miércoles, 13 de abril de 2016

Kafka, el cristo de los escritores: reflexiones estrambóticas sobre literatura

Normalmente, cuando alguien me pide que le recomiende un libro, no sé qué decirle. Tengo una visión bastante chiflada y dogmática de la literatua. Para mí, Kafka es como Cristo, divide la historia de la literatura, la parte en dos. Así, Stendhal es un buen escritor de la era pre-Kafka. Gaddis, un buen escritor de la era post-Kafka. Podríamos multiplicar los ejemplos, pero la cuestión es que Kafka ocupa el lugar central. Robert Walser, lógicamente, sería Juan el Bautista, el precursor.

Pero Kafka es el Cristo de los escritores, lo que significa que en cierta manera es una contrafigura del propio Cristo (ya advertí en el título que estas reflexiones iban a ser estrambóticas). Cristo no escribió nada, igual que Sócrates, porque ambos estaban en contacto directo con el logos, con el sentido expresado en viva voz. Kafka es todo lo contrario. Es la encarnación de la escritura.
BREVE INTERPOLACIÓN TEOLÓGICA: Si en el Génesis Dios crea el mundo mediante la palabra hablada, en el Zohar son las letras las que se presentan ante Dios como pretendientes, para que con ellas cree el mundo. A los fans de Derrida esta versión del mito de la creación les hace babear. 
En las obras de Kafka el sentido no está presente. Llegar al Castillo, acceder a él, es imposible. Kafka puede ser el camino, pero no es la verdad. Todo es oblicuo, laberíntico, un jaleo de la hostia, en las obras de Kafka. Moisés recibió las tablas de la Ley del propio Dios. En el mundo de Kafka no se puede acceder a la Ley. Incluso aunque sorteáramos al primer guardián de la Ley, habría otro, y luego otro y otro, ad infinitum.

Cristo dijo que no había venido a abolir la ley mosaica sino a darle cumplimiento. ¿Y Kafka? No tengo ni idea, porque lo esencial de la escritura de Kafka es precisamente su resistencia a ser fijada en un sentido único, tranquilizador.
BREVE INTERPOLACIÓN GRAMATICAL*: Fíjense en la cantidad de frases adversativas que usa Kafka. Matiza constantemente lo que está diciendo. Hay una cantidad tremenda de peros, aunques, casis, etcétera. Ese intento obsesivo de precisar el sentido de lo que está diciendo lleva, paradójicamente, a que este se vuelva inasible, escurridizo.
*Como no sé alemán, mi lectura de Kafka está seriamente limitada, pero confío en que los traductores no desvirtúen su prosa hasta el punto de que esta interpolación gramatical sea un puro sinsentido. Sobre la cuestión de la traducción los filósofos analíticos, en concreto Quine, han dicho sus cosas. La tesis de la indeterminación de la traducción radical es interesante, aunque supongo que a mucha gente le parecerá un coñazo.
Pero está claro —dentro de lo que cabe— que Kafka ni abole la ley ni le da cumplimiento.

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