viernes, 14 de enero de 2011

Aprender a jugar

Saber afirmar el azar es saber jugar. Pero nosotros no sabemos jugar: «Tímido, vergonzoso, torpe, semejante a un tigre que ha perdido su impulso: así es, hombres superiores, como os he visto a menudo deslizaros hacia un rincón. Habíais perdido una tirada. Pero ¡qué os importa a vosotros jugadores de dados! No habéis aprendido a jugar y a provocar del modo que hay que jugar y provocar». El mal jugador confía en varias tiradas, en un gran número de tiradas: de esta manera dispone de la causalidad y de la probabilidad para conseguir una combinación deseable; esta combinación se presenta en sí misma como un objetivo a obtener, oculto tras la causalidad. Es lo que Nietzsche quiere decir cuando habla de la eterna araña, de la tela de araña de la razón: «Una especie de araña de imperativo y de finalidad que se esconde tras la gran tela, la gran red de la causalidad — podríamos decir como Carlos el Temerario en lucha con Luis XI: "Lucho contra la araña universal"». Abolir el azar cogiéndolo en las pinzas de la causalidad y de la finalidad en lugar de afirmar el azar, confiar en la repetición de las tiradas; en lugar de afirmar la necesidad, confiar en una finalidad: he aquí todas las operaciones del mal jugador. Tienen su raíz en la razón, pero, ¿cuál es la raíz de la razón? El espíritu de venganza, nada más que el espíritu de venganza, ¡la araña!. El resentimiento en la repetición de las tiradas, la mala conciencia en el creer en una finalidad. Pero así nunca se obtendrán más que números relativos más o menos probables. Que el universo no tiene finalidad, que no hay ni finalidades que esperar ni causas que conocer, ésta es la certeza para jugar bien.

Gilles Deleuze, Nietzsche y la Filosofía


PD: Esto, por cierto, tiene que ver también con el Amor Fati, la fórmula que le sirve a Nietzsche para expresar la grandeza del hombre. La afirmación del azar y de la necesidad, del azar y del destino, su correlación y no su oposición. Ya en Spinoza la libertad no se oponía a la necesidad, al contrario, no se puede ser libre sin asumirla. Necesidad, pero no finalidad. A mí todo esto me parece extraordinariamente liberador. La vida ya no es objeto del juicio de Dios, no está sometida a modelos trascendentes y no tiene finalidad. Lo cual no quiere decir que carezca de sentido, sino que su sentido es inmanente, es el juego mismo. Muerte del idealismo. Incipit Philosophia.

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