martes, 11 de octubre de 2011

Entrevistas breves con hombres a los que todo les sucede como si entre su yo y el mundo hubiese un cristal muy grueso

-Verás, todo sucede como si entre mi yo y el mundo hubiese un cristal muy grueso, transparente, pero muy grueso. Algunos días, la sensación es singularmente intensa, tanto que llego a creer que no se trata de una metáfora. Digamos que sufro tres segundos de angustia en una atmósfera de pesadilla y a continuación razono y digo no, es imposible, no hay ningún cristal. Sé que no hay ningún cristal, pero saberlo no es suficiente, la sensación sigue ahí, terca y absurda. Los sonidos llegan a mis oídos en sordina y desprovistos de significado. No entiendo lo que me dicen. Digamos, de nuevo, que sufro unos tres segundos de angustia. Además, creo que mi cuerpo se diluye, se evapora, se llena de agujeros, pierdo el anclaje con la realidad, me mareo, dejo de comprender, la sensación se apodera de mi cuerpo. Por supuesto, sé que no es así, mi cuerpo sigue en la realidad, con su peso, ocupando espacio, pero eso no tiene nada que ver con la creencia. Se trata de una creencia involuntaria. Carece completamente de sentido, lo sé, no soy idiota. 

-Ahora digamos que, por ejemplo, usted es perfectamente capaz de hacer algo, lo que sea, cualquier cosa banal, cualquier nimiedad insignificante, y usted la hace sin el menor esfuerzo, sin pensar, como haría cualquier persona cuerda, equilibrada, como haría cualquier mediocre, sin problemas, y digamos que yo, por ejemplo, tengo que hacer esfuerzos psíquicos titánicos para hacer esa misma cosa insignificante que no representa desde un punto de vista realista ninguna dificultad objetiva, entonces el hecho de saber que esa cosa es banal y sentir al mismo tiempo una dificultad suprema para hacerla, una especie de amenaza exterior abstracta acompañada de un terror sin nombre que se repite, como un eco, en mi interior, incrementa la angustia, porque en lugar de establecer una especie de intercambio con el mundo externo, digamos un cálculo económico de costes y beneficios, me siento irremediablemente inclinado a encerrarme en mi caparazón, lo que en el fondo no soluciona nada, claro, pero la alternativa del terror sin nombre es demasiado angustiosa, demasiado insoportable y, como digo, el hecho de que objetivamente sea poco realista sentirse amenazado y que esté meridianamente claro que mi reacción es desproporcionada tiene el efecto de un círculo angustioso que gira sin parar, en el vacío.

-Pero mi sensación es cierta. Obviamente, el hecho de que ni siquiera pueda explicarla forma parte de la sensación, lea a David Foster Wallace.

-Usted dice que debo aprender a tolerar un cierto grado de frustración en relación con las necesidades de la vida adulta y que no puedo estar siempre en situaciones perfectamente controladas y previsibles y que si no aprendo que las cosas no pueden ser perfectas me va a ir mal y fracasaré en todo y usted tiene razón, pero no se da cuenta, de nuevo, de la angustia que me provocan los cambios, no tiene ni idea. Usted tiene razón en que tengo reacciones que son, digamos, ligeramente autistas, como las pataletas que tenía de niño, pero, de nuevo, insisto... ¿Usted cree que lo hago de forma voluntaria? ¿Eso cree? ¿Cree que es voluntario? Está tremendamente equivocado. ¿Acaso cree que hago girar objetos obsesivamente porque quiero?

-No, verá, soledad ontológica, eso es lo que quiero decir. 

-¿Usted no tiene la sensación de estar de más en el universo? Oigo derrumbarse mi interior, noto que mis nervios se tensan.

-Claro, las fases maníacas son todo lo contrario, pura exaltación, pura luz, serenidad sin fin, sonrisa invisibles y acogedoras, viento salvaje y orgulloso hablando un idioma sin sentido que comprendo perfectamente, todo se despliega, vibra, danza, serpentea, la música de las esferas, mares inagotables...

-¿Me comporto como un niño caprichoso? No lo niego, pero que sepa usted que quizá prefiero...

-Usted sabe, ese tipo de situaciones en las que todo el mundo opina sobre ti y sobre lo que deberías hacer y te sientes presionado y realmente deseas vivir como un poeta salvaje, en el delirio, aunque mueras en el intento, y si no lo haces es solo por cobardía o porque no sabrías como hacerlo, no por alguna estúpida consideración moral respecto al deber abstracto del ciudadano y de la sociedad, o de la familia, no, porque te sabes refractario a los valores establecidos, te sabes solo y asustado, quizá con algunos delirios de grandeza, con la estúpida necesidad de ser reconocido y comprendido.

-¿Es inútil ponerle literatura? La literatura engrandece el fracaso, o lo hace soportable, al menos.

-Yo qué sé, déjeme en paz.

-Es como cuando alguien te dice que no te pongas nervioso, pero es inútil, te pones más y más nervioso, y todo lo que pueden hacer los demás es decirte que no te pongas nervioso, y tú si pudieras controlar tus nervios claro que dejarías de estar nervioso, pero además la gente cree en el dualismo de la mente y el cuerpo y tiende a culpabilizar soterradamente a quienes tienen problemas con sus nervios, como si fuera un problema esencialmente distinto de un problema físico. Yo niego, rotundamente, el dualismo mente y cuerpo. Afirmo que seguimos siendo supersticiosos e imbéciles.

-La gente, ¿qué es la gente? ¿No puede hablar en términos más concretos? Yo solo conozco a personas. Por lo que a mí respecta, la gente es una expresión abstracta carente de sentido. Hay personas, algunas son imbéciles, otras son encantadoras. Le diré que la fuerza que irradian las personas encantadoras es mayor que la que irradian las que son imbéciles. Ese es mi mensaje optimista del día. El amor vence al odio. Precioso, ¿verdad?

-Le respondería con una cita de Cioran que dice que nadie se vuelve normal impunemente. En cierto sentido, mi único deseo es ser normal. Integración perfecta. Coche, casa, todo. Televisión grande que te cagas. Un perfecto burgués. Quejarme de lo que se queja todo el mundo, gustarme lo que a todo el mundo le gusta, aunque esta expresión, todo el mundo, es abstracta, una abstracción matemática, el Se impersonal, verá, ¿quién hostias es el sujeto todo el mundo? No es nadie, bueno, sigo, me gustaría ser como todo el maldito mundo, pero luego, a la hora de la verdad, en fin, no es que me crea especial, solo digo que cada uno tiene que vivir su vida a su modo. Esto parece simple, una banalidad, un cliché, cierto, pero piense ¿qué implica vivir de un modo? Un modo siempre es algo singular… Vivir de un modo… Eso implica una selección de las cosas que me convienen y las que no, a mí, a cada uno, en su singularidad concreta, implica establecer relaciones que aumenten mi potencia, es decir, mi alegría, eso es la ética spinozista y entonces, claro, si yo renuncio a mi modo para integrarme en una generalidad abstracta, en la normas que supuestamente sigue todo el mundo, es decir, en la normalidad, está claro que no se puede hacer eso impunemente porque estaría renunciando, digámoslo en términos de Spinoza, a la parte eterna de mi esencia. Dicho lo cual, a veces hay que transigir, ¿acaso me ha oído negarlo?

-Sí, pongo la Ética de Spinoza en la mesita de noche, a veces solo para sentirme acompañado. También algún libro de DFW. Verá, DFW a menudo es terrible, habla de cosas macabras, en fin, sí, pero realmente me siento acompañado por él, no tiene nada que ver con la calidad literaria, es otra cosa, una conexión, no tiene que ver con escribir bien, cada día me importa menos escribir bien, en la escritura se trata de otra cosa, no sé si suena paradójico, pero el asunto de la escritura es siempre otra cosa.

-Casi le diría que si estoy escribiendo estoy bien, puedo estar escribiendo que siento paladas de angustia atragantándome y eso es mucho mejor que estar tragando paladas de angustia y no escribir que siento paladas de angustia atragantándome. Lo escribo, la sensación se transforma, aumenta mi potencia, mi alegría, respiro mejor. A veces incluso tengo ganas de bailar después de escribir. Habrá quien le dirá que esto es concebir la escritura como terapia y no como arte. No tengo nada que objetar, pero yo concibo la escritura como me da la gana. Concibo la literatura y la filosofía como las dos grandes terapias del ser humano. En un sentido muy, muy honesto.

-El dinero no me importa. Lo digo en serio. Nadie me cree cuando lo digo, pero lo digo en serio. Me preocupa, no sé, acabar tirado en la calle, sin casa, sin nada que comer, etc. Pero, en fin, tengo ropa de sobra, y de momento hay bibliotecas públicas. Tengo, no sé, diez pares de zapatillas, y siempre me pongo las mismas. También debo tener diez pares de pantalones y solo uso dos. Usaría siempre los mismos, pero, en fin, hay que lavarlos y eso. No me gustan los cambios, no sé si se habrá dado cuenta.

-Yo uso objetos autistas desde que tenía tres años. Objetos que no se usan para la función que fueron creados, sino de forma idiosincrásica. Los llevas todo el día contigo, los haces girar, y así. Algún psicoanalista imbécil ha escrito que impiden el desarrollo del pensamiento y explica su uso como un mecanismo psicológico defensivo. Escribe que desde un punto de vista exterior la conducta del niño parece idiota y sin sentido, pero que desde el punto de vista del niño es absolutamente esencial. Es absolutamente esencial, desde luego, pero no porque el niño albergue creencias extrañas respecto al objeto, el niño no sabe por qué es esencial… qué sé yo, la causa del apego irracional quizá haya que buscarla en la neurobiología y no en un acontecimiento traumático infantil. Insisto en que niego tajantemente el dualismo entre el cuerpo y la mente. Le explicaría con gusto por qué es esencial tener siempre el objeto, si supiera cómo. Si simplemente pudiera trasladarle directamente mis estados mentales, porque, claro, hablando es un lío…

-Fumo y leo. Miro por la ventana, poco más. Soy un tipo aburrido, en realidad. No quiero decir que yo me aburra, no todo el rato, al menos. Pero digamos que estoy a años luz de comportarme como esas personas que siempre están haciendo cosas y pensando en hacer cosas y que se divierten sin parar. A mí la perspectiva de tener esa especie de mandato del superego de gozar compulsivamente me parece absurda y estresante. No es que no disfrute, mi problema es con el mensaje imperativo: goza. Creo que es una ética potencialmente catastrófica. Una ética propia del capitalismo de consumo, además. Yo intento comprender lo obvio. Es mucho más difícil de lo que parece. Usted cree que sabe ver, pero quizá no sepa. Quiero decir, con intensidad y a la vez dejando que las cosas se muestren por sí mismas. Mire, por ejemplo, el atardecer, olvídese de que quizá es un poco cursi y tópico, olvídese de todo, haga una maldita reducción trascendental y póngalo todo entre paréntesis, deje que el cielo se vaya dibujando por sí solo, que sus ojos reciban el color, la luz que cambia imperceptiblemente, ¿no ve que ese instante conquista la eternidad?

-El psicoanalista imbécil también escribía que los niños que usan objetos autistas están autocentrados excesivamente en sus propias sensaciones, que su discurso oscila entre las sensaciones y la nada…

-El cristal ha desaparecido. Creo, sí. Ahora extiendo mis brazos, noto el viento directamente.

-¿Estoy otra vez encerrado en mi caparazón gozando narcisísticamente en lugar de abrirme a los otros? ¿Eso cree? ¿Estoy haciendo una torpe emulación de DFW con las entrevistas breves?

-Si yo le digo que sinceramente el objetivo de lo que le estoy diciendo y que usted transcribe no es la calidad literaria sino otra cosa, por muy indefinible y vaga que sea, ¿no se da cuenta de que no importa en absoluto lo torpemente que emule a DFW? ¿No comprende que lo importante es esa otra cosa? No sé si esto suena inteligente o idiota, solo le digo lo que creo de verdad.

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