domingo, 10 de abril de 2016

Breve tratado teológico-político-gastronómico

Necesitamos un Tratado teológico-político-gastronómico que explique el perturbador fenómeno Masterchef. Esa escenificación estilo Leni Riefenstahl, a la mayor gloria de los líderes supremos, no puede ser casual: los jueces son infalibles, no se puede cuestionar su autoridad ni su criterio. Naturalmente, este autoritarismo catódico está aderezado con indigestas dosis de pornografía emocional, historias melodramáticas que presentan al artista culinario como nuevo Santo Mortificado y Artista Sufriente. 

Pero el aspecto más perturbador de Masterchef esa esa insistencia maniaca en el deber de cumplir nuestros sueños. Debemos luchar por cumplir nuestros sueños. Si no lo conseguimos —he aquí el corolario perverso de esta retórica estúpida, aparentemente inocua— nos sentiremos culpables. Puede que no nos hayamos esforzado/sacrificado lo suficiente. Este peculiar imperativo es dehonesto. Kant era mucho más sincero —hay quien dice que Kant no miente nunca— y nos decía que había montones de cosas que teníamos que hacer aunque no nos gustara hacerlas. El imperativo posmoderno es mucho peor, como ha analizado Zizek. Nos obliga a gozar. Goza, cumple tu sueño, o si no te sentirás culpable.

El imperativo que nos obliga a cumplir nuestros sueños implica vivir en función de un fin. Sometido a ese fin, en el que ciframos nuestra felicidad, nuestra recompensa. A mí —seguramente porque tengo el cerebro arruinado de leer a Deleuze— ese me parece un mal modo de vivir. También es verdad que yo no soy precisamente un modelo de conducta, de cómo vivir. Los filósofos construyen palacios de ideas pero ellos mismos viven en chozas cochambrosas, dijo alguien. Sea como fuere, me parece un mal modo de vivir. Es preferible, si hacemos caso a Deleuze, una vida que no se vive en función de medios y fines, sino conforme a una producción, una productividad, una potencia.

No se trataría tanto, desde la perspectiva deleuziana, de cocinar para alcanzar el sueño mediático del reconocimiento como de cocinar porque nos gusta, para desplegar nuestra potencia, nuestra alegría. Que el reconocimiento —y si no me equivoco, cumplir un sueño significa en el lenguaje televisivo alcanzar reconocimiento, que es un bien escaso, como dijo Hegel, y por eso desata luchas encarnizadas— llegue o no llegue no depende de nosotros. 

Seamos buenos estoicos y nos nos preocupemos por cosas que no dependen de nuestra voluntad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario