domingo, 26 de febrero de 2012

Sin fin

Sentado en el sofá, más bien repantingado, con los pies encima de la mesa, las plantas apoyadas sobre el borde, ejerciendo una presión no excesiva pero que, de todas formas, le causa un ligero dolor, no tanto como para que no pueda soportarlo, pero sí lo suficiente como para que se entretenga y demore en su dolor con curiosidad, con una lata de coca-cola medio vacía en la mano, Toni Salas, estudiante de diecisiete años, vago y melancólico, y vestido con un pantalón corto del equipo de fútbol Newcastle United, una camiseta negra sin mangas, una calurosa tarde de verano, sin nada que hacer, sin poder ir a la piscina por culpa de un esguince que se hizo el otro día en la muñeca izquierda, de vez en cuando retira los pies del borde de la mesa y se incorpora, deja la lata de coca-cola medio vacía sobre un posavasos redondo en el que está estampado el murciélago de Bacardi y estira la mano derecha para coger el cigarro que humea en el cenicero situado encima de la mesa y darle unas caladas rápidas y nerviosas, el cenicero azul que compró el año pasado, en Futuroscope, cuando fueron de excursión a Francia, luego vuelve a recostarse en el sofá, con los pies en el borde de la mesa, en una posición que está seguro no puede ser buena para la espalda, aunque a él le resulte cómoda y congruente con su actitud vital básica, un nihilismo resignado, un retraimiento afectado, pose típicamente adolescente, se dice, con una sonrisa irónica, recorre todos los canales de la televisión, varias veces, uno por uno, sin ganas ni esperanza alguna de hallar algo interesante o entretenido en que poder fijar su atención, aunque solo fuera un par de minutos, el sol entra por las ventanas, ilumina todo el salón, solo en su casa, libre y aburrido, levanta la cabeza y mira las formas caprichosas que el humo dibuja en el aire, mira el techo, blanco y monótono, se concentra en escuchar el ruido de los coches que pasan por la carretera general, un ruido lejano, ni triste ni alegre, solamente un ruido lejano que llega en sordina hasta su casa, hasta el salón con las ventanas abiertas, hace mucho calor, una tarde de junio o de julio muy calurosa, las ventanas abiertas en batiente, termina de beber su coca-cola, se queda pensando, termina su cigarro, se queda mirando sin ver, decide dar otro repaso a los canales de la televisión, películas empezadas, películas que ya ha visto, un canal en el que siempre, sea la hora que sea, anuncian sujetadores, unos sujetadores color carne que Toni encuentra francamente deprimentes, tertulias plagadas de periodistas de derechas permanentemente enfadados por algo, cualquier cosa, que sin excepción califican de aberración moral, iracundos y agrios, tan iracundos y agrios que a veces le resultan cómicos, unos personajes desmesurados, inverosímiles, de origen desconocido, engominados, muy serios, si no prestas atención al contenido de sus discursos, si te centras exclusivamente en sus gestos, les verás teatralmente escandalizados y no podrás evitar reírte, esas formas desprovistas de contenido te revelarán la comicidad implícita que hay en esas tertulias, aunque la mayor parte del tiempo resultan simplemente algo que también es deprimente y molesto y aburrido, todos esos gritos, todas esas opiniones, todo ese ruido, Toni cree que no entendería, aunque viviera mil vidas, que a alguien le resulten atractivos los sujetadores color carne, concursos repetidos, que ya se emitieron días atrás y que vuelven a emitir únicamente para cubrir espacio, sin la intención de que alguien los vuelva a ver, porque la televisión tiene horror al vacío, porque la televisión, al igual que Aristóteles, piensa que el vacío no existe o, al menos, que no debe existir, la televisión condena la ausencia de imágenes como si fuera una carencia ontológica intolerable, y de hecho lo es, para la televisión lo es, necesariamente, como si fuera algo que debe ser llenado como sea, con lo que sea, el contenido no importa, se autorreplica, muchos otros canales sobre los que pasa a tanta velocidad que a su cerebro no le da tiempo a reconocer lo que está viendo, canales que pasan como un flujo indeterminado, en fuga, un caos violento y mareante, formas locas huyendo, una saturación de imágenes que circulan a toda velocidad, en un ciclo sin fin, una carrera loca que avanza sin progresar, compulsivamente, persiguiéndose a sí mismas, infinito circular enmarcado en el espacio rectangular de la pantalla. Toni Salas apaga la televisión y se levanta a por otra coca-cola. Busca un paquete de pipas. No lo encuentra. Sigue buscando. Desiste. Vuelve al sofá. Cierra las ventanas. Ahora ya no sabe qué hacer. Literalmente. Sus padres están a punto de llegar. Sube a su habitación, un cuadro de Marilyn Monroe encima de la cabecera de su cama, un póster de la Velvet Underground, del disco de la banana, en la pared que queda frente a su cama, al lado de la puerta, ropa amontonada en una silla, varios libros abiertos sobre su escritorio, respira hondo y abre la ventana, siempre abriendo y cerrando ventanas, el sol todavía brilla con fuerza, todavía quedan algunas horas para que anochezca, decide quitarse el vendaje de la muñeca izquierda, aunque todavía quedan algunos días para que el esguince se cure, según el médico, pero a Toni le da igual, quiere quitárselo y se va a hacer su santa voluntad. Algo hay que hacer. Le pica la muñeca. Quiere rascarse a gusto la muñeca que le pica. A tomar por culo esta puta venda. Se la quita y se rasca y se bebe despacio su segunda coca-cola de la tarde y decide fumar otro cigarro apoyado en el alfeizar de la ventana y mirar los árboles y sentir el viento caliente en sus mejillas y simplemente esperar a que anochezca mientras sigue ahí apoyado dejando que el tiempo pase y nos devore a todos con su silencio mortal y nos suma a todos en el vacío sin fin y para siempre.

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