin del mundo. No es necesario que las frases transporten consigo algún significado especial. Es como tener un objeto entre las manos, siempre, y hacerlo girar. Todo el rato. Si lo pierdo me muero, se cae el mundo. Son taradeces de chico medio autista, seguramente. Como escribir ahora, desde el fin del mundo, rápido, atropelladamente, compulsivamente, buscando qué decir, adentrándome con los dientes apretados, con los ojos dispuestos a mitigar los errores, a iluminar, siquiera brevemente, débilmente, algunas esperanzas, o mejor, no algunas esperanzas, algunas alegrías vividas; adentrándome en lo desconocido. ¿Para qué escribir si ya se conoce el resultado? Lo incierto aguarda. Pero no en la escritura, en la vida. En la escritura me puedo pelear con dragones. La valentía es un asunto complicado. He perdido el hilo. Me gustaría que el sentimiento de culpa fuera extirpado de la faz de la tierra. He estado leyendo a Nietzsche, perdón si le copio algunos tics. Quiero decir, no para convertirnos en seres inmorales, más bien para librarnos de una subjetividad carcelaria, para crear una alegre, afirmativa, danzarina, capaz de afrontar las cosas, para escupir definitivamente en la trascendencia sufriente del rostro de cristo. Te escribo desde el fin del mundo y por encima de la tristeza veo alzarse tu sonrisa envolvente como la llegada de una alegría suprema. Creo que deliro y doy pasos vacilantes, torpes, sobre el filo, sobre la frontera. Intento hacer equilibrios sin derrumbarme. Me agarro a tu sonrisa. Yo sólo me colgaría del cuello la magia acogedora de tu sonrisa. La cruz es un símbolo horrendo y asqueroso. Tu danzas y ríes y con tus gestos esculpes unas ganas de vivir que son la mejor forma posible de ser. Te escribo desde el fin del mundo, y está oscuro pero ahora sobresalen algunas luces. Las nubes se mueven en la noche, seres extraños. Respira hondo, coge fuerzas. Podemos escarbar con nuestras pequeñas manos un claro en el bosque. Ser muy sensible es un engorro, unas manos muy sensibles se hieren al más mínimo roce, cualquier nimiedad te afecta de un modo exagerado y provoca una reacción en cadena con un destino incierto. Creo que intento decir algo, pero no lo consigo. Ahora camino como un naúfrago desorientado, incapaz de ubicarme en un territorio nuevo. Pero no, aún estoy en el mar, y no tengo ni idea de cómo será la tierra que está aún por divisar. Te escribo desde el fin del mundo, eres el único faro que se divisa por aquí.

En el espantapájaros caótico.

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