Al innombrable, esos otros no cesan de abrumarle desde que se les metió en la cabeza que haría mejor existiendo. Falta incluso el sujeto, que no tiene nombre, y esos otros, indeterminados. El innombrable existe y no existe. Se trata solo de palabras, advierte Beckett. Nada empieza ni termina. En la singularidad de las paradojas, nada empieza ni termina, todo va en el sentido del futuro y del pasado a la vez (Deleuze, 1969). El ahora desde el que habla el innombrable no deja de subdividirse. Mis aventuras están concluidas ya, mis dichos están dichos, dice, al principio. Lo que digo, lo que tal vez diré, está dicho ya. El tiempo está fuera de sus goznes, como se quejaba Hamlet. Sin embargo, los personajes de Beckett no han venido a restituir al tiempo, a encajarlo de nuevo en un orden se sucesión, que le dote de un sentido. El tiempo como determinación del movimiento, según la definición clásica de Aristóteles, está ausente en las obras de Beckett, en consonancia con sus personajes inmóviles. El innombrable está en una vasija llena de serrín y tiene el cuello sujeto por una argolla. Acostumbrarse al serrín dice, es una ocupación como cualquier otra, no soporto la inactividad. Pero, incluso con el cuello fijo, eso no quiere decir que se encuentre fijo siempre en el mismo sentido, pues puede agitar su tronco y darle el grado de revolución que quiera. Abolir completamente la actividad es imposible, excepto si uno está muerto. Los personajes de Beckett, a pesar de todo, conservan cierta voluntad de vivir. Aunque, en plan Schopenhauer, a veces parece que el propósito de esta voluntad sea aniquilarse a sí misma. Hablo, con el objeto de callar, dice el innombrable, pues si aquí el silencio es casi total, no lo es del todo. El aquí no sería otro que la narración misma. La ausencia de narración es casi total, pero no lo es del todo. Escribir, necesariamente, es un acto afirmativo, aunque no afirme casi nada. El silencio no puede ser total.
Si, según Deleuze, no hay que confundir el Acontecimiento con sus efectuaciones espacio-temporales, porque el Acontecimiento no pertenece al tiempo de Cronos, el tiempo de los cuerpos y de las mezclas, sino a Aión, y esquiva siempre el presente, es, de algún modo, de este Acontecimiento, del que habla Beckett, que es el sentido mismo, nunca presente, desplazado en un pasado inaprensible o situado en un futuro diferido, como el Castillo kafkiano.
Bah, estoy tranquilo, no ha podido ocurrir más que una cosa, la misma siempre.
Un único Acontecimiento, para la infinita diversidad de lo dado. Un único clamor del ser, para todos los entes.
PD: Este texto ha quedado un poco raro porque a la mitad, más o menos, cambió repentinamente de propósito. Es bastante confuso, mezcla muchas cosas, algunas que requerirían una explicación más detallada, quizás, como la idea de Acontecimiento en Deleuze, pero yo tampoco acabo de tener muy clara la filosofía de Deleuze, ni soy un experto en Beckett, a pesar de lo cual, escribo sobre ambos porque, como dijera el mismísimo Deleuze, si esperáramos a colmar nuestra ignorancia para empezar a escribir, no escribiríamos nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario