jueves, 1 de diciembre de 2016

Kafka en la madriguera

Volviendo al tema Kafka —Kafka como encarnación de la literatura, como enigma, mito, fantasma, pozo inagotable—. Una vez se imaginó a sí mismo viviendo en una gruta, en una caverna, aislado de todo y de todos, escribiendo a la luz de una vela, en un estado de concentración total. Si no recuerdo mal —puede que sí, que recuerde mal, que algunas partes de lo que digo sean inventadas— habría, pese al aislamiento, una forma de comunicarse con Kafka. Una vez a la semana, por ejemplo, alguien llamaría a la puerta de la gruta. La gruta tendría una puerta. Quizá era una especie de sótano, quién sabe. Alguien llamaría y aparecería Kafka, con unos papeles en una mano, en la otra un candil (supongo). La débil luz titilante iluminaría a intervalos irregulares la cara de Kafka. Los papeles serían entregados. Kafka volvería a su madriguera (tal vez fuera una madriguera de lo que estamos hablando) a seguir escribiendo. Pero puede que no lograra concentrarse, que su atención se dispersara, que fuese mejor volver a la oficina. 

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