lunes, 13 de abril de 2009

Diario de Irene Valinski (Horizontes despejados)

La lluvia cae.
Lentamente. Y toda la boca me sabe a agua fresca, el olor a tierra mojada acogerá mis huesos rotos. Y mi esqueleto es un sauce. Un sauce llorón. Ruido de coches. No, es mentira. No se oye nada. Tengo un paisaje anodino que obervar y poco más. Me molesta casi todo. No siempre. Necesito estar sola. No siempre. Viajo sin moverme del sitio. Yo nunca he estado aquí. Oídme bien: nunca he estado aquí. Ni siquiera para escenificar la mentira consoladora de saberme un destino trágico. Un cadáver entre las flores y la lluvia. El deseo romántico es una estrategia para combatir el tedio cotidiano. Los días pasan. Los ciclos se repiten. No estoy aquí para encontrar una salida. Nada más terrible puede cantarse. Si viviéramos en el mundo de los dibujos animados dibujaría una puerta y saldríamos por ella, cantando y danzando. No puede ser. Nada más terrible. Le grito a no sé quién, perdido entre las sombras que se avecinan. Le grito sólo por el placer de gritar. Grito tan fuerte y durante tanto rato que me caigo al suelo, desmayada. Palabras como hachas para romer el pedazo de hielo que soy. Algo así dijo Kafka, creo. No importa. Cascadas locas y furiosas a falta de puertas imaginarias. Desería hallar una forma de explicarlo mejor. Que estalle la rabia y la belleza. Perdimos algo. No, no había nada. Este amor violento a la melancolía me deja exhausta e inútil para afrontar la vida cotidiana. Pero miradme, qué ridícula. Escenificando para nadie la tragicomedia de los destinos rotos. Tan desorientada. Por las noches, tan perdida. Me cogen de la mano, porque sino me quedo atrás. Esperando. Acechando sombras con los ojos fuera de sus órbitas. Bailaría hasta consumirme. Bajo la lluvia. Desnuda y loca. Libre para nada. Horizontes despejados, es lo único que pido. Mi anhelo. Mi enfermedad. Horizontes. Despejados. Las cosas tal como son: infinitas. Infinitas, eso dije un día de alegría omnipotente. Luego viene la cuesta, la depresión del valle, donde ni siquiera hay rabia, donde nada se mueve. Solidez y opacidad axfisiantes. Lo contrario de los horizontes despejados. Ayer soñé con una angustia parecida a una soga apretada al cuello con gente que se tiraba desde una ventana y nunca me he sentido tan asustada. Y eso que yo estoy acostumbrada desde pequeña al acoso de las pesadillas. Mi esqueleto era un sauce llorón. Le pongo poesía porque si no me caigo.

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