Pero al salir de los locales cavernosos y oscuros en los que la vida se detiene, hipnotizada por notas musicales que flotan entre el humo denso y las conversaciones entrecortadas precipitándose hacia un fin que testimonia la fugacidad absurda de la existencia, las calles vacías demasiado ciertas y la calma del sol pálido y matinal de invierno me inyectaban una dosis de tristeza inexplicable, que se me pegaba a la piel sin remedio y que tardaba varios días en abandonarme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario