jueves, 9 de junio de 2011

Furia en el tejado

El amanecer fue nítido y preciso, del cielo irradiaba una confianza plena y azul, un acuerdo categórico con el ser pocas veces sentido con tanta intensidad, pero más tarde, surgidas de no se sabe dónde, unas ganas irrefrenables de subirse al tejado con un rifle y disparar a los pájaros le asaltaron como un puñetazo en la mandíbula, unas ganas locas de disparar a cientos de pájaros, que caerían destrozados sobre el asfalto, y después ya sólo fluiría el silencio, densamente, despacio, a la espera del atardecer, un silencio postapocalíptico y hermoso, como la belleza macabra de los pájaros muertos, ángeles terribles.

Y se ve a sí mismo subido ahí arriba, se imagina sereno y desquiciado a la vez, mentalmente desquiciado, pero disfrazado con gestos serenos que indiquen que no pasa nada, que todo está bajo control, que quizá no seais capaces de advertir el sentido de todo esto, pero tengo un plan, quizá muera como el protagonista de una película, perseguido por la policicía, justo al final, trágicamente, pero la cámara lenta y la música dotarán de sentido a la escena. Un hombre con un rifle, subido en el tejado, desesperado y sonriente, envuelto en olor a pólvora y con un amplia panorámica a la vista, con la piel estremecida por la brisa, nostálgico, inseguro, cabreado, vulnerable; el sol se diluye como un grito mudo, lentamente, entre edificios y antenas y chimeneas; una calma sobrenatural invade la escena, todas las cosas vibran y adquieren una cualidad expresiva inquietante. Expectante.

Nadie pasea por las calles, ningún coche circula por las carreteras, sólo queda él, subido en el tejado, y los cadáveres de los pájaros, caídos en cualquier parte. Alza su rifle contra el cielo nocturno. Saca una petaca de whisky. Se dispone a pasar la noche en vela. He aquí un idiota lleno de furia, grita. Pero no hay nadie, ningún receptor de su mensaje. He aquí un idiota lleno de furia gritándole a nadie. Dios no se inmuta. He aquí un idiota ateo lleno de furia gritándole a nadie para nada. Cada vez está más borracho. Y ahora, el acto final, dispararse con el rifle y caer desde el tejado sumándose así a la multitud de pájaros muertos. Pero no se decide.

Lo mejor será darse una ducha. El agua siempre aclara las ideas. Antes de tomar una decisión como la de subirse a un tejado a disparar pájaros y quizá acabar disparándose a uno mismo en un gesto cuyo sentido escapa a la razón, lo mejor es darse una ducha.

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