domingo, 9 de octubre de 2011

Unai

Los movimientos repetitivos y mecánicos son calmantes. El cenicero está repleto de colillas. Mirar por la ventana, balancearse: adelante y atrás. La tos no le impide seguir fumando. Moverse al ritmo de la música: adelante y atrás. Moverse sin ir a ninguna parte. Al menos, afuera el sol infunde cierta serenidad: una especie de quietud elástica que se esparce lentamente y lo inunda todo y revolotea en el aire y se infiltra por los poros de la piel. Movimientos compulsivos, sin progresión, sin destino, sin sentido. Una sonrisa invisible, en el aire, elástica y acogedora, de alguien que no existe, inmenso tú sin rostro. Ariadna le había dicho algo la otra noche, algo que no sabía interpretar, que ni siquiera llegó a escuchar bien porque estaba demasiado pendiente del hecho mismo de que le estuviera hablando como para concentrarse además en el contenido de lo que estaba diciendo. Unai tiene problemas con la comunicación oral, nadie lo niega. No es que tenga problemas para seguir el hilo de distintas conversaciones, es que tiene problemas para seguir el hilo de una sola, y cuando habla no esperes que te mire a los ojos. Su atención se centra en otra cosa, en cualquier cosa, y cuando quiere atender a lo que le están diciendo ya es tarde, no puede responder nada porque no sabe de qué le están hablando. Quizá se está fijando en la figuras geométricas de la acera y su mente se obsesiona con el hecho de que siguen un patrón susceptible de ser siempre repetido y que, por tanto, es potencialmente infinito, aunque su plasmación en el mundo físico esté necesariamente acotada y se repita solo un número finito de veces, pero no le obsesiona tanto la idea de la repetición potencialmente infinita como las figuras geométricas repetidas en sí y plasmadas en la acera y se fija en ellas compulsivamente y entonces alguien le habla y la sensación es parecida, solo que más leve, a despertarse de repente en medio de un paseo sonámbulo por tu casa. Tardas un rato en orientarte. Así que escuchó algo a medias la otra noche. Es difícil interpretar las intenciones de los demás. Los estados mentales de los otros son confusamente expresados por una maraña de signos equívocos. Nada es claro y distinto. Ningún pensador encerrado en su habitación con una maldita estufa va a lograr que las cosas sean claras y distintas.

Ahora las horas se alargan. El tiempo es denso, casi palpable. El tedio lo ocupa todo, una nube tóxica, envolvente y absurda. Pone una música muy ruidosa. Cuanto más ruidosa, mejor. Todo fue un malentendido, probablemente, desde el principio. ¿Cuándo fue el principio? No se debería hablar nunca ni de principios ni de finales, solo de ahora, de la puerta móvil del instante. Siempre estamos en medio, así es como está el hombre en el mundo: en el puto medio. Debería vaciar el cenicero de una vez. Unai intenta reconstruir en su mente las palabras de Ariadna; y su voz, el tono de su voz, sobre todo el tono de su voz y su mirada. Todo le resulta pálido y desdibujado, borroso: una lluvia sucia empapa sus recuerdos. Su mirada (la de Ariadna) tenía el poder de desestabilizar su sistema nervioso (el de Unai, claro), que ya de por sí es un sistema poco estable y bastante alejado del equilibrio, un sistema precario, que tiende a desbaratarse por el más mínimo percance, real o imaginario. Ahora trata de alcanzar un grado razonable de equilibrio y la suficiente serenidad mental para seguir respirando con normalidad durante el resto del día mediante movimientos casi inconscientes y autoestimulantes de balanceo corporal prolongado en su silla y miradas escrutadoras dirigidas hacia un horizonte vacío. La mente y el cuerpo son lo mismo. Cuando termina la canción ruidosa que había puesto, el silencio es insoportable. Un lugar inhabitable. Pone otra vez la canción. Sube el volumen. Cuanto más ruidosa, mejor. La misma canción. Le gustan las repeticiones, que todo sea previsible, que todo esté en su maldito sitio. Saber exactamente qué nota viene a continuación, las rutinas, los rituales absurdos y complejos que producen una ilusión pueril de control. La vida es, fundamentalmente, azar y necesidad, fragmentos y polvo, confusión. Un imposible orden estricto. Una fantasía de matemático platónico, un bálsamo metafísico, tan eficaz como el de Fierabrás. Sentarse siempre en los mismos sitios. Recorrer las mismas calles. Algunos objetos por los que siente un irremediable e irracional apego. Pero Unai es funcional, cretinos.

Unai había bebido más de dos litros de cerveza aquella noche. Casi tres, probablemente. O más, quién sabe. No debería extrañarse de que luego todo le resultase borroso al día siguiente. Acontecimientos encadenados por una lógica demente. Desconocidas que le acarician la barbilla y le sonríen y se van. Desconocidas que le revuelven el pelo, como si fuera un niño pequeño. Unai pide otra cerveza. Observa en silencio, lejos de todo. De todos. Una trama sin sentido encadenada por una sintaxis delirante. Fogonazos intermitentes, ráfagas de imágenes inconexas. Una resaca espantosa. Una sed mortal. Una soledad espantosa y mortal. Salen del bar, que ya había apagado la música y encendido las luces. El último bar. Este es el fin, mi único amigo, el fin. De repente se sintió muy cansado y con ganas de irse a casa. Hacía frío. Pensó: antes, cuando todo era mejor. Y también pensó que no debería hablarse nunca de antes, cuando todo era mejor. Pensó las dos cosas a la vez. Antes de irse, alguien le ofreció un cigarro. Lo agradeció. Tarareó This is the end de camino a casa. No llovía ni nada, pero qué más da.

El cielo atravesado por nubes delgadas como cuchillos parece esperar algo con una paciencia infinita, o con indiferencia. En realidad, Unai es quien espera algo, claro. El cielo no espera nada. Está ahí y ya está. Su ser consiste en estar, sin más. Es plenamente lo que es, aunque sea una ilusión fugaz. Unai lo mira y se balancea y debería vaciar el cenicero y se levanta a mirar los título de los libros mal ordenados de las estanterías y saca algunos y los hojea y Job maldice el día de su nacimiento y Sócrates explica qué irracional es temer a la muerte y los vuelve a dejar en su sitio incorrecto y no se decide finalmente por ninguno y no le apetece hacer nada y merodea como un animal atrapado de un sitio a otro y vuelve a sentarse y a mirar por la ventana -adelante y atrás- el horizonte que cada vez está más vacío y el tiempo sigue transcurriendo con una lentitud exasperante y la música ruidosa sigue sonando a todo volumen en la habitación inundada de humo y de tedio.

Mejor no pensar. ¿Para qué? A la salida del bar, Unai regateaba con extraordinaria habilidad a todo el mundo, usando un vaso de papel aplastado como improvisado balón. Piensa: el placer de dejarse vivir sin pensar, sin la molesta conciencia de ser consciente. Aunque hacía unos diez años ya que no jugaba a fútbol y se fatigaba con mucha facilidad. Ahora el color del cielo es el tópico púrpura evanescente y las nubes más que cuchillos parecen plumas blandas suspendidas en el aire. Se escucha el aullido de la luz. No se escucha, en realidad, pero digamos que sí, que se escucha y que la ilusión es verdadera y vital y hasta necesaria y urgente y que la luz mortecina suena como el grito de una mujer mitológica que está siendo raptada pero que sin duda se fugará del Hades cuando vuelva a amanecer. No hay por qué preocuparse. Ella será el amanecer.

Un silencio semejante a una promesa susurrada en voz baja al oído inunda los últimos coletazos de la tarde. Un silencio al fin habitable, como un lienzo sobre el que trazar líneas, pasos, huellas, pasadizos. Unai respira hondo, pero el horizonte sigue vacío. Cada vez anochece más pronto. La maldita Tierra también se mueve compulsivamente, sin progresión, sin sentido, para nada. No va a ninguna parte. Ariadna brilla en el cielo. Es preciso que lo haga. Antes de que el maldito sol se apague. Es vital y necesario y urgente.

Más que dormirse, se desmayó sobre la cama. Serían las siete y media de la mañana cuando llegó a casa. Estaba cansado. Todo fue un malentendido, se dijo, pero tal vez no. ¿El qué? Ni eso sabía. Se refería, en realidad, a una especie de desesperanza ontológica incurable. Al despertarse pensó en espantapájaros a los que quizá les gustaban mucho los pájaros y por eso su existencia era un perpetua ironía trágica sin salida, en muñecos destartalados expuestos a los vaivenes del viento, en nadadores que se adentran en el mar hasta que el terror les obliga a regresar a la orilla, en cuánto dará de sí el coraje de los nadadores, en el punto móvil de no retorno cuya ubicación depende de su voluntad y de su capacidad para controlar el miedo, en seres nostálgicos -que, de algún modo extraño, son invencibles y valientes, a su modo- recorriendo desiertos interminables, buscando algo, en escaladores de montañas cuyas cumbres siempre están nevadas y en las descargas de adrenalina que recibirán como recompensa espiritual por su esforzado ascenso, en chicos que recorren calles mojadas y frías subiéndose el cuello de la cazadora y exhalando vaho y encendiendo cigarros y frotándose las manos, en caminos circulares, en inmensos corredores, en jardines inaccesibles, en melodías que se expanden adueñándose del espacio y se esparcen por las distancias heladas del universo con un mensaje que no significa nada, en la intensidad gloriosa de algunos instantes, y en la larga sombra del recuerdo. Después de desayunar, Unai se sienta y mira por la ventana; se balancea rítmicamente.

Debería vaciar el cenicero de una puta vez. Es lo único que está claro.

2 comentarios:

  1. Es mejor no tener en cuenta nada de lo que pasa a partir de las doce de la noche. No creer nada de lo que nadie te diga. No tomar en cuenta nada de lo que veas. Porque al final,todo es un malentendido.

    Por cierto, creo que anoche pasé a tu lado y no te saludé. No sé por qué, pero ves, nada de lo que pasa a partir de las doce hay que tener en cuenta. Así que tarde, pero... "hola Sergio, que sepas que me acuerdo todos los días de ti en clase, porque tengo un par de asignaturas que son básicamente filosofía del lenguaje y no paran de hablar de postmodernidad, ciberpunk y cosas que a ti te emocionarían mucho, te lo aseguro..." :D un saludo

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  2. pero el post es ficción eh, XD

    Anoche estuvimos en la fiesta de la cerveza del Lusitania, con cervezas de tercio a un euro, así que imagínate... tengo algunas lagunas mentales, pero bien

    Pues a ver cuando nos vemos, y hablamos de postmodernidad y ciberpunk... y te doy la vara con Deleuze :)

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