domingo, 8 de enero de 2012

Diálogos


(Este texto es un poco insufrible, pero ya que esta escrito... Tiene algunas faltas, pero no es culpa mía, sino del ordenador, que a veces no pone tildes.)

-Se trata de una foto. Una foto en blanco y negro. Es una escena de Malas Tierras, la película de Malick. Creo que se llamaba así. Martin Sheen lleva unas botas puntiagudas y pantalones vaqueros y una cazadora también vaquera. Está sentado. Cabizbajo. A su lado está la actriz protagonista, cuyo nombre no recuerdo, pero eso es lo de menos. También está sentada. Lo verdaderamente crucial de esa escena es que la actriz lleva unos zapatos negros y unos calcetines blancos y un pantalón muy corto. Lo verdaderamente relevante es que la combinación de zapatos negros, calcetines blancos y pantalón muy corto debería causar una impresión de catástrofe estética y, sin embargo, misteriosamente, no solo no causa una terriblemente mala impresión sino que, de algún modo, se las arregla para resultar fascinante y desprender una belleza amable y serena. La escena es una especie de poema ingenuo. Y esa ingenuidad, irradiada por la actriz protagonista, viene entrelazada con un tipo peculiar de nostalgia. Me refiero, por supuesto, a la nostalgia de lo que uno nunca ha vivido. Aunque quizá ese sentimiento no se desprende de la foto sino que, por decirlo de algún modo, es un efecto del observador, que modifica lo observado. Algunos espectadores son proclives a verse afectados por dicho sentimiento, que no es inherente, por tanto, a la foto en si. La expresión en si es siempre sospechosa, por cierto. Algunos, no todos. No es algo universal (en el sentido fuerte, en el sentido débil de atribuible a varios sujetos tal vez si) más bien es una experiencia estética privada, que puede ser compartida o no, dependiendo del carácter de cada uno. Oleadas de fragilidad trémula y cósmica te golpean la cara, una emanación que es como un vapor te rodea por todos lados, efluvios misteriosos... Estoy exagerando, ciertamente. Pero si lo piensas un poco, es muy extraño ese sentimiento. Sientes nostalgia de una experiencia que no te pertenece. ¿A quién, entonces, pertenece? Porque a alguien tiene que pertenecer, digo yo. Mi tesis es la siguiente: existe un intelecto agente separado de nosotros y del cual a veces recibimos impresiones que nos resultan extrañas. Ese intelecto agente contiene potencialmente todos los afectos, todas las experiencias, es como una especie de gigantesca mente abstracta y nebulosa, un ordenador cuántico flotante. Experiencias místicas que nos sacan de nosotros mismos, por ejemplo. Están codificadas, no ya en un sistema binario, sino cubriendo los espectros infinitos que hay entre un numero y otro (infinitos cantorianos, probablemente) a una velocidad vertiginosa. Ese intelecto usa la lógica difusa e incluye eventos indeterminados y caóticos en sus previsiones. Digamos que es capaz de reflejar las acciones humanas, el ruido, la furia, el barro, la tristeza, el miedo, el asco, todas las imperfecciones, todas las incertidumbres, que este intelecto es una especie de ojo que lo mira todo bajo la especie de la eternidad. Aunque no es como si la experiencia de otro nos fuera trasplantada a nuestro cerebro. Ese supuesto otro, en realidad, no existe. Al fin y al cabo, solo podemos tener experiencias nuestras. Incluso si la sentimos como ajenas, siguen siendo solo nuestra idiosincrásica manera de experimentarlas como ajenas. Así que ese intelecto agente separado no es más que un postulado imaginario. Olvida mi tesis: era completamente estúpida. Esa nostalgia por un pasado que no vivimos se da, sin duda, en el presente, y viene a ser una variación de esa manía de desear lo que no existe. El Gran Otro no existe, insisto. Me refería al Gran Otro, aclaro. La fotografía vista como signo de la presencia de una ausencia. De esta forma la contemplaba yo. No quiero decir, en modo alguno, que esta ausencia sea una especie de doble de la presencia, no. Ni siquiera sé si lo que dicho tiene sentido. Estoy tratando de hablar sobre límites y superficies. Estoy luchando contra el lenguaje y contra mi cerebro para expresarme. Estoy tratando de comunicarte una maldita idea y no quiero que pienses que es profunda, porque no lo es. Hay que ser muy simple para tener ideas profundas. Imagina que llegas a los límites de la realidad. Suponiendo, claro está, que la realidad tenga límites. Imagina estos límites no como el contorno de la totalidad del mundo, sino como el término de la potencia de la realidad, unos límites dinámicos, no predeterminados. La realidad se autodespliega incesantemente, regida por el azar y la necesidad. Entonces imagina que llegas a ese lugar, suponiendo que es un lugar, aunque no lo sea. Solo supónlo. Suena música, caminas por una especie de nube, te embarga la emoción. Quizá, incluso, te lloran los ojos, recuerdas momentos felices, no sé, por ejemplo, la primera vez que le tocaste las tetas a una chica de catorce años, cuando ibas al colegio (es solo por poner un ejemplo cualquiera) y, en fin, estás ahí, recobrando el tiempo perdido en una secuencia de imágenes radiantes y veloces y extiendes tus manos y puedes rozar los límites de la realidad, es un instante pletórico, solo al alcance de un personaje de ciencia ficción, pero ¿qué pasa en ese preciso momento? Lo que pasa es que no puedes traspasarlos. Si los traspasas, creas más realidad, porque esos límites son dinámicos. Extiendes tu mismo los límites de la realidad con tu acción de extender los brazos. Lo que quiero decir es que la ausencia no es una presencia de un orden ontológico diferente. Es la ausencia y punto. Y es, no obstante, la condición de posibilidad del mundo. Como el rollo del vacío que es tan importante como la materia para constituir el ser de un vaso, o de una taza, o de lo que sea. Pero no es nada. Es el Afuera Absoluto, si quieres. Por llamarlo de algún modo. Es una Grieta. Es el Resplandor de una Mirada Que No Puedes Ver. Aunque supongo que no queda muy claro lo que digo, lo siento mucho. Esta nostalgia suele ser severamente amonestada por críticos culturales y demás listillos de mierda que la tachan de reaccionaria y paralizadora. Les respondería diciendo que, por favor, distingan. Yo soy muy de distinguir planos y ver relaciones complejas y múltiples combinaciones entre dichos planos. Pongamos tres planos: el metafísico, el estético y el ético. Yo digo: el ser del hombre es proyecto, o digo que su esencia consiste en su existencia (no que la existencia preceda a la esencia, como pensaba el idiota de Sartre). Aquí tenemos una preciosa afirmación que va a la casilla de metafísica. Ahora, eso mismo, expresado en un personaje literario, a la de estética. Y ahora, usted, en su vida, se comporta de acuerdo con esa afirmación de índole metafísica figurada literariamente, y nos situamos en el plano ético de las acciones
-Esto empieza a parecerse a una puta clase de Filosofía.
-Además, no se ve la relación entre la nostalgia, lo del Afuera, y ahora esto de los planos.
-Y si soy proyecto permanece indeterminado qué soy, que es algo solo determinable por el tiempo. El tiempo es la forma de la determinación.
-¡Por el amor de Dios, va a empezar a hablar de Kant!
-Entonces el estado de resuelto del hombre...
-¡Dios mío, no, el puto Heidegger!
-El estado de resuelto del hombre, digo, consiste en que uno está determinado a hacer algo, pero no sabe todavía a qué, de tal manera que existen relaciones muy complejas entre la afirmación metafísica del ejemplo y el plano ético de las acciones llevadas efectivamente a cabo. Si me resuelvo a matar a gente, soy un asesino, por ejemplo. ¿Convierte eso a la afirmación metafísica en criminal?
-¿Nos está poniendo deberes?
-¿Está disculpando a Heidegger?
-Lo que digo es: ¿Existe una relación biunívoca entre la nostalgia experimentada en el plano estético y el conservadurismo en el plano político?
-La palabra biunívoca seguro que ni siquiera existe.
-¿Es que no se puede experimentar nostalgia y orfandad existencial y a la vez no ser, necesariamente, conservador, reaccionario, etc?
-¿De qué habla ahora?
-Pues seguramente no se puede, capullo. Tú  conviertes todas las contradicciones en diferencias. Es un puto truco.
-Yo sigo sin saber de qué habla.
-Además, examinemos un poco más la nostalgia. En cierto sentido sí, es un sentimiento reaccionario y paralizador. Como el pájaro de Borges, que volaba con la cabeza hacia atrás, mirando dónde estuvo todo el rato, así el nostálgico. Uno desea seguir viviendo en un pasado que ya es inaccesible. Pero no es del todo cierto. Uno se ve envuelto en el presente por un pasado deseable, pero no está tan claro que quiera irse a ese pasado. Al presente de ese pasado. En el presente de ese pasado no existía la distancia que es la condición de posibilidad de la nostalgia. En el momento de vivirlo, no había nostalgia.
-En serio, yo he dejado de escuchar
-Yo ya no sé si está defendiendo la nostalgia o ha cambiado de opinión
-La pulsión de muerte, ¿es nostalgia por un estado inanimado?
-...
-...
-Lo único que digo es que la nostalgia es un sentimiento complejo. El paraíso perdido, por ejemplo. Por supuesto, nunca existió. Pero quedarse en esto es pueril. Estar perdido es su propio modo de ser. Existe como perdido. Esa es su forma de ser. Adquiere el carácter de paraíso si y solo si está perdido. Es el efecto de una distancia insalvable. No vale decir: no existió el paraíso. Hay que decir que es como un motor inmóvil de anhelos irrealizables y que su no existencia forma parte de su naturaleza de motor que mueve sin ser, a su vez, movido. Que no exista no tiene ninguna importancia.
-Ahora esto parece una clase de teología, o un comentario de Aristóteles.
-Parece Aristóteles comentado por un demente.
-¡Por Zeus, me podíais dar la razón, como hace todo el mundo en los diálogos platónicos!
-Esta si que es buena.
-Se cree Socrates, el pobre.

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