lunes, 3 de noviembre de 2014

Pequeña fábula escéptica

En un pequeño e insignificante planeta que giraba absurdamente alrededor de una gran bola de fuego unos arrogantes monos vestidos inventaron el conocimiento. El universo apenas se inmutó, pues es vasto, inabarcable, frío, insensible. Los monos se agitaron con cierto frenesí durante cierto tiempo. Intentaron averiguar por qué estaban donde estaban, para qué estaban donde estaban, qué pasaría después, cuando ya no estuvieran donde estaban, y quién era el responsable del desaguisado existencial en que se hallaban inmersos, si es que acaso había algún responsable último o todo esto no era nada más que un juego caótico de campos cuánticos y vibraciones y quarks y bosones y protones y neutrones y neutrinos y electrones y superposiciones y entrelazamientos y cosas así. Fue en vano. Nada averiguaron. Algunos creyeron que sí, que algo habían averiguado, pero estaban equivocados.

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