domingo, 16 de octubre de 2011

Un dos tres ya

Por entre las rendijas de la persiana se filtraba la luz matinal, dulce y cansada, inundando de placidez la habitación de Sergio, que, aún en un estado de duermevela, extendió su brazo derecho para alcanzar el reloj y mirar la hora, las once y media, en la esfera, iluminada sin necesidad, del reloj digital, que descansaba en el alféizar de la ventana, siempre al alcance de la mano, pues lo primero que hace al despertarse es comprobar la hora, tomar conciencia del mundo, de nuevo, tras el lapso del sueño, y luego se queda un poco más, unos minutos, dormitando en la cama, dando vueltas, a veces concluyendo la trama de algún sueño disparatado que flota todavía, como extraviado de su mundo, por su mente a medio despertar, en esa frontera dudosa, donde se mezclan y confunden hechos e imágenes y donde, en ocasiones, a la memoria le cuesta distinguir si determinados acontecimientos pasaron en la realidad o en el sueño, acontecimientos triviales, conversaciones nocturnas quizá, por ejemplo, entre otras cosas, confusión que suele durar muy poco tiempo, porque poco tiempo se puede habitar esa frontera, esa puerta que conecta dos mundos, y se hunde uno plenamente en el sueño otra vez, o ya no queda más remedio que despertarse del todo, con todas las consecuencias, subir del todo la persiana y que la luz entre a raudales, haciéndote daño en los ojos unos segundos, abandonar la cama, vestirse, preparar el café, encender la televisión, decir buenos días, aquí estamos otra vez, comienza otro día, todo vuelve a comenzar, está bien que sea así, eternamente rueda la rueda del ser, venga, estamos listos, un dos tres ya.

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