miércoles, 18 de enero de 2012

Algo no tedioso sino narrativo

Me pongo a leer una novela supuestamente no tediosa, sino narrativa

(el supuesto implícito de este dictum es que lo no narrativo es tedioso, o incluso algo peor, a saber: formalista, elitista, esnob, filosófico, poético, vanguardista, experimental, poco recomendable, perverso, delirante, inconexo, fragmentario, reflexivo, serio, poco o nada entretenido, epatante, potencialmente despectivo para con el lector, una cosa de esas en las que se cita a Foucault, etc. Como habrán advertido, este texto va a ser farragoso, digresivo, reflexivo y un desastre narrativo total aunque, de momento, no tengo pensado citar a Foucault)

y la verdad es que me aburro, me aburro mucho, 

(los personajes, pálidos y desdibujados, no ofrecen la prometida profundidad psicológica que el autor reivindica en la promoción de la novela, son estereotipos vacíos, se repiten expresiones como 'entretanto' cada poco, y no hay drama, ni complejidad, solo una trama tópica y muertes que a nadie le importan. Uno ni siquiera desea la muerte de los personajes, sino del narrador, ese ente omnisciente que todo lo ve, todo lo sabe)

pero sigo leyendo igualmente, con desgana, deseando llegar al final

(suelo abandonar muchos libros, incluso buenos libros, que luego retomo, pero ahora, sin motivo, siento la obligación de terminar de una vez la novela supuestamente divertida, que nunca volveré a leer, y ponerme otra vez con auténticos hijos de puta elitistas sin ningún respeto por el lector, porque la verdad es que me divierten mucho más, o con algo definitivamente tan poco narrativo como El libro del desasosiego, de Pessoa)

no para saber el final, porque la novela con vocación de best-seller ni siquiera crea suspense, sino, sencillamente, para acabar; y la novela es muy larga, demasiado larga para lo poco que ofrece y

(ahora me surgen muchos interrogantes, muchas dudas, no respecto a la novela, que no me plantea absolutamente nada, sino respecto al hecho de juzgar una novela, sobre mi derecho, o el de cualquiera, a juzgar, sobre los criterios para juzgar, sobre mi animadversión hacia el hecho mismo de juzgar. Deleuze (no se cita a Foucault todavía, queridos lectores, como veis) recomendaba no juzgar nunca, sino experimentar. Decía que había dos maneras de leer un libro: una, pervertida, que va a la caza del significado, y otra manera, intensiva, gozosa, que busca experimentar y considera a los libros como maquinas asignificantes cuyo problema es si funciona, y cómo funciona para ti. La primera forma es reduccionista, la segunda aperturista. Esta novela, desde luego, no funciona para mí. Otra cuestión es que ni siquiera he dicho de qué novela se trata. Tal vez por cobardía, o tal vez no. No tiene mucho sentido leer este texto, probablemente, si no digo el titulo de la novela, pero esto no es una crítica literaria. Lo que hace este texto es generalizar salvajemente a partir de un solo caso (vicio propio de filósofos, se les tendría que caer la cara de vergüenza) que ustedes ni siquiera conocen (lo que no importa para el propósito del texto) y plantear una dicotomía mucho más amplia entre literatura supuestamente tediosa que sí volveríamos a leer y literatura supuestamente divertida que no volveríamos a leer)

ahora que estoy llegando al final siento una gran liberación interior, casi hasta me cae simpático el escritor y

(otra cuestión muy frívola es que durante la lectura de la novela, por culpa del aburrimiento que me provocaba, en algunos momentos no paraba de pensar en el peinado tan horrible que luce el escritor, lo que me lleva a pensar que los escritores no tendrían que hacerse fotos y, de paso, a pensar en que tengo que cortarme el pelo y comprarme ropa, porque a mí no me va nada el rollo del torpe aliño indumentario y necesito una cazadora nueva, jerséis, quizá alguna camisa y, por supuesto, zapatillas; yo siempre necesito más zapatillas)

me arrepiento un poco de haberle juzgado, sobre todo teniendo en cuenta que yo ni siquiera he escrito una novela y que escribir bien es difícil, muy difícil, y que

(escribir como DFW roza lo imposible)

bueno, al fin y al cabo, vale, no pasa nada porque haya novelas formalmente conservadoras y sin pretensiones que busquen entretener al lector, aunque a mí esta no me haya entretenido nada, 

(ustedes ni siquiera tienen constancia documental de esta novela obstinadamente innominada, por lo que muy bien este texto podría tratarse de un fraude y que la novela comentada ni siquiera existiese, habiéndome tomado yo la libertad de imaginar un best-seller para decir que es muy aburrido y especular sobre las consecuencias inintencionales de un supuesto autor que pretendiese escribir una novela fácil y accesible que resultase, sin embargo, tediosa)

pero que me entretenga o no depende no solo del autor, también depende del lector,

(la pregunta crucial, en definitiva, es por qué me pongo a leer una novela de la que de antemano sospecho que no me va a interesar nada y encima insisto en fustigarme imponiéndome la obligación de acabarla de una vez, pregunta que se queda sin respuesta, como tantas otras cosas)

en este caso, yo, que desde el principio

(obviamente, el sentido no existe independientemente del acto de la lectura, no flota por ahí como una gran nube algodonosa esperando a ser descifrada, el acto de la lectura sería como un rayo de sol que atraviesa la nube e ilumina una franja, aunque no deja de ser cierto que hay nubes susceptibles de ser iluminadas con diferentes grados de intensidad y complejidad y otras que no, así que no siempre la culpa es del lector)

me acerqué a la novela con mala fe,

(mi religión me prohíbe el resentimiento y la mala conciencia, monstruo bicefalo a que se enfrentaron con admirable valor Spinoza y Deleuze, pero, claro, uno no siempre logra mantenerse a salvo)

esa mala fe terrible

(quizá estoy exagerando, mejor digamos que me acerqué a la novela con cierta suspicacia)

 según la cual no se trata de comprender a los otros, sino de vigilarlos.

(nota mental: cada vez que el resentimiento se apodere de uno hay que pensar en lo que pensaría Deleuze de nosotros, y lo que pensaría es que estamos dominados por pasiones tristes, es decir, en una situación lamentable, totalmente opuesta a la libertad y a la alegría)

PD: Para resarcirme, el próximo libro que lea será uno 'tercamente intertextual y de sintaxis interconectiva críptica' con un título deleuziano, Punto de fuga, de David Markson, de quien DFW dijo que era un genio.  

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