domingo, 19 de octubre de 2014

El fulgor aparente del prestigio espectacular de los objetos, o de por qué a veces ir de compras es tan triste

Los anuncios de refrescos nos ofrecen habitualmente planos generales de una jaracandosa multitud felizmente unida por obra de bebidas burbujeantes y azucaradas. Dejando a un lado el misterio de que tan festivo tumulto no sea el resultado de la ingesta de bebidas espirituosas sino de haberse remojado el gaznate con bebidas carbonatadas, la cuestión es que 
En la imagen de la unificación feliz de la sociedad mediante el consumo, la división real está siempre suspendida hasta una próxima no-realización en lo consumible. Cada producto individual representa la esperanza de un veloz atajo para aceder por fin a la tierra prometida del consumo total y, al mismo tiempo, se presenta como singularidad decisiva. Pero (...) el objeto del cual se espera una potencia singular no llega a proponerse como objeto de adoración de las masas sino a condición de ser producido en un número de ejemplares lo suficientemente elevado como para poder ser objeto de consumo masivo. El carácter prestigioso de este producto cualquiera procede del hecho de haberse situado, por un instante, en el centro de la vida social, como si fuese la revelación del misterio de la finalidad de la producción. El objeto que fue espectacularmente prestigioso se torna vulgar en cuanto entra en casa de un consumidor, porque en ese momento mismo entra en casa de todos los demás consumidores. Revela entonces (cuando ya es demasiado tarde) su pobreza esencial, que procede de las miserables condiciones de su producción. Y para entonces ya ha aparecido otro objeto que se ha convertido en justificación del sistema y que exige ser reconocido.
Guy Debord, La sociedad del espectáculo.

2 comentarios:

  1. Vargas Llosa escribió un ensayo similar. Te lo recomiendo.

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  2. Gracias, aunque yo a priori soy bastante refractario (por no decir enemigo declarado) al pensamiento de Vargas Llosa XD

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