viernes, 6 de marzo de 2020

06/03/2020

A veces —esto va a sonar tal vez pedante o petulante o delirante— me duermo pensando en los tres niveles o dimensiones de la subjetividad trascendental tal como los estableció Kant en la Crítica de la Razón pura: la estética, lógica y dialéctica trascendentales. La estética se refiere a las intuiciones sensibles, la lógica a los conceptos del entendimiento y la dialéctica a las ideas de la razón. Sensibilidad, entendimiento y razón son, pues, las tres dimensiones del sujeto trascendental. Las intuiciones de la sensibilidad las recibimos pasivamente a través de los sentidos. El entendimiento la configura activamente por medio de las categorías. Las intuiciones sin conceptos son ciegas, los conceptos sin intuiciones están vacíos. Entre las intuiciones y los conceptos, posibilitando la referencia de los conceptos abstractos a las intuiciones sensibles singulares, hay que situar la imaginación trascendental. Lo que hace la imaginación básicamente es temporalizar las categorías. Por ejemplo, la categoría de sustancia la imagino, proyectándola al fuuro, como aquello que permanece, lo que subyace a los cambios. Las ideas de la razón, las clásicas ideas metafísicas de Dios, yo y mundo, por ejemplo, no pueden referirse a ninguna intuición sensible. No constituyen, por tanto, conocimiento. Son ilusiones trascendentales. No obstante, son importantes y pueden cumplir una función regulativa.

(Hasta aquí mi radicalmente concentrada exposición de la Crítica de la razón pura. La obra de Kant, desde luego, es infinitamente más compleja).

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