—¿Y qué vas a hacer?
—Me propongo asumir mi destino roto y marginal
con alegre entusiasmo.
Lo empuñaré con firmeza
y después lo soltaré.
Quiero que vuele
como si fuera un pájaro.
Aunque es un pájaro
que solo tiene un ala.
De ahí la tristeza, el anhelo
que nunca será colmado.
No sé si me explico...
—No, no te explicas.
—Digo que hay que hablar en susurros,
solo para quien tenga oídos.
—No, no habías dicho eso.
—Entonces digo que hay que atender
a la belleza de lo insignificante,
al palpitar de la quietud
y a la caída de la tarde.
—Tampoco habías dicho eso
—Digo que el destino y el azar
son lo mismo, y que debemos amar
nuestro destino.
—Eso está mejor, pero lo dijo Nietzsche.
—Sin embargo me da la sensación
de que algunos días se paran y me anuncian
que la vida está en otra parte.
—¿Dónde?
—Ahí detrás, por ejemplo.
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