lunes, 24 de noviembre de 2014

El secreto del mal

Cierto, es una obra menor. Para algunos, un conjunto de relatos inacabados, sin pulir y, por tanto, prescindibles. Para otros se trata directamente de una obra que nunca debió ser publicada. Decididamente, nos encontramos ante el más pequeño y deslucido satélite del Planeta Bolaño. No hay ni que prestarle atención. No hay nada que se acerque ni remotamente a la altura de Últimos atardeceres en la tierra, no hay ningún cuento comparable a los que integran Putas asesinas.

Todo esto es cierto. Son esbozos, proyectos en ciernes, notas desmigajadas, obras potenciales. Aún así, en El secreto del mal hay al menos un cuento tremendamente interesante, o que a mí me parece tremendamente interesante: Laberinto. Se trata de un intento de agotar una fotografía, muy en plan Perec quien, como es sabido por Los sinsabores del verdadero policía -una obra nada menor, por cierto, digan lo que digan los demás-, muy probablemente fuera la reencarnación de Cristo. Bolaño describe minuciosamente esta fotografía.


Bolaño describe y, durante un  instante, parece que no va a pasar nada, nada más que el instante detenido de la fotografía. Pero Bolaño es Bolaño, lo que quiere decir que siempre pasan cosas, incluso cuando no pasan. Yo imagino a Bolaño, antes de ponerse a escribir, gritando: ¡señores, acción! Acción, acción y acción.

Parece imposible, dicho sea como digresión, como pensamiento pasajero y peregrino, como mero apunte sin importancia, que se le haya podido comparar con David Foster Wallace. No podrían ser más opuestos, creo yo. David Foster Wallace o el arte del anticlímax extremo, así titularía yo un hipotético libro sobre el genio norteamericano (esto que acabo de escribir necesitaría muchos matices, aunque lo voy a dejar así, porque soy muy perezoso)

Volvamos al genio latinoamericano. Primero está la superficie, lo que vemos y que es objeto de una descripción pormenorizada. No obstante, eso no es todo, porque algunos símbolos presentes en la foto nos llevan presuponer un entramado más complejo y más sutil de relaciones entre ellos. Y este entramado ya no puede ser descrito sino narrado y, ademas, es puramente imaginario. Los símbolos son signos que nos remiten a una realidad (múltiple) que no aparece, que no se presenta de manera inmediata, pero de la que Bolaño va a arrancar historias, montones de historias, y nos las va a contar a un ritmo endemoniado que no excluye ni la complejidad ni las sutilezas.

3 comentarios:

  1. Es que el listón estaba alto: Los detectives salvajes... 2112... Reverte decía de él que era el escritor más aburrido que había leído en su vida.

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  2. Es raro lo que dice Reverte (a quien, por lo demás, yo no considero ni escritor, sino un autor folletinesco sin interés alguno... me parece más saludable y una experiencia más memorable ver Gran hermano que leer sus novelas) porque Bolaño, como digo, narra a una velocidad de vértigo. 2666 es una de las mejores novelas que he leído en mi vida. Sin duda alguna.

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  3. Pero el propio Bolaño ya dijo todo lo que hay que decir sobre Reverte, que es muy poco, naturalmente. Que vende mucho, porque se le entiende fácilmente, y que no es diferente de Isabel Allende, y que un tal Feuillet era el autor francés más leído de su época. Y eso es todo.

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