miércoles, 15 de abril de 2009

Diario de Irene Valinski (Nunca se sabe)

Nunca se sabe. El silencio, blando, todo de algodón. O también: cuchillos y alfileres y toda clase de instrumentos punzantes hiriendo de muerte las nubes y las almohadas. El silencio es imposible, aterrador, es la muerte. Por eso es importante tener el calzado adecuado y los pantalones ajustados y saber fumar con lentitud sin desesperarse por la espera y la huelga de los acontecimientos. Es decir: vosotros queridos moralistas no vais a evitar que nos sacrifiquemos alegremente en la celebración de la decadencia. La vida justificada únicamente como fenómeno estético, más allá del bien y del mal, Nietzsche dixit. Los últimos hombres saludamos. Sonreimos. Todo es tan divertido. La risa se hiela y se quiebra y compone un rictus patético. Pero a nosotros no nos cuida Beatriz. Dante tuvo suerte. Así cualquiera. Cruzaría infiernos si no fuera por nuestro triste apego a la vida, que nos condena. Ah viejo moralista, Séneca, tienes toda la razón del mundo. Ah la seguridad burguesa. Siempre pensé que en Séneca no había una filosofía de la muerte sino un curioso vitalismo que exigía vencer el miedo a la muerte como condición de un libertad que se conquista a martillazos y a base de autodisciplina. Pero nunca se sabe, se está a punto, se retrocede. Visiones, antes de dormir. Deseos furiosos. Había un verso que decía: la que se rompe de tanto desear lo que no existe. Ah las ganas de todo y de nada. Los nómadas sedentarios. La fibre salvaje que desemboca en consoladores refugios artificiales.

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