A veces imagino a ese lisérgico amigo de Philip K. Dick
que fue al desierto de Judea, a buscar su redención,
y murió deshidratado y solo, en el desierto de Judea.
Quién sabe si encontró la salvación. Quién sabe nada.
Quién sabe qué hizo el viento con sus huellas...
—las huellas que Robert Walser dejó sobre la nieve
también se las llevó el viento, nadie sabe a dónde—.
Pensaba que Jesús era un hongo mágico. Llevaba
un montón de latas de coca-cola. Murió deshidratado
en el desierto de Judea. Buscaba una lisérgica
redención. Era amigo de Philip K. Dick. Era un místico
lisérgico. Le gustaba —al parecer— beber coca-cola
y pensaba que el señor era un hongo mágico,
que Jesús el mesías era un veneno redentor y allí se fue,
al desierto de Judea, a buscarlo, y murió deshidratado.
A veces lo imagino, no recuerdo su nombre. Era
un místico lisérgico, un peregrino alucinado,
y creía que Jesús era un hongo mágico,
un potente veneno redentor que se hallaba
en el sagrado desierto de Judea.
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