viernes, 20 de marzo de 2020

20/03/2020

Ahora llueve y yo estoy solo, como tantos otros, quizás como todos. Todos estamos solos. Ahora compartimos la soledad. Quizás por eso no me siento solo. Es raro. He puesto This is the end. Cierto tono apocalíptico tal vez sea inevitable. Algo se termina. Este es el fin, el fin de una era. O puede que esté exagerando, quién sabe. No sabemos, eso es lo único que sabemos. Las certezas se desmoronan delante de nuestras narices. Me refugio en la música. Solo la música es desgarradora, decía Pascal Quignard. Querer huir de la soledad es cobardía, decia la gran Simone Weil, una pensadora verdaderamente esencial. 

Se habla mucho estos días de la necesidad de afrontar esta situación con humor, y no niego que haga falta el humor, cierto distanciamiento, pero yo, aun siendo un fanático de la comedia —venero a los Monty Python, lloro de risa con la trilogía en cinco partes de Douglas Adams, etcétera— creo que también hace falta, o al menos a mí me hace falta, un poco de, digamos, seriedad trágica y desgarradora, de cercanía con la realidad traumática. Las bromas que hasta hace unos días yo mismo hacía respecto al coronavirus hoy me suenan futilidades pueriles. 

Estas mismas palabras que ahora escribo me suenan fútiles, inútiles. Sé que no sirven de nada. Y me gustaría saber escribir mejor, decir algo más relevante. Pero, robándole las palabras a Clarice Lispector, diría que escribir no es una elección sino una íntima orden de batalla.

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